sábado, 30 de noviembre de 2013

La Argentina y el totalitarismo

Debido a que la mayor parte de la ciudadanía argentina tiende a no respetar las leyes vigentes, existe la sensación de que un gobierno democrático, basado en el cumplimento de las leyes, ha de ser esencialmente un gobierno débil, y que, por el contrario, un gobierno fuerte, necesario para contrarrestar la anomia colectiva, deberá estar constituido por un líder con poderes casi ilimitados. De ahí que las leyes que se promulgan tienden a legitimar cada vez más la concentración del poder en manos de quien ocupe el sillón presidencial. En la última reforma (o sustitución) del antiguo Código Civil, aparece cierta autoprotección del Estado por cuanto se libera al burócrata de turno de toda responsabilidad por los efectos de sus acciones ya que la ley reduce el derecho del ciudadano común para efectuar reclamos cuando se considere perjudicado por alguna decisión o acción de los administradores estatales.

Los Decretos de Necesidad y Urgencia, incorporados a la Constitución, permiten que el Poder Ejecutivo gobierne sin tener en cuenta las decisiones del Poder Legislativo. Para colmo, el ciudadano argentino tiende a votar “a ganador” para permitir, en forma consciente o inconsciente, que un partido político supere el 50% de los votos y, de esa forma, adquiera una mayoría absoluta en el Congreso para que todo sea decidido por el partido mayoritario imposibilitando cualquier influencia que pueda tener la oposición. Además, como es frecuente que los legisladores de tal partido sean disciplinados para acatar la voluntad del líder de turno, como sucede en el kirchnerismo, existe una especie de dictadura legal y constitucional consensuada y aceptada por la mayoría del electorado, aunque sus resultados no sean, posteriormente, del agrado de la población.

Como han señalado varios autores, en aquellos países europeos de donde surge la idea de la división de poderes, uno de los fundamentos de la democracia, no se temía por la debilidad o la ausencia de gobierno tanto como por los posibles excesos de quienes lo ejercían, por lo cual tal división permite poner limites a la posible desnaturalización de la acción gubernamental. Por el contrario, en los países subdesarrollados, debido a la tendencia hacia el desconocimiento de todo tipo de ley, el temor a las situaciones anárquicas favorece la aceptación de gobiernos autoritarios.

Tales gobiernos tienden a buscar el poder a cualquier precio, ya que, por lo general, emplean tácticas similares a las empleadas por los gobiernos totalitarios, de donde surge cierta semejanza entre populismo y totalitarismo. De ahí que no resulte extraño que el líder político diga lo que el pueblo quiere escuchar y haga lo que prometió en un principio, aunque, una vez que accede al poder, comience a realizar los planes que sólo él conoce. La concentración de los medios masivos de difusión por parte del Estado, la destrucción total o parcial del Poder Legislativo y del Judicial, la destrucción de las Fuerzas Armadas, etc., acciones encaradas por el kirchnerismo, presentan cierta semejanza con la acción revolucionaria liderada por Vladimir Lenin. Puede decirse que, si tanto Néstor Kirchner, como su mujer, hubiesen gozado de buena salud, probablemente la concentración de poder a la que hubiesen llegado habría sido comparable a la de Fidel Castro. Al menos puede asegurarse que sus intenciones no distaban demasiado de esa posibilidad. Fred Schwarz escribió:

“La segunda característica de la revolución descrita por Lenin en «El Estado y la Revolución» era su propósito. El propósito de la revolución no era apoderarse del control del Estado, sino destruirlo. La mayor parte del libro está dedicado a la tesis de que hay que destruir al Estado. El Estado funciona de varias maneras. Funciona a través de la Constitución, a través de la autoridad ejecutiva, […..] de la legislatura y a través del servicio judicial y civil. No es la meta del comunismo asegurarse a un presidente que ejerza un poder constitucional. No lo es tampoco nombrar los miembros del gabinete como son el Secretario de Estado o el de Defensa. No es su objetivo consagrar el nombramiento de los jueces. Su propósito era destruir totalmente la Constitución, el sentido legislativo, el sentido judicial y el sistema administrativo, borrar del mapa al Estado y hacer uno nuevo, de una forma totalmente distinta” (De “Usted puede confiar en los comunistas”-Prentice-Hall Inc.-EEUU 1957).

En un breve resumen de la historia de la Argentina, podemos considerar una secuencia de cuatro etapas principales: la época colonial, seguida por la independencia y las guerras civiles, luego la consolidación de la República bajo el amparo de la Constitución, para llegar finalmente a la etapa populista y totalitaria. En esta etapa decadente predomina el “deporte nacional” practicado por políticos y militares, tal el de la conquista del poder público con objetivos personales o sectoriales simulando tratar de beneficiar al país. Recordemos que la Argentina llega a ubicarse, a principios del siglo XX, en el 7mo lugar entre los países desarrollados, lo que consigue gracias a Juan B. Alberdi con la Constitución Nacional de tipo liberal, y a Domingo F. Sarmiento, quien impulsa la educación a un nivel masivo. En la actualidad se trata de sustituir tal Constitución mientras que la educación pasa por una severa crisis. Puede considerarse como el inicio de la decadencia la aparición del populismo bajo el gobierno de Hipólito Yrigoyen. Martín Hary escribió al respecto:

“Aquella confusión, en lo que hace al sistema de gobierno, condujo paralelamente a la fagotización del Estado por cada uno de los circunstanciales gobernantes. El asalto, la coptación de estructuras políticas o administrativas del Estado, responde a la lógica del movimientismo: se lucha por «espacios de poder». Los personalismos y los movimientismos conducen no sólo a la destrucción de las Instituciones sino que, además, pervierten al Estado todo, lo vacían de contenido”.

“Desde Yrigoyen en adelante, con raras excepciones, todos los gobiernos han confundido estos dos planos: el de una «maquinaria estatal» que debería ser la estructura permanente y la del gobierno de turno, circunstancial conductor. El Estado debe ser esencialmente autárquico, esto nadie lo entendió. La mayoría de estos gobiernos, desde aquellos años a esta parte, ocupó, invadió, se apropió del aparato del Estado y lo puso a su servicio, en extremos coptando organismos”.

“Yrigoyen llega al gobierno sin plan de políticas de Estado. Hace unos años, en un pequeño libro que trataba sobre Yrigoyen y el krausismo, decía un conocido líder radical: «al asumir don Hipólito se le echó en cara la ausencia de un plan económico, lo cual era totalmente cierto. Pero, agregaba, Yrigoyen venía con su «ética» y con eso le bastaba”. “Durante su primer periodo intervino el gobierno de veinte provincias, quince por decreto, sin acuerdo del Congreso. Cuenta Sebreli que «se negó a que sus ministros asistieran a interpelaciones del Poder Legislativo, el Congreso casi no sesionó. El desaire al Poder Legislativo fue imitado por muchos gobernadores radicales, entre ellos Vera, de Tucumán, que clausuró el Congreso provincial de 1923 haciéndolo desalojar por los bomberos y la policía»” (De “La República que perdimos”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

Yrigoyen fue destituido por José F. Uriburu en 1930, quien simpatizaba con el fascismo. Al respecto, Pablo Mendelevich escribió: “Lo cierto es que ya en el primer golpe compitieron dos generales para derrocar al gobierno radical: Uriburu, un general de aspecto prusiano e ideas fascistas, a quien llamaban «von Pepe» por la germanofilia que había desarrollado como agregado militar en Berlín, y Agustín P. Justo, que pretendía reponer el orden conservador sin exclusión civil y sacarlo del medio a Yrigoyen”.

“Gran parte de esa interna se tramitó antes del 6 de septiembre. Por lo menos Uriburu llegó a la Casa Rosada sin que se le discutiera el mando. Pero algunos de sus arrebatos como presidente, por ejemplo la idea de hacer una reforma constitucional para ir a un régimen de representación corporativa, encontraron en el general Justo un dique”. “Cuando Uriburu llegó al poder con todo su envión mesiánico, cerró el Congreso, impuso el estado de sitio e intervino casi todas las provincias. Luego le dio cabida a la Legión Cívica Argentina, una agrupación pronazi que actuaba como grupo de choque callejero” (De “El final”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

Los restantes gobiernos de la década de los 40 muestran una fuerte tendencia fascista y nazi, tal es así que la Argentina mantiene su neutralidad, durante la Segunda Guerra Mundial, declarándole la guerra a Alemania y sus aliados solo al final del conflicto. También el peronismo fue un movimiento inspirado en el fascismo. Mauricio Rojas escribió: “Perón volvió a la Argentina a comienzos de 1941, convencido de la inevitable victoria de las potencias del Eje y profundamente impresionado, sobre todo, con la personalidad y las políticas sociales de Mussolini. En el fascismo europeo Perón había encontrado la fórmula mágica que, según creía, podría transformar la Argentina en una nación poderosa, capaz de afirmar su independencia contra todo y todos”.

“La influencia fascista se tornó visible en las ideas de Perón sobre una sociedad corporativa -«la comunidad organizada», como la llamaría- basada en la cooperación, controlada por el Estado, entre los diferentes grupos e intereses de la sociedad. Lo mismo sucedió con la idea de un desarrollo económico introvertido con un espíritu de autosuficiencia o autarquía tan típico del totalitarismo del momento. Sin embargo, la influencia del fascismo no se refería en menor grado a los métodos, sobre todo a la necesidad de ganarse a las clases trabajadoras y formar un movimiento de masas dinamizado por un fuerte culto al líder. Este descubrimiento de la importancia potencial –en particular- de la clase obrera constituyó la gran innovación de Perón y el motivo decisivo de su éxito futuro” (De “Historia de la crisis argentina”-Editorial Distal-Buenos Aires 2001).

Con la derrota del fascismo y del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, un sector de la población comienza a identificarse con los movimientos marxistas que trataban de llegar al poder ya sea derribando gobiernos militares o democráticos a fin de imponer el comunismo en todo el mundo. Pablo Giussani escribió: “Podríamos haber recorrido de cabo a rabo el Uruguay del gobierno colegiado, la Venezuela de Betancourt, la Argentina de Illia y la Italia de Andreotti sin que nuestra experiencia sensorial de las cosas descubriera el menor indicio de un Estado fascista. Y, sin embargo, había en todos esos países centenares o millares de jóvenes consagrados, sacrificada y abnegadamente, a formas de lucha armada contra el fascismo”. “El extremismo revolucionario […] explicaba: el detalle de que el fascismo no se vea no significa que no exista. Lo que ocurre es que está enmascarado. Es una de sus malditas astucias. Estas instituciones democráticas no son sino apariencias, un disfraz del que se sirve para confundir a la gente”.

“El razonamiento, mil veces repetido y mil veces escuchado a lo largo de las últimas dos décadas en todos los ámbitos de la extrema izquierda latinoamericana, continuaba con la presunción de que, si todo el pueblo tomara conciencia del fascismo escondido tras las apariencias democráticas, respondería en masa al llamado a la resistencia” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

jueves, 28 de noviembre de 2013

Deísmo vs. teísmo

Para describir las diferencias existentes entre las posturas deístas y teístas, dentro del cristianismo, resulta conveniente hacer una analogía entre las posturas liberales y socialistas en cuanto al rol del Estado y del individuo. Así, mientras que el liberalismo propone un Estado mínimo que establezca y garantice las reglas para la actividad económica promovida por los individuos, el socialismo propone un Estado poderoso que monopolice totalmente las actividades económicas reduciendo significativamente el accionar individual. Luego, la postura deísta se asemeja al liberalismo por cuanto sostiene que las leyes naturales que rigen todo lo existente hacen innecesaria la intervención de un Dios exterior al mundo, mientras que la postura teísta supone que un Dios personal interviene en la humanidad a través de la revelación e incluso en forma casi cotidiana a través de los milagros.

