sábado, 30 de noviembre de 2013

La Argentina y el totalitarismo

Debido a que la mayor parte de la ciudadanía argentina tiende a no respetar las leyes vigentes, existe la sensación de que un gobierno democrático, basado en el cumplimento de las leyes, ha de ser esencialmente un gobierno débil, y que, por el contrario, un gobierno fuerte, necesario para contrarrestar la anomia colectiva, deberá estar constituido por un líder con poderes casi ilimitados. De ahí que las leyes que se promulgan tienden a legitimar cada vez más la concentración del poder en manos de quien ocupe el sillón presidencial. En la última reforma (o sustitución) del antiguo Código Civil, aparece cierta autoprotección del Estado por cuanto se libera al burócrata de turno de toda responsabilidad por los efectos de sus acciones ya que la ley reduce el derecho del ciudadano común para efectuar reclamos cuando se considere perjudicado por alguna decisión o acción de los administradores estatales.

Los Decretos de Necesidad y Urgencia, incorporados a la Constitución, permiten que el Poder Ejecutivo gobierne sin tener en cuenta las decisiones del Poder Legislativo. Para colmo, el ciudadano argentino tiende a votar “a ganador” para permitir, en forma consciente o inconsciente, que un partido político supere el 50% de los votos y, de esa forma, adquiera una mayoría absoluta en el Congreso para que todo sea decidido por el partido mayoritario imposibilitando cualquier influencia que pueda tener la oposición. Además, como es frecuente que los legisladores de tal partido sean disciplinados para acatar la voluntad del líder de turno, como sucede en el kirchnerismo, existe una especie de dictadura legal y constitucional consensuada y aceptada por la mayoría del electorado, aunque sus resultados no sean, posteriormente, del agrado de la población.

Como han señalado varios autores, en aquellos países europeos de donde surge la idea de la división de poderes, uno de los fundamentos de la democracia, no se temía por la debilidad o la ausencia de gobierno tanto como por los posibles excesos de quienes lo ejercían, por lo cual tal división permite poner limites a la posible desnaturalización de la acción gubernamental. Por el contrario, en los países subdesarrollados, debido a la tendencia hacia el desconocimiento de todo tipo de ley, el temor a las situaciones anárquicas favorece la aceptación de gobiernos autoritarios.

Tales gobiernos tienden a buscar el poder a cualquier precio, ya que, por lo general, emplean tácticas similares a las empleadas por los gobiernos totalitarios, de donde surge cierta semejanza entre populismo y totalitarismo. De ahí que no resulte extraño que el líder político diga lo que el pueblo quiere escuchar y haga lo que prometió en un principio, aunque, una vez que accede al poder, comience a realizar los planes que sólo él conoce. La concentración de los medios masivos de difusión por parte del Estado, la destrucción total o parcial del Poder Legislativo y del Judicial, la destrucción de las Fuerzas Armadas, etc., acciones encaradas por el kirchnerismo, presentan cierta semejanza con la acción revolucionaria liderada por Vladimir Lenin. Puede decirse que, si tanto Néstor Kirchner, como su mujer, hubiesen gozado de buena salud, probablemente la concentración de poder a la que hubiesen llegado habría sido comparable a la de Fidel Castro. Al menos puede asegurarse que sus intenciones no distaban demasiado de esa posibilidad. Fred Schwarz escribió:

“La segunda característica de la revolución descrita por Lenin en «El Estado y la Revolución» era su propósito. El propósito de la revolución no era apoderarse del control del Estado, sino destruirlo. La mayor parte del libro está dedicado a la tesis de que hay que destruir al Estado. El Estado funciona de varias maneras. Funciona a través de la Constitución, a través de la autoridad ejecutiva, […..] de la legislatura y a través del servicio judicial y civil. No es la meta del comunismo asegurarse a un presidente que ejerza un poder constitucional. No lo es tampoco nombrar los miembros del gabinete como son el Secretario de Estado o el de Defensa. No es su objetivo consagrar el nombramiento de los jueces. Su propósito era destruir totalmente la Constitución, el sentido legislativo, el sentido judicial y el sistema administrativo, borrar del mapa al Estado y hacer uno nuevo, de una forma totalmente distinta” (De “Usted puede confiar en los comunistas”-Prentice-Hall Inc.-EEUU 1957).

En un breve resumen de la historia de la Argentina, podemos considerar una secuencia de cuatro etapas principales: la época colonial, seguida por la independencia y las guerras civiles, luego la consolidación de la República bajo el amparo de la Constitución, para llegar finalmente a la etapa populista y totalitaria. En esta etapa decadente predomina el “deporte nacional” practicado por políticos y militares, tal el de la conquista del poder público con objetivos personales o sectoriales simulando tratar de beneficiar al país. Recordemos que la Argentina llega a ubicarse, a principios del siglo XX, en el 7mo lugar entre los países desarrollados, lo que consigue gracias a Juan B. Alberdi con la Constitución Nacional de tipo liberal, y a Domingo F. Sarmiento, quien impulsa la educación a un nivel masivo. En la actualidad se trata de sustituir tal Constitución mientras que la educación pasa por una severa crisis. Puede considerarse como el inicio de la decadencia la aparición del populismo bajo el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Martín Hary escribió al respecto:

“Aquella confusión, en lo que hace al sistema de gobierno, condujo paralelamente a la fagotización del Estado por cada uno de los circunstanciales gobernantes. El asalto, la coptación de estructuras políticas o administrativas del Estado, responde a la lógica del movimientismo: se lucha por «espacios de poder». Los personalismos y los movimientismos conducen no sólo a la destrucción de las Instituciones sino que, además, pervierten al Estado todo, lo vacían de contenido”.

