lunes, 23 de septiembre de 2013

El imperio de la mentira

La mentira, o falsa descripción de la realidad, cuando es premeditada y busca como objetivo engañar al receptor, tiende a denigrarlo, mientras que el propio emisor de mentiras ha de degradarse socialmente por cuanto nadie creerá en sus palabras aun cuando alguna vez diga la verdad. El hábito de la mentira tiende a acentuarse hasta hacerse inmanejable por cuanto, para cubrir una de ellas, se necesitan emitir varias más. Además, al descubrirse el engaño, se producen deterioros en los vínculos familiares y sociales, incluso se llega al deterioro de sociedades enteras cuando son emitidas por los lideres políticos avalados por amplio consenso. Se atribuye a Abraham Lincoln haber expresado: “Se puede engañar a algunos todo el tiempo, y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”.

Con la mentira se trata de encubrir la realidad, especialmente cuando resulta ser la consecuencia necesaria de decisiones adoptadas bajo el imperativo de una ideología política poco confiable, incluso recayendo tales mentiras sobre personas que ocasionalmente se oponen a la ideología en cuestión, por lo cual el mentiroso resulta ser también un difamador y calumniador.

Quien ambiciona tener conocimientos cercanos a la verdad, no teme a los rivales ocasionales que puedan presentarse por cuanto se siente seguro de sus convicciones. Por el contrario, quienes quieren tener el monopolio de la mentira, son los que tratan de hacer callar a los opositores y a limitar la libertad de expresión. La mayor decadencia de una sociedad se produce cuando no sólo los políticos mienten, sino también los intelectuales; y ambos son consentidos por amplios sectores de la población. José Ortega y Gasset escribió:

“El hombre que aparece ante los demás dedicado al ejercicio intelectual no tiene derecho a mentir. En beneficio de su patria, es lícito al comerciante, al industrial, al labrador, mentir; no hablemos del político, porque es su oficio. Pero el hombre de ciencia, cuyo menester es esforzarse tras la verdad, no puede usar de la autoridad en esa labor ganada para decir la mentira” (Citado en “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En la etapa kirchnerista, el sector político opositor reclama ser escuchado en lugar de ser descalificado y difamado públicamente desde la propia presidencia de la nación. Sin embargo, ¿qué diálogo puede esperarse cuando uno de los posibles participantes miente descaradamente tergiversando las estadísticas oficiales, incumpliendo leyes vigentes e incluso tratando de trasfigurar la historia nacional con fines partidarios? El sector gobernante rechaza toda acusación al respecto aduciendo que tal o cual medio informativo opositor también mintió. De ahí que no solo pretende tener amplios derechos a mentir sino que al ciudadano común le impone la obligación de callar ante toda la mentira oficial.

En general, los gobiernos totalitarios (todo en el Estado), al disponer de los medios periodísticos estatales, que dominan a una pequeña o nula competencia del sector privado, tienden a mentir con total libertad para encubrir sus acciones y para proteger la ideología cuando no da los resultados esperados. Alfredo Saénz escribió: “Inicialmente el Estado soviético se apoyó en el terror. Lenin no necesitaba mentir. En su época, el terror se llamaba aun terror, la burocracia era la burocracia, las rebeliones antibolcheviques eran tratadas como tales. En este sentido, Stalin dio un giro importante en su política. Tenía razón cuando decía a Emil Ludwig que el solo temor no bastaba para conservar el poder. Era preciso también la mentira”.

“En 1938, y con todo el peso de la experiencia, Boris Suvarin podía escribir: «La URSS es el país de la mentira, de la mentira absoluta, de la mentira integral. Stalin y sus súbditos mienten siempre, en todo instante, en toda circunstancia, y a fuerza de mentir no saben siquiera ya si mienten. Y cuando cada uno miente, nadie miente más al mentir. La URSS no es más que una mentira de la base al techo. En las cuatro palabras que representan estas cuatro iniciales, no hay menos de cuatro mentiras. La Constitución contiene varias mentiras por artículo…Los planes quinquenales, las estadísticas, los resultados, las realizaciones: mentiras; las asambleas, los congresos: teatro, escenificación. La dictadura del proletariado: inmensa impostura. La espontaneidad de las masas: meticulosa organización. La derecha, la izquierda: mentira y mentira. La vida feliz: una farsa lúgubre. El hombre nuevo: un antiguo gorila. La cultura: una incultura. El jefe genial: un tirano obtuso. El socialismo: una mentira desvergonzada». «Única realidad: el terror, que descompone los espíritus y envenena las conciencias. La mentira es el primer corolario del terror»”.

“Todo está saturado de mentira; todos lo saben y lo dicen abiertamente en las conversaciones privadas, y hacen bromas y se lamentan de ello; pero en los discursos oficiales siguen repitiendo como loros, hipócritamente, «lo que se espera que digan», y con hipocresía y aburrimiento iguales leen y escuchan los discursos de los otros”. “A juicio de Solzhenitsyn esta alimentación forzada, universal y obligatoria, a base de mentiras, es el aspecto más angustiante de la existencia en la URSS, peor que todas sus miserias materiales, peor que toda carencia de libertades ciudadanas. Esos inmensos arsenales de mentiras son recaudados como una especie de impuesto en beneficio de la ideología, para sujetar con clavos los acontecimientos, a medida que van ocurriendo, y fijarlos en una ideología de garras afiladas pero muerta”.