También la analogía se mantiene en cuanto a la posible influencia que ambas posturas producen en el comportamiento individual, ya que, cuando todo depende del Estado, o de las decisiones de Dios, menor predisposición tendrá todo individuo a tratar de realizar acciones creativas predominando una actitud contemplativa. Por el contrario, si está convencido que todo su futuro depende de sus acciones, tratará de adaptarse lo antes posible a las leyes naturales dejando de esperanzarse en las posibles respuestas que dará Dios a sus pedidos y ofrendas.

De todas formas, mientras que la elección entre una economía de mercado o una de tipo socialista depende de las decisiones de los hombres, la forma en que funciona el Universo, ya sea cercano a la visión deísta, o a la teísta, no depende de nuestras decisiones, mientras que su conocimiento implica uno de los grandes objetivos de la humanidad. Es oportuno tener en cuenta que la economía de mercado ha dado mejores resultados que la de tipo socialista, por lo cual ésta fue abandonada en la mayor parte de los países. Quizás sea también la postura deísta la que más convenga al hombre, por lo cual podemos suponer que el mundo está hecho de tal manera que de dos alternativas posibles, la naturaleza ha elegido la que mejor conviene al desarrollo pleno del hombre.

En cuanto al significado de deísmo y teísmo, José Ferrater Mora escribió: “Se suele entender hoy por «deísmo» la afirmación de la existencia de un Dios aparte de cualquier revelación. Este Dios es concebido primariamente como principio y causa del universo. Se trata del mismo Dios afirmado por la llamada «religión natural» (o también «religión racional» en la medida en que se identifican «razón» y «Naturaleza»). En consecuencia, el Dios de los deístas tiene poco –si es que tiene algo- que ver con una Providencia y nada tiene que ver con la gracia. Es un Dios racional, que puede llegar a identificarse con una Ley (en el sentido racional-natural del término «ley»)”.

“El deísmo tiende a equiparar la ley divina con la ley natural. Con ello, según los teístas, ha desembocado en una negación del carácter personal de Dios. Pero la negación de este carácter personal equivale, al entender de los teístas, a la negación de la existencia misma de Dios. Por eso los deístas fueron denunciados por los teístas como ateos”. “El teísmo sostiene que Dios es una persona. Sostiene, además, que Dios gobierna al mundo. Admite por ello la providencia y la revelación. Para los teístas, la verdad revelada no puede reducirse a una verdad racional, conocida en principio por todos los seres humanos” (Del “Diccionario de Filosofía”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Puede establecerse una definición breve de ambas posturas de la siguiente forma:

Deísmo: Universo = Dios = Naturaleza
Teísmo: Universo = Dios + Naturaleza

Mientras que el teísmo se basa esencialmente en la fe, el deísmo se basa en la razón. De ahí que tenga importancia para el teísta la creencia en Dios de las personas, ya que, por lo general, asocia la creencia a la virtud. Por el contrario, para el deísta tiene mayor importancia saber cómo funciona el mundo real para una adaptación al mismo. Además, el teísta tiende a someterse intelectualmente a la tradición religiosa y a la jerarquía eclesiástica, mientras que el deísta tiende a ser un librepensador.

Uno de los movimientos intelectuales que promovió la postura deísta fue la Ilustración, respecto de la cual Immanuel Kant escribió: “La ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración” (Citado en “Pensamiento cristiano y cultura en Occidente” de Paul Tillich-Editorial La Aurora-Buenos Aires 1976).

Uno de los aspectos que la Ilustración criticó de la Iglesia Católica de la época, era la tendencia del clero a pretender gobernar mentalmente al habitante común, que es uno de los excesos más frecuentes en que se puede caer cuando no se dispone de una cuota de razonamiento sobre acciones y decisiones. La suposición de que alguien no creyera en el Dios del teísmo, implicaba que habría de recibir reproches y ataques inmediatos. Jean Le Rond D`Alembert escribió: “Hay que reconocer que si, en el siglo en que vivimos [el XVIII], el tono de irreligión no cuesta nada a algunos escritores, nada cuesta a otros el reproche de irreligión. Sed cristianos, se podría decir a estos últimos, pero a condición de que seáis lo bastante para no acusar con demasiada ligereza a vuestros hermanos de no serlo” (Del “Discurso preliminar de la Enciclopedia”-SARPE-Madrid 1989).

Si llegamos a definir en una forma concreta a la religión, existirá la posibilidad de ponernos de acuerdo. Tal definición ha de responder a algunas de las siguientes preguntas:

I) ¿Es la religión una competencia de misterios e irracionalidad; y una disputa respecto de la habilidad para conquistar adeptos transmitiendo y convenciendo a la población acerca de la validez de los mismos?
II) ¿O es acaso la religión un camino para “unir a los adeptos” despertando en ellos una actitud cooperativa para consolidar tal vínculo?.

La disputa entre deísmo y teísmo surge bajo la primera posibilidad mencionada, mientras que deja de existir en cuanto se considera la segunda posibilidad, por cuanto no existe una estrecha relación entre creencia religiosa y comportamiento ético. Una postura filosófica de validez personal o sectorial nunca debería considerarse una “religión”, ya que para ello debería tener un carácter y una validez universal. El establecimiento de tal religión universal ha de consistir en encontrar y transmitir la información necesaria para el resurgimiento ético del hombre, siendo el deísmo, o religión natural, la que presenta una mayor sencillez conceptual y compatibilidad con la ciencia experimental. Miguel de Unamuno escribió: “Creer en Dios es anhelar que le haya y es además conducirse como si le hubiera”.

Respecto a la prioridad del comportamiento sobre la creencia, podemos mencionar la expresión de Cristo: “No todo aquel que dice: «Señor», «Señor» entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt). Bernard Delfgaauw escribió: “El ateismo y la fe en Dios no se revelan simple y únicamente por profesar o no la fe en Dios. No se sabe por la boca, sino por el corazón. Creer en Dios o no creer en Dios, no es cosa que se decida por palabras, sino por acciones y obras”. “De aquí viene que esta dificultad vaya enzarzada con la anterior en que el ateismo del ateo se ponía en tela de juicio en cuanto ateo. Porque es hora de decir que la fe del cristiano se pone asimismo en duda cuando se queda en fe de palabras. Ser cristiano no es cosa de ser miembro de una Iglesia cristiana. No se trata de llamarse uno así, sino de serlo. Si el amor a Dios, según el Evangelio, se reconoce por el amor al prójimo, la verdadera fe en Dios no es lo mismo que profesar de palabra la fe en el Evangelio, sino vivir el Evangelio de corazón. (De “Creyentes e incrédulos”-Ediciones Carlos Lohlé-Bs.As. 1968).

A partir de la prioridad ética sobre la creencia o el razonamiento, podemos interpretar los mandamientos de Cristo considerando que contemplan tanto el aspecto racional del hombre como el aspecto vinculado a su aspecto emocional. Así, el amor a Dios puede identificarse con el “amor intelectual de Dios” propuesto por Baruch de Spinoza, posiblemente el deísta más influyente en la historia del pensamiento. En cuanto al amor al prójimo, debería interpretarse en base a la empatía, como una sugerencia a compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias. De ahí que en base a este último requisito debemos discernir si una persona trata de ser cristiana, al menos, o no. Martín Buber escribió respecto de Spinoza:

“En su teoría de los atributos divinos, parece haberse empeñado en el mayor esfuerzo anti-antropomórfico que haya intentado alguna vez el espíritu humano. Spinoza califica de infinito el número de los atributos de la sustancia divina. Sin embargo, asigna nombre sólo a dos de ellos, «extensión» y «pensamiento» -en otras palabras, el cosmos y el espíritu” (De “Eclipse de Dios”-Ediciones Galatea-Buenos Aires 1955).

En cuanto al bienestar espiritual derivado de su visión del mundo, Baruch de Spinoza escribió: “Después que la experiencia me hubo enseñado que todo lo que ocurre en la vida ordinaria es vano y fútil; después de haber visto que todo lo que para mí era objeto o motivo de temor no contenía nada bueno ni malo en sí, fuera de los efectos que ejercía sobre mi alma, me decidí finalmente a investigar si no habría algo que fuese un bien verdadero, posible de alcanzar y al cual sólo pudiera entregarse el alma una vez rechazadas todas las demás cosas; más aún, si no había algo cuyo descubrimiento y adquisición me diera el goce eterno de una alegría suprema y continua”. “Me di cuenta que estaba expuesto a un grandísimo peligro y obligado a buscar, con todas mis fuerzas, un remedio aunque fuera inseguro, como el enfermo atacado de una enfermedad mortal y que prevé una muerte segura si no recurre a un remedio, se ve obligado a buscarlo con todas sus fuerzas aunque sea inseguro, pues constituye su única esperanza”.

“Me ha parecido que estos males provienen de poner totalmente la felicidad o la desdicha en una sola cosa, es decir, en la cualidad del objeto a que estamos ligados por amor. En efecto, lo que no es amado no engendra nunca disputas, ni produce tristeza cuando perece, ni envidia cuando otro lo posee, ni temor ni odio, en una palabra, conmoción alguna del alma. En cambio, sucede todo esto en el amor de las cosas perecederas, como lo son todas aquellas de que hemos hablado. Pero el amor por una cosa eterna e infinita alimenta el alma con una alegría singular y libre de toda tristeza; lo que hace que sea tan deseable y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas” (Extractos del “Tratado de la reforma del entendimiento”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1989).

martes, 26 de noviembre de 2013

Lógicas múltiples y descalificaciones

Cuando el conocimiento humano estaba limitado a la religión y la filosofía, existía una tendencia a la descalificación del rival por parte de quienes, aduciendo la veracidad absoluta de sus creencias, no tenían otra forma para justificar la superioridad de sus puntos de vista. Incluso en la actualidad las distintas religiones proclaman ser las “verdaderas” por cuanto rechazan toda posible verificación científica. En la Edad Media, algunos pensadores llegaron a considerar la simultánea validez de la verdad religiosa que era diferente a la verdad filosófica. Ludovico Geymonant escribió: “Boecio de Dacia recurre a la teoría de la doble verdad con un intento evidentemente irreligioso. El reconocimiento de la verdad del dogma adquiere en sus obras un tono de homenaje formal a la autoridad eclesiástica y el efectivo interés del autor aparece con claridad dirigido a la única verdad a la que éste atribuye real importancia: la del filósofo”.

“También Santo Tomás difiere de Alberto Magno. Admite dos caminos para alcanzar la verdad: uno representado por la fe, el otro por la razón. Pero el primero es de orden sobrenatural, no está sujeto a error; el segundo, en cambio, por su naturaleza, puede llevarnos a juicios ilusorios o equivocados. Por lo tanto es necesario siempre que esto sea posible, asumir la fe como criterio de verdad de la razón. Si las conclusiones de la una coinciden con las de la otra, estamos seguros de que nuestro razonamiento ha sido exacto; si están en desacuerdo, estamos seguros de que nuestro razonamiento oculta alguna inexactitud, y por lo tanto tenemos el deber de volver a hacerlo tantas veces como sean necesarias, para lograr corregir el error cometido. A pesar de esa superioridad de la fe sobre la razón –o sea, a pesar de que la fe religiosa constituya en última instancia el juez supremo de las verdades filosóficas-, la filosofía también puede prestar preciosos servicios al conocimiento de las verdades de la fe, o sea, a la teología”.

“Además, existen zonas de verdad revelada, inaccesibles a la razón; los problemas que entran en ella no pueden ser resueltos con puras argumentaciones humanas. Frente a tales problemas la razón sólo tiene una tarea: la de reconocer su propia incompetencia” (De “Historia de la Filosofía y de la Ciencia”-Crítica-Barcelona 1998).