“Desde Yrigoyen en adelante, con raras excepciones, todos los gobiernos han confundido estos dos planos: el de una «maquinaria estatal» que debería ser la estructura permanente y la del gobierno de turno, circunstancial conductor. El Estado debe ser esencialmente autárquico, esto nadie lo entendió. La mayoría de estos gobiernos, desde aquellos años a esta parte, ocupó, invadió, se apropió del aparato del Estado y lo puso a su servicio, en extremos coptando organismos”.

“Yrigoyen llega al gobierno sin plan de políticas de Estado. Hace unos años, en un pequeño libro que trataba sobre Yrigoyen y el krausismo, decía un conocido líder radical: «al asumir don Hipólito se le echó en cara la ausencia de un plan económico, lo cual era totalmente cierto. Pero, agregaba, Yrigoyen venía con su «ética» y con eso le bastaba”. “Durante su primer periodo intervino el gobierno de veinte provincias, quince por decreto, sin acuerdo del Congreso. Cuenta Sebreli que «se negó a que sus ministros asistieran a interpelaciones del Poder Legislativo, el Congreso casi no sesionó. El desaire al Poder Legislativo fue imitado por muchos gobernadores radicales, entre ellos Vera, de Tucumán, que clausuró el Congreso provincial de 1923 haciéndolo desalojar por los bomberos y la policía»” (De “La República que perdimos”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

Yrigoyen fue destituido por José F. Uriburu en 1930, quien simpatizaba con el fascismo. Al respecto, Pablo Mendelevich escribió: “Lo cierto es que ya en el primer golpe compitieron dos generales para derrocar al gobierno radical: Uriburu, un general de aspecto prusiano e ideas fascistas, a quien llamaban «von Pepe» por la germanofilia que había desarrollado como agregado militar en Berlín, y Agustín P. Justo, que pretendía reponer el orden conservador sin exclusión civil y sacarlo del medio a Yrigoyen”.

“Gran parte de esa interna se tramitó antes del 6 de septiembre. Por lo menos Uriburu llegó a la Casa Rosada sin que se le discutiera el mando. Pero algunos de sus arrebatos como presidente, por ejemplo la idea de hacer una reforma constitucional para ir a un régimen de representación corporativa, encontraron en el general Justo un dique”. “Cuando Uriburu llegó al poder con todo su envión mesiánico, cerró el Congreso, impuso el estado de sitio e intervino casi todas las provincias. Luego le dio cabida a la Legión Cívica Argentina, una agrupación pronazi que actuaba como grupo de choque callejero” (De “El final”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

Los restantes gobiernos de la década de los 40 muestran una fuerte tendencia fascista y nazi, tal es así que la Argentina mantiene su neutralidad, durante la Segunda Guerra Mundial, declarándole la guerra a Alemania y sus aliados solo al final del conflicto. También el peronismo fue un movimiento inspirado en el fascismo. Mauricio Rojas escribió: “Perón volvió a la Argentina a comienzos de 1941, convencido de la inevitable victoria de las potencias del Eje y profundamente impresionado, sobre todo, con la personalidad y las políticas sociales de Mussolini. En el fascismo europeo Perón había encontrado la fórmula mágica que, según creía, podría transformar la Argentina en una nación poderosa, capaz de afirmar su independencia contra todo y todos”.

“La influencia fascista se tornó visible en las ideas de Perón sobre una sociedad corporativa -«la comunidad organizada», como la llamaría- basada en la cooperación, controlada por el Estado, entre los diferentes grupos e intereses de la sociedad. Lo mismo sucedió con la idea de un desarrollo económico introvertido con un espíritu de autosuficiencia o autarquía tan típico del totalitarismo del momento. Sin embargo, la influencia del fascismo no se refería en menor grado a los métodos, sobre todo a la necesidad de ganarse a las clases trabajadoras y formar un movimiento de masas dinamizado por un fuerte culto al líder. Este descubrimiento de la importancia potencial –en particular- de la clase obrera constituyó la gran innovación de Perón y el motivo decisivo de su éxito futuro” (De “Historia de la crisis argentina”-Editorial Distal-Buenos Aires 2001).

Con la derrota del fascismo y del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, un sector de la población comienza a identificarse con los movimientos marxistas que trataban de llegar al poder ya sea derribando gobiernos militares o democráticos a fin de imponer el comunismo en todo el mundo. Pablo Giussani escribió: “Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Betancourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado fascista. Y, sin embargo, había en todos esos países centenares o millares de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha armada contra el fascismo”. “El extremismo revolucionario […] explicaba: el detalle de que el fascismo no se vea no significa que no exista. Lo que ocurre es que está enmascarado. Es una de sus malditas astucias. Estas instituciones democráticas no son sino apariencias, un disfraz del que se sirve para confundir a la gente”.

“El razonamiento, mil veces repetido y mil veces escuchado a lo largo de las últimas dos décadas en todos los ámbitos de la extrema izquierda latinoamericana, continuaba con la presunción de que, si todo el pueblo tomara conciencia del fascismo escondido tras las apariencias democráticas, respondería en masa al llamado a la resistencia” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

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