jueves, 29 de agosto de 2013

El irracionalismo

El comportamiento racional puede considerarse como una consecuencia de haber establecido previamente un pensamiento coincidente con la propia realidad. Posiblemente, la mejor descripción de este tipo de pensamiento venga expresada por Baruch de Spinoza, quien escribió: “El orden y conexión de las ideas es el mismo orden y conexión de las cosas”. Tal situación ideal no se da con mucha frecuencia, de ahí que la coincidencia entre ideas y realidad debe ser una meta a lograr. De la misma forma en que distinguimos entre verdad y mentira, según el grado de correspondencia de una expresión verbal respecto de la realidad, distinguimos entre racionalismo e irracionalismo cuando se trata de definir la validez del pensamiento. El mundo real está regido en su totalidad por leyes naturales invariantes, que dan lugar a cierto orden, que denominamos orden natural. Luego, el pensamiento compatible con dicho orden hereda la coherencia típica de aquél, que denominamos coherencia lógica.

El racionalismo filosófico comienza en la antigua Grecia, donde se sostiene que la coherencia lógica asegura la veracidad del pensamiento, lo que no siempre es así. Como ejemplo de tal actitud podemos considerar el caso de Aristóteles, quien afirmaba que los cuerpos pesados caen a tierra antes que los livianos, porque era algo “lógico”, porque así debería ocurrir; sin embargo, esta aserción resultó falsa. En esa época se confiaba en la razón y no se molestaban en realizar verificaciones experimentales asociadas a conclusiones como la mencionada, algo que subsanó posteriormente la ciencia experimental. En cuanto al racionalismo filosófico, José Ortega y Gasset escribió:

“La razón pura se mueve siempre entre superlativos y absolutos. Por eso se llama a sí misma pura. Es incorruptible y no anda con contemplaciones. Cuando define un concepto, le dota de atributos perfectos. Sólo sabe pensar yéndose al último límite, radicalmente. Como opera sin contar con nada más que consigo misma, no le cuesta mucho dar a sus creaciones el máximo pulimento. A este uso puro del intelecto, a este pensar «more geometrico» se suele llamar racionalismo. Tal vez fuera más luminoso llamarle radicalismo” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié–Editorial Labor SA-Barcelona 1965).

Incluso Georg W. Hegel afirmó: “Lo que es racional es real y lo que es real es racional”. Desde el punto de vista de la ciencia experimental, podemos decir: “Lo que es racional puede ser real y lo que es real debe ser racional”. Esto se debe a que toda descripción debe ser verificada experimentalmente y, además, deberá tener cierta coherencia lógica, al menos no existen casos en que algo verificado no tenga tal coherencia. En el caso de la física moderna, constituida por variables y conceptos contraintuitivos e “irracionales”, al estar estructurada en base a relaciones matemáticas entre magnitudes físicas, tales modelos presentan una coherencia matemática que reemplaza a la coherencia lógica perdida, y que es, justamente, la guía que existe para los futuros desarrollos en dicha rama de la ciencia.

Una de las “soluciones” adoptada para superar las limitaciones del pensamiento racional, fue la del pensamiento irracional, en lugar de adoptar la solución definitiva de la experimentación. Ante la decepción de quienes esperaban encontrar en la razón una condición necesaria y suficiente para llegar a la verdad, se fue llegando al extremo de buscar en el irracionalismo una guía para ese fin, o al menos para solucionar algunos problemas filosóficos. Quienes descreen de la ciencia son justamente los filósofos que promueven alguna forma de irracionalismo. Th. Maulnier escribió: “El actual resentimiento contra la inteligencia no es, sin duda, más que la consecuencia del racionalismo eufórico del siglo XIX: el hombre retrocede, como descorazonado ante la magnitud de los problemas. El irracionalismo no es sino el reverso del racionalismo: un racionalismo decepcionado” (“Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

El irracionalismo presenta dos posibilidades básicas; el subjetivo, que depende de nuestras limitaciones para conocer la realidad, y el objetivo, que supone que la propia realidad se comporta en una forma impredecible. En el “Atlas Universal de Filosofía” (Editorial Océano-Barcelona 2004) puede leerse:

a) Irracionalismo gnoseológico: afirma que la razón humana no es capaz de explicar la realidad, pues su intrínseca complejidad está más allá de los límites de la mente humana. En este sentido estricto ciertas doctrinas filosóficas del pasado podrían calificarse de irracionalistas; así, por ejemplo, el escepticismo, que antiguamente negaba la existencia de todo tipo de verdad; en la Edad Media el misticismo y la teología negativa, que reducían todo conocimiento a una simple y pura forma de intuición; y también el moderno romanticismo, que plantea que el arte y los sentimientos son la única forma posible de conocimiento.
b) Irracionalismo ontológico: afirma que es la propia realidad la que se rige por los principios no racionales del azar, de la casualidad, de la vida entendida como proceso imprevisible. Esta forma absoluta y metafísica de irracionalismo, que considera al mundo como algo absurdo, ilógico, insensato y falto de objeto, es típica y exclusiva de la época contemporánea y elocuente expresión de su crisis.

La ciencia experimental no adhiere a ninguna de estas dos formas de irracionalismo, porque supone que todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, incluso el azar subyacente al comportamiento de las partículas elementales está regido por leyes estadísticas precisas y se supone, además, que el hombre podrá describir la mayor parte de las leyes existentes, con la posibilidad que da el tiempo que tiene por delante la humanidad.

En el caso del marxismo, se adopta una especie de lógica digital, o de dos valores, en la que se atribuye a la propia realidad estar compuesta por pares de opuestos. Luego, a ese “orden digital”, se lo trata de describir mediante la dialéctica. Mario Bunge escribió al respecto: “El principio fundamental de la dialéctica es que todo es «contradictorio», tanto internamente como en sus relaciones con otras cosas. En otras palabras, cada cosa es una unidad de opuestos y mantiene relaciones conflictivas con las otras cosas. Más aún, la «contradicción» es la fuente de todo cambio”. “La dialéctica resulta atractiva por dos motivos. Primero, porque el conflicto es un hecho característico de la vida. Segundo, porque el concepto de contradicción es tan confuso que casi todo parece ser un ejemplo de ello. Positivo y negativo, atractivo y repulsivo, arriba y abajo, izquierda y derecha, liviano y pesado, opresor y oprimido –y podríamos seguir- pueden pasar como pares de opuestos dialécticos. Pero, debido precisamente a esta falta de claridad, la dialéctica es más un juego de palabras que una ontología rigurosa”.

“La existencia misma de los sistemas muestra que la cooperación es dominante o lo fue en algún momento. También muestra que la cooperación –en y entre átomos, células, personas, sistemas sociales o de lo que se trate- es un mecanismo de emergencia de la novedad tan efectivo como el conflicto”. “En suma, la dialéctica exhibe sólo una cara de la moneda, el conflicto, y obstaculiza a la vez la visión de la otra cara, la cooperación. La consecuencia práctica de esto, particularmente para la política, es obvia: si valoramos la cohesión y la paz, mantengámonos alejados de una cosmología que enseña la conflagración universal” (De “Crisis y reconstrucción de la filosofía”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2002).

Puede decirse que en la actualidad, la antigua oposición entre racionalismo e irracionalismo, se da entre ciencia experimental y filosofías anticientíficas. Una de tales posturas filosóficas es el idealismo, en el que, en lugar de tomarse como referencia “el orden y conexión de las cosas”, se toma “el orden y conexión de las ideas”, llegándose al extremo de tratar de “adaptar la realidad” a las ideas de un filósofo. Mario Bunge escribió: “Una filosofía idealista es una filosofía que supone la existencia autónoma de las ideas. El idealismo es incompatible con las ciencias fácticas (o empíricas) y las tecnologías, todas las cuales estudian, diseñan o transforman cosas concretas, las cuales son mudables de lugar e inalterables”.

En la base de los totalitarismos del siglo XX, aparecieron ideologías anticientíficas e irracionales, tales como el ya mencionado marxismo y su dialéctica. Al dividir a la sociedad en dos clases sociales antagónicas, y al suponer que una es buena y la otra mala, promueve la lucha entre ambas para que la buena ejerza sobre la mala una dictadura, y que, vaya a saber uno por qué causa, dejará de dominar sobre la otra finalmente. Una idea absurda e irracional que costó la vida a decenas de millones de victimas.

También el nazismo se apoyó en filosofías que se oponían a la ciencia. Juan José Sebreli escribió: “Frente al enorme proyecto de la Ilustración de sustituir la religión por la filosofía y la ciencia, los románticos, y en especial los alemanes, se propusieron un ideal no menos trascendente: reemplazar la filosofía y la ciencia por el arte o la poesía –ambos términos eran usados indistintamente- y convertirlos en nuevo objeto de culto. La utopía romántica señalaba que el arte y la poesía eran el camino para el conocimiento de la verdad, el perfeccionamiento moral y la redención de los pueblos”.

“El fascismo -«nietzscheanismo popular» lo llamó Paul Ricoeur- tenía cierto derecho a reclamar la herencia de Nietzsche, en cuanto a apologista de la violencia y la crueldad, ya que había opuesto, en sus escritos, la fuerza contra el derecho, los instintos contra la razón, el mito contra la historia”.

“Heidegger aconsejaba que la filosofía y el pensamiento necesitaban alejarse de la ciencia o, mejor, deberían ser alógicos e irracionales puesto que, según él, no era posible circunscribirlos a las reglas fijas de la lógica, del discurso racional y ni siquiera de la gramática, de cuyas cadenas precisaba «liberarse el lenguaje». Quizá su frase «la ciencia no piensa» sintetizara sus ideas no sólo sobre cuestiones metodológicas sino sobre el abismo infranqueable que se abría, para él, entre ciencia y pensamiento”. “Heidegger se afilió por su propia voluntad al partido nazi y pagó sus cuotas hasta la disolución del mismo; usaba la divisa con la cruz svástica aun cuando viajaba al extranjero a ver a su colega Jaspers” (De “El olvido de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).

El vínculo entre totalitarismo, barbarie e irracionalismo, nos hace ver que la historia de la humanidad no necesariamente está ligada a un progreso permanente sino que sufre vaivenes impredecibles. Recordemos que en el siglo III AC se sabia que la Tierra era esférica y cuánto media su radio, gracias a los trabajos de Eratóstenes, mientras que más de mil años después, se creía que era plana y sostenida por varios elefantes. La secuencia propuesta por antropólogos (salvajismo, barbarie, civilización) o la secuencia cognitiva propuesta por Comte (religión, filosofía, ciencia) son tan sólo probables; de lo contrario, la barbarie y el irracionalismo ya estarían desterrados. Juan José Sebreli escribió:

“La historia es una combinación de tres elementos: causalidad, azar y libertad humana. Tanto en un mundo donde rigiera la necesidad pura como en un mundo donde rigiera el puro azar, el hombre sería un juguete pasivo de fuerzas extrañas. Si la historia se rigiera por la pura necesidad lo mismo daría que el hombre hiciera una cosa u otra, o aun no hiciera nada. La historia se las arreglaría, de cualquier modo, para seguir su marcha inexorable. Los hombres serían actores que recitarían un texto ajeno y no autores de su propio texto. En un mundo donde todo fuera azar el hombre sería sorprendido en las circunstancias más insólitas e impredecibles en las cuales no sabría qué hacer. El caos de sucesos fortuitos es tan opresivo como el Destino; ambos son inexorables porque no están sujetos a condiciones. Sólo en un mundo donde hay azar y también causalidad, el hombre puede ser libre, puede elegir entre alternativas. El conocimiento de las leyes puede permitirle evitar resultados no deseados, y hasta modificar el curso de aquéllas” (De “El asedio de la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1991).

martes, 27 de agosto de 2013

Particularismos vs. universalismo

Una controversia, con plena vigencia en la actualidad, es la del particularismo, por una parte, como una propuesta que considera la posibilidad de una validez restringida, o subjetiva, de la verdad, la moral y la cultura, que se opone al universalismo, por otra parte, que sostiene la posibilidad de una validez objetiva, o universal, de tales conceptos. Es la discusión entre los adherentes al relativismo, en sus distintas variantes, y sus opositores. Luis Arenas, Jacobo Muñoz y Ángeles J. Perona escriben:

“El relativismo consiste en un ataque sistemático a la pretensión de universalidad de nuestras prácticas (ya sean epistémicas, éticas o estéticas). El relativista lo que niega es la posibilidad de universalizar en ningún sentido racionalmente admisible creencias o prácticas cuya validez, sin dejar de ser reconocida, es restringida a ámbitos extremadamente concretos. Es eso precisamente lo que haría del relativista una figura claramente distinguible, por ejemplo, de la del escéptico o la del cínico” (De “El desafío del relativismo”-Editorial Trotta SA-Madrid 1997).