La descalificación del rival intelectual presenta dos etapas: primeramente se acepta la existencia de diversas verdades para, seguidamente, declarar la superioridad de una de ellas sobre las demás en caso de que no coincidan. De ahí que podamos distinguir algunos casos de polilogismo, o de lógicas múltiples, algunos vigentes en la actualidad:

a) Existiría una verdad religiosa distinta y superior a la filosófica y a la científica
b) Existiría una verdad aria distinta y superior a las de las “razas inferiores”
c) Existiría una verdad proletaria distinta y superior a la verdad burguesa

Debe mencionarse que la religión se fundamenta en la fe, la filosofía en la razón y la ciencia en la experimentación. Desde el punto de vista prevaleciente actualmente, el de la ciencia, se estima que existen distintas aproximaciones a la verdad única sin interesar su origen. Tal verdad implica la descripción que el hombre realiza respecto a algún aspecto de la realidad. Se admite, además, que la propia ciencia tiene limitaciones, al igual que la religión y la filosofía, emitiendo un “no lo sabemos” antes de dar alguna explicación superficial y, posiblemente, errónea. El Dalai Lama escribió: “Pero el budismo, por su parte, también tiene cosas que aprender de la ciencia. Con frecuencia he dicho que, si la ciencia demuestra hechos que contradicen la visión budista, deberíamos modificar ésta en consecuencia. No olvidemos que el budismo debe adoptar siempre la visión que más se ajuste a los hechos y que, si la investigación demuestra razonablemente una determinada hipótesis, no deberíamos perder tiempo tratando de refutarla. Pero es necesario establecer una clara distinción entre lo que la ciencia ha demostrado de manera fehaciente que no existe (en cuyo caso deberemos aceptarlo como inexistente) y lo que la ciencia no puede llegar a demostrar” (De “Emociones destructivas” de Daniel Coleman-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2003).

En cuanto a los polilogismos de origen totalitario, Ludwig von Mises escribió: “Los economistas habían plenamente demostrado la inanidad e ilusoria condición de las utopías socialistas. Las deficiencias de la economía clásica impidieron a aquellos investigadores evidenciar por qué resultaban impracticables los planes socialistas; ello no obstante, la ilustración de dichos pensadores era más que suficiente para demostrar la inutilidad de todos sus contemporáneos programas socialistas. El comunismo hallábase fuera de combate. Los autores socialistas no sabían cómo replicar a la implacable crítica que se les hacía, ni aducir argumento alguno en defensa propia”.

“Un solo camino de salvación quedaba franco. Era preciso difamar la lógica y la razón, suplantando el raciocinio por la intuición mística. Tal fue la empresa reservada a Karl Marx”. “La razón humana –arguyó- es, por naturaleza, incapaz de hallar la verdad. La estructura lógica de la mente varía según las diferentes clases sociales. No existe una lógica universalmente válida. La mente sólo produce «ideologías»; es decir, con arreglo a la terminología marxista, conjuntos de ideas destinados a disimular y enmascarar los ruines intereses de la propia clase social del pensador. De ahí que la mentalidad «burguesa» no puede interesar al proletariado, esa nueva clase social que abolirá todas las clases sociales y convertirá la Tierra en un auténtico edén”.

“La lógica proletaria, sin embargo, en modo alguno puede ser tachada de lógica de clase”. “Es más, en virtud de específico privilegio, la mente de ciertos escogidos burgueses no está manchada por el pecado original de su origen burgués. Ni K. Marx, hijo de un pudiente abogado, casado con la hija de un junker prusiano, ni tampoco su colaborador F. Engels, rico fabricante textil, jamás creyeron podía afectarles a ellos la aludida condenación, atribuyéndose, por el contrario, pese a su origen burgués, plena capacidad para descubrir la verdad absoluta”. “El pensamiento abstracto es independiente de los deseos del que piensa y de los fines a que aspira. Esta independencia es la que le confiere valor al pensamiento. Los deseos y los fines gobiernan la acción, no el pensamiento puro. Si se estima que la economía ejerce influencia sobre el pensamiento, se invierte el orden de los factores. La economía, como acción racional, depende del pensamiento, no el pensamiento de la economía” (De “La Acción Humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

Debe recordarse que el marxismo fue una construcción filosófica, si bien se ha pretendido hacerla pasar por una postura científica. Toda postura científica, justamente, considera la validez de un enunciado en función de su correlación con la realidad, en forma independiente del origen social o racial de su autor. Una parte importante del pensamiento marxista fue realizada para encubrir sus propios errores previos, surgiendo contradicciones que a la vez sirven para defender la ideología de posibles ataques. Así, si un autor expresa una opinión afirmativa en un escrito y la opinión negativa en otro, sus defensores pueden rebatir eficazmente cualquier tipo de ataque que se le pueda dirigir aduciendo la existencia de la expresión opuesta a la atacada. Ludwig von Mises escribió:

“El materialismo histórico expone la doctrina de la dependencia en que se halla el pensamiento con relación a las condiciones sociales, bajo dos formas, que en el fondo son contradictorias. Conforme a una de ellas, el pensamiento estaría determinado simplemente y de manera inmediata por el medio económico y por el régimen de la producción en que viven los hombres”. “En la concepción marxista, las condiciones de producción se presentan como datos completamente independientes del pensamiento humano. «Corresponden» en cada momento «a una etapa determinada de la evolución» de las «fuerzas productoras materiales» o, en otros términos, «a cierta etapa de la evolución de los medios de producción y de cambio». De la fuerza productora, de los medios de trabajo, «resulta» un orden social determinado. La tecnología revela la posición activa del hombre con relación a la naturaleza, el proceso productivo inmediato de su vida y por ende también «sus condiciones de existencia y las ideas intelectuales que de ella dimanan»”.

Esto implica que el desarrollo de la humanidad no debe contemplarse, según el marxismo, como una evolución biológica seguida por una evolución cultural, sino que debería considerarse como una “historia de la tecnología y de la economía”, no producida por el hombre, sino determinante del hombre en cuanto a sus ideas y a su comportamiento. Por otra parte, se aduce que lo que determina su pensamiento son “los intereses de la clase social”. El ataque de Marx a la economía clásica se formaliza considerándola como una ideología realizada para favorecer los intereses de la burguesía; en contra del proletariado. Ludwig von Mises escribe al respecto: “La mejor refutación a este concepto es el hecho de que la doctrina económica de Marx no es otra cosa que un producto de la escuela de David Ricardo. Toma de ella todos sus elementos esenciales, en particular el principio metodológico que separa la teoría de la política y la exclusión del punto de vista ético. El sistema de la economía política clásica ha sido puesto para defender el capitalismo a la vez que para combatirlo, para predicar el socialismo a la vez que para condenarlo” (De “El Socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).

Incluso la división entre “ciencia proletaria” y “ciencia burguesa” llegó hasta la biología, en pleno siglo XX, tal el caso del biólogo soviético Lisenko cuya genética, incompatible con la establecida por Gregor Mendel, fue aceptada en la URSS por cuestiones ideológicas aunque rechazada por la propia naturaleza.

En cuanto a la prédica marxista, que considera el trabajo del obrero, o del empleado, como el principal factor de la producción, se advierte la negación de otros factores más importantes, como el capital y la información o conocimiento especializado. Ludwig von Mises escribió:

“En la grande y mediana explotación capitalista el trabajador ignora los vínculos espirituales que unen a las diferentes partes de la producción para hacer de ellas un conjunto económico provisto de sentido. Su horizonte como trabajador y productor no va más allá de la tarea particular que le incumbe. Se considera como el único miembro productor de la sociedad humana y ve en todos aquellos que no están sobre las máquinas, como él, o que no acarrean fardos, a simples parásitos, ya sea que se trate del empresario o aun del ingeniero. El empleado bancario cree que solamente él tiene actividad productiva en el banco, que las ganancias que obtiene la empresa son obra suya y que el director, que realiza los negocios, no es sino un perezoso inútil, quien sin perjuicio podría ser sustituido por un individuo cualquiera. Por razón de su mismo cargo el trabajador no puede apreciar las cosas en su conjunto y en sus verdaderas relaciones”. “A este hombre que ignora todo lo concerniente a la economía es a quien la ideología socialista dice: «¡Trabajador! ¡De pie! ¡De pie! Reconoce tu fuerza. Todas las máquinas se inmovilizan si tu poderoso brazo lo desea»”.

Revoluciones y revolucionarios

La revolución, por lo general, es un hecho violento por cuanto enfrenta a dos sectores de una misma población, adquiriendo a veces el carácter de una guerra civil. Como en todo conflicto, puede encontrarse un culpable; pudiendo serlo el sector gobernante, el sector que pretende derrocarlo, o ambos. Quienes buscan el cambio social abrupto, exageran los defectos del sector gobernante, tratando de justificar y de legitimar la acción beligerante. De ahí que, por lo general, se supone que la revolución surge debido a un excesivo dominio del sector gobernante sobre el resto; opinión que no es compartida por todos. Henry Hazlitt escribió al respecto:

“La teoría más común acerca de la Revolución Francesa es que se produjo porque las condiciones económicas de las masas empeoraban sin cesar, mientras el rey y la aristocracia permanecían ciegos a la realidad. Pero Tocqueville, uno de los más agudos observadores sociales de su época, y aun de todas las épocas, dio una explicación exactamente opuesta. Permítaseme exponerla primero tal como la resumió en 1899 un eminente comentarista francés: «He aquí la teoría inventada por Tocqueville…Cuanto más ligero es un yugo, más insoportable resulta: lo que exaspera no es el peso, sino la traba que supone; lo que inspira la rebeldía no es la opresión, sino la humillación. Los franceses de 1789 estaban irritados contra los nobles porque eran casi sus iguales. Son estas pequeñas diferencias las que se nos hacen presentes y, por tanto, las que cuentan. La clase media del siglo XVIII era rica. Su posición le permitía ocupar la mayoría de los cargos, y era casi tan poderosa como la nobleza. Fue este casi lo que la exasperó, y su estímulo la cercanía de la meta, pues son siempre los últimos trancos los que provocan la impaciencia»”.

“He citado este pasaje porque no encuentro la teoría expresada en forma tan adecuada por el propio Tocqueville. Pero tal es en esencia el tema de su obra «L’Ancien Régime et la Révolution» [El Antiguo Régimen y la Revolución], donde ofrece convincente documentación en su apoyo. He aquí un fragmento típico: «A medida que se desarrolla en Francia la prosperidad que acabo de describir, los espíritus parecen, sin embargo, más intranquilos, más inquietos; el descontento público se va agriando cada vez más; el odio a las antiguas instituciones va en aumento. La Nación marcha visiblemente hacia una revolución»”.

“«Es más, las zonas de Francia que habían de ser el foco principal de esta revolución son precisamente aquellas en que los progresos son más notorios…Extrañará tal espectáculo, pero la historia está llena de otros semejantes. No es siempre yendo de mal en peor como se cae en la revolución. Ocurre con mucha frecuencia que un pueblo que ha soportado sin quejarse, como si no las sintiera, las leyes más abrumadoras, las rechaza violentamente en cuanto su peso se aligera. El régimen que una revolución destruye es casi siempre mejor que el que lo ha precedido inmediatamente, y la experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es generalmente aquel en que empieza a reformarse. Solamente un gran talento puede salvar a un príncipe que emprende la tarea de aliviar a sus súbditos tras una prolongada opresión. El mal que se sufría pacientemente como inevitable resulta insoportable en cuanto concibe la idea de sustraerse a él. Los abusos que entonces se eliminan parecen dejar más al descubierto los que quedan, y la desazón que causan se hace más punzante: el mal se ha reducido, es cierto, pero la sensibilidad se ha avivado…»”.

“«En 1790 nadie pretende ya que Francia esté en decadencia; se diría, por el contrario, que no hay en aquel momento límites a sus progresos. Es entonces cuando surge la teoría de la perfectibilidad continua del hombre. Veinte años antes, no se esperaba nada del porvenir; ahora nada se teme de él. La imaginación, apoderándose por adelantado de esta felicidad próxima e inaudita, hace a los hombres insensibles a los bienes que ya tienen y los precipita hacia cosas nuevas»”.

