viernes, 6 de septiembre de 2013

El mal menor; la globalización

En muchas circunstancias debemos elegir entre dos alternativas posibles, una vigente, y la otra, una solución innovadora, aunque ninguna de las dos ha de ser enteramente satisfactoria. Sin embargo, si la última resulta ventajosa, o menos mala que la anterior, su elección implicará un notable progreso. Este tipo de elección, cuando tiene trascendencia social, despierta severas criticas por parte del hipócrita, que poco hace y poco se interesa por los demás, pero condena al que favorece el progreso, por mínimo que sea, pretendiendo hacer creer a los demás, y a si mismo, que obra de una manera éticamente correcta.

El típico ejemplo de innovación, con las características mencionadas, es la esclavitud de los integrantes de los ejércitos vencidos respecto de la posible y tradicional muerte en manos de sus vencedores. Sin embargo, nunca faltan quienes critiquen a autores como Aristóteles, por aceptar la esclavitud, sin tener presente que en la época considerada tal condición social implicaba una mejora. En la actualidad tenemos una situación similar por la cual debemos elegir entre el menor de dos males: la pobreza extrema y el hambre, por una parte, y el trabajo precario con mínima remuneración, por otra parte.

En la mayoría de las críticas efectuadas contra la globalización se aduce que no da una solución definitiva al problema de la pobreza, aunque tampoco puede negarse que permite mejorar paulatinamente la situación de los menos favorecidos. Tales criticas provienen casi siempre de quienes fustigan a los explotadores, que pagan bajos sueldos, cuando ellos mismos no son capaces de brindar trabajo al menos a una persona, aunque sea a tiempo parcial. De ahí que quien brinde trabajo a cambio de un bajo sueldo, debe considerarse como alguien de mayor utilidad social que quien no da trabajo bajo ninguna circunstancia. Paul Krugman escribió al respecto:

“Tal escándalo moral es común entre los que se oponen a la globalización: de la transferencia de tecnología y de capital de los países con salarios altos a los países con salarios bajos, con el consiguiente incremento de las exportaciones de productos, intensivos en trabajo, del tercer mundo. Estos críticos dan por supuesto que cualquiera que hable bien de este proceso es un ingenuo o un corrupto, y que, en cualquier caso, es de hecho un agente del capital global opresor de los trabajadores, aquí y en el extranjero”.

“Pero las cosas no son tan sencillas, y las líneas morales no son tan claras. De hecho, permítaseme responder a este tipo de acusaciones: el elevado tono moral de los que se oponen a la globalización es posible sólo porque han elegido no considerar su posición con la mayor seriedad. Aunque los potentados capitalistas puedan beneficiarse con la globalización, los mayores beneficiarios son, insisto en ello, los trabajadores del tercer mundo” (De “El teórico accidental”-Editorial Crítica- Barcelona 1999).

Entre China e India, actualmente hay unas 800 millones de personas, 400 por cada país, que han dejado atrás la pobreza, por lo que todavía existe una cantidad dos veces mayor de pobres que, sin embargo, se irán sumando a la clase media en un tiempo no muy largo. Si todavía hay pobreza, implica que todavía hay necesidades. Y si hay desempleo junto con pobreza, implica que faltan empresarios que organicen los factores de la producción, como el trabajo, para cubrir tales necesidades. Sin embargo, aun cuando falten empresarios, los pocos que hay, reciben todo el peso de las críticas por parte de quienes sólo se dedican a esperar la llegada del socialismo con la esperanza de dirigir a la sociedad desde una elevada posición que será lograda a través de la revolución, o del engaño, pero nunca mediante el trabajo o la labor productiva.

El articulo citado tiene como encabezamiento: “Elogio del trabajo barato: un mal trabajo con un mal salario es mejor que ningún trabajo”. En cuanto a la pobreza, debemos recordar que no es promovida por los empresarios, sino por la ausencia de éstos. Incluso en la Argentina se los combate de tal manera que a los diez años de creadas, sólo sobreviven 2 de cada 100 empresas. Paul Krugman escribió:

“Después de todo, la pobreza global no es algo que se haya inventado recientemente para beneficio de las empresas multinacionales. Retrasemos el reloj del tercer mundo para volver a lo que era hace sólo dos décadas (y lo es todavía en muchos países). En aquellos días, aunque el rápido crecimiento económico de un puñado de pequeñas naciones asiáticas hubiera empezado a atraer la atención, países en vía de desarrollo como Indonesia o Bangladesh eran todavía principalmente lo que han sido siempre: exportadores de materias primas e importadores de productos manufacturados. Sectores manufactureros ineficientes abastecían sus mercados interiores, protegidos por cuotas de importación, pero generaban pocos puestos de trabajo. Entretanto, la presión de la población impulsó a los campesinos desesperados al cultivo de la tierra aún más marginal o a ganarse la vida por cualquier vía posible; tal como vivir en una montaña de basura”.