Es posible considerar al relativismo moral junto al cultural a través de un ejemplo. Supongamos la existencia de las dos siguientes sociedades caracterizadas por sus respectivos atributos:

Sociedad A: sus integrantes se dedican a cumplir el mandamiento del amor al prójimo
Sociedad B: sus integrantes se dedican a vivir para la guerra y el saqueo de las sociedades vecinas

Si consultamos a alguien que adopta el relativismo cultural, dirá que una sociedad es tan legítima como la otra, y que, al no poderse adoptar ninguna otra sociedad como referencia para valorar a las demás, no podrá hacerse ninguna comparación, mientras que, si consultamos a alguien que adopta como referencia a la ley natural que rige las conductas individuales, dirá que es mejor la sociedad A porque tiene un mejor nivel moral. De ahí que sea posible afirmar que, quienes consideran la validez del relativismo cultural, han aceptado también la previa validez del relativismo moral. Además, quienes adoptan como referencia la ley natural, están adoptando una postura religiosa, ya sea teísta o bien deísta, mientras que quienes rechazan tal referencia han adoptado una postura atea.

La alternativa restante, coincidente con la actitud científica, consiste en comparar los resultados logrados por las sociedades A y B, eligiendo a la mejor de ellas, procedimiento que en realidad es el que les ha permitido progresar a los pueblos en el proceso histórico de la adaptación cultural del hombre al orden natural. Sin embargo, para establecer tal comparación es necesario que exista intercambio de información entre las sociedades en cuestión y el resto. De ahí que las sociedades cerradas o totalitarias siempre han tenido como característica imponer un hermetismo que se opone a todo tipo de intercambio de información. Jorge Bosch escribió:

“Aún en el caso de que se acuda a un sistema de valores para comparar y juzgar dos sistemas de valores, no es necesario que el sistema de valores «patrón» coincida con el que tiene vigencia en algunas de las sociedades humanas existentes o que hayan existido. En efecto: si deseo comparar y juzgar los sistemas de valores de una sociedad capitalista democrática y de una sociedad comunista, necesito información y deducción racional; y a partir de las consecuencias (y de las experiencias) hago una elección según mi propio sistema personal de valores, que no tiene por qué coincidir con el que tiene vigencia mayoritaria en ningún país particular” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

Al considerar como referencia la ley natural que rige la conducta humana, se considera esencialmente los aspectos heredados de nuestra personalidad, o biológicos, dejando un tanto de lado las influencias culturales, que por lo general dependen del medio social considerado. Recordemos que el mandamiento cristiano del amor al prójimo surge en base a la existencia del fenómeno de la empatía, por el cual podemos compartir las penas y las alegrías de los demás. Por otra parte, el marxismo sostiene que el ser humano se comporta esencialmente en base a la influencia del medio, negando la existencia de la naturaleza humana mencionada, de la que, sin embargo, cada vez nos hacemos más conscientes a través de los estudios que provienen de la neurociencia.

El relativismo cultural es una parte importante de toda ideología realizada con la intención de posibilitar la imposición de cualquier utopía que pueda imaginarse. Juan José Sebreli escribió: “El relativismo cultural, la primacía de lo particular sobre lo universal, daba razones filosóficas a los nacionalismos, los fundamentalismos, los populismos, los primitivismos, las distintas formas de antioccidentalismo, el orientalismo, la negritud, el indianismo. Hay pues una sutil, secreta coherencia en esa mezcla rara de filosofías académicas sumamente esotéricas e iniciáticas con movimientos revolucionarios que pretendían expresar a masas analfabetas y primitivas, aunque, en realidad, sus portavoces eran profesores y alumnos de aquellas mismas universidades de elite”.

“Ya hacia fines de la década del `70 esta corriente de pensamiento comenzó a mostrar sus debilidades, el sólido edificio político en que se apoyaba empezó a agrietarse. El paso del tiempo mostró lo ilusorio de las expectativas suscitadas por los movimientos tercermundistas, incluidos los guerrilleros. Después de su «Revolución cultural» -clímax del irracionalismo del siglo- China hizo un espectacular vuelco hacia Occidente. La integración económica a nivel mundial, el apogeo del reformismo socialdemócrata, y el desmoronamiento final de los capitalismos burocráticos de Estado llamados «socialismos» son otros tantos procesos que dejaron sin base material a las doctrinas que exaltaban los particularismos antiuniversalistas y proclamaban el fin de Occidente” (De “El asedio a la modernidad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1991).

Quienes sostiene la validez de la “teoría de la dependencia”, por la cual los países centrales, se dice, pretenden dominar a los periféricos, encuentran en el relativismo cultural un medio que permite la defensa de las culturas nacionales ante el avance de la cultura Occidental. Jorge Bosch escribió:

“La teoría de la dependencia afirma que la penetración cultural es una parte importante de la estrategia que los países centrales despliegan para mantener su hegemonía sobre los periféricos, y que en consecuencia la política de liberación de éstos debe consistir en el rechazo de la cultura imperial y la elaboración de una cultura propia, autóctona y popular. Creo que esta teoría conspira contra sus propios fines, porque el rechazo de la cultura de los países centrales y la elaboración de una cultura propia desde la A hasta la Z requiere que el pobre país periférico reconstruya por sus propios medios toda la cultura, partiendo de sus canciones, sus bailes, sus tradiciones, y también de su tecnología atrasada y de su ciencia atrasada, renunciando al aporte de los recursos culturales que se han mostrado eficaces en los países desarrollados. Ésta es la mejor manera de consolidar el atraso relativo y hacer que el país periférico caiga definitivamente en una irremediable situación de dependencia; por eso digo que esta teoría conspira contra sus propios fines. En cambio, si un país periférico adopta los recursos culturales que han impulsado el progreso de los países desarrollados, y si realiza esta adopción con inteligencia y sentido de la apropiación, sin vulnerar sus auténticos valores originales, se colocará en condiciones mucho más favorables para desenvolverse con autonomía en la política mundial”.

El relativismo cognitivo está asociado a un ataque contra la ciencia experimental negando la validez universal del conocimiento por ella aportado. Sus resultados tienen validez universal por cuanto describen las leyes naturales que rigen todo lo existente. De ahí que el grado de aproximación a la realidad, ya sea cercano, o no, se mantiene inalterable en el tiempo y en el espacio. Quienes desconocen la existencia de leyes naturales y de sus atributos, desconocen también la validez de la ciencia, ya que le atribuyen un carácter subjetivo. Juan José Sebreli escribió: “En cuanto a la relatividad de la ciencia es algo que ningún auténtico científico avala y que ha llevado a concepciones aberrantes como la clasificación que hicieron los nazis en ciencia aria y judía, o los stalinistas en ciencia proletaria y burguesa, o los tercermundistas en ciencia nacional e imperialista”.

Como ejemplo podemos considerar las leyes de Newton de la mecánica. Tales leyes siguen teniendo en la actualidad la misma validez que en la época de su publicación. Durante el siglo XX fueron ampliadas o corregidas para que tuvieran vigencia en fenómenos en los que aparecen velocidades próximas a la de la luz (corrección relativista) y para fenómenos en los que interviene una cantidad de acción comparable a la asociada a la constante de Planck (corrección cuántica). Según se sabe, no sólo las leyes de la física tienen validez para nuestro planeta, o para el sistema planetario solar, sino para todo el universo conocido. La validez científica depende de la diferencia, o error, entre la descripción y la realidad que se pretende describir. De ahí que el error resulta ser objetivo, por cuanto las leyes naturales no cambian, teniendo la verdad (cuando el error es nulo) una validez independiente de cualquier observador, siendo una propiedad objetiva que cualquiera puede verificar.

Lo que se ha dicho para la física, ha de tener validez para las restantes ramas de la ciencia, ya que nuestro cuerpo y nuestra mente, al estar constituidos por moléculas y átomos de la única materia conocida, también están regidos por leyes naturales, y la validez de una teoría psicológica o social sigue teniendo un carácter objetivo, que puede ser convalidado por cualquier observador que desee hacer por su cuenta la experiencia que confirmó la hipótesis respectiva. Como la cultura está asociada a la personalidad de los integrantes de una sociedad, y como la personalidad ha podido ser descripta en forma objetiva, incluso desde el punto de vista de sus atributos éticos, puede decirse que no existe tampoco el relativismo cultural, al menos desde el punto de vista de la ciencia. Con ello no quiere significarse que la ciencia realizada carezca de limitaciones, sino que, tanto en la verdad como en el error, la aproximación lograda tiene carácter objetivo y universal. Juan José Sebreli escribió:

“La aceptación del relativismo cultural impide el progreso y el mejoramiento de los pueblos, ya que, en lugar de emular a otros, se encierran en la creencia de las ventajas de su autenticidad o de su identidad cultural”. “Los intelectuales y artistas nacionalistas de los países atrasados suelen transfigurar sus defectos en virtudes, sus carencias en cualidades del «ser propio». La desigualdad y la inferioridad ante las sociedades más avanzadas es legitimada en nombre de la diferencia, de la peculiaridad que evita toda confrontación. La generación española del 98 es un ejemplo característico de esta actitud. En la desolación de los campos yermos no encontraban la consecuencia de una mala distribución de la tierra que los dejaba sin cultivar, sino la esencia poética y metafísica del ser español. Ante el atraso científico y tecnológico de la España de fines de siglo, Unamuno profería soberbiamente: «¡Que inventen ellos!...nosotros a lo nuestro»”.

domingo, 25 de agosto de 2013

La Ilustración y sus enemigos

Entre los acontecimientos culturales de mayor importancia histórica puede mencionarse la aparición de la Ilustración, asociada al Siglo de las Luces, o Iluminismo, que surge en la Europa del siglo XVII llegando hasta el XVIII. Mario Bunge escribió: “Puede que siempre haya habido personas ilustradas y oscurantistas. Pero fue únicamente en el siglo XVIII cuando se hizo un esfuerzo sistemático y coordinado por construir una ideología ilustrada que guiara un movimiento cultural y político que iba a lograr una profunda y progresiva transformación social. Ese fue el siglo de las revoluciones francesa y americana, de los comienzos del secularismo y el liberalismo, y de la edificación de la razón y la exaltación de la ciencia, la tecnología y la industria. Fue una edad de progreso y optimismo. Fue el segundo Renacimiento” (De “La relación entre la sociología y la filosofía”-Editorial EDAF SA-Madrid 2000).

Sus principales gestores fueron: Locke, Newton, Hume, Voltaire, Condillac, Montesquieu, Condorcet, Diderot, D`Alembert, Buffon, Lavoisier, Helvecio, Holbach, Quesnay, Smith, Beccaria, Bentham, Franklin y Paine. Al respecto, Ludovico Geymonat escribió: “Por obra de los ilustrados franceses el resorte propulsor de la razón ya no se circunscribe a los habituales límites de la filosofía y de la ciencia, sino que irrumpe, desde la ciencia, al mundo para despertar, excitar, iluminar a todos los hombres interesados en el progreso de la cultura y de la civilización. De esta manera transformó radicalmente el sentido de la vida, al presentarla como lucha trabajosa para realizar el reino concreto de la humanidad. Se trata, en otros términos, de la victoriosa afirmación del hombre que, fortalecido por las conquistas científicas, acepta valientemente su puesto de lucha, sin seguir ilusionándose con ser el centro del mundo por inescrutable predestinación del Creador, sino trabajando con energía revolucionaria con el fin de llegar a serlo por propia iniciativa y por sus propias fuerzas” (De “Historia de la Filosofía y de la Ciencia”-Grijalbo Mondadori SA-Barcelona 1998).

Mario Bunge escribió: “La ideología ilustrada puede englobarse en los diez principios siguientes:

1. Confianza en la razón, que culminó durante la Revolución Francesa en la patética adoración de la diosa Razón
2. Rechazo del mito, la superstición y, en general, cualquier creencia o dogma infundados
3. Investigación libre y secularismo, así como estímulo al deísmo (en contraste con el teísmo), el agnosticismo o incluso el ateísmo
4. Naturalismo (en tanto que opuesto al sobrenaturalismo), en particular materialismo
5. Cientificismo: adopción del enfoque científico para el estudio tanto de la sociedad como de la naturaleza
6. Utilitarismo (en cuanto opuesto tanto a la moralidad religiosa como al deontologismo secular)
7. Respeto por la praxis –artesanía e industria- y reverencia por la máquina
8. Modernismo y progresismo: desprecio por el pasado (excepto la Antigüedad clásica), crítica de las deficiencias y vicios presentes y confianza en el futuro
9. Individualismo junto con libertarismo, igualitarismo (en algún grado) y democracia política, aunque todavía no para las mujeres o los esclavos
10. Universalismo o cosmopolitismo: por ejemplo, derechos humanos y educación para todos los «hombres libres»

Cuando el pensamiento se basa estrictamente en la fe, adoptando como referencia la opinión de otros hombres (religión), o bien cuando se basa estrictamente en la coherencia lógica de los pensamientos (filosofía), se deja un tanto de lado a la propia realidad. De ahí que el gran paso que da la Ilustración consiste en incorporar al pensamiento filosófico que resulta compatible con el científico, siendo este último el que finalmente adopta como referencia a la propia realidad. Ello implica, en cierta forma, tener la confianza necesaria como para poder desafiar a la tradición religiosa junto al pensamiento filosófico con ella compatible, de gran influencia en la época. Immanuel Kant escribió: “La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella. ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración”.