“Las expresiones de simpatía de la clase privilegiada sólo sirvieron para agravar la situación: «Las gentes que tenían más que temer de la cólera del pueblo conversaban en alta voz en su presencia sobre las crueles injusticias de que siempre había sido víctima; se indicaban unos a otros los vicios monstruosos que encerraban las instituciones que más pesadas resultaban para el pueblo: empleaban su elocuencia para describir las miserias y el trabajo mal recompensado de éste; y al esforzarse de este modo para aliviarlo, lo que conseguían era llenarlo de furor»” (De “La conquista de la pobreza”-Unión Editorial SA-Madrid 1974).

Las ideas que favorecen y promueven la división social en dos sectores bien diferenciados, pudieron observarse en el pensamiento de Maximilien Robespierre, uno de los revolucionarios franceses. Gustav Bychowski escribió: “Robespierre, obrando bajo el convencimiento fanático de que él sólo representaba la verdad y la virtud absolutas, vio toda la realidad circundante como un posible instrumento para realizar sus fines superiores y consideró justificado cualquier acto con tal que sirviese a sus propósitos”. “Es evidente que Robespierre clasificaba a todos los hombres en virtuosos o corrompidos. «Sólo hay dos clases de hombres –decía-: la de los corrompidos y la de los virtuosos. No hay que clasificar a los hombres de acuerdo con su riqueza o su categoría social, sino solamente de acuerdo con su carácter». Por virtuosos entendía aquellos que pensaban como él, puesto que él mismo se hallaba ya muy avanzado en el proceso de identificarse con sus ideales. Los ideales de justicia y de libertad fueron, poco a poco, confundiéndose por completo con sus propios ideales”.

“Robespierre fue convirtiéndose gradualmente en un amargo censor de la humanidad. Exageró la existencia del mal, de la oposición y del peligro, hasta tal extremo que prescindió por completo de dar importancia a la virtud, a la cooperación y a la confianza en los hombres. Adquirió la costumbre siniestra de anotar los nombres de las personas que por una u otra razón incurrían en su desagrado. Estas listas de nombres le proporcionaron el material para las futuras ejecuciones. Las listas se hacían cada vez mayores a medida que se hacían también más amargas e intolerantes sus opiniones sobre las diferentes personas”.

“Nunca le fue difícil hallar una justificación a los actos de violencia cometidos en nombre de la virtud y de la libertad. Por otra parte perdonó las conductas más feroces en tanto los culpables le fueran leales”. “Solamente estos hombres conocían lo que el pueblo necesitaba para su felicidad y la forma en que podía ser conseguida. Si el pueblo no coincidía con Robespierre y sus secuaces, respecto a lo que constituía su verdadera felicidad, entonces se haría preciso imponérsela por la fuerza”.

La descripción hecha se adapta bastante a los revolucionarios rusos que actuarán algo más de un siglo después. El citado autor prosigue: “El poder, que había sido arrancado de la monarquía y de las viejas instituciones sociales, se concentró de este modo en las manos de un nuevo grupo dominante que superó a sus predecesores en despotismo y crueldad. Las antiguas diferencias de clase fueron reemplazadas por otras nuevas, a despecho del énfasis ideológico con que se hablaba de la igualdad. Las formas externas de la democracia parlamentaria se conservaron en la Convención, pero las verdaderas decisiones se tomaron siempre por unos pocos hombres que dominaban aquella asamblea”.

El odio personal de Robespierre llegó incluso a determinar la ejecución de su amigo, el también revolucionario Jacques Danton: “En este caso la envidia debió de desempeñar una parte importante, si no la principal, como sucedió también en el caso de Desmoulins, cuyos talentos literarios fueron envidiados por Robespierre. Danton era un gran orador, dotado extraordinariamente con los dones de la elocuencia, y podría haber llegado a desplazar a Robespierre en la admiración del pueblo. En su rabia envidiosa, Robespierre destruyó al rival que personificaba las cualidades de virilidad, optimismo y audacia, deseando tomar venganza en Danton de todas las ofensas que tenía contra quienquiera que fuese y de todos los agravios que había recibido en el pasado, así como el profundo complejo de inferioridad que le abrumaba y del sentimiento de debilidad que no podía vencer” (De “Dictadores”-Editorial Mateu-Barcelona 1963).

Respecto de los resultados que en el largo plazo implicó la Revolución Francesa, Jorge Bosch escribió: “Si nos remontamos a un pasado un tanto más lejano vemos que la Revolución Francesa –la más famosa y paradigmática de las revoluciones voluntaristas- fue realizada en nombre de la sagrada trilogía «libertad, igualdad, fraternidad», pero produjo a corto plazo la vulgar fórmula «tiranía, privilegio, odio», y a largo plazo el imperio napoleónico, la guerra de conquista y la restauración. Sólo después del desastre militar de 1870 pudo Francia organizarse democráticamente, recogiendo los aspectos sensatos y realizables del Iluminismo. La Gran Revolución logró atrasar en un siglo la evolución histórica de un país que en 1789 estaba en condiciones de ponerse a la vanguardia del mundo en el tránsito hacia la democracia y el triunfo de los derechos humanos. Éstos son hechos y evidencias. Sin embargo, la Revolución Francesa continúa ejerciendo una fascinación profunda en las zonas oscuras y cataclísmicas del alma humana” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

A partir de 1917 vuelve a repetirse la barbarie revolucionaria, pero a una escala bastante mayor, ya que las víctimas de la Revolución Francesa se contaban por miles mientras que las producidas por el proceso comunista llegaron a las decenas de millones, si bien en un lapso bastante mayor. Las figuras principales de la Revolución Soviética fueron Lenin, Trotski y Stalin. Orientando sus decisiones, Lenin considera lo advertido por Tocqueville, ya que, para que la toma del poder se prolongue por muchos años, debía imponer un estricto régimen de terror. Al respecto expresó:

“¿Han visto estos caballeros (los antiautoritarios) nunca una revolución? Una revolución es sin duda la cosa más autoritaria que existe; es el acto con el cual una parte de la población impone a la otra su voluntad mediante rifles, bayonetas y cañones –medios autoritarios, si es que éstos existen; y si la parte victoriosa no quiere luchar en vano, tiene que mantener su dominio mediante el terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿Hubiera durado un solo día siquiera la Comuna de Paris, si no hubiera hecho uso de la autoridad del pueblo armado contra la burguesía? ¿No debemos más bien nosotros reprocharle el no haberla usado suficientemente?” (Citado en “Usted puede confiar en los comunistas” de Fred Schwarz-Prentice Hall Inc.-EEUU 1957).

Por lo general, se supone que Stalin se desvió del comunismo leninista para llegar a producir las catástrofes sociales más graves en toda la historia de la humanidad. Sin embargo, varias opiniones confirman que en realidad seguía los planes establecidos por su antecesor. Alfredo Sáenz escribió: “En la actualidad se tiende a calificar la época stalinista como un periodo especialmente cruel que hizo añorar la época de Lenin. Con todo, según advierte Solzhenitsyn, el completo periodo staliniano es una continuación directa de la era de Lenin. «Jamás existió el stalinismo –afirma-. Este fue ideado por Kruschev y su grupo para endosarle al stalinismo todas las características y los principales defectos del comunismo. Fue una movida muy eficaz. Pero, en realidad, Lenin había logrado dar forma a todos los aspectos principales antes que Stalin se presentara en escena. Fue Lenin el que engañó a los campesinos respecto de sus tierras. Él fue quien convirtió a los sindicatos en órganos de opresión. Él fue quien creó la Tcheka, la policía secreta. Él fue quien creó los campos de concentración….La única cosa nueva que Stalin hizo estaba basada en la desconfianza. En donde habría bastado –para infundir un temor general- con encarcelar a dos personas, arrestaba a cien. Y los que siguieron a Stalin sencillamente han vuelto a la táctica anterior: si hay que mandar dos personas a la cárcel, entonces mandaban dos, no cien»”.

“La hija de Stalin lo dejó dicho con absoluta claridad: «Mi padre fue el instrumento de una ideología. Pero los fundamentos del sistema de partido único, de terror, de la prohibición de albergar otras opiniones, son obra de Lenin. Él es el verdadero padre de todo lo que Stalin, más tarde, desarrolló hasta los máximos límites. Todas las tentativas de blanquear a Lenin, de hacer de él a un santo, son inútiles: han quedado 50 años de historia atrás para probarnos lo contrario. Stalin no descubrió nada, ni siquiera `combinó`. Recibió de Lenin, como herencia, un régimen comunista totalitario, del cual fue él la encarnación ideal, personificación completa de un poder sin control del pueblo, basado en la supresión de millones de seres humanos»” (De “De la Rus` de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).

En cuanto a la ideología que fundamentó la acción de los revolucionarios, Alfredo Sáenz escribió: “El marxismo en el poder muestra una admirable continuidad doctrinal en lo sustancial, a pesar de sus aparentes virajes y cambios de figuras. Esa continuidad se basa en la certeza de que la razón histórica está de su parte. Se sabe «la» verdad, la única verdad, junto a la cual no puede haber «verdades concurrentes», como pensarían los liberales. Su sistema político es único, puesto que la existencia de competidores en la polis tendría por corolario la concurrencia de ideas; y la verdad, cuando proviene de la fe –en este caso, la fe marxista- es indivisa e indiscutible. Como bien lo sostiene H. Carrère d`Encausse, de la opción inicial de Lenin, a saber, un gobierno en manos exclusivas de un Partido en nombre de una necesidad histórica, de la que dicho Partido será al mismo tiempo la expresión, el árbitro y el garante, deriva el entero sistema soviético tal como fuera organizado: un partido único, monolítico, «una única ideología» encargada de custodiar el monopolio de «una única verdad»”.

Los revolucionarios, en lugar de buscar los defectos humanos en ellos mismos, siempre los buscan en los demás. Los exageran y los sobreestiman, por lo que también se convierten en victimas del odio y de la violencia. Cuando los revolucionarios marxistas encuentran una forma de corrupción en el simple intercambio comercial entre dos ciudadanos, comienza el proceso de decadencia social que incluso lleva a toda una nación a vivir bajo las decisiones de tan perturbados personajes.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Concordia y discordia en política

Cuando existen divisiones y antagonismos entre diversos sectores de la población, por cuestiones de política, debemos buscar las causas psicológicas que favorecen tanto la concordia como la discordia, para favorecer a la primera y desalentar a la segunda. Por lo general, lo que provoca los conflictos es la divergencia de actitudes y pasiones por cuanto las ideas políticas surgen como consecuencia de las predisposiciones, positivas o negativas, predominantes en los distintos individuos.

Lo que une a las personas es la posibilidad de compartir las penas y las alegrías de los demás, mientras que resulta difícil compartir los sentimientos negativos asociados a la burla o la envidia. La concordia es un acuerdo que proviene de compartir penas y alegrías, mientras que la discordia proviene del rechazo de las actitudes del otro sector, del cual no puede compartirse sentimiento alguno. La concordia une a las personas en un sector social mientras que las actitudes negativas las reúne en otro sector.

