martes, 28 de enero de 2014

Intelectuales vs. empresarios

Por lo general, se supone que el empresario es un ser desalmado y materialista a quien sólo le interesa el dinero y su éxito personal, mientras que el resto de la sociedad estaría constituido por seres espirituales con deseos plenos de colaborar con el prójimo. Esta creencia resulta típica en sociedades caracterizadas por el hombre masa, que “nunca agradece, sino que siempre exige”. Un país con pocos empresarios resultará, indefectiblemente, un país pobre y subdesarrollado, de ahí que los ataques al sector productivo muestran cierta irresponsabilidad, a menos que se busque premeditadamente el deterioro económico de la sociedad, lo que es peor. Lo grave de la situación es que quienes más critican, son los que poco o nada producen, pero aun así, no renuncian a la conquista de alguna forma de poder.

Si una empresa no obtiene ganancias, muy pronto cerrará sus puertas. De ahí que todo empresario trate de perdurar motivado por el simple “instinto de supervivencia empresarial”. Además, si cualquiera pudiese ser exitoso como empresario, la pobreza tendería a desparecer en un periodo bastante breve. Como en todas las actividades, se requiere vocación y aptitudes para un buen desempeño; de ahí que el empresario resulte ser “un bien útil y escaso”. Tampoco se debe llegar al extremo de suponer que todo empresario carece de defectos: pero una cosa es pretender mejorar al sector y otra cosa es tratar de destruirlo.

Quienes buscan permanentemente el desprestigio del sector empresarial, son los seudointelectuales que aspiran a conquistar el poder a través del Estado, pensando en objetivos personales, aunque digan todo lo contrario. Irving Kristol escribió: “Esta nueva clase no es fácil de definir pero puede ser descripta. Consiste en una buena proporción de esa gente que ha recibido educación universitaria, cuyas vocaciones y habilidades prosperan en una «sociedad post industrial»….Nos estamos refiriendo a científicos, profesores y directores de enseñanza, periodistas y gente que trabaja en los medios de comunicación, psicólogos y trabajadores sociales, abogados y médicos que hacen su carrera dentro del creciente mundo de la administración pública, planificadores urbanos, empleados de grandes fundaciones, altos funcionarios de la burocracia estatal, etc.……Los miembros de la «nueva clase» no «controlan» los medios de difusión; son los medios de difusión, así como son nuestro sistema educativo, nuestro sistema de salud y de bienestar social, y muchas cosas más…”.

“¿Qué quiere esta «nueva clase» y porqué es tan hostil a la comunidad empresaria? Bueno, uno debería entender que los miembros de esta «nueva clase» son idealistas, según el significado que el término tuvo durante la década del 60, es decir, que no se interesan tanto por el dinero sino por el poder. ¿Poder para qué? Poder para moldear nuestra civilización; poder que, en el sistema capitalista se supone reside en el mercado libre. La «nueva clase» desea que parte de ese poder pase al Estado, donde ella tendrá más influencia para decidir cómo debe ser ejercido” (Citado en “La hora de la verdad” de William E. Simon-Emecé Editores SA–Buenos Aires 1980).

Mientras que el verdadero intelectual se siente satisfecho con su cultura y sus conocimientos, el seudointelectual considera que todo nivel cultural poseído debe ser retribuido económicamente; incluso de mejor manera que el asignado a los seres “incultos”. Como muchos empresarios carecen incluso de un mínimo interés por cualquier aspecto cultural, serán calificados despectivamente por quienes tenían ambiciones materiales similares, o mayores, pero no pudieron lograrlas. Ludwig von Mises escribió: “El vano orgullo de literatos y artistas bohemios menosprecia la actuación empresarial por el afán que implica de enriquecerse al margen de toda actividad intelectual. Pero la verdad es que empresario y promotores despliegan mayor intuición y esfuerzo intelectual que el escritor y pintor de tipo medio. La incapacidad de muchos de los que a si mismos califícanse de intelectuales queda reflejada en su limitación para apreciar las condiciones personales e intelectuales precisas para dirigir con éxito cualquier empresa mercantil”.

“La bajeza moral, la disipación y la esterilidad intelectual de estos desvergonzados seudoescritores y artistas constituye el costo que la humanidad ha de soportar para que el genio precursor no sea perturbado en la realización de su obra”. “Al fin y al cabo no son las frívolas doctrinas de los bohemios las que engendran el desastre, sino el hecho de que las gentes gustosas las acepten. Lo grave es que tales seudofilosofías sean asimiladas por los forjadores de la opinión pública y más tarde por la propia masa torpemente dirigida. Las gentes anhelan adherirse a los credos de moda para no ser tenidos por atrasados y rústicos” (De “La mentalidad anticapitalista”-Fundación Ignacio Villalonga-Valencia 1957).