Como en toda etapa de transición y de cambio, la Ilustración no obtiene los resultados esperados, pero ello no se debió a una indebida legitimidad de su tentativa, sino a que el futuro será el que irá a conformar el éxito esperado. Sin embargo, se inician movimientos que se oponen al espíritu de los ilustrados; oposición que llega incluso hasta nuestros días.

Puede decirse que, en la actualidad, tiene poco sentido hacer filosofía sin referencia alguna a la ciencia; ignorando el enorme caudal de conocimientos aportados por sus distintas ramas. Quien adopte tal camino, en lugar de conocer la gran variedad de ideas y conceptos verificados suficientemente, habrá elegido la senda asociada al pensamiento particular o subjetivo, motivado por una simple curiosidad o bien se trata de una verdadera pérdida de tiempo.

Debe advertirse que, cuando un físico estudia la obra de Albert Einstein, por ejemplo, está estudiando teorías verificadas experimentalmente, de ahí que ha adquirido un conocimiento concreto de una parte del mundo físico, por lo cual su inversión de tiempo ha sido “rentable”. Por el contrario, si alguien estudia la obra de un filósofo que no tiene en cuenta a la ciencia experimental, posiblemente será una “mala inversión” de tiempo, excepto, por supuesto, que se trate de un historiador del pensamiento, o de la filosofía. Nicola Abbagnano escribió:

“La Ilustración hace suya la fe cartesiana en la razón y, por otra, considera más limitado el poder de la razón. La lección de modestia que el empirismo inglés, y sobre todo Locke, impartieran a las pretensiones cognoscitivas del hombre, no fue olvidada y, de este modo, el empirismo llegó a constituir parte integrante de la Ilustración. La expresión típica de esta limitación del poder de la razón es la doctrina de la cosa en sí, que es un lugar común de la Ilustración y que, como tal, fuera compartida por Kant. Esta doctrina significa que los poderes cognoscitivos humanos, ya sean sensibles o racionales, se extienden hasta donde se extiende el fenómeno, pero no más allá de éste. La Ilustración se señala así, en primer lugar, por la extensión de la critica racional a los poderes cognoscitivos mismos y, por lo tanto, por el reconocimiento de los límites entre la validez efectiva de estos poderes y sus ficticias pretensiones. El criticismo kantiano, que pretende, como dice Kant, llevar a la razón ante el tribunal de la razón, no es más que la ejecución sistemática de una tarea que toda la Ilustración considera propia” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica-México 1986).

Si la Ilustración se caracteriza por promover la razón y la ciencia, sus opositores promueven la irracionalidad y se oponen a la ciencia. La primera contrailustración fue el Romanticismo intelectual. Mario Bunge escribe al respecto: “El núcleo del Romanticismo intelectual fue la filosofía idealista de Fichte, Schelling, Hegel, Herder y Schopenhauer. Aunque diferentes, los cinco fueron idealistas, se opusieron a la incipiente ciencia de su tiempo e intentaron contrarrestar el proceso de desmitologización que Max Weber, haciéndose eco de Auguste Comte, vio como el sello de marca de la modernidad”. “Los filósofos románticos identificaron la ontología con la lógica, una confusión que les dio licencia para especular libremente sobre la realidad: con frecuencia confundieron la ficción con la realidad. Deseaban reemplazar las ciencias naturales por la filosofía natural, y las ciencias sociales por la filosofía social (sobre todo jurídica). Creían que todas las cosas eran totalidades orgánicas opacas al análisis. Y se opusieron al análisis conceptual y empírico, afirmando que toda disección mata”.

En cuanto a la postura típica del romanticismo intelectual, el citado autor da la siguiente lista:

1- Desconfianza en la razón y, en particular, en la lógica y en la ciencia
2- Subjetivismo, o la doctrina de que el mundo es nuestra representación
3- Relativismo, o la negación de la existencia de verdades universales
4- Obsesión por los símbolos, el mito, la metáfora y la retórica
5- Pesimismo, o la negativa de la posibilidad del progreso, sobre todo en materia de conocimiento científico

Podemos mencionar la “lista negra” de los pensadores que, en mayor o menor grado, adhieren a la postura mencionada: Edmund Husserl, Martin Heidegger, Oswald Spengler, Jacques Ellul, Georg Lukács, Louis Althusser, Albert Camus, Jean Paul Sastre, Karl Jaspers, Hans-Georg Gadamer, Michel Foucault, Jacques Derrida, Paul Feyerabend, Richard Rorty, Cliffor Geertz, Harold Garfinkel, Barry Barnes y Bruno Latour. Mario Bunge agrega:

“Los fanáticos de la Contrailustración habrían detenido el progreso en lugar de afrontar los problemas actuales e intentar ir delante. Son bárbaros que intentan destruir la cultura moderna mientras continúan disfrutando de sus consecuencias tecnológicas. Aunque constituyen una multitud muy diversa, básicamente sólo se diferencian entre sí por la intensidad de su odio a la razón y a la ciencia (que ellos oportunamente apodan «positivismo»). No resulta sorprendente que no hayan producido descubrimientos sobresalientes, ni siquiera nuevos errores interesantes, cuya refutación habría dado lugar a verdades valiosas. Sin embargo, han tenido éxito en atraer a muchos académicos, como los autotitulados sociólogos de la ciencia que escriben de la ciencia y la sociedad sin estar familiarizados con ninguna de las dos”.

“Los errores comunes y los errores científicos pueden detectarse y corregirse a la luz de la razón o de la experiencia. Pero cuando la razón y la experiencia se anulan, tal corrección se convierte en imposible, los errores se perpetúan y el desatino barato y la metáfora superficial reemplazan a la penosa búsqueda de sistema y verdad. En lugar de estadísticas significativas y teorías serias, tenemos historias («descripciones débiles») y frívolas analogías como «la vida es un texto», «la vida es un escenario» y «la vida es un juego». Peor aún, cuando el oscurantismo está en ascenso, la libertad y el progreso están en peligro. Y cuando ocurre esto, los intelectuales se ven acosados por los skinheads, cuyos confusos cerebros controlan sus piernas embotadas, ansiosas de pisotear el legado de la Ilustración”.

sábado, 24 de agosto de 2013

Un país al margen de la ley

Por lo general, tratamos de no recordar las torpezas que cometimos en el pasado, de lo contrario, pueden quitarnos parte de nuestra autoestima. Sin embargo, gracias a esos errores hemos podido mejorar nuestro propio comportamiento. En forma similar, nos cuesta rememorar nuestros errores colectivos, como sociedad y como nación, aunque ello constituya el primer paso dado por el camino que nos conducirá hacia la superación de épocas pasadas.

Si tuviésemos que definir en pocas palabras a la Argentina actual, nada parece más adecuado que el título de un libro escrito por el jurista Carlos S. Nino: “Un país al margen de la ley” (Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992), en el que se describe la tendencia de la sociedad argentina a la ilegalidad, pero no sólo como un desacato a las leyes provenientes del Derecho, sino también a las propias leyes naturales asociadas a nuestra cotidiana existencia. Como subtitulo del libro se lee: “Estudio de la anomia como componente del subdesarrollo argentino”. El citado autor escribe: “El objetivo central de este trabajo es llamar la atención sobre otro fenómeno social que generalmente no es incluido entre los factores que han intervenido en esa generación [de la involución económica y social de la Argentina]. Me refiero a la tendencia recurrente de la sociedad argentina, y en especial de los factores de poder –incluidos los sucesivos gobiernos- a la anomia en general y a la ilegalidad en particular, o sea a la inobservancia de normas jurídicas, morales y sociales”.

No resulta sorprendente que nuestro país ocupe la posición 102, entre 174 países, respecto de nuestro nivel de corrupción, siendo los primeros lugares ocupados por los países menos corruptos. En esa misma calificación del 2012, de Transparency International, si un 10 le corresponde a un país sin corrupción, a la Argentina se le asigna un puntaje de 3,5 puntos. En cuanto a la cifra de muertes por accidentes viales, también estamos entre los primeros del mundo, con unas 7.000 víctimas por año sobre una población de 40 millones de habitantes. La mayor parte de esos accidentes se debe al poco respeto por las leyes y precauciones establecidas.

Podríamos seguir dando ejemplos sobre la crisis que aflige a los distintos sectores de la nación, lo que confirma que lo que está en crisis es el propio ciudadano que no acata ningún tipo de norma de convivencia. De ahí que debamos hacernos conscientes del nivel de odio, egoísmo y negligencia existentes y que son las causas básicas de toda crisis individual y colectiva, cualquiera sea el país y cualquiera la época considerada.

Si consideramos a los personajes históricos de mayor popularidad, no resulta raro encontrar a dictadores, como Perón, cuya “acción política” más recordada fue la de promover el odio colectivo entre distintos sectores de la población, tendencia imitada por el kirchnerismo. La necesidad de orientar el odio personal generado puede hacernos entender la importante adhesión popular a un asesino serial como fue el Che Guevara. Cuando una emisora radial de Buenos Aires hizo una consulta entre sus oyentes acerca de la expresión de cierta líder izquierdista cuando afirmó “haber festejado” el atentado que provocó miles de victimas inocentes durante el ataque a las Torres de Nueva York, algo más de la mitad de los encuestados apoyó tal manifestación. Incluso desde el Estado se hacen homenajes y se otorgan subsidios a los familiares de los terroristas que en los años 70 cometieron unos 1.500 asesinatos, más de 1.700 secuestros extorsivos y más de 20.000 atentados, acción llevada a cabo con las intenciones de implantar un régimen carcelario similar al impuesto en Cuba por Fidel Castro, mientras se ignora totalmente a quienes defendieron a su país del ataque extranjero (en esa época el Imperio Soviético trataba de expandirse por todo el mundo).

El “ritual de iniciación” como integrante de Montoneros, considerado también como un simple entrenamiento, consistía en asesinar a cualquier policía que transitaba por una calle. Sin embargo, gran parte de la población no tiene ningún inconveniente en votar por los candidatos que han sido terroristas y que nunca se han arrepentido de serlo. Incluso en los medios masivos de comunicación adeptos al gobierno, se sigue promoviendo la ideología totalitaria que fue el primer eslabón de la cadena de violencia de los años 70. La ausencia total de patriotismo no resulta difícil de entender por cuanto la patria es un conjunto de personas antes que un territorio, y en una sociedad con alto nivel de odio colectivo, no puede esperarse otra cosa.

En cuanto al sector político, resulta normal el pobre acatamiento que los propios gobernantes dispensan a las leyes, incluso hasta llegar al extremo de pretender reformar la Constitución Nacional pensando siempre en las ventajas personales y sectoriales que ello conllevaría, mientras que el tercer componente de nuestras actitudes negativas es la negligencia, que puede observarse en el desgano y la indiferencia que muestran los trabajadores a todo nivel, a lo largo y a lo ancho del país. Wolfgang Goethe escribió: “La negligencia y la disidencia producen en el mundo más males que el odio y la maldad”.

Entre las tradiciones y costumbres argentinas figura siempre la “viveza criolla”, a la que se le otorga un lugar preferencial en la escala de valores, de ahí la gran popularidad del conductor televisivo que alguna vez degradó en público a un Presidente de la Nación, si bien ello fue un episodio más en la tarea emprendida por llevar la actitud de la burla hasta niveles insospechados de imitación.

Conviene detenerse en este aspecto “cultural” que subyace a los valores que motivan la conducta de los argentinos. Julio Mafud escribió: “Todas estas actitudes de replegamiento se incubaron en ese tremendo desajuste social. El nuevo status societario rechazaba con violencia al estilo de vida criollo. Todo esto quedó remachado por el total apoyo de los gobiernos al tipo de vida europea y el abandono del hombre de aquí, al que siempre se consideró inferior para entrar en el mundo de las competencias económicas. Desde Sarmiento, pasando por Alberdi, hasta Agustín Álvarez y Carlos O. Bunge, esta idea de la inferioridad del nativo para entrar en las competencias económicas persiste con virulencia. Ante esa opresión social y económica, los hombres de aquí tenían que reaccionar de algún modo y reaccionaron a través de la viveza. Al quedar fuera de competencia, el nativo recurrió a la viveza criolla como arma de lucha contra los que venían más allá del charco grande, que es el océano. Esto explica también el porqué la reacción psicológica se expresó con toda su violencia en Buenos Aires, donde el nuevo tipo de vida fue más total y la lucha por la existencia más aguda. Prueba de ello, es que la viveza criolla en la literatura gauchesca no existió. Hubiera sido considerada como una indignidad. Ni tampoco casi tuvo vigencia en las zonas del interior. Todavía hoy en las provincias del interior la llaman la viveza porteña y no criolla por considerarla peculiar de la capital”.