Entre los integrantes del primer sector predominan las actitudes cooperativas, mientras que en el segundo predominan las actitudes competitivas. De ahí que raramente aquellos podrán compartir el odio predominante en el segundo sector, por lo que aparece cierta incompatibilidad esencial que impide cualquier forma de comunicación entre los integrantes de ambos sectores, produciéndose una fractura social. Podemos hacer un esquema de ambos grupos:

a) Grupo cooperativo: sus integrantes tienden a unirse compartiendo las penas y las alegrías ajenas. En política reconocen a aliados y a adversarios (quienes comparten objetivos pero difieren en cuanto a los métodos)
b) Grupo competitivo: sus integrantes tienden a reunirse compartiendo objetivos agresivos hacia los integrantes del grupo cooperativo. En política reconocen a amigos y enemigos (con quienes no mantienen objetivos comunes)

Por lo general, los políticos que pretenden lograr el apoyo del sector cooperativo se dirigen a sus integrantes promoviendo un futuro de acción conjunta con los adversarios ocasionales, lo que constituye una actitud democrática, mientras que los políticos que pretenden lograr el apoyo del sector competitivo se dirigen a sus integrantes promoviendo futuros conflictos con el sector enemigo, lo que caracteriza a los movimientos populistas y totalitarios. Sin un enemigo a quien odiar, o a quien calumniar o difamar, poco les queda para ofrecer. Así, si a la ideología nazi se le quita toda referencia a las “razas inferiores”, poco queda de ella. Si a la ideología marxista se le quita toda referencia al sistema capitalista y a las “clases sociales incorrectas”, nada queda de ella.

La mayor fractura social que se produjo en la Argentina provino del peronismo, división que ha sido reeditada por el kirchnerismo, mediante sus continuos ataques hacia el sector cooperativo y democrático. Perón, que simpatizaba con el fascismo y el nazismo, considera como enemigo a la “oligarquía nacional” colaboradora del imperialismo yankee. De ahí que todo opositor, si no era oligarca, se lo consideraba afín a la oligarquía y, por lo tanto, un enemigo. En forma similar, el kirchnerismo, que simpatiza con el marxismo, tiende a unificar como enemigo a todo aquel que no adhiera a tal movimiento.

El que tiene poco éxito económico, y renuncia a todo progreso futuro, es posible que se considere peronista o kirchnerista, con la esperanza de que el Estado redistribuya las riquezas ajenas. Para ello está motivado, a veces, no tanto por una imperiosa necesidad material, sino porque al reducir el nivel económico del sector productivo, aliviará en cierta forma el malestar que le provoca la desigualdad económica y la envidia asociada a la misma.

En el siglo XVIII, Adam Smith tenía en cuenta el comportamiento cooperativo de los seres humanos. Al respecto, Mariano Grondona escribió: “Smith empieza por considerar, primero, el sentimiento de la «simpatía». ¿Por qué habla de sentimientos? Esto coincide con la «escuela escocesa del sentido común», que afirma que el hombre tiene un sentido moral («moral sense») intuitivo, no «racional». Para Smith, el primero de esos sentimientos es la simpatía: «La simpatía es aquella facultad por la cual podemos entrar en los sentimientos de otro»”.

“Por ejemplo, si yo veo a alguien a quien le cometen una injusticia, él siente un sentimiento de indignación y yo lo comparto, salvo que él exagere ese sentimiento, pues entonces ya no podría «entrar» ahí. Si yo experimento una sensación aguda de dolor, nada me es más grato que tú simpatices conmigo”. “El primer sentimiento que Smith advierte es un sentimiento de solidaridad en el hombre, que sale de sí mismo para compartir la situación de otro”.

“¿Cuándo puedo entrar en el sentimiento del otro? Cuando lo expresa en forma apropiada. Cuando el otro exagera su dolor, su expresión ya no es apropiada («proper»). Cuando se vive en sociedad, el que experimenta una pasión a veces no puede ser seguido por otros”. “Entonces, si yo tengo un sentimiento agudo que me aqueja, que me perturba, cuando lo expreso ante el grupo social con el cual convivo, tengo que bajar el tono de ese sentimiento porque si no lo hago los demás no pueden entrar en él. Si yo expreso «todo» el sentimiento que tengo, te impido entrar. He de expresarlo hasta donde te sea posible acompañarme. A la vez, a ti el sentimiento de simpatía te hará salir de tu indiferencia para «subir» a la altura hasta la cual yo «bajé». Esto se llama «concordia». La con-cordia (es decir, «corazones con….» otros) es un doble movimiento –de subir y bajar- hasta que se produce la armonía” (Extractos de “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

El sector populista y totalitario por lo general se atribuye la misión de defender los derechos humanos. Sin embargo, cuando en la Argentina se habla de tales derechos, por lo general se hacer referencia a los derechos a la vida que tenían los guerrilleros de los setenta, cuyas mentes y corazones fueron llenados de odio por los ideólogos marxistas que aun hoy perseveran en la siembra de tal actitud. Por el contrario, el sector democrático es considerado por tales ideólogos esencialmente como sub-humanos, por cuanto a los más de 1.500 argentinos asesinados por la guerrilla nunca se les reconoció ningún derecho a la vida, porque a sus asesinos ni siquiera se los considera como tales, por cuanto, aparentemente, actuaron en forma “ética”. Recordemos que Lenin expresó: “Moral es lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario”.

Gran parte de la sociedad argentina no tiene ningún inconveniente en apoyar electoralmente a partidos políticos que en sus filas militan algunos terroristas de los setenta que nunca han mostrado el menor arrepentimiento por sus actos. Recordemos que Montoneros impuso una especie de ritual de iniciación en la guerrilla que consistía en asesinar a traición a algún policía, fuera de toda acción bélica (como lo hizo el Che Guevara quien asesinó con su propia arma a 216 personas; ninguna en combate), para robarle el arma y el uniforme. Ramón Genaro Díaz Bessone escribió:

“En el lenguaje de los subversivos «desarme» es la operación de asesinar a un policía y robarle el arma y el uniforme. Para ello, el lugar y momento apropiado, en particular de noche, un jovencito o una jovencita se aproximaba como un transeúnte común, y al llegar a la altura del agente público, desenfundaba rápidamente un revólver o pistola y mataba al policía. Esta era una de las exigencias básicas para ser aceptado como soldado en el ejército subversivo. El Agente o Suboficial de baja graduación de la Policía, normalmente custodiaba una sede diplomática, un consulado, o estaba de servicio en una esquina; con su modesto sueldo este policía mantenía a su familia, tenía hijos pequeños. Hasta 1977 se contaban 372 policías en todo el país víctimas de estos «desarmes». Sus camaradas, llegado el momento, combatieron sin cuartel y duramente a la subversión, cumpliendo con su deber” (De “Guerra revolucionaria en la Argentina (1959-1978)”-Círculo Militar-Buenos Aires 1988).

El desprestigio sufrido por la Argentina en el exterior se debe a que los sectores de izquierda olvidaron relatar las acciones criminales por ellos emprendida, haciendo creer al individuo inadvertido que la lucha contra la subversión implicó “una matanza por parte de los militares a jóvenes indefensos que trataban, mediante sus ideas, de lograr un mundo mejor”. Adviértase que, en el caso citado de los policías, no se necesitaba orden alguna para atacar a los terroristas por cuanto se trataba de la elemental y natural lucha por la supervivencia. Tal reacción se llevó a cabo con todos los excesos y con toda la ilegalidad que cabe imaginar.

Como se dijo antes, las ideas políticas surgen de los aspectos emocionales de los individuos. De ahí que el sector cooperativo tenga la predisposición a seguir las prédicas cristianas, ya que el “amarás al prójimo como a ti mismo” puede interpretarse como un “compartirás como propias las alegrías y tristezas ajenas”. Por el contrario, el sector populista y totalitario tiene como a uno de sus héroes máximos a Ernesto Che Guevara, quien escribió: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Mensaje a la “Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina”. Abril de 1967).

Mientras el fundador del liberalismo, Adam Smith, contempla los aspectos psicológicos básicos de la cooperación, coincidiendo esencialmente con las prédicas cristianas, el sector totalitario rechaza tanto al liberalismo como al cristianismo para identificarse con la prédica guevarista. De ahí que la fractura existente en la Argentina se da tanto a nivel social como a nivel intelectual, lo que no debe extrañar a nadie.

Actualmente, los sectores totalitarios no han cambiado esencialmente de opinión, sino de táctica. En lugar de tratar de llegar al poder a través de las armas, tratan de hacerlo adoptando una máscara democrática. Debido a que la acción de destruir resulta más sencilla que la de construir, la lucha ideológica emprendida consigue éxitos parciales. Antonio Gramsci escribió: “La intelligenza tiene que apoderarse de la educación, de la cultura y de los medios de comunicación social para desde allí apoderarse del poder político y con el poder político dominar la sociedad civil” (De “política y sociedad”-Editorial Centro Gráfico Limitada-Santiago 2006).

martes, 19 de noviembre de 2013

Inducción de la personalidad

Las respuestas emocionales son descriptas en base a la empatía, fenómeno psicológico que nos permite compartir las penas y las alegrías ajenas, o cambiar penas y alegrías ajenas por alegrías y penas propias (empatía negativa), o siendo indiferentes a las mismas (empatía nula). Sin embargo, previamente a estas posibles respuestas, ha existido un pequeño cambio en nuestra propia actitud característica, ocasionado por la presencia o la referencia de otras personas, que nos llevará a responder bajo alguna de las formas descritas. Los conceptos mencionados fueron definidos por Baruch de Spinoza en el siglo XVII: “Por alegría entenderé, pues, en lo que sigue, la pasión por la cual pasa el alma a una mayor perfección”. “Además, llamo al afecto de la alegría, referido simultáneamente al alma y al cuerpo, placer o regocijo”. “Tristeza es la pasión por la cual pasa el alma a una menor perfección”. “Llamo al afecto de la tristeza, dolor o melancolía”.

La tristeza y la alegría, mediante la empatía, se transmiten entre las personas, de donde vienen el amor y el odio. Spinoza escribe respecto del amor: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza: y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”. Y respecto del odio: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según mayor o menor el afecto contrario sea en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).

Si no existiese una respuesta típica en las personas, seria imposible conocerlas e incluso nos veríamos imposibilitados de predecir comportamientos simples. De ahí que podamos confiar en la existencia de una respuesta, o actitud característica, definida como la relación entre respuesta y estímulo:

Actitud característica = Respuesta / Estímulo

Esta relación (Respuesta/Estímulo) es justamente la “ley natural” que caracteriza, como principal atributo, a todo lo que existe, ya se trate de materia o se trate de la vida. Al adoptar este atributo en la descripción del hombre, se emplea en Psicología Social algo utilizado ampliamente en las ciencias naturales (física, biología, principalmente). El estímulo, en nuestro caso, será algo que le sucede a otra persona y ese hecho provoca una respuesta en uno mismo. Al definirlo de esta forma, una respuesta (R) se obtiene “amplificando” al estímulo (E) a través de la multiplicación por (A), es decir, R = A x E.

Podemos graficar sobre un eje horizontal, graduado numéricamente, los estados anímicos de una persona, correspondiendo a la alegría los estados positivos y a la tristeza los negativos. La actitud característica, entonces, aparece representada por un punto sobre tal eje graduado con cierta posibilidad de desplazarse a ambos lados. Así, cuando la persona referida encuentra a otra de su agrado, el punto representativo se moverá un tanto a la derecha, como es el caso de los niños pequeños que permiten que surja lo mejor de nosotros. Por el contrario, una persona que nos desagrade, tiende a que el punto representativo se mueva a la izquierda, impidiendo que de nosotros salga lo mejor, e incluso favoreciendo lo contrario.

Veamos un ejemplo concreto: cuando la persona X encuentra a alguien de su agrado, la relación entre respuesta y estimulo, es decir, su actitud característica Ax será:

Ax = 3/3 = 1 (Comparte alegría)

Ax = -2/-2 = 1 (Comparte pena)

Esto significa que si la persona de su agrado tiene un estado de felicidad de 3 unidades, X responderá con un estado similar, mientras que, al tener esa otra persona un estado de felicidad negativo (-2) (sufrimiento), responde con un estado similar. También es posible, respecto de otra persona por quien X sienta un amor más intenso:

Ax = 6/3 = 2

Ax = -4/-2 = 2

Decimos que en este caso se ha duplicado la respuesta, respecto del caso anterior. En cuanto a la persona Y, podrá actuar así:

Ay = -3/3 = -1 (Siente envidia)

Ay = 1/-1 = -1 (Posibilidad de burla)

La persona Y es una persona “negativa” por cuanto cambia la tendencia natural hacia los estados crecientes de felicidad, porque cambia la felicidad ajena por infelicidad propia.