Por lo general, el “intelectual” que desconoce tanto la economía como el socialismo real, supone que bajo este sistema dispondrá de mejores oportunidades para desarrollar sus aptitudes, algo que poco tiene que ver con la realidad. Irving Kristol escribió: “El destino de los intelectuales bajo el socialismo se llama desilusión, disenso, exilio, silencio. En política, los medios determinan los fines, y el socialismo se encarna, dondequiera, en burocracias coercitivas que descartan con desdén los ideales que presuntamente deberían legitimarlas; ideales que a veces quedan establecidos como una ortodoxia petrificada. Uno de los fenómenos más interesantes de la vida intelectual contemporánea es la total incapacidad que manifiestan los países llamados socialistas para producir intelectuales socialistas; en realidad, por esa misma razón ni siquiera consiguen tolerarlos. Si uno quiere encontrar intelectuales socialistas activos puede ir a Oxford, a Berkeley, a París o a Roma. Carecería de sentido buscarlos en Moscú, Pekín, Belgrado, Bucarest o La Habana. Actualmente, el socialismo es una vía muerta para los auténticos intelectuales que han jugado un papel tan importante en la orientación del mundo moderno hacia esa dirección”.

El antagonismo de los intelectuales hacia los empresarios es uno de los aspectos del antagonismo, todavía existente en muchos países, entre socialismo y capitalismo. Respecto de la sociedad estadounidense, el citado autor escribe: “Se trata de un hecho tan habitual [la cultura antagónica], de algo que damos por seguro hasta tal punto, que no comprendemos que, en realidad, es extraordinario. ¿Acaso ha existido, en toda la historia conocida de la humanidad, alguna civilización cuya cultura estuviera reñida con los valores e ideales de su propia civilización?”.

“Cuanto más «cultivada» es una persona en nuestra sociedad, más falta de afecto y descontenta se encuentra; una falta de afecto que no sólo se refiere a la realidad de nuestra sociedad, sino también a su idealidad”. “Huelga decir que el americano medio «menos cultivado» no pierde el sueño ni por la realidad ni por los ideales. Esto explica por qué la visión marxista de una clase social trabajadora radicalizada que se rebelaría contra la sociedad capitalista se ha mostrado tan errada. En la actualidad, el radicalismo encuentra un campo más fértil entre los egresados de las universidades que entre los que han concluido con el nivel medio de enseñanza; los primeros han estado más expuestos a una suerte de cultura antagónica –por lo menos hasta hace muy poco-mientras que los últimos poseen su propia cultura «popular», más adecuada al mundo burgués donde vive la clase trabajadora” (De “Reflexiones de un neoconservador”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1986).

En cuanto al vinculo entre las clases altas, la intelectualidad y la guerrilla, en la Argentina, Rubén Zorrilla escribió: “El ansia de dominio y superioridad, en parte completamente justificado, de los socializados en las familias privilegiadas es perfectamente congruente con la grandeza o desmesura de la meta (tomar el poder y ocupar los primeros lugares) para acceder al ascenso simple y rápido: de ahí la preferencia por los medios más violentos y las apuestas políticas más extremistas”.

“La misma lucha por los carriles democráticos, en cambio, que los terroristas argentinos tenían en un momento abiertos, resultaban insufriblemente lentos, burocráticos. La democracia demanda paciencia, constancia, acuerdos y dialogo con los que piensan diferente, algo que los jóvenes no están dispuestos a aceptar; porque en ellos, al final, se van lentamente los años, o porque simplemente no creen en eso y, sobre todo, no quieren creer. Su ego es extraordinariamente grande, soberbio y omnipotente, como corresponde a su extracción social”.

“Así entran en la batalla contra la sociedad de alta complejidad, el capitalismo, la propiedad privada, la riqueza de los poderosos, tópicos y posición de larga data en el proceso de cambio en la cultura occidental. El objetivo último es convertir a la sociedad –que es un sistema abierto- en una organización, un ente planificado y predecible, racional y justo, sin incertidumbres ni desequilibrios. Como esto es demasiado transparente y teórico, el espíritu militar de estos grupos le agrega una sobredosis conveniente de confusión con la glorificación del Estado (que ellos dirigirán), la soberanía nacional, lo telúrico, la reconquista de la «identidad nacional», y la reconstrucción del «ser nacional» y su soberanía. Pero este activismo elemental y universitario, sostenido por profesores y albaceas intelectuales –a veces ancianos marxistas, nacionalistas o stalinistas y trotskistas- es invariablemente radicalizante, carente de experiencia, simplista en su perspectiva general, carente de dudas, con un deseo de decidir sobre cualquier tema, directamente proporcional a la ignorancia de los problemas, tanto respecto del país como del mundo y aun de la maldita historia”.

“Este es el bosquejo del nicho, genético y emocional, donde se forma la intelectualidad enemiga de la sociedad de alta complejidad. No es el nicho del «proletariado», la «clase obrera», o el «campesinado». Pero este revolucionarismo intelectual no traduce una «lucha de clases», cuyo eje sería vertical («clase baja contra clase alta»), sino una batalla entre sectores intelectuales o intelectualizados de «clase» alta y media, devenidos en políticos, contra otros sectores altos y medios, a veces reformistas, a veces defensores del statu quo. Para dar fuerza y legitimidad a su acción, en un medio conformado por el proceso de democratización fundamental, los grupos que participan de este conflicto –cuyo eje es horizontal- deben atraer y conquistar el apoyo de los sectores «bajos» de la población a fin de inclinar la lucha a su favor. Para movilizar a estos estratos bajos, algunos podrán apelar a latiguillos demagógicos, promesas, y proclamas de impacto emocional, más que otros, con los cuales torcer o estimular la inercia cultural típica de los estratos «bajos»” (De “Sociedad de alta complejidad”-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2005).

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