“La viveza criolla fue un hábito o vicio colectivo provocado por la inmigración. Lo espoleó por reflejo. Mejor dicho, lo estimuló y lo aguijoneó en el nativo-criollo. Éste comenzó a usarla únicamente contra el «extranjis». Pero luego se le invirtió contra sí mismo al hacerse norma. Los reflejos condicionados ya estaban. Y se hicieron connaturales. Entonces, surgió la colectivización de la «avivada» o la «ranada»” (De “Psicología de la viveza criolla”-Editorial Americalee SRL-Buenos Aires 1965).

La viveza argentina está asociada a la burla (alegrarse de los males y defectos de los demás) pero también a la envidia (entristecerse por lo bueno que le sucede a los demás), siendo la burla y la envidia las componentes del odio, que por lo general se juntan en una misma persona. Si en la base de las costumbres de una sociedad se encuentra tal actitud, tenemos la explicación segura para los males argentinos. Julio Mafud agrega:

“La cachada es lo que mejor define la viveza. Es su consecuencia. La viveza inverna en la mente del vivo hasta que aflora en la cachada. El cachador excede en «cancha» al no vivo”. “La etimología de la palabra lo indica: cachar viene de cazar, por agarrar, que por memorización itálica [cacciare] se hizo cachar. Cazar impone hacer caer a alguien. Cae la presa o se le captura”. “El cazador no puede acumular todas las piezas porque se quedaría sin función. Luego, no tendría presas para cazar. Tampoco el cazador puede acumular todas las bromas o las cargadas sobre un individuo sino hasta cierto límite. Porque si no se carga racionalmente al «punto», la cachada degenera en violencia abierta, cuyo resultado sería la pelea”.

Desde la propia Presidencia de la Nación se degrada y se difama, con ironías y burlas, al sector opositor, con el apoyo del conjunto de aplaudidores presidenciales; una escena típica del país de la viveza criolla y la justificación de la popularidad de tal estilo. Julio Mafud agrega: “Otro hecho necesario, aunque no imprescindible, es que el cachador esté rodeado por la «barra» o simples observadores para que el resultado de la burla sea festejada. Los miembros de la «barra», además, al igual que los perros en la caza o en la jauría, sirven para cercar o acorralar la presa”. “Inexorablemente la caza y la cachada excluyen toda reciprocidad entre ser cazador y ser cazado o ser cachador y ser cachado. Siempre tiene que existir un desequilibrio vital entre ambos. En caso contrario los dos serian vivos y no se «cargarían» o serían ambos «puntos» y tampoco lo harían”.

Si consideramos el “ADN cultural” de cada habitante, podemos encontrar, por ejemplo, que alguien es profesional, de clase media, liberal, tiene auto, juega la tenis, es empleado, lee “La Nación”, es de River, etc. Cuando, desde el propio gobierno, o desde los medios de difusión adeptos, degradan o atacan algunas de las instituciones o grupos con los cuales tal habitante se identifica, tiende a sentirse degradado y atacado él mismo, según el respectivo grado de adhesión. Por ello el odio se difunde masivamente desde el poder central provocando una severa división social. Julio Mafud escribió:

“A través de la viveza criolla se van fundando otros valores menores que se nutren y se vitalizan del valor absoluto o el valor eje. Esta nueva escala de valores domina casi en absoluto toda la sociedad argentina. La define. Es la medida para clasificar los hombres y las cosas. Estructura la sociedad política y económica. El ideal del hombre argentino de hoy y sobre todo del joven es único e inconfundible: ser vivo. Madrugar antes de que lo madruguen”. “El ser vivo indica algo así como vivir dos veces el acto o el gesto que se expresa. Es decir, «los sobra». El vocablo vivo no tiene aquí ninguna relación con pícaro. Ni tampoco con listo. Éstos están ajustados dentro de la moral, mientras que el vivo es casi absolutamente un inmoral”.

“El vivo pertenece a un tipo social que habita todas las categorías sociales. Vivo puede ser el funcionario, el político o un simple ciudadano. En la jerarquía económica la viveza da dividendos. En la política privilegio y acomodo. En la intelectual, prestigio. Al vivo la vida le ha peloteado su incapacidad desde todos los ángulos. De ahí le va a surgir su clásico resentimiento”.

viernes, 23 de agosto de 2013

Filosofía y ciencias sociales

Es deseable que exista una vinculación estrecha entre las distintas actividades cognitivas y culturales para ser consideradas como elementos de un conjunto coherente que favorezca el desarrollo de cada una de sus partes. Sin embargo, ello no siempre así ocurre, ya que muchas veces aparecen conocimientos aislados e intrascendentes que desvían la atención, y los medios económicos, hacia actividades improductivas. Mario Bunge escribió: “Las ciencias sociales son una, no porque todas se hayan reducido a una ciencia más básica, como la biología o la psicología, sino más bien porque, en virtud de los puentes entre ellas, constituyen un sistema conceptual. A su vez, esta sistemicidad conceptual refleja la sistemicidad del objeto de estudio, la sociedad. Cierto que debemos distinguir los distintos subsistemas de la sociedad (biológico, económico, político y cultural), pero no deberíamos separarlos, pues están fuertemente unidos entre sí. Consecuentemente, algunas variables que en un principio están confinadas a ciencias especiales, terminan siendo adoptadas por las interciencias” (De “La relación entre la sociología y la filosofía”-Editorial EDAF SA-Madrid 2000).

El arte y la literatura, en algún momento, favorecieron el desarrollo de la biología y de la psicología, respectivamente. Estudios realizados por Leonardo da Vinci, efectuados para perfeccionar su arte, fueron de posterior utilidad para la medicina, mientras que la literatura favoreció el conocimiento de la personalidad. Gordon W. Allport escribió: “El descubrimiento de la personalidad es uno de los acontecimientos de la psicología más destacados del siglo XX. La personalidad, dejando de lado todo lo que pueda ser, constituye la unidad fundamental y concreta de la vida mental que tiene formas categóricamente singulares e individuales. En el transcurso de los siglos los hombres no dejaron de describir y explorar este fenómeno de la personalidad individual. Fue motivo de interés para los filósofos artistas y para los artistas filósofos”. “Hay dos enfoques principales desde los cuales se puede abordar el estudio minucioso de la personalidad humana: el de la literatura y el de la psicología”.

“Los psicólogos salieron tarde a la escena. Podría decirse que comenzaron con dos milenios de retraso. La obra de los psicólogos fue hecha por otros, que la hicieron espléndidamente. Con sus antecedentes escasos y recientes, los psicólogos parecen intrusos presuntuosos. Y esto es lo que opinan de ellos muchos eruditos. Stephan Zweig, por ejemplo, hablando de Proust, Amiel, Flaubert y otros grandes maestros de la descripción, dice: «Escritores como éstos son gigantes de la observación y la literatura, mientras que en la psicología el campo de la personalidad está en manos de hombres inferiores, meras moscas, que tienen el ancla segura de un marco científico para ubicar sus insignificantes trivialidades y sus pequeñas herejías” (De “¿Qué es la personalidad?”-Siglo veinte-Buenos Aires 1974).

Cuando alguien decide estudiar algún aspecto del hombre, o de la sociedad, debe encararlo sin preocuparse demasiado si luego su investigación será considerada como sociología, psicología social o filosofía, dependiendo el enfoque dado de la propia personalidad del autor. Por lo general, se pretende que toda investigación tenga validez objetiva, o científica, pero para ello debe adoptarse previamente la actitud respectiva, que es la parte esencial de la formación del científico. Mario Bunge escribió: “La ciencia es un estilo de pensamiento y de acción: precisamente el más reciente, el más universal y el más provechoso de todos los estilos”.

En la época en que Baruch de Spinoza escribe su “Ética”, obra esencialmente filosófica, quizás no se sospechaba que en el futuro sus aportes habrían de ser compatibles con las observaciones logradas en neurociencia, especialmente en el campo de las emociones. Resultaron también antecesores de la psicología social cuando define con precisión algunas de las actitudes básicas del hombre. Antonio Damasio escribió: “El éxito o el fracaso de la humanidad depende, en gran medida, de la manera en que el público y las instituciones encargadas de la gestión de la vida pública incorporen principios y políticas a esta visión revisada de los seres humanos. La comprensión de la neurobiología de la emoción y los sentimientos es clave para la formulación de principios y políticas capaces tanto de reducir las aflicciones como para aumentar la prosperidad de las personas. Efectivamente, el nuevo conocimiento se refiere incluso a la manera en que los seres humanos tratan tensiones no resueltas entre las interpretaciones sagradas y seculares de su propia existencia”.

“Puesto que no soy filósofo y este libro no trata de la filosofía de Spinoza, es sensato preguntarse: ¿por qué Spinoza? La explicación breve es que Spinoza es completamente relevante para cualquier discusión sobre la emoción y el sentimiento humanos. Spinoza consideraba que los impulsos, motivaciones, emociones y sentimientos (un conjunto que él denominaba «afectos») eran un aspecto fundamental de la humanidad. La alegría y la pena constituían dos conceptos prominentes en su intento de comprender a los seres humanos y de sugerir maneras en las que éstos podían vivir mejor su vida” (De “En busca de Spinoza”-Crítica SL-Barcelona 2007).

En forma similar a la inadecuada sugerencia de que debemos dejar de lado nuestras emociones para poder realizar decisiones en base al estricto razonamiento, algunos científicos sugieren que las ciencias sociales deben desvincularse completamente de la filosofía. Mario Bunge escribió: “Mientras que el problema de Comte fue cortar el cordón umbilical que unía la ciencia a la filosofía, el nuestro consiste en mostrar el amplio y profundo solapamiento que existe entre ambas. Sin embargo, no toda filosofía ha sido beneficiosa para la ciencia, sobre todo para las ciencias sociales. Por ejemplo, Kant y sus seguidores decretaron que las ciencias del hombre no eran objetivas; Hegel y los marxistas quedaron atrapados en los misterios de la dialéctica; los positivistas tienen un saludable respeto por los hechos, pero un miedo enfermizo por la teoría; los utilitaristas y los hiperracionalistas pasan por alto las constricciones sociales de la actuación individual; y los posmodernos, si por ellos fuera, nos harían ignorar los hechos y tirar por la borda la racionalidad, ambas cosas a la vez. Por lo cual, todavía tenemos que resolver el problema de cómo unir mejor la filosofía y la ciencia, en particular la sociología. Permítaseme una metáfora: el problema es transformar una desordenada y estéril unión de hecho en un matrimonio legal y fértil”.

Debe señalarse que una integración entre ciencia y filosofía puede conducir a un sistema cognitivo cuyas partes pertenezcan a alguna rama de la ciencia experimental, pero que serán integradas bajo cierta filosofía científica. Es indudable que el conocimiento filosófico del pasado ha ido restringiendo su dominio ante el avance de la ciencia, quedando, sin embargo, la posibilidad de integrar el conocimiento en la forma empleada en los antiguos sistemas filosóficos. Sin embargo, varios filósofos proponen una desvinculación entre ciencia y filosofía.

La síntesis del conocimiento es esencial, ya que existe una diferencia importante entre conocer y comprender, siempre que asignemos a la palabra “conocer” la simple disponibilidad de información parcial, mientras que asignamos la palabra “comprender” a la integración del conocimiento disponible bajo una síntesis organizada, o sistema cognitivo. Hans Reichenbach escribió:

“Los sistemas filosóficos, en el mejor de los casos, han reflejado la situación del conocimiento científico de su época; pero no han contribuido al desenvolvimiento de la ciencia. El desarrollo lógico de los problemas es labor del científico; su análisis técnico, aun cuando a menudo se halla dirigido hacia pequeños detalles y rara vez se realiza con propósitos filosóficos, ha ampliado la comprensión del problema hasta que, con el tiempo, el conocimiento técnico fue lo suficientemente completo para poder dar respuesta a las preguntas filosóficas”.

“Los libros de texto de filosofía generalmente incluyen un capítulo sobre la filosofía del siglo XIX escrito en el mismo tono que los que tratan de la filosofía de los siglos anteriores. Este capítulo menciona nombres como los de Fichte, Schelling, Hegel, Schopenhauer, Spencer y Bergson, y comenta sus sistemas como si fueran creaciones filosóficas situadas en la misma línea de los sistemas de los periodos precedentes. Pero la filosofía de los sistemas termina con Kant, y es un error de la historia de la filosofía el discutir sistemas posteriores en el mismo nivel que los de Kant o Platón. Los sistemas anteriores reflejan la ciencia de su tiempo y dieron pseudo-respuestas cuando no podían darse otras mejores. Los sistemas filosóficos del siglo XIX fueron construidos en los momentos en que se estaba elaborando una nueva filosofía; son el producto de hombres que no se dieron cuenta de los descubrimientos filosóficos inmanentes a la ciencia de su tiempo y que desarrollaron, bajo el nombre de filosofía, sistemas de ingenuas generalizaciones y analogías. En ocasiones fue el persuasivo lenguaje de sus exposiciones, en otras la sequedad pseudo-científica de su estilo, lo que impresionó a sus lectores y contribuyó a su fama. Pero, considerados históricamente, estos sistemas podrían compararse más bien al término de un río que después de correr por fértiles tierras terminara por secarse en el desierto”.

