viernes, 7 de junio de 2013

El precio justo

Lograr establecer el significado del precio justo de un producto resultó ser un concepto bastante difícil de establecer a pesar de tratarse de algo aparentemente simple. El grado de dificultad puede establecerse en función del tiempo que su resolución demandó a los más destacados economistas del mundo. Entre los primeros pensadores que trataron el tema tenemos al filósofo Aristóteles de Estagira. Miguel A. Martínez-Echevarria escribió: “Lo más valioso de la aportación de Aristóteles es sobre todo metodológica. Es el primero en hacer un adecuado planteamiento de los factores que contribuyen a la formación de los precios. Acierta plenamente al plantear el problema del justo precio como un equilibrio de valores o, exactamente, como una equivalencia”. “Es evidente que, para Aristóteles, el intercambio sólo es posible si las partes que lo realizan consiguen algún beneficio. En otro caso no lo realizarían. Estos beneficios no pueden explicarse como simples equivalencias entre valoraciones subjetivas. Tiene que existir algún tipo de valoración objetiva que garantice la justicia de este tipo de intercambio” (De “Evolución del Pensamiento Económico”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1983).

Puede decirse que el precio justo de una mercancía, o de un servicio, es aquel que permite el beneficio de ambas partes intervinientes en la transacción. Este precio generalmente es el precio de mercado por cuanto, si se pide un precio mayor, el comprador habrá perdido la oportunidad de comprarlo en otro lado, mientras que si es menor, el vendedor tendrá la sensación de haber perdido parte de su ganancia. De todas formas, en varias circunstancias, el