“A mediados de los setenta, el trabajo barato no bastaba para permitir a un país en vías de desarrollo competir en los mercados mundiales de bienes manufacturados”. “Y entonces algo cambió. Algunas combinaciones de factores que todavía no comprendemos del todo –disminución de las barreras arancelarias, mejores telecomunicaciones, transporte aéreo más barato- redujeron las desventajas de la producción en los países en vías de desarrollo. (Si lo demás no varía, todavía es mejor producir en el primer mundo; son bastante comunes las historias de empresas que trasladan la producción a México o a Asia oriental, y luego la vuelven a trasladar al primer mundo, después de experimentar las desventajas del entorno del tercer mundo). En un número sustancial de industrias, los salarios bajos permitieron a los países en vías de desarrollo introducirse en los mercados mundiales. Y, así, los países que anteriormente se habían ganado la vida vendiendo yute o café, comenzaron a producir, en su lugar, camisas y calzado deportivo”.

“A los trabajadores de aquellas fábricas de camisas y calzado deportivo, inevitablemente, se les paga muy poco y es de esperar que tengan que soportar unas condiciones de trabajo terribles. Digo «inevitablemente», porque los empresarios no se dedican al negocio por su bien (o por el de sus trabajadores); pagan tan poco como pueden, y ese mínimo viene determinado por las otras oportunidades disponibles para los trabajadores. Y estos son todavía países extremadamente pobres, en los que vivir en un montón de basura es atractivo si se compara con las alternativas”.

Lo que es necesario resaltar es que la explotación laboral existente todavía en muchas partes del mundo, se debe principalmente a la falta de empresarios que compitan entre sí por la mano de obra barata, competencia que hará subir los sueldos hasta niveles adecuados. Cuando un trabajador opta por ser explotado, es porque no tiene una mejor alternativa; justamente las que no fueron creadas, entre otros, por quienes critican y entorpecen la actividad empresarial. Es peor el que no hace ni deja hacer que el que hace las cosas mal.

Cuando se critica a las empresas que generan su producción mediante “trabajo esclavo”, habría que preguntarle a quien así opina, cómo actuaría si una de esas empresas decidiera duplicar o triplicar los sueldos de sus empleados a cambio de aumentar, digamos, un 20% el precio de sus productos anunciando oportunamente que el aumento se debe a la noble intención de mejorar los sueldos de los trabajadores. En tal caso, es muy posible que, luego del aumento, la empresa quede fuera del mercado y que sus trabajadores vuelvan a su trabajo anterior, más precario aún, o bien queden sin trabajo.

El citado economista prosigue: “Y, sin embargo, dondequiera que han crecido las nuevas industrias de exportación, se ha producido una mejora apreciable en la vida de la gente común. En parte, esto es así porque una industria en crecimiento tiene que ofrecer un salario algo más elevado que el que los trabajadores pueden obtener en cualquier otra parte, a fin de que decidan desplazarse de una a otra ocupación. Sin embargo, y ello es importante, el crecimiento del sector manufacturero –y de la posibilidad de otros empleos que crea el sector de nuevas exportaciones- tiene un efecto que se transmite a través de toda la economía: la presión sobre la tierra se hace menos intensa, de modo que los salarios rurales aumentan; la reserva de habitantes urbanos desocupados, siempre angustiados en busca de trabajo, desciende, de manera que las fábricas comienzan a competir entre sí por los trabajadores, y los salarios urbanos también comienzan a subir. Donde el proceso ha continuado durante el tiempo suficiente –digamos, en Corea del Sur o Taiwan-, los salarios medios comienzan a aproximarse a lo que puede ganar un joven norteamericano en McDonald`s. Y, con el tiempo, la gente ya no quiere vivir en vertederos de basura”.

“Estas mejoras no se han producido porque gente bienintencionada de Occidente haya hecho algo por ayudar a aquellas regiones [se refiere a Indonesia]: la ayuda exterior, que nunca es muy grande, ha disminuido últimamente a un nivel prácticamente nulo. Ni es resultado de las políticas benevolentes de los gobiernos nacionales, que son tan insensibles y corruptos como siempre. Es el resultado indirecto e involuntario de las acciones de multinacionales desalmadas y empresarios locales rapaces, cuyo único interés era aprovechar las oportunidades de beneficio ofrecidas por la mano de obra barata. No es un espectáculo edificante; pero no importa cuál sea la base de los motivos de cuantos están implicados en el proceso: el resultado ha consistido en desplazar a centenares de millones de personas, desde la mayor miseria hasta algo todavía terrible, pero, no obstante, significativamente mejor”. “Una política de buenos empleos, en el terreno de los principios, pero sin empleos en el de la práctica, podría aliviar nuestras conciencias, pero no haría ningún favor a sus supuestos beneficiarios”.

No debemos olvidar que la explotación laboral sólo es admisible cuando no existe otra mejor posibilidad, ya que es una forma de esclavitud. El capitalismo y la globalización deben considerarse como un mal menor respecto del socialismo. Si bien tanto al socialismo como a la economía de mercado pocas veces se los aplica siguiendo estrictamente los lineamientos básicos respectivos, en el caso del marxismo, la economía andará tanto mejor cuanto más se aleje de la teoría original. Por el contrario, la economía funcionará peor mientras más se aleje de las condiciones aptas para el funcionamiento pleno del mercado. Al socialismo, bajo cualquiera de sus aproximaciones, se lo impone por la fuerza, por el engaño o por la ignorancia, mientras que al mercado se lo debe sugerir como una opción que requiere del hombre una previa adaptación al trabajo y a la innovación empresarial.

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