“El filósofo de la escuela tradicional muchas veces se ha rehusado a reconocer al análisis de la ciencia como filosofía, y continúa identificando la filosofía con la invención de sistemas filosóficos. No se da cuenta de que los sistemas filosóficos han perdido su significación y de que su función ha sido asumida por la filosofía de la ciencia. El filósofo científico no teme este antagonismo. Deja al filósofo anticuado que siga inventando sus sistemas filosóficos –para los que puede haber todavía un lugar dentro del museo filosófico que lleva el nombre de historia de la filosofía- y se pone a trabajar”.

Mientras que el concepto de teleología, o finalidad, es esencial en el ámbito de la filosofía, el concepto de causalidad lo es en la ciencia. Sin embargo, pudo advertirse que el concepto de finalidad implícita puede existir en la ciencia toda vez que se utilicen sistemas realimentados en la descripción del mundo real. El objetivo a alcanzar, dentro de dicho sistema, cumple con el rol de la finalidad empleado en filosofía. Hans Reichenbach escribió: “La selección en la lucha por la existencia es un hecho irrefutable, y la causalidad en combinación con la selección produce orden. No hay escapatoria de este principio. La teoría darwiniana de la selección natural es el instrumento por medio del cual la aparente teleología de la evolución se reduce a causalidad” (De “La Filosofía científica”–Fondo de Cultura Económica-México 1975).

“La filosofía especulativa quería certeza absoluta. Si era imposible predecir acontecimientos individuales, al menos se consideraba que podían conocerse las leyes generales que rigen todos los acontecimientos; estas leyes podían derivarse mediante el poder de la razón. La razón, legisladora del universo, revelaba a la mente humana la naturaleza íntima de todas las cosas. Esta tesis se encontraba en la base de todas las diversas formas de sistemas especulativos. Por otra parte, la filosofía científica se rehúsa a aceptar cualquier clase de conocimiento del mundo físico como absolutamente seguro. Los principios de la lógica y de las matemáticas representan el único terreno en que puede alcanzarse la certeza; pero estos principios son analíticos y vacíos. La certeza y la vaciedad son inseparables: la síntesis a priori no existe”.

“Y a pesar de todo, todavía hay filósofos que se niegan a aceptar la filosofía científica como una filosofía, que quieren incorporar sus resultados a un capítulo introductorio de la ciencia y que pretenden que existe una filosofía independiente, que no tiene nada que ver con la investigación científica y que puede alcanzar directamente la verdad. Estas pretensiones, creo yo, revelan una falta de sentido crítico. Los que no ven los errores de la filosofía tradicional no quieren renunciar a sus métodos o resultados y prefieren seguir un camino que la filosofía científica ha abandonado. Reservan el nombre de filosofía para sus falaces empeños en busca de un conocimiento supercientífico y se rehúsan a aceptar como filosófico un método de análisis construido sobre el modelo de la investigación científica”.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Acerca de la ética

Así como existe una verdad única respecto al conocimiento de cada aspecto de la realidad; verdad a la que nos acercamos paulatinamente, también debe existir una ética capaz de optimizar el comportamiento humano en la búsqueda de la felicidad y de un adecuado sentido de la vida. En realidad, existen muchas propuestas éticas y pueden imaginarse varias más, sin embargo, producirán en el hombre distintos efectos, por lo cual puede decirse que la ética “verdadera” será aquella que produzca los mejores resultados, siendo tal veracidad determinada principalmente por sus efectos antes que por su origen. Nicolás Berdiaev escribió: “El conocimiento ético es la más temeraria de todas las formas de conocimiento, porque en él se revelan al mismo tiempo el valor, el sentido de la vida, el pecado y el mal” (De “La destinación del hombre”-José Janés Editor-Barcelona 1947).

La ética proviene tanto de la religión, como de la filosofía y la ciencia experimental. Como la ciencia describe aspectos objetivos de la realidad, se admite que la ética describe la conducta del hombre considerando su naturaleza humana. Si tenemos en cuenta sólo los aspectos culturales, derivados de la influencia que recibimos del medio social, resulta cuestionable hablar de una “naturaleza humana” objetiva, mientras que, si consideramos los aspectos biológicos de nuestra conducta, tal como los procesos estudiados por la psicología o la neurociencia, entonces podemos afirmar que tal naturaleza humana puede entrar en el campo de estudio de la ciencia experimental. Uno de los fenómenos de interés es la empatía, por la cual podemos compartir las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias, siendo la esencia de la ética cristiana, o ética natural.

En la actualidad podemos asociar el problema ético, consistente en encontrar la mejor ética posible, al proceso general de adaptación al medio, principalmente bajo la perspectiva de la adaptación cultural al orden natural. En principio, puede decirse que el bien y la felicidad implican una plena adaptación, mientras que el mal y la infelicidad implican una desadaptación al mismo. De ahí que debamos hablar de hombres adaptados o no, con una transición gradual entre ambos extremos, en lugar de hablar de hombres buenos o malos, si bien estas denominaciones no dejan de tener validez. Recordemos que Sócrates asociaba el bien al conocimiento y el mal a la ignorancia, debido precisamente a la estrecha relación que existe entre nuestro comportamiento y el conocimiento de las leyes naturales que rigen nuestra conducta y nuestros pensamientos.

Si consideramos la existencia de un orden natural regido por leyes naturales invariantes, debemos admitir que se trata de un proceso autoorganizado, del cual la “mano invisible” que gobierna al mercado (orden económico) habrá de constituir una parte de aquel proceso general. Haciendo una comparación con la economía, puede suponerse la existencia de un proceso autoorganizado (orden social), no implicando que el hombre, necesariamente, esté adaptado al mismo, lo cual es esencial para que se produzcan buenos resultados.

En forma similar a cómo los precios en el mercado (o en el conjunto de decisiones de productores y compradores participantes) tienden hacia una situación de estabilidad, las distintas actitudes y decisiones individuales deberán tender hacia un aceptable nivel de felicidad bajo la previa aceptación de una ética adaptativa. Si no se llega al precio estable en la economía, posiblemente se deba a que existe cierta perturbación inflacionaria que lo impide, mientras que en el caso de la sociedad seguramente existirá una crisis moral vinculada principalmente a una generalizada aceptación del relativismo moral.

En cuanto al proceso social autorregulado, podemos ejemplificarlo en el caso de quien se burla de otra persona, actitud por la cual tiende a alegrarse de los males y defectos ajenos. Luego, con el tiempo, es posible que la persona previamente burlada y degradada llegue a superar en algún aspecto a quien de ella se burló, y que ahora deberá cambiar la burla por la envidia, entristeciéndose por el bien ajeno, provocándose un autocastigo permanente, ineludible y cercano. No hizo falta que un Dios que interviene en los asuntos humanos hubiese actuado para castigar al culpable, sino que las propias leyes psicológicas que rigen nuestra conducta produjeron la compensación “castigando” a quien primeramente produjo el mal en otra persona con la única intención de provocarle sufrimiento.

Por otra parte, quien comparte las penas ajenas también compartirá sus alegrías, de ahí que su nivel de felicidad tenderá a ser el óptimo, “premiándose” a sí mismo al adoptar tal actitud, no siendo necesaria la presencia de un Dios que lo premie por sus obras y por sus actitudes. Tampoco resultará “meritorio” hacer el bien a los demás, ya que resulta ser la única forma permitida por la ley natural para obtener un elevado nivel de felicidad. El reconocimiento social ante las buenas acciones no debe considerarse como el premio que se ha de esperar, sino como un estímulo adicional para continuar haciendo las cosas bien.

El sentido de la vida básico que el hombre debe adquirir, además del sentido de la vida particular, es justamente el que se identifica con una plena adaptación al orden natural, por cuanto ello implica el logro de la felicidad y el pleno acatamiento de las leyes naturales, interpretadas en la religión como las leyes de Dios. De ahí la expresión de Cristo: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, que podemos interpretar como: «Primeramente observa las leyes naturales y el orden natural emergente, adáptate al mismo, que la felicidad plena será la resultante».

Adviértase que detrás de la simbología con que se expresan los distintos mensajes religiosos, puede encontrarse su significado pleno asociándolos a las leyes naturales que rigen nuestra conducta. Debemos considerar como prioritarias tales leyes antes que las simbologías respectivas y, sobre todo, antes que las distintas interpretaciones que a tales simbologías podemos asociar.

El concepto de ley natural no resulta ser algo propio de la ciencia experimental, ya que es empleado también en la religión desde la época medieval, como en el caso de Santo Tomás de Aquino; incluso ya aparece en los escritos de Marco Tulio Cicerón, escritor y estadista romano. Sin embargo, es posible que existan diferencias de interpretación. Podemos decir que la ley natural es el vínculo invariante entre causas y efectos, y que, desde una perspectiva científica, todo lo existente está caracterizado por la existencia de tal tipo de ley. Cicerón escribió: “Esta ley no está escrita, pero es innata; ni la hemos aprendido ni recibido, ni leído, pero la hemos sacado de la naturaleza misma; no hemos sido instruidos por ella, pero somos hechos por ella; no nos ha sido enseñada, pero de ella estamos impregnados totalmente”.

Al no tomarse como referencia a las leyes naturales, resulta imposible todo entendimiento entre las distintas religiones y de ahí el origen de los conflictos y antagonismos. El “creyente” actual parece decir; «creo en Dios pero no acato sus leyes», siendo una forma de rebelión de tipo religioso. El paganismo implica, justamente, el desconocimiento de las leyes de Dios tratando de desplazarlas por pedidos directos de sus intervenciones para que nos resulten favorables. Una de las consecuencias de esta tendencia es el rápido avance del islamismo sobre Europa, con la poco disimulada obsesión de conquistarla para someterla sin apenas tratar de adaptarse a las costumbres locales, constituyendo un totalitarismo teológico que pretende dominar a todo ciudadano europeo.

Por otra parte, quienes no creen en la existencia de un orden económico espontáneo, tal como el mercado, tratan de reemplazarlo por decisiones provenientes de quienes dirigen al Estado, que es el aspecto común a los distintos totalitarismos. En forma similar, quienes no creen en la existencia de un orden social espontáneo, tratan de suplantarlo por distintas propuestas que surgen bajo la previa aceptación de los diversos relativismos, como el moral, el cognitivo y el cultural.

Si desestimamos el sentido de la vida que nos impone el orden natural al inducir nuestra adaptación al mismo, y si desestimamos la búsqueda del Bien y de la Verdad, precisamente porque el relativismo adoptado nos indica que tales conceptos no existen, entonces hemos abierto las puertas que favorecen la entrada a nuestra vida del vacío existencial, que resulta ser un aspecto que impide lograr un aceptable nivel de felicidad.

Podemos decir que el verdadero ateismo implica que el hombre se aleja, desconoce o niega las leyes naturales o las leyes de Dios. Con ello favorece la ausencia de un sentido objetivo de la vida, promoviendo el relativismo moral, cognitivo y cultural, como a los totalitarismos políticos y teológicos, por lo cual se atenta contra toda posible adaptación al orden natural. D. Barbedette escribió: “Hay una ley natural, grabada por Dios, en el corazón del hombre”.

“1- Prueba de conciencia: la conciencia se manifiesta a cada uno como una luz y un orden de la naturaleza, y aun si se quiere como un imperativo categórico, gracias al cual distinguimos lo que es bien de lo que es mal, lo que se debe hacer de lo que se debe evitar. En efecto, cada vez que obedecemos a esta luz interior, nuestra conciencia queda satisfecha, y cada vez que la violamos nos tortura el aguijón de los remordimientos”.
“2- Prueba de razón: En todas las criaturas hay principios que las llevan no solamente a realizar sus operaciones propias, sino también a adaptarlas a su fin. Ahora bien, el hombre no es de una condición inferior a la de los animales; así es que tiene una luz, gracias a la cual conoce su fin; y esa luz es la ley natural. De otra manera la naturaleza fallaría en las cosas necesarias, y de Dios mismo habría que dudar si Él se manifestara como Dios y dueño supremo del mundo sin hacerle conocer su ley”.
“3- Prueba indirecta: sacada de las consecuencias funestas de la opinión contraria. Si se rechaza la existencia de la ley natural, no le queda ya a la moralidad ningún fundamento, o tal fundamento depende del antojo del hombre, y por lo mismo no es ni estable ni inmutable. En efecto, todo lo que depende de mero arbitrio, es convencional y puede ser cambiado por los hombres mismos. De suerte que el robo, el engaño, el homicidio y todos los otros crímenes podrían venir a ser ora permitidos, ora prohibidos: consecuencias contrarias la buen sentido” (De “Ética o Filosofía moral”-Editorial Tradición SA-México 1974).

lunes, 19 de agosto de 2013

La empresa social

El empresario es la figura central de toda economía de mercado y es quien tiene como misión disponer y organizar los distintos factores de la producción para satisfacer la demanda de sus clientes. Se ha dicho muchas veces que la empresa capitalista debería tener metas sociales, en lugar de individuales. Esta opinión se origina en el hecho de que, por lo general, no se valora suficientemente su tarea de ofrecer puestos de trabajo y de producir bienes y servicios de uso masivo, aspectos con los que cumple una importante función social. Sin embargo, no toda empresa asocia sus ganancias a la producción y a la creación de puestos de trabajo, ya que también existe la empresa optimizadora de ganancias que se aleja un tanto de los objetivos mencionados. Podemos hacer en breve esquema de los tipos de empresas existentes como así también del tipo de empresa social que aparece como una innovación empresarial:

a) Empresa orientada prioritariamente a la producción y al trabajo
b) Empresa orientada a la prioritaria optimización de ganancias
c) Empresa socialista
d) Empresa social

Los economistas liberales, que promueven la adopción y vigencia de la economía de mercado, dan por sobreentendido que toda empresa debe apuntar a la producción y al otorgamiento de puestos de trabajo, siendo sus utilidades una consecuencia de haber logrado eficazmente tales objetivos. Por otra parte, la empresa que sólo busca optimizar sus ganancias, por lo general es la que no busca adaptarse al mercado sino que se orienta a la búsqueda de apoyo por parte del Estado intervencionista a cargo de políticos que luego serán sus cómplices.