No es necesario que la actitud característica nos dé siempre un número constante, como se ha visto. La realidad no responde rigurosamente a este nivel de precisión o exactitud, pero es un concepto que puede ayudar a establecer una aceptable descripción del comportamiento humano.

Los distintos individuos cambiamos nuestra respuesta característica alrededor de un estado medio, en una determinada etapa de nuestras vidas. A la tendencia a movernos hacia estados de mayor felicidad podemos asociarla a un desplazamiento hacia la derecha del gráfico, mientras que la tendencia a la competencia implica que algunas personas tratan (o desean) desplazar a la vez hacia la izquierda a quienes los superan. No todo el que sufre siente odio, ya que muchos tienen dignidad para soportar el sufrimiento y lo utilizan para descubrir los aspectos profundos del ser humano, haciéndolos crecer interiormente, encontrando posteriormente un aceptable nivel de felicidad.

Mientras que la empatía implica un cambio en nuestro estado de ánimo según lo que le acontezca a otras personas, denominamos inducción de la personalidad al desplazamiento del punto representativo según cuánto nos agraden o desagraden otras personas. La inducción de la personalidad es, posiblemente, uno de los fenómenos de mayor importancia en Psicología Social, ya que es el fenómeno por el cual la influencia del medio social afecta a nuestra propia personalidad. Podemos denominarlo también como inducción o cambio de nuestra actitud característica ante la presencia o la referencia de otra persona. El cambio circunstancial puede ser pequeño o grande, pero, debido a que tenemos memoria, podrá convertirse en permanente. Podemos expresarlo de la siguiente manera:

A = Ao + ∆A

Este cambio ∆A es el que permite lograr el mejoramiento de las personas, o su empeoramiento, y se produce alrededor de una respuesta típica predominante en una etapa de nuestra vida. Baruch de Spinoza escribió: “El hombre es afectado por la imagen de una cosa pretérita o futura con el mismo afecto de alegría o tristeza que por la imagen de una cosa presente”. “La esperanza no es nada más que una alegría inconstante nacida de la imagen de una cosa futura o pretérita de cuyo suceso dudamos. El miedo, por el contrario, es una tristeza inconstante nacida también de la imagen de una cosa dudosa. Además, si se quita de estos afectos la duda, de la esperanza resulta la seguridad y del miedo la desesperación; es decir, una alegría o una tristeza nacida de la imagen de una cosa que hemos temido o esperado”.

No solamente se produce la inducción de la personalidad, o cambio de nuestra actitud característica, ante la presencia o la referencia de personas determinadas, sino que incluso el medio social nos predispone al cambio, tanto si se trata de un cambio positivo como negativo. Por ejemplo, consideremos un caso frecuente, en la Argentina, cuando en horarios de mucho tráfico vehicular, algunos automovilistas detienen su automóvil en doble fila, perturbando sensiblemente el tránsito normal y favoreciendo el inicio de cierto caos vehicular. Además de proceder de esa forma, muestran una actitud de indiferencia total por los efectos que sobre los demás provoca su acción. Tal comportamiento típico tiende a mal predisponer al resto de los automovilistas que tienden a reaccionar con cierta violencia ante tal actitud descarada. Incluso en Buenos Aires algunos estacionan tranquilamente frente a garages impidiendo la entrada y la salida de vehículos. El egoísmo extremo tiende a promover respuestas violentas en la gente que se cansa de tener que tolerar cotidianamente conductas antisociales.

También el fenómeno de la inducción de la personalidad adquiere importancia dentro del hogar, cuando algunos padres tratan de imponer a sus hijos sus propias personalidades sin reconocer la esencial individualidad que caracteriza a todo ser humano.

Ya que tanto la empatía positiva como la negativa producen alegrías y tristezas, hay personas que apuntan a la negativa. Este es el caso del fútbol cuando, por ejemplo, un simpatizante de River se siente mucho mejor cuando pierde Boca que cuando gana su propio equipo, y viceversa. Sin embargo, en el largo plazo, la empatía positiva logra mayores niveles de felicidad, ya que “alegría compartida es doble alegría y dolor compartido es medio dolor”. Por el contrario, el que festeja y se burla del mal ajeno, en otra circunstancia sentirá envidia por el éxito de los demás, por lo que se autocastiga en forma cercana y permanente. Puede decirse que el odio es como el consumo de drogas, ya que en un primer momento el individuo se siente en la cima del mundo cuando ha podido burlarse, difamar y degradar a sus rivales para luego caer bajo el efecto negativo de la envidia.

En política ocurre algo similar, especialmente en el caso de la izquierda marxista, que sólo busca la destrucción del sistema capitalista (o economía de mercado) para imponer una supuesta igualdad. Alexis de Tocqueville escribió: “Mientras la revolución democrática se hallaba en plena efervescencia, los hombres ocupados en destruir los antiguos poderes aristocráticos que querían impedirla, mostraban un gran espíritu de independencia, pero a medida que la victoria de la igualdad se hacia más completa, se abandonaban poco a poco a las inclinaciones propias de esa misma igualdad y reforzaban y centralizaban el poder social. Quisieron ser libres para poder ser iguales, y a medida que la igualdad se iba estableciendo con la ayuda de la libertad, la libertad se les hacia más difícil” (Citado en “Iluminismo y política” de Rubén Calderón Bouchet”-Editorial Santiago Apóstol-Buenos Aires 2000).

jueves, 14 de noviembre de 2013

Modelo de sociedad

Si bien disponemos individualmente de una visión de lo que la sociedad es, y de lo que debería ser, el conjunto de las ciencias sociales carece de un modelo de sociedad que sea aceptado masivamente, aunque la mayor parte de la información necesaria para su construcción se encuentre dispersa en los distintos sectores de una biblioteca.

Puede decirse que una sociedad es un conjunto de individuos que comparten objetivos comunes, por lo que un modelo de la misma ha de surgir de los atributos de sus integrantes; atributos que permitirán, o no, conformar una sociedad. En el caso negativo, se tratará simplemente de un conglomerado humano con escasa interacción social, o con una interacción poco cooperativa. De ahí que la base de un modelo de sociedad ha de estar constituida por un modelo psicológico que describa la personalidad individual.

El primer aspecto a considerar ha de ser el de la determinación de las tendencias generales de la interacción social, entre las cuales encontramos la cooperación y la competencia. Para que la descripción abarque todas las situaciones posibles, es necesario agregar la predisposición asociada a los individuos poco sociables que no responden a ninguna de las dos orientaciones mencionadas, quedando entonces: a) Cooperación, b) Competencia, c) Indiferencia social. Al respecto, William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escribieron:

“En toda vida de grupo hay fuerzas operantes que dividen o que unifican. La gente se casa o se divorcia, trabaja o va a la huelga, forma hermandades religiosas o se lanza a luchas sectarias. Por ello, la organización social de una comunidad en un tiempo dado representa el equilibrio entre las fuerzas centrifugas y centrípetas”. “A estas tendencias de la vida del grupo, modos fundamentales por los que los hombres actúan unos sobre otros, les aplicamos el nombre de procesos sociales. Cuando los hombres trabajan juntos para obtener metas comunes, su comportamiento se llama cooperación. Cuando se oponen unos contra otros, su conducta recibe el nombre de oposición. La cooperación y la oposición son los dos procesos básicos de la vida de grupo” (De “Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1959).

Es oportuno considerar los atributos adquiridos por el hombre bajo la etapa de la evolución biológica y que le permiten iniciar la etapa de la evolución cultural, proceso que acelera el ritmo de adaptación al orden natural y le confieren a la humanidad sus características propias que la distinguen de todas las demás especies. Thomas Grüter escribió: “Varios investigadores, entre ellos Steven Pinker, de la Universidad de Harvard, suponen que los antepasados del hombre moderno debieron encontrar y ocupar en el transcurso de la evolución un nicho ecológico novedoso, el nicho cognitivo. Pinker describió en 2010 tres grupos de capacidades humanas, las cuales se refuerzan en forma reciproca:

1- La invención y utilización de herramientas especializadas. Esta capacidad requiere un control flexible de las manos, así como una precisa coordinación espacial y temporal entre el ojo y la mano.
2- Una cooperación de confianza con los congéneres más próximos, pero también con los no emparentados, para la caza, la crianza conjunta de los niños, la repartición del botín, la lucha o el comercio con otros grupos. Ello comporta un sentido de justicia muy desarrollado, una comprensión mutua y la capacidad de ponerse en el lugar de otro.
3- Un lenguaje con una gramática elaborada. Sólo así pueden transmitirse con sentido los más dispares conceptos –casi en cualquier contexto y combinación- a otras personas” (De “Mente y Cerebro” Mayo/Junio 2013 Nº 60-Prensa Científica SA-Barcelona).

En cuanto a las capacidades mencionadas, puede decirse que la aptitud para producir herramientas tanto como aquella para comunicarse con los restantes miembros de un grupo, son posibilitadas por el proceso imaginativo. Tal proceso requiere de una memoria que le permite al hombre realizar comparaciones y agrupamientos aun cuando no intervengan los sentidos. Este tipo de razonamiento, “con los ojos cerrados”, caracteriza la vida inteligente y posibilita el inicio de la evolución cultural, que consiste esencialmente en la adquisición de información del medio circundante para ser luego transmitida al resto mediante el lenguaje.

Cuando hablamos de la cultura, no debemos olvidar el contexto en el que aparece, pudiendo definirse como toda acción humana que tiende a favorecer un mayor nivel de adaptación al orden natural como continuación o prolongación del proceso de adaptación biológica. Con esta definición se deja de lado el relativismo cultural que poco tiene en cuenta este aspecto, ya que considera como cultura tanto a la actividad humana que mejora nuestra adaptación como la que nos aleja de la misma.

En cuanto a la posibilidad de actuar en forma cooperativa, puede decirse que proviene esencialmente de la empatía, atributo que resulta esencial para la supervivencia del grupo humano. Mediante tal proceso tenemos la posibilidad de compartir las tristezas y las alegrías ajenas que así resultan tan importantes como las propias.

Al existir las tendencias sociales hacia la cooperación y hacia la competencia, no resulta extraño que hayan surgido de la mente de psicólogos y filósofos algunos principios asociados a la personalidad individual que se corresponden con las mismas. Así, el principio de placer, invocado por Sigmund Freud, contempla a la cooperación, mientras que el principio de poder, invocado por Alfred Adler, contempla la competencia. Sin embargo, no debe considerarse que la cooperación y la competencia son siempre tendencias opuestas e incompatibles entre si, ya que puede existir una buena competencia y es la destinada a mejorar la capacidad para cooperar con los demás.

Si la evolución biológica ha mantenido la competencia, seguramente ha de ser porque implica un factor que favorece nuestra supervivencia. Así, la competencia entre productores, tratando de lograr un mayor porcentaje del mercado, para cierto producto, requiere de una mejora en la calidad o una disminución del precio, lo que redunda en beneficios para el consumidor. Por el contrario, la ausencia de competencia conduce a la formación de monopolios. William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escribieron:

“La situación puede ser inversa y los individuos competir con objeto de cooperar mejor. Un ejemplo de cooperación en competencia es la organización científica, como la British Royal Society o la American Geographical Society. Los grupos de miembros trabajan juntos para progresar en el camino de la verdad, pero hacen esto procurando superar cada uno el trabajo de los demás. Las ideas que no están apoyadas por pruebas suficientes son atacadas. De la misma manera los trabajadores de una fábrica donde existe participación en los beneficios pueden ser llevados a competir unos con otros para obtener un provecho total más elevado en beneficio de todos. Para aumentar la producción pueden introducirse primas por destajo, salarios diferenciados y rivalizarse las unidades de producción. Estos ejemplos demuestran cómo se equivocan los que tratan de atribuir una primacía natural a la competencia o a la cooperación”.