“«La corrupción es para la sociedad civil un signo de salud. Es una manifestación de la vida, de una vida patológica, pero que vale más que la muerte. Se traduce por un renacimiento de la vida personal, porque la figura misma del traficante es una victoria del individuo, de la persona. Las relaciones entre los hombres, en lugar de correr por los moldes artificiales de la ideología, vuelven a encontrar la tierra firme de la realidad, la repartición negociada entre sujetos que disponen de una cierta autonomía. Por el hecho de que ilumina la nada de la palabra muerta la inmoralidad de la corrupción es incluso más moral que la moral falsificada del comunismo» (Alain Besançon)” (De “De la Rus` de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).

La forma en que “arregla” el kirchnerismo los problemas de la inflación, la inseguridad, la pobreza, y tantos otros, consiste en tergiversar los datos estadísticos negándolos. Al igual que en la URSS, se establece una ideología (o relato) y luego se miente hasta compatibilizarla con la realidad. Incluso el sector adherente ataca al capitalismo como la fuente de todo mal. En la Enciclopedia Soviética aparecen los siguientes principios respecto de la delincuencia:

“1. El crimen es una de las características de las sociedades basadas en la propiedad privada, la explotación y la desigualdad social. El capitalismo engendra y ejerce una ideología inmoral de codicia, de ganancias, de misantropía”.
“2. En las sociedades socialistas, las causas del crimen quedan anuladas. Por primera vez en la historia de la humanidad se han creado las condiciones para la liquidación total del crimen”.

Alfredo Sáenz agrega: “Como la delincuencia no debe existir en la URSS, de hecho no existe. Eppur si mueve….Allí están las patotas, los rateros, los violadores. Se los encuentra en las calles de Leningrado y de Odessa, donde los hombres buscan divisas y las chicas se venden a los turistas por 50 dólares. Por supuesto que esto, bien lo sabemos, sucede también entre nosotros. Pero en la URSS resulta inconfesable, no se ajusta a la imagen oficial, ni responde a la lógica del sistema pues el socialismo pretende haber eliminado las causas de la delincuencia de derecho común y los ideólogos soviéticos apuran que la miseria, la explotación del hombre por el hombre, la desocupación y los conflictos han sido suprimidos en la URSS”.

Si bien en la Argentina no hemos llegado todavía a un deterioro social similar al de la URSS staliniana, la mentira ha sido instalada por el kirchnerismo a todo nivel. De ahí que sea conveniente tener presentes algunas medidas de protección individual y social como las sugeridas por Alexander Solzhenitsyn, quien, como respuesta a la pregunta ¿De qué manera sus compatriotas, su juventud, pueden prestarle apoyo?, respondió: “Con acciones físicas no, tan sólo: negándose a mentir, no participando personalmente de la mentira. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios donde la vea: le obliguen a decirla, escribirla, citarla o firmarla, o sólo a votarla, o sólo a leerla. En nuestro país la mentira se ha convertido no sólo en categoría ética, sino también en un pilar del Estado. Al apartarnos de la mentira, realizamos un acto ético, no político, no enjuiciable penalmente, pero tendría una influencia inmediata en nuestra vida entera”.

En cuanto al socialismo real de la URSS y las consecuencias de la mentira y el terror, el citado autor agrega respecto de su libro “Archipiélago Gulag”: “A través de las torres de mentiras periodísticas, ¿quién conseguirá enterarse de que mi libro no trata en absoluto de esta guerra [Segunda Guerra Mundial] ni de nuestros veinte millones de caídos, sino de los otros sesenta millones aniquilados en cuarenta años de guerra interior, torturados en secreto, muertos de frío en las soledades, matados de hambre por repúblicas enteras?”. “Hace semanas aún había un camino honrado: reconocer la verdad sobre lo ocurrido y así purificarse de antiguos crímenes. Pero convulsivamente, pero en su miedo cerval han decidido defender la mentira hasta el fin, amparándose tras bastiones de papel de periódico” (De “Memorias”-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).

Si alguien asocia la historia reciente de la humanidad a la profecía bíblica del Apocalipsis, acerca del anticristo, de la falsa religión y del sufrimiento humano, a un nivel masivo, y que involucró a gran parte de la humanidad, no puede dudar un instante de que tales personajes nefastos han sido justamente los ideólogos y políticos que promovieron el socialismo, es decir, Marx, Engels, Lenin, Stalin, Trotski, etc. Tan sólo en la URSS asesinaron unos 60 millones de seres humanos, según lo manifestado por el autor citado, que coincide con la opinión de otras figuras sobresalientes de la URSS que denunciaron oportunamente tal catástrofe humana. A esa cifra falta agregar las victimas del terrorismo socialista impuesto en China por Mao Tse Tung, y algunos millones más en algunos otros países.

En cuanto al afianzamiento de la mentira en la sociedad, podemos decir que todavía transitamos por etapas en las cuales ni siquiera somos capaces de cumplir con los mandamientos bíblicos del Antiguo Testamento, tal el que nos sugiere “no levantar falso testimonio ni mentir”. De ahí que pensar en llegar a cumplir los mandamientos del Nuevo Testamento, como el que nos sugiere “ama al prójimo como a ti mismo”, parece un tanto inalcanzable. La gravedad de la situación en la Argentina no radica en que un pequeño grupo de políticos emplee la mentira como un medio para adquirir poder sectorial ilimitado; la gravedad radica en la férrea defensa que un sector de la población ofrece a tales prácticas decadentes.

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