Por lo general, se busca la mejora de la economía dirigiendo la atención en lo que hacen y en lo que no hacen los empresarios, olvidando que si éstos no constituyen un porcentaje suficiente, la atención debe orientarse hacia el resto de la sociedad que tiene muy poca vocación empresarial; ausencia que constituye el principal factor de pobreza y subdesarrollo.

En la imaginación popular aparece, como alternativa, la empresa socialista, regida por el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Tal tipo de empresa ha dado resultados decepcionantes por cuanto resta todo tipo de incentivos económicos a quienes tienen mayor capacidad productiva, acentuando además la vagancia y la improductividad en quienes tienen poca predisposición para el trabajo. Para subsanar la ausencia de incentivos económicos, en los países socialistas se trató de reemplazarlos por incentivos de tipo humanitario, que habrían de ser asignados a los que trabajaran con mayor entusiasmo y productividad, descartando los incentivos económicos como si ganar dinero mediante el trabajo honesto fuese algo pecaminoso. En forma injustificada se supone que todo objetivo individual necesariamente se opone a los objetivos colectivos, identificando egoísmo con individualismo, actitudes que no siempre concuerdan.

Finalmente tenemos la empresa social, asociada a la labor de Muhammad Yunus, galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su innovación empresarial y debido a los excelentes resultados logrados otorgando préstamos para pobres mediante el Banco Grameen. El citado autor escribió: “Si queremos completar la estructura del capitalismo, debemos introducir otro tipo de empresa, que reconozca la naturaleza multidimensional de los seres humanos. Si describimos las empresas actuales como empresas que maximizan sus beneficios (EMB), el nuevo tipo de empresa podría llamarse «empresa social». Los empresarios fundarían empresas sociales no para obtener beneficios para sí mismos, sino para alcanzar objetivos sociales específicos”.

“Puede que los fundamentalistas del libre mercado crean que se trata de una blasfemia, porque la idea de una empresa con un objetivo distinto al de obtener beneficios no tiene cabida en su teología actual del capitalismo. Sin embargo, el libre mercado no tiene por qué verse perjudicado por el hecho de que no todas las empresas sean maximizadoras de beneficios, y no cabe duda de que el capitalismo pueda mejorarse. Además, hay demasiado en juego como para seguir por el mismo camino que hasta ahora. Al insistir en que todas las empresas deben ser maximizadoras de beneficios por definición y al considerar esto como una especie de verdad axiomática, hemos creado un mundo que le da la espalda a la naturaleza multidimensional de los seres humanos. El resultado es que las empresas siguen siendo incapaces de resolver muchos de los problemas sociales más acuciantes” (De “Un mundo sin pobreza”-Ediciones Paidós Ibérica SA-Madrid 2008).

Debe advertirse que las grandes empresas, que cotizan en bolsa y que compiten con otras de su misma envergadura, tienen la imperiosa necesidad de hacer fuertes inversiones en investigación para no verse superadas por la competencia. De no hacer tales inversiones, pronto irían a la quiebra. Además, si no tuviesen elevadas ganancias anuales, el accionista constituido por el ciudadano común y corriente, pronto vendería sus acciones por cuanto espera obtener ganancias razonables. La venta masiva de acciones también produciría la quiebra. De ahí que debe distinguirse entre empresa optimizadora productiva de otra optimizadora a cualquier precio.

Para que las grandes empresas dejen de ser optimizadoras de ganancias, debe primero convencerse al ciudadano común que tiene que seguir siendo un cliente fiel de la empresa que hizo pocas inversiones por lo que sus productos quedaron relegados técnicamente o bien desplazados por la competencia por otros similares, pero más baratos, o bien se debe convencer al accionista común que sus ganancias serán pequeñas a cambio de informarle que la empresa en cuestión produjo objetivos sociales importantes y que la satisfacción moral debería considerarse como parte de los beneficios obtenidos.

Donde es posible compatibilizar la empresa social con el mercado, es en el caso de las PYMES, pequeñas y medianas empresas, en cuyo caso, por lo general, se tienen en cuenta objetivos sociales inmediatos. Yunus agrega: “La estructura organizativa de este nuevo tipo de empresa es básicamente igual a la de las maximizadoras de beneficios actuales, la diferencia reside en los objetivos. Al igual que el resto de las empresas, emplea trabajadores, produce bienes y servicios y los ofrece a sus clientes a un precio coherente con su objetivo; sin embargo, el objetivo básico (y el criterio que debe utilizarse para evaluarla) es generar beneficios sociales para las personas con quienes entra en contacto. Puede que la empresa genere beneficios, pero los inversores que la apoyen no obtienen ninguno, una vez que han recuperado, al cabo del tiempo, la cantidad original que invirtieron en un principio. Los objetivos de las empresas sociales son las causas humanitarias, no los beneficios, y tienen el potencial para actuar como agentes de cambio en el mundo”.

“Al igual que cualquier otra empresa, las empresas sociales no pueden tener pérdidas indefinidamente, pero los beneficios no van a quienes invierten en ellas. Por lo tanto, las empresas sociales podrían definirse como empresas sin pérdidas y sin dividendos. En lugar de transferirse a sus inversores, el superávit generado por la empresa social vuelve a reinvertirse en la misma empresa. En última instancia se transfiere al grupo de beneficiarios de la actividad de la empresa, en forma de precios más bajos, mejores servicios y mayor accesibilidad”. “La rentabilidad es importante para las empresas sociales. Siempre que sea posible hacerlo sin que peligre el objetivo social, las empresas sociales deben generar beneficios, por dos motivos: en primer lugar, para devolver el dinero a los inversores y, en segundo término, para fomentar la consecución de objetivos sociales a largo plazo”.

“¿Cómo pueden los bienes y servicios que venden las empresas sociales generar beneficios sociales? Pueden hacerlo de múltiples maneras. Imaginemos algunos ejemplos:

1- Una empresa social que fabrica y vende productos de alimentación nutritivos y de alta calidad a precios muy bajos, destinados a un mercado especifico de niños pobres y mal alimentados. Los productos pueden ser más baratos, porque no compiten en el mercado de lujo y no necesitan envases caros ni publicidad y porque la empresa que los vende no está obligada a maximizar sus beneficios.
2- Una empresa social que diseña y vende seguros médicos, para proporcionar asistencia sanitaria asequible a los pobres.
3- Una empresa social que desarrolla sistemas de energía renovable y que los vende a un precio razonable a comunidades rurales que, de otro modo, no podrían permitirse el acceso a la energía.
4- Una empresa social que depura aguas residuales, recicla basura y otros productos de desechos que, de otro modo, contaminarían barriadas pobres o sin poder político”.

En definitiva, Yunus promueve, acertadamente, tener siempre presente los objetivos sociales y los valores éticos en un lugar dominante respecto de los objetivos que orientan nuestras decisiones, por lo cual, de seguirse sus consejos, las empresas optimizadoras de ganancias que las busquen fuera de los objetivos productivos, deberían orientarse hacia la producción, produciéndose una mejora importante en el campo empresarial.

Es oportuno mencionar un caso interesante, y es el de un empresario que en sus comienzos “jugó sucio” con sus competidores estableciendo un monopolio petrolero de grandes dimensiones. Con el tiempo, John D. Rockellefer, cambiando su actitud, se dedicó a utilizar su dinero en obras de ayuda social, devolviendo a la sociedad unos 100.000 millones de dólares (traducido a los valores actuales), lo que constituye todo un record de beneficencia social.

La idea importante, en todo esto, es que debemos inculcar en la gente, previamente a todo accionar, que producir beneficios en aquellos que nos rodean produce mayor felicidad que buscar siempre beneficios económicos que nos favorecerán sólo a nosotros mismos. Luego de que tal idea haya sido aceptada, es de esperar mejoras sociales de todo tipo, mientras que, de lo contrario, no habrá cambios esenciales.

domingo, 18 de agosto de 2013

El socialismo real

Puede decirse que el socialismo real es el que se da en toda sociedad que siga cercanamente el “mandamiento” marxista abajo considerado; en otro caso, deja de ser socialismo. La descripción de las consecuencias de tal adopción, tarea emprendida por la escritora rusa Ayn Rand, radicada en los EEUU, posiblemente sea la mejor que se haya hecho, estableciendo seguramente el juicio definitivo sobre un modelo de sociedad que favoreció las catástrofes sociales más graves en toda la historia de la humanidad. Sin embargo, los promotores del socialismo hablan siempre del “elevado sentido moral” que alienta sus esfuerzos y su accionar. El escrito citado, que forma parte de la novela “La Rebelión de Atlas”, relata las consecuencias que se dan luego de adoptar el siguiente lema:

“De cada uno según su habilidad, a cada uno según su necesidad”

Por Ayn Rand

Esta es la historia de lo ocurrido en la Twentieth Motor Company, la cual puso en práctica el anteriormente citado slogan, como lo dijo uno de los sobrevivientes.

“En la fábrica donde trabajé veinte años ocurrió algo extraño. Fue cuando el viejo murió y se hicieron cargo sus herederos. Eran tres: dos hijos y una hija, que pusieron en práctica un nuevo plan para dirigir la empresa. Nos dejaron votar la aceptación de ese plan, y todos, o casi todos, votamos a favor, porque no sabíamos en realidad de qué se trataba. Creíamos que era bueno, o mejor dicho, pensamos que se esperaba de nosotros que lo consideráramos bueno. Consistía en que cada uno en esa fábrica trabajaría de acuerdo con su habilidad o destreza, pero se le pagaría de acuerdo con sus necesidades.

Votamos por el plan en una gran reunión a la que asistimos unos seis mil, es decir, todos los que trabajábamos allí. Los herederos de Starnes pronunciaron largos discursos, no demasiado claros, pero nadie hizo preguntas. Nadie sabía cómo funcionaría ese plan, pero todos pensábamos que el de al lado lo había comprendido. Si alguien tenía dudas al respecto, se sentía culpable y debía mantener la boca cerrada, porque todo aquel que se opusiera al plan habría parecido desalmado, al que no era justo considerar humano. Nos dijeron que aquel plan significaba la concreción de un ideal muy noble. ¿Cómo íbamos a pensar lo contrario? ¿Acaso no habíamos oído decir durante toda nuestra vida, a nuestros padres y maestros, y a los pastores religiosos, leído en todos los periódicos y visto en todas las películas, y escuchado en todos los discursos públicos, que aquello era lo virtuoso y lo justo? Quizá nuestra conducta en la reunión podía ser comprensible hasta cierto punto. Votamos por el plan, y conseguimos lo previsto. Usted sabe, señora, que quienes trabajamos durante los cuatro años del plan en la fábrica Twentieth Motor somos hombres marcados. ¿Qué se supone que es el infierno? Perversidad, pura y simple perversidad, ¿verdad? Pues bien, eso es lo que vimos allí y lo que ayudamos a construir. Creo que hemos sido maldecidos por eso y quizá no se nos perdone nunca….

¿Sabe cómo funcionó aquel plan y cuáles fueron sus efectos en nosotros? –continuó explicando el vagabundo- Es como verter agua en un depósito en cuya parte inferior hay un caño por el que se vacía con más rapidez de la que usted lo llena y cada cubo que echa dentro agranda ese desagüe cada vez más, entonces cuanto más uno duramente trabaja, más se le exige; primero trabaja cuarenta horas semanales, luego cuarenta y ocho, y, más tarde, cincuenta y seis. Para pagar la cena del vecino, la operación de su mujer, el sarampión del niño, la silla de ruedas de su madre, la camisa de su tío, la educación de su sobrino, o para el niño que ha nacido en la casa de al lado, o el que va a nacer; en fin, para cuantos lo rodean, y que han de recibirlo todo, desde pañales a dentaduras postizas, mientras uno trabaja del amanecer a la noche, un mes tras otro y un año tras otro, sin tener para mostrarles a esas personas más que el propio sudor, sin otra expectativa que la complacencia de los demás para el resto de su vida, sin descanso, sin esperanza, sin final….De cada uno según sus capacidades, para cada uno de acuerdo con sus necesidades….

Nos dijeron que formábamos una gran familia, que todos participábamos en la empresa juntos, pero no todos trabajábamos sobre un soplete de acetileno diez horas –juntos-, ni nos agarrábamos un dolor de barriga –juntos-. ¿Cómo establecer, de un modo exacto, la capacidad de unos y las necesidades de otros? Cuando todo se mete en una olla no es posible permitir que cualquiera decida sobre sus propias necesidades ¿verdad? Si lo hace, pronto cada uno acabará pidiendo un yate, y si sus sentimientos son los únicos valores en que podemos basarnos, nos demostrará que es válido. ¿Por qué no? Si no es justo que yo tenga un auto hasta que me internen en una sala de hospital por haber trabajado para ganar un auto para cada holgazán y cada salvaje del mundo, ¿por qué no podría exigirme también un yate, si aún sigo en pie, si no he colapsado? ¿No? ¿Por qué no? Y entonces, ¿por qué puede exigirme que yo no tenga crema para mi café, hasta que él haya podido pintar su habitación…?¡Oh, bien!.

Acabamos decidiendo que nadie tenía derechos a juzgar sus propias necesidades o sus propias habilidades, y que era mejor votar sobre ello. Sí, señora, votábamos en una reunión pública que se celebraba dos veces al año. ¿De que otro modo podíamos hacerlo? ¿Imagina lo que sucedía en semejantes reuniones? Bastó una sola para descubrir que nos habíamos convertido en mendigos, en unos mendigos de mala muerte, gimientes y llorones, ya que nadie podía reclamar su salario como un derecho ganado, nadie tenía derechos ni sueldos. Su trabajo no le pertenecía, sino que pertenecía a «la familia», mientras que ésta, nada le debía a cambio y lo único que podía reclamarle eran sus propias «necesidades», es decir, suplicar en público un alivio, como cualquier pobre cuando detalla sus preocupaciones y miserias, desde los pantalones remendados al resfriado de su mujer, esperando que «la familia» le arrojara una limosna. Tenía que declarar sus miserias, porque la moneda de aquel reino eran las miserias y no el trabajo, así que se convirtió en una competencia de seis mil pordioseros, en la que cada uno afirmaba que su necesidad era peor que la de sus hermanos. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? ¿Quiere saber lo que ocurrió? ¿Quiere saber quiénes mantuvieron la calma, sintiendo vergüenza y quiénes se aprovecharon de la situación?.

Pero eso no fue todo. En la misma reunión se descubrió otra cosa. La producción de la fábrica había disminuido en 40 por ciento en el primer semestre, y se llegó a la conclusión de que alguien no había trabajado «de acuerdo a su destreza o capacidad». ¿Quién era? ¿Cómo averiguarlo? La «familia» votó también sobre eso. Así se determinó quienes eran los más capacitados, y a éstos se los sentenció a trabajar tiempo extra cada noche durante los siguientes seis meses. Tiempo extra sin paga, porque no se pagaba por el tiempo trabajado, ni por la tarea realizada, sino tan sólo según las necesidades.

¿Quiere que le cuente lo que sucedió después? ¿Y en qué clase de seres nos fuimos convirtiendo, los que alguna vez habíamos sido humanos? Empezamos a ocultar nuestras capacidades y conocimientos, a trabajar con lentitud y a procurar no hacer las cosas con más rapidez o mejor que un compañero. ¿Cómo actuar de otro modo, cuando sabíamos que rendir al máximo para «la familia» no significaba que fueran a darnos las gracias ni a recompensarnos, sino que nos castigarían? Sabíamos que si un sinvergüenza arruinaba un grupo de motores, originando gastos a la compañía, ya fuese por descuido o por incompetencia, seriamos nosotros los que pagaríamos esos gastos con horas extras y trabajando hasta los domingos. Por eso, nos esforzamos en no sobresalir en ningún aspecto.

¿Qué era eso que siempre nos habían dicho acerca de la competencia perniciosa del sistema basado en lucros, donde los hombres debían competir por ver quien realizaba mejor trabajo que sus colegas? Pernicioso ¿no? Deberían haber visto lo que ocurría cuando todos competíamos por realizar el trabajo lo peor posible. No existe manera más segura para destruir a un hombre, que ponerlo en una situación en la que no sólo no desee dar al máximo, sino que, además, día tras día se esfuerce por hacer mal su trabajo, Dicho sistema acabará con él mucho antes que la bebida o el ocio, o lo convertirá en un asaltante para subsistir. Pero no podíamos hacer otra cosa, había que fingir ineptitud. La acusación que más temíamos era la de ser sospechosos de tener capacidad. La habilidad era como una hipoteca que nunca se terminaría de pagar.

¿Para qué teníamos que trabajar? Sabíamos que el salario básico estaba asegurado; trabajáramos o no, recibiríamos la «asignación para casa y comida», como se la llamaba, y más allá de eso no había oportunidades de recibir nada, sin importar cuán duro se trabajara. No podíamos planear la compra de un traje nuevo para el año siguiente porque quizás nos entregarían una «asignación para vestimenta», o quizá no. Dependía de si alguien no se rompía una pierna, necesitaba una operación o traía al mundo más niños, y si no había dinero suficiente para adquirir ropas nuevas para todos, no lo habría para nadie.

Recuerdo a cierto hombre que había trabajado duramente toda su vida porque siempre había querido que su hijo fuera a la universidad. Bueno, el muchacho terminó la secundaria durante el segundo año del plan, pero «la familia» no quiso darle al padre ninguna asignación para que el chico siguiera sus estudios. Dijeron que no podía ir a la universidad hasta que hubiera suficiente dinero para que los hijos de todos pudieran hacerlo. El padre murió al año siguiente en una riña de bar. Una pelea sobre nada en particular, en la que salieron a relucir navajas. Ese tipo de altercados se estaban haciendo muy frecuentes entre nosotros.

La bebida era lo único que nos proporcionaba algún consuelo y todos nos volcamos a ella en mayor o menor grado. No pregunte de dónde sacábamos el dinero. Cuando todos los placeres decentes quedan prohibidos, existen siempre medios para llegar a los vicios. No se entra a robar en un bar durante la noche ni se registran los bolsillos de un compañero para comprar sinfonías o anzuelos de pesca, pero sí para emborracharse y olvidar. ¿Accesorios de pesca? ¿Escopetas de caza? ¿Cámaras fotográficas? No existían asignaciones para ese tipo de pasatiempos. La «diversión» fue lo primero que fue descartado.

¿No se supuso siempre que uno debe avergonzarse por cuestionar cuando alguien nos pide que dejemos algo, especialmente si es algo que nos da placer? Hasta nuestra «asignación para cigarrillos» quedó reducida a dos paquetes mensuales, porque, según dijeron, el dinero debía usarse para comprar leche para los niños. La producción de niños fue lo único que no disminuyó, sino que, por el contrario, se hizo cada vez mayor. La gente no tenía otra cosa que hacer y, por otra parte, no había de qué preocuparse, ya que los niños no eran una carga para los padres, sino para «la familia». De hecho, la mejor chance que uno tenía para obtener un aumento y respirar más tranquilo por algún tiempo, era recibir una «asignación infantil», o enfermarse gravemente.

Pronto nos dimos cuenta de cómo funcionaba aquello. Quien quisiera jugar limpio, debía privarse de todo, perder el gusto por los placeres, aborrecer el tabaco y los chicles, preocupado de que hubiese alguien que necesitara más esas monedas. Sentía vergüenza de cada bocado de comida que tragaba, preguntándose quien la habría pagado con sus horas extras, pues sabía que esa comida no era suya por derecho propio y prefería ser trampeado antes que trampear, ser un ingenuo antes que un chupasangre. No se casaba ni ayudaba en su hogar para no ser una nueva carga para «la familia». Además, si conservaba cierto sentido de responsabilidad, no podía tener hijos, puesto que no le era posible planear, prometer ni contar con nada. Pero los desorientados y los irresponsables se aprovecharon. Trajeron niños al mundo, se casaron, y trajeron consigo a todos los parientes inútiles que tenían en cualquier parte del país, y a cada hermana soltera que quedaba embarazada; y con el fin de obtener «asignaciones por incapacidad» extras, contrajeron más enfermedades de las que cualquier médico podía atender, arruinaron sus ropas, sus muebles y sus casas, ¡total, qué importaba!: «la familia» pagaba todo. Así, encontraron más formas de tener «necesidades» que las que nadie hubiera podido imaginar, desarrollaron una habilidad especial para eso, la única habilidad que se animaban a mostrar.

¡Por Dios, señora! ¿Se da cuenta de lo que sucedió? Se nos había dado una ley con la cual vivir y que llamaban ley moral, que recompensaba con castigos a quienes la cumplían. Cuanto más tratábamos de vivir de acuerdo con esa ley, más sufríamos, y cuanto más la trampeábamos, mayores recompensas obteníamos. La honestidad era una herramienta entregada a la deshonestidad ajena. Los honestos pagaban, mientras los deshonestos cobraban. El honesto perdía y el deshonesto ganaba. ¿Cuánto tiempo puede un ser humano permanecer bueno con semejante ley? Éramos un grupo de personas decentes al principio. No había demasiados oportunistas entre nosotros. Conocíamos nuestros trabajos, nos sentíamos orgullosos de ellos, y trabajábamos para la mejor fábrica del país, propiedad del viejo Starnes, que sólo admitía en su plantel a la mejor mano de obra del país. Al cabo de un año del nuevo plan, no quedaba entre nosotros ni una sola persona decente. Aquello era maldad, esa clase de horroroso infierno demoníaco con la que los predicadores solían asustarnos, pero que nunca imaginamos que existiera. No es que el plan haya incentivado a unos cuantos hijos de puta, sino que transformó a la gente decente en hijos de puta, sin que se pudiera obrar de otra manera…¡Y a eso le llamaban ideal moral!.

¿Para qué habríamos de trabajar? ¿Por amor a nuestros hermanos? ¿Qué hermanos? ¿A los aprovechadores, los sinvergüenzas, los holgazanes que veíamos a nuestro alrededor? Si eran simuladores o incompetentes, si no querían trabajar o estaban incapacitados para hacerlo, ¿qué diferencia hacía para nosotros? Si quedábamos atados de por vida a su capacidad, fingida o real, ¿por cuánto tiempo tendríamos espíritu para continuar? No teníamos manera de saber cuáles eran sus verdaderas habilidades, carecíamos de medios para controlar sus necesidades. Lo único que se sabía era que nos habíamos convertido en bestias de carga, luchando ciegamente, en un lugar que era mitad hospital, mitad almacén, un lugar montado exclusivamente para la incompetencia, el desastre y las enfermedades. Éramos bestias colocadas allí como instrumentos de aquel que quisiera satisfacer las necesidades de otro.

¿Amor fraternal? Ahí es donde aprendimos a odiar a nuestros hermanos por primera vez en la vida. Los odiábamos por todas las comidas que tragaban, por los pequeños placeres que disfrutaban, por la nueva camisa de uno, el sombrero de la esposa del otro, una salida familiar, o la pintura de la casa, porque todo eso nos era quitado a nosotros, era pagado con nuestras privaciones, nuestra resignación y nuestra hambre. Empezamos a espiarnos unos a otros, con la esperanza de sorprendernos en alguna mentira acerca de las necesidades y disminuir las asignaciones en la siguiente reunión. Y empezamos a tener soplones, que informaban acerca de los demás, revelando, por ejemplo, si alguien había comido pavo el domingo, posiblemente pagado con el producto de alguna apuesta. Empezamos a meternos en las vidas ajenas, provocamos peleas familiares para lograr la expulsión de algún pariente. Cada vez que veíamos a alguno saliendo en serio con una chica, le hacíamos la vida imposible, y así arruinamos numerosos compromisos matrimoniales, porque no queríamos que nadie se casara, no queríamos más dependientes a los que alimentar.

En los viejos tiempos, el nacimiento de un niño era celebrado con entusiasmo y generalmente ayudábamos a las familias a pagar sus facturas de la clínica si ellas estaban apretadas. Pero luego, cuando nacía un niño, estábamos varias semanas sin dirigirles la palabra a sus padres. Para nosotros, los niños eran como las langostas para los agricultores. En otras épocas ayudábamos a quien tuviera enfermos en su casa, pero luego….Voy a contarle un solo caso. Se trataba de la madre de un hombre que llevaba con nosotros quince años. Era una anciana afable, alegre e inteligente, que nos llamaba por nuestros nombres, y con la que todos simpatizábamos. Un día se cayó por la escalera del sótano y se fracturó la cadera. Sabíamos lo que eso significaba, a su edad, y el médico dijo que tenía que ser internada en un hospital de la ciudad para someterla a un tratamiento costoso y prolongado. La vieja murió la noche antes de ser trasladada a la ciudad para su internación. Nunca pudo establecerse la causa de su fallecimiento. No sé si fue un asesinato; nadie dijo eso, nadie hablaba del tema. Todo cuanto sé es que….¡y esto es lo que no puedo olvidar!...es que yo también deseé que muriera. ¡Qué Dios me perdone! Tal era la hermandad, la seguridad, la abundancia que se suponía que el famoso plan nos traería.

¿Qué motivo había para que se predicara esta clase de horror? ¿Había alguien que se beneficiaba? Sí, los herederos de Starnes. No vaya usted a contestarme que sacrificaron una fortuna y que nos entregaron la fábrica como regalo, porque también en esto nos engañaron. Es verdad que nos dejaron la fábrica, pero sólo los beneficios, señora, eso depende de lo que se quiere conseguir. Y no había dinero en el mundo que pudiese comprar lo que los herederos de Starnes pretendían, porque el dinero es demasiado limpio e inocente para tal cosa.

El más joven, Eric Starnes, era un sometido, sin valor ni energía para hacer nada en especial. Se hizo votar director del departamento de Relaciones Públicas que no hacía nada y tenía a sus órdenes un personal ocioso, por lo cual ni siquiera debía molestarse en aparecer por las oficinas.

Su paga, en realidad no debería llamarse así, porque no se «pagaba» a nadie…. la limosna que se votó para él era muy modesta, algo así como diez veces mayor que la mía, pero a Eric no le importaba el dinero, porque no hubiera sabido qué hacer con él. Pasaba el tiempo sin hacer nada entre nosotros, mostrando cuán compinche y democrático era. Le encantaba que la gente le demostrase afecto. Su mayor empeño consistía en recordarnos a cada instante que nos habían dado la fábrica. Ya no podíamos soportarlo.

Gerald Starnes era nuestro director de Producción. Nunca pudimos averiguar el monto de lo que se llevaba –su limosna- pero hubiéramos necesitado todo un equipo de contadores y otro de ingenieros para saber de qué modo todo aquel dinero pasaba por una tubería, directa o indirectamente, a su despacho. Sin embargo, nada figuraba como su beneficio particular, sino como medios con los que pagar los gastos de la compañía. Gerald tenía tres coches, cuatro secretarias y cinco teléfonos, y solía organizar fiestas con champaña y caviar, que ningún gran magnate que pagara impuestos en el país podía permitirse. Ganó más dinero en un año que el que ganó su padre los dos últimos de su vida. En su despacho encontramos unos cuarenta kilos de revistas, llenas de artículos sobre nuestra fábrica y nuestro noble plan, con grandes retratos de él mismo, en los que se lo mencionaba como un «gran paladín social». Por la noche le gustaba entrar en el taller vestido de etiqueta, con gemelos de brillantes, del tamaño de monedas, desparramando la ceniza de su puro por doquier. Un bruto con dinero que no tiene otra cosa que exhibir aparte de su riqueza es un tipo desagradable, pero al menos no necesita hacer ostentación y uno puede admirarlo o no si lo desea. Pero cuando un hijo de puta como Gerald Starnes se exhibe de ese modo y declara una y otra vez que no le importa la riqueza material y que sólo vive para servir a «la familia», que todos aquellos lujos no son para él sino para nosotros y en beneficio del bien común porque es preciso mantener el prestigio de la firma y su noble plan a los ojos del público…..entonces es cuando uno aprende a odiar a esos seres como nunca se ha aborrecido a un ser humano.

Pero su hermana Ivy era peor. A ella realmente no le importaba la riqueza material. Las limosnas que recibía no eran mayores que las nuestras, y siempre iba con zapatillas y faldas simples y camisas, con el fin de demostrar lo desprendida que era. Era directora de Distribución, a cargo de nuestras necesidades y, en realidad, nos tenía agarrados del pescuezo. Se suponía que la distribución se realizaba por votación de la gente, pero cuando la gente son seis mil voces aullantes que tratan de decidir sin ningún criterio, medida o razón, cuando no existen reglas y cada uno puede pedir lo que quiera sin tener derecho a nada, cuando todos tienen derecho sobre la vida ajena pero no sobre la propia, todo acaba como efectivamente terminó: Ivy Starnes acabó siendo la voz del pueblo. Al finalizar el segundo año, abandonamos aquella farsa de las «reuniones de familia» en aras de la «eficiencia de producción y economía de tiempo», reuniones que solían durar diez días, y a partir de allí todas las peticiones simplemente se enviaron a la oficina de la señorita Starnes. No, no eran enviadas, digamos mejor que cada peticionante en persona debía presentarse allí y ella elaboraba una lista de distribución que nos leía en una reunión de tres cuartos de hora. La aprobábamos. Había diez minutos para la discusión y las objeciones, pero no formulábamos ninguna: para ese tiempo ya nos habíamos dado cuenta de cómo funcionaban las cosas.

Nadie puede dividir la renta de una fábrica entre miles de obreros sin un parámetro con qué medir el valor de la gente. La norma de la señorita Ivy era la adulación a su persona. ¿Desinteresada? En los tiempos de su padre todo su dinero no le hubiera permitido hablar al tipo más bajo de su empresa en el modo como ella solía hablarles a nuestros más hábiles obreros y a sus esposas. Tenía unos ojos pálidos, con aspecto de pescado, vidriosos, fríos y muertos. Si se quería conocer la maldad en su estado puro, bastaba con observar cómo resplandecían sus ojos cuando alguien le respondía a un cuestionamiento para entonces ya no recibir más que la «asignación básica». Al observar aquello, comprendíamos el motivo real de quienes fueran capaces de apreciar la consigna: «De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades».

Allí residía el secreto de todo. Al principio no dejaban de preguntarme cómo era posible que hombres educados, justos y honorables pudieran cometer un error semejante y presentar como virtuosa tal abominación, cuando cinco minutos de reflexión les hubiera indicado lo que sucedería en caso de que alguien pusiera en práctica semejante idea. Ahora comprendo que no obraron así por error, porque errores de este tamaño no se cometen nunca inocentemente. Cuando alguien se hunde en alguna forma de locura, depravada, imposible de llevar a la práctica con buenos resultados, sin que exista, además, razón que explique sus acciones, es porque tiene motivos que no quiere revelar. Y nosotros no éramos tampoco tan inocentes cuando votamos a favor del plan, en la primera reunión. No lo hicimos sólo porque creyéramos que la vieja y empalagosa farsa que nos vomitaban fuera buena. Teníamos otro motivo, pero la farsa nos ayudó a ocultarlo de nuestros vecinos y de nosotros mismos. La cháchara nos daba la oportunidad de hacer pasar como virtud algo que nos hubiera avergonzado admitir de otra manera. Ninguno votó sin pensar que con ese esquema podría apoderarse de parte de las ganancias de quienes eran más capaces que él. No había nadie tan rico e inteligente como para creer que no hubiera alguien más rico o más inteligente, y ese plan le daría una participación de esa riqueza y de esa mente. Pero pensando en conseguir beneficios inmerecidos de quienes estaban por encima, olvidamos que había inferiores, que buscarían obtener lo mismo que nosotros; no nos dimos cuenta de que los menos eficientes tratarían de explotarnos del mismo modo que cada uno de nosotros explotaría a los mejores. El obrero impulsado de que la idea de que sus necesidades le daban derecho a un automóvil como el de su jefe, olvidó que todos los vagos y mendigos de la Tierra aparecían manifestando que sus necesidades justificaban que se les diera un refrigerador como el suyo. Ese fue nuestro motivo real cuando votamos. Esa fue la verdad, pero no nos gustaba reconocerlo y cuanto más lo lamentábamos, más alto vociferábamos nuestro amor hacia el bien común.

Conseguimos lo que nos habíamos propuesto, pero cuando nos dimos cuenta de lo que aquello representaba, ya era demasiado tarde. Estábamos atrapados, sin lugar adónde huir. Los mejores entre nosotros abandonaron la fábrica en la primera semana del plan. Así perdimos a nuestros mejores ingenieros, supervisores, capataces y obreros especializados. Todo el que se respete no quiere verse convertido en vaca lechera de nadie. Algunos tipos hábiles intentaron aguantar, pero no lo consiguieron por mucho tiempo. Los hombres huían de la fábrica en todo momento, se escapaban como de la peste, hasta que no quedaron más que los necesitados, ninguno de los capaces.

Si algunos de nosotros, dotados de algunas cualidades, optamos por quedarnos, fue porque llevábamos allí muchos años. En los viejos tiempos, nadie renunciaba a la Twentieth Motor y no podíamos hacernos a la idea de que aquellas condiciones ya no existieran más. Transcurrido algún tiempo, nos fue imposible marcharnos, porque ningún otro empresario nos habría admitido, y no se lo puede culpar. Nadie, ninguna persona respetable, quería tratar con nosotros. Los dueños de los pequeños negocios donde comprábamos empezaron a abandonar Starnesville velozmente, hasta que no quedaron más que los bares, las salas de juego y algunos comerciantes sinvergüenzas y aprovechadores, que nos vendían bazofia a precios exorbitantes. Seguíamos recibiendo nuestras limosnas, pero el costo de la vida subía. En la empresa, la lista de los necesitados se fue extendiendo, al tiempo que la de los clientes se encogía. Cada vez había menos ingresos para dividir entre más y más gente. En los viejos tiempos solía decirse que Twentieth Motor era una marca tan buena como el oro. No sé qué pensarían los herederos de Starnes si es que pensaban algo, pero tengo la impresión de que, igual que todos los planificadores sociales y los salvajes insensatos, estaban convencidos de que aquella marca era en sí misma una especie de emblema mágico dotado de un poder sobrenatural que los mantendría ricos, igual que a su padre. Pero cuando los clientes comenzaron a advertir que nunca lográbamos entregar un pedido a tiempo y que siempre había algún defecto en los motores que entregábamos, el mágico emblema empezó a operar en sentido inverso: la gente no aceptaba un motor marca Twentieth Motor ni regalado. Llegó un momento en que nuestros únicos clientes fueron los que nunca pagaban ni pensaban hacerlo, pero Gerald Starnes, embrutecido y engreído por su propia publicidad, se puso de mal humor y empezó a ir de un lado a otro con aire de superioridad moral, exigiendo que los empresarios nos hicieran pedidos, no porque nuestros motores fueran buenos, sino porque necesitábamos esos pedidos urgentemente.

Por aquel entonces, el idiota del pueblo podía ver lo que generaciones de profesores pretendieron no advertir. ¿De qué le serviría nuestra necesidad a una central eléctrica, si sus generadores se paraban por culpa de un defecto de nuestros motores? ¿De qué le serviría nuestra necesidad a un hombre tendido en una mesa de operaciones, sí, de pronto, se cortaba la luz eléctrica? ¿De qué les serviría a los pasajeros de un avión si el motor fallaba en pleno vuelo? Y si compraban nuestros productos no por su calidad sino por nuestra necesidad, la acción moral del propietario de la central eléctrica, del cirujano y del fabricante del avión, ¿seria buena, justa y noble?.

Sin embargo, tal era la ley moral que profesores, directivos y pensadores habían querido establecer en todo el mundo. Si esto fue lo que ocurrió en una pequeña ciudad en donde todos nos conocíamos, ¿imagina lo que hubiera sido a escala mundial? ¿Imagina lo que habría ocurrido si hubiéramos tenido que vivir y trabajar sujetos a todos los desastres y a las torpezas del planeta? Trabajar pensando en que si alguien fallaba en cualquier lugar, era uno quien debería pagarlo. Trabajar sin posibilidad alguna de progreso, con la comida, la ropa, el hogar y las distracciones pendientes de una estafa, una crisis de hambre o una peste en cualquier parte del mundo. Trabajar sin posibilidades de una ración extra, hasta que los campesinos camboyanos tuvieran alimento suficiente o hasta que todos los indígenas patagónicos hubieran ido a la universidad.

Trabajar para entregar un cheque en blanco a cada criatura nacida, de hombres a los que nunca vería, cuyas necesidades no conocería, cuya laboriosidad, pereza o mala fe nunca podría llegar a conocer o cuestionar. Tan solo para trabajar, trabajar y trabajar, dejando que las Ivys o los Geralds del mundo decidieran qué estómagos habrían de consumir el esfuerzo, los sueños y los días de su vida. ¿Es ésta la ley moral a aceptar? ¿Es éste un ideal moral?.

Lo probamos y aprendimos la lección. Nuestra agonía duró cuatro años, desde la primera reunión hasta la última, y todo terminó del único modo que podía hacerlo: en la quiebra. Durante la última reunión, Ivy Starnes fue la única que intentó luchar un poco. Pronunció un corto, desagradable y agresivo discurso en el que dijo que el plan había fracasado porque el resto del país no lo había aceptado, que una sola comunidad no podía llevarlo a la práctica y triunfar en medio de un mundo egoísta y avaro; que el plan era un ideal noble, pero que la naturaleza humana no estaba a su altura.

Un joven, el mismo que había sido castigado por habernos dado una idea útil durante el primer año, se puso de pie, mientras todos seguíamos sentados en silencio, y se dirigió a Ivy Starnes, que ocupaba el estrado. No dijo nada, sino que la escupió en la cara. Y ese fue el final del noble plan de Twentieth Motor”.

(Extractos de “El nuevo intelectual” de Ayn Rand-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2009)