Aunque sepamos que la actitud cooperativa resulta beneficiosa para todos, es posible que no podamos aceptarla sólo mediante el ejercicio del pensamiento, ya que toda sugerencia ética debe ser parte de una ideología de adaptación. Tal ideología, cuando forma parte de la religión, le da al hombre un sentido pleno de la vida. Sin embargo, con el avance del pensamiento científico, se ha ido dejando atrás a la religión y al sentido de la vida por ella otorgado, lo que implica un notorio avance del vacío existencial. Víktor Frankl escribió: “Lo más profundo del hombre no es el deseo de poder ni el deseo de placer, sino el deseo de sentido” (De “El hombre doliente”-Editorial Herder SA-Barcelona 1987).

Si se considera a la Biblia como una ideología de adaptación establecida en forma simbólica, puede considerarse entonces que la visión científica del proceso de adaptación implica una “visión realista”, sin simbolismo alguno, pero equivalente a aquélla, ya que la voluntad del Creador y la predisposición del hombre para cumplirla resultan equivalentes a aceptar la “voluntad de las leyes naturales” y nuestra predisposición para adaptarnos a ellas. De esta forma, será posible, para una gran cantidad de personas, encontrar el sentido de la vida que, por el momento, ha sido impedido por las interpretaciones bíblicas textuales. La imposibilidad de lograr tal sentido, hace que todo individuo trate de refugiarse en la adopción de sentidos alejados de toda referencia al orden natural. Víktor Frankl escribió: “Entonces se siente tentado a querer lo que los demás hacen o a hacer lo que los demás quieren. En el primer caso topamos con el conformismo y en el segundo con el totalitarismo”.

En el ámbito de la Psicología Social, a través del concepto de actitud característica, con sus componentes afectivas y cognitivas, se ha podido simplificar la descripción del comportamiento humano. Así, la tendencia hacia la cooperación proviene de la componente afectiva por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias (amor), mientras que la tendencia competitiva está asociada al odio, por el cual las alegrías ajenas producen tristeza propia, y la tristeza ajena, alegría propia. El egoísmo es la componente que tiene en cuenta la búsqueda de felicidad individual sin ser compartida, mientras que la indiferencia está asociada a la carencia de vínculos afectivos. Una persona, que interactúa con varias personas durante cierto tiempo, puede mostrar en un 50% de los casos una respuesta cooperativa, en un 20% una respuesta competitiva, en un 20% egoísta y en un 10% indiferente, a manera de ejemplo. Otra persona mostrará porcentajes distintos, caracterizando tales porcentajes la personalidad individual.

En cuanto a las componentes cognitivas, puede decirse que derivan del proceso de prueba y error, en el cual es necesario adoptar una referencia, que puede ser el propio mundo real, uno mismo, otra persona o lo que opina la mayoría. La adaptación cultural produce buenos resultados cuando algunos adoptan la propia realidad como referencia logrando buenas descripciones que serán compartidas por los demás.

Finalmente tenemos los “modelos de sociedad” que ignoran completamente los atributos de los individuos que la componen por cuanto se supone que sus comportamientos típicos dependen enteramente del sistema económico prevaleciente. Todo cambio social provendrá, no de algún tipo de mejora ética individual, sino del cambio de la forma de producción. El socialismo nace de tal tipo de suposiciones, siendo en realidad una sociedad anticapitalista, ya que se cree que con solo estatizar los medios de producción surgirá como por arte de magia la sociedad ideal; creencia absurda que, sin embargo, todavía logra bastantes adeptos y que resulta opuesta a la tendencia hacia el logro de mayores niveles de adaptación.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Las leyes de la democracia

Muchas de las discusiones actuales se basan en la compatibilidad, o no, de las decisiones políticas y de las respuestas de los ciudadanos, respecto de las leyes de la democracia, que son tomadas como referencia para legitimar tales acciones. Sin embargo, resulta conveniente guiarnos por las leyes éticas básicas tratando de interpretar el espíritu de toda ley contemplando su compatibilidad con aquellas.

Puede considerarse que el espíritu de las leyes de la democracia consiste en que debe protegerse al ciudadano de la concentración excesiva de poder; ya sea del poder político del Estado o bien del poder económico de un monopolio, por lo que el liberalismo propone tanto la división de poderes en el Estado como la economía de mercado. Además, para impedir una prolongación indefinida del poder político de un sector, propone la renovación periódica de autoridades. Puede decirse que el espíritu de la democracia propone establecer el gobierno de la ley sobre los hombres en lugar del gobierno del hombre sobre el hombre, que es el que resulta precisamente de todo desvío del ideal democrático.

En cuanto a la legitimidad, o no, de un gobierno, debemos considerar dos aspectos; uno asociado a la legitimidad de la gestión del poder y el otro a la legitimidad del acceso al poder. Tanto uno como otro aspecto vienen definidos en la Constitución Nacional. Germán J. Bidart Campos escribió: “Si el poder es aptitud y energía para cumplir el fin, el poder se justificará cuando en su ejercicio tienda al fin para el cual existe. Tal es la llamada legitimidad de ejercicio: el fin de bien común público o de justicia legitima el poder en su ejercicio”. “Ejercer el poder justamente, rectamente, conforme a derecho, hacia el bien de la comunidad, etc., proporciona causa de legitimación del poder. Ejercerlo injustamente, torcidamente, en violación al derecho, en contra del bien de la comunidad, etc., hace decaer esa legitimidad, hace incurrir en ilegitimidad de ejercicio. Si tal ilegitimidad se torna permanente, grave y dañina para la comunidad, ésta tiene derecho a defenderse, resistiendo al gobernante que ha desviado el ejercicio del poder, y deponiéndolo para sustituirlo por otro”.

“Hay otra legitimidad del poder, que se llama legitimidad de origen. Se refiere al título del gobernante que ejerce el poder, al modo regular o legal como ha llegado al poder, y no a cómo lo ejerce. Hay legitimidad de origen cuando el gobernante que ejerce el poder deriva su título del derecho vigente en un Estado (Constitución, ley, etc.), o sea, cuando ha accedido al poder de acuerdo con el procedimiento previsto en la Constitución o en la ley; entonces es un gobernante «de derecho» o «de jure»”.

“Durante mucho tiempo, desde la Edad Media, se llamó tirano a quien carecía de ese título legal por haber usurpado el poder, y tenía en consecuencia un defecto o vicio en su investidura. Actualmente, se suele denominar gobernante «de hecho» o «de facto» al que ha accedido al poder irregularmente, es decir, sin seguir el procedimiento establecido en la Constitución o en la ley, pero que pese a esa irregularidad obtiene reconocimiento como gobernante” (De “Lecciones Elementales de Política”-Ediar SA-Buenos Aires 1996).

El ciudadano argentino, en general, se caracteriza por su tendencia a incumplir todo tipo de ley, sin embargo, entre las principales causas de división de la sociedad por cuestiones políticas, se encuentra justamente la descalificación del sector antagónico debido a su aparente ilegalidad. Así, el peronismo reniega del antiperonismo por cuanto Perón fue destituido en 1955 por un gobierno “de facto”, es decir, que no tenía legitimidad de origen. Sin embargo, se olvida mencionar que el peronismo fue esencialmente una tiranía que promovía, desde la presidencia de la nación, el odio hacia los opositores. De ahí que carecía de legitimidad de ejercicio, mientras que el golpe de Estado llevó tranquilidad y seguridad a un importante sector de la población. El tirano hablaba en sus mensajes de “nosotros” (los peronistas) y de “ellos” (la oposición), siendo representativa de sus múltiples insinuaciones a la violencia aquella proclama dirigida a sus seguidores: “Por cada uno que caiga de los nuestros, caerán cinco de ellos”.

Por lo general, el peronista califica la dictadura de Perón como un “gobierno democrático”, teniendo presente sólo la legitimidad de origen, siendo en realidad un gobierno opuesto a todo espíritu democrático. Debe recordarse que el gobierno militar que lo destituyó, convocó a elecciones luego de tres años en el poder, si bien proscribiendo al peronismo debido a su esencia totalitaria. De todas formas, el militarismo de esa época tuvo fallas y limitaciones propias entre las cuales se recuerda el bombardeo a la Casa Rosada que costó la vida de numerosos ciudadanos que ocasionalmente pasaban por el lugar. Seymour Martin Lipset escribió:

“El tercer tipo de movimiento social que fue descrito a menudo como fascista es el peronismo, movimiento e ideología que se constituyó en torno a Juan Perón, presidente de la Argentina desde 1946 hasta 1955 [también del 73 al 75]. A diferencia de las tendencias antidemocráticas del ala derecha, que se apoyaban en los estratos más acomodados y tradicionalistas, y de aquellas tendencias que preferimos llamar fascismo «verdadero» -autoritarismo centrista apoyado en las clases medias liberales, fundamentalmente los trabajadores independientes-, el peronismo, en gran parte como los partidos marxistas, se orientó hacia las clases más pobres, principalmente los trabajadores urbanos, pero también hacia la población rural más empobrecida. El peronismo posee una ideología del Estado fuerte, totalmente similar a la abogada por Mussolini. También posee un fuerte contenido populista antiparlamentario, destacando que el poder del partido y el dirigente se derivan directamente del pueblo, y que el parlamentarismo se convierte en gobierno de políticos incompetentes y corrompidos. Comparte con el autoritarismo del ala derecha y centrista una fuerte inclinación nacionalista, y atribuye muchas de las dificultades encaradas por el país a los extranjeros –los financistas y otros-. Y al igual que las otras dos formas de extremismo, glorifica la posición de las fuerzas armadas” (De “El hombre político”-EUDEBA-Buenos Aires 1963).

Cuando dos personas, o dos bandos, se oponen tenazmente, y cada uno observa defectos en el otro e ignora totalmente los propios, entonces es imposible lograr el menor acuerdo. Por el contrario, si cada persona, o bando, reconoce sus errores, tiende a limitar sus ataques y descalificaciones hacia el rival, iniciando una etapa de posible entendimiento. De ahí que, si se considera tanto la ilegitimidad de origen como la de ejercicio, posiblemente encontremos el inicio de una etapa superadora de conflictos, ya que el gobierno “de facto” surge, generalmente, de una imperante necesidad de orden promovida por un gobierno claramente ilegitimo desde el punto de vista del ejercicio del poder. Incluso Perón fue golpista antes de ser elegido por el voto popular. El autor citado escribió: “Perón ocupó el poder en 1946 en un golpe revolucionario apoyado por el Ejército y la clase trabajadora, lo cual sobrevino al derrocamiento del régimen del partido Conservador. Pero Perón y su partido permanecieron en el poder mediante elecciones bastante honestas, obteniendo mayorías abrumadoras”.

De todas formas, debe siempre apuntarse hacia la legalidad completa, y no solamente a la contemplada por las leyes de la democracia, sino esencialmente por las leyes éticas elementales que deben regir la vida de todo individuo, especialmente la de quienes tienen trascendencia social. En la Argentina, varios de los políticos y de los militares que llegaron al poder, lo hicieron pensando, no en los elevados intereses de la Nación, sino en las vulgares ambiciones personales de quienes aspiraban a ser parte de la historia y que, por esa misma razón, lo que consiguieron es que sus nombres entraran en la historia de la Argentina, pero en la pequeña, o, en otras palabras, en el basurero de la historia.

En cuanto al gobierno de facto del 76, puede decirse que ocupa el poder ante la inoperancia de la viuda de Perón, poco capacitada para ejercer la presidencia de un país, a lo que se sumaba el asedio de la guerrilla marxista. De ahí la necesidad de la asunción de las Fuerzas Armadas; hecho en el que coincidía la mayor parte de la ciudadanía ya que se presentaba como la única opción ante el caos reinante y ante una posible usurpación del gobierno por parte de la guerrilla pro-soviética que incluso había hecho gestiones ante organismos internacionales para el reconocimiento de Tucumán como una zona liberada, independiente de la Argentina. De ahí la incomprensible actitud de muchos habitantes del país que, mientras protestan por la usurpación inglesa de las Islas Malvinas, apoyaron la anexión de Tucumán como un nuevo territorio que se asociaría finalmente a la URSS. Si bien un importante sector de la población reniega de la defensa que las Fuerzas Armadas realizaron frente al invasor que pretendió usurpar la Nación, al menos debe reconocerse la legitimidad de la defensa del propio territorio, que es la misión esencial de todo poder militar. Rosendo Fraga escribe: “..el Ejército, cumpliendo órdenes del gobierno constitucional, aniquila al ERP que había llegado a tener bajo control un tercio del territorio de la provincia de Tucumán”, mientras que Eusebio González Breard se preguntaba:

“¿Cuál habría sido el futuro del país si hubiese triunfado la guerrilla en general, y en lo particular si Montoneros hubiera consolidado su infiltración en el poder del Estado a partir del gobierno de Cámpora y el PRT-ERP constituido una zona «liberada» en Tucumán reconocida internacionalmente?” (De “La guerrilla en Tucumán” de Eusebio González Breard-Círculo Militar-Buenos Aires 1999).

La debilidad y los errores del militarismo señalan el fin de sus intervenciones, dejando que los gobiernos políticos, en caso de ser ineficaces, sean derrocados mediante elecciones. Incluso se dio el caso en que dos gobiernos posteriores, como el de Alfonsín y el de De La Rúa, finalizaran antes de tiempo, sin necesidad de golpe de Estado. Puede decirse que, ante la ausencia del militarismo para “salvar a la población” de posibles gobiernos ineficaces, y para salvar indirectamente el prestigio de éstos ante inevitables caídas, ha quedado solamente la economía como salvaguarda de los valores democráticos, ya que implica esperar mucho del ciudadano común que llegue a orientarse por valores tales como “patria”, “nación” o “territorio”. Recordemos que Raúl Alfonsín tuvo que dejar algunos meses antes su mandato debido al proceso hiperinflacionario que apareció durante su gestión.

En la actualidad, y ante un nuevo intento político por establecer una “dictadura democrática y constitucional”, por parte del kirchnerismo, sólo el deterioro económico producido por el propio gobierno, ha producido una reacción en el electorado, o al menos, en un sector del mismo. Debido a las divisiones de la oposición, y aun con un deterioro mayor de la economía, existen posibilidades de que un gobierno, ilegitimo en cuanto a su gestión, se mantenga en el poder.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Libertad vs. totalitarismo

Los seres humanos optamos por una de las tres posibilidades siguientes, referidas a la relación con nuestros semejantes, ante las diversas decisiones que hemos de tomar a lo largo de nuestras vidas:

a) Preferencia por la libertad propia y la de los demás (individualismo)
b) Preferencia por gobernar a los demás (colectivismo, totalitarismo)
c) Preferencia por ser gobernado por otros seres humanos (servidumbre)

En realidad, tales preferencias dependen del tipo de decisiones a adoptar, ya que algunos prefieren trabajar en relación de dependencia mientras que a la vez optan por una postura intelectual independiente, mientras que otros prefieren trabajar en forma independiente mientras que se sienten cómodos siguiendo las opiniones y los pensamientos de otros seres humanos.

La preferencia por la libertad está asociada a la búsqueda de independencia respecto del posible gobierno de otros seres humanos, ya sea que se ejerza en forma directa o bien en forma indirecta a través del Estado. El individuo advierte que podrá realizar sus proyectos sólo si se encuentra en una situación de libertad, mientras que de otra forma se verá imposibilitado de cumplirlos. Esta es la postura básica del liberalismo, actitud asociada a quienes prefieren no ser gobernados por otro ser humano ni tampoco gobernar a otros, optando por tener presentes las leyes naturales que rigen todos los aspectos inherentes a nuestra personalidad.

La tendencia a ser gobernados por leyes antes que por seres humanos, no sólo es una idea básica del liberalismo, sino también del cristianismo, por cuanto la Biblia sugiere la búsqueda del Reino de Dios, que no es otra cosa que el Gobierno de Dios sobre el hombre a través de su adaptación a las leyes naturales. De ahí que no resulte extraño que el mundo occidental se caracterice principalmente por su simultánea adhesión al liberalismo, tanto económico como político, como también al cristianismo. Ludwig von Mises escribió:

“Desde tiempos inmemoriales, el Occidente ha valorado la libertad como el bien más precioso. La preeminencia occidental se basó precisamente en su obsesiva pasión por la libertad, ideario social éste totalmente desconocido por los pueblos orientales. La filosofía social de Occidente es, en esencia, la filosofía de la libertad. La historia de Europa, así como la de aquellos pueblos que expatriados europeos y sus descendientes en otras partes del mundo formaron, casi no es más que una continua lucha por la libertad. Un individualismo «a ultranza» caracteriza a nuestra civilización” (De “La Acción Humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

Otros, por el contrario, sólo se sienten plenos cuando tienen la posibilidad de gobernar a los demás imponiendo sus criterios y sus gustos, desconociendo la posibilidad de existencia de leyes naturales. La actitud de quien pretende gobernar a los demás implica la adopción de la creencia en la superioridad del gobernante simultáneamente que cree en la inferioridad del gobernado. La desigualdad “natural” de los hombres, que es la base de los sistemas totalitarios, viene expresada desde la antigüedad, cuando Platón escribió el siguiente “mandamiento totalitario”:

“De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer. Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, comer…sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello” (Citado en “Esparta” de Vicente G. Massot-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1990).

Existen también individuos que prefieren relegar gran parte de su libertad individual para ser gobernados mental y materialmente por otras personas, ya que confían poco en ellos mismos, mientras suponen que los demás sabrán orientar su vida de mejor manera. De ahí que la libertad, como forma de vida, surgió como una innovación cultural que aun no ha sido adoptada con la generalidad esperada. Ludwig von Mises escribió:

“Porque es lo cierto que, antes del surgimiento del liberalismo, clarividentes filósofos, fundadores, clérigos y políticos animados de las mejores intenciones y auténticos amantes del bien de los pueblos, predicaron que la institución servil, la esclavitud de una parte del género humano, no era cosa mala ni injusta, sino por el contrario, normalmente útil y beneficiosa. Había hombres y pueblos destinados, por su propia naturaleza, a ser libres, en tanto que existían otros a quienes convenía más el estado servil. Y no eran sólo los amos quienes así se pronunciaban; la gran mayoría de los esclavos pensaba lo mismo. Para éstos tal condición tenía también sus ventajas; no había, desde luego, de preocuparse del sustento; eso era cosa del dueño. De ahí que no fuera la fuerza, la coacción, lo que, en general, retuviera al esclavo. Pensadores sinceramente humanitarios, cuando el liberalismo, en el siglo XVIII y primera mitad del XIX, se alzó en favor de la emancipación del siervo de la gleba europea y del negro americano, no silenciaron, desde luego, su honesta oposición. El trabajador servil –argumentaron- hallábase habituado a su condición y no la consideraba mala. ¿Qué iban a hacer libres? Sentiríanse desamparados al no poder recurrir a su antiguo señor; no sabrían ni administrar los propios asuntos; apenas acertarían a conseguir lo indispensable para cubrir sus más elementales necesidades. La emancipación, por tanto, antes que beneficio, iba a arrogarles grave perjuicio” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1994).

Adviértase que la idea de igualdad surge en forma natural en la postura liberal y cristiana, algo que se ve reflejado en el mandamiento del amor al prójimo. Por el contrario, las tendencias totalitarias claramente distinguen entre gobernantes y gobernados, por lo cual los seres humanos son considerados bajo una desigualdad esencial. Sin embargo, tal es el grado de masificación de la sociedad que se habla de la “desigualdad” asociada a la propuesta liberal y de la “igualdad” bajo la propuesta totalitaria. Puede decirse que, mientras que la servidumbre de épocas pasadas era voluntaria, la impuesta por el socialismo real resulta ser una servidumbre obligatoria, ya que, al desaparecer la propiedad privada de los medios de producción, es el Estado (o los políticos al mando) quienes deciden por todos. Incluso cada integrante de la clase inferior, solo tiene el derecho a obedecer. De ahí que sigue teniendo vigencia la expresión de Joseph Goebbels: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”.

Por lo general, quienes suponen ser superiores al resto de los mortales, para legitimar su gobierno mental y material sobre los “inferiores”, tienen un complejo de superioridad que sólo resulta ser una compensación de un complejo de inferioridad previamente existente. Aducen que el ser humano, por naturaleza, es egoísta, lo que es bastante cierto, de ahí la necesidad de que exista el gobierno del Estado para subsanar tal inconveniente. Se supone que los totalitarios que ocuparán el gobierno carecen de egoísmo, debido justamente a su supuesta “superioridad ética”, argumento que carece totalmente de credibilidad. La soberbia llegó a tal nivel en la decadente URSS, que los burócratas marxistas afirmaban: “¿Qué sentido tiene aprender de nadie si, a fin de cuentas, llevamos sobre los demás toda una era histórica de adelanto?” (Citado en “Mi país y el mundo” de Andrei Sajarov-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

Podemos entonces sintetizar ambas posturas:

a) Liberalismo = Todo individuo busca la libertad partiendo de una supuesta igualdad natural
b) Totalitarismo = El sector superior busca la condición de servidumbre del sector inferior partiendo de una supuesta desigualdad básica

Mientras exista una calificación discriminatoria hacia personas o pueblos, surgirá de inmediato la tendencia hacia el dominio mental o material de los discriminadores (supuestamente superiores) hacia los discriminados. Así, para el nazismo, las razas superiores debían gobernar a las inferiores; para el marxismo, las clases sociales superiores debían gobernar a las inferiores (dictadura del proletariado); para los sectores nacionalistas, los pueblos superiores deben colonizar a los inferiores, etc.

Puede decirse que el grado de ingerencia del Estado en la vida de cada habitante es una medida del grado de totalitarismo vigente. Sin embargo, tanto economistas como ciudadanos, generalmente comparan los sistemas democráticos con los totalitarios según los resultados de la economía, sin apenas tener en cuenta las libertades esenciales y básicas que permiten a todo individuo llevar una vida normal. Durante la dictadura peronista de mitad del siglo XX, se promovió la fractura de la sociedad en dos bandos bien diferenciados. Tal es así que desde el mismo gobierno se alentaba a delatar a los opositores al régimen. El escritor argentino Héctor Bianciotti, de la Academia Francesa, expresó en una entrevista: “Yo creo que estaba al mismo tiempo huyendo del campo y huyendo de la dictadura de Perón, que fue mucho más terrible de lo que la gente cree. No se ha sabido nunca en Europa lo que era la vida cotidiana durante la dictadura de Perón; algo simplemente atroz. Un pueblo convertido en policías los unos de los otros. En delatores” (Reportaje de la Revista “Gente”).

Para tener idea de lo que fue el peronismo basta tener en cuenta que a los propios peronistas les daba vergüenza reconocer que lo eran. Sin embargo, todavía falta bastante para la “conversión” del pueblo desde el peronismo al cristianismo. Jorge Luis Borges escribió: “Dijo Croce: no hay en Italia un solo fascista, todos se hacen los fascistas. La observación es aplicable a nuestra república y a nuestro remedo vernáculo del fascismo. Ahora hay gente que afirma abiertamente: soy peronista. En los años de oprobio nadie se atrevía a formular en el diálogo algo semejante; declaración que lo hubiera puesto en ridículo. Quienes lo eran abiertamente se apresuraban a explicar que se habían afiliado al régimen porque les convenía, no porque lo pensaran en serio. El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama viveza criolla” (Publicado en Diario “Los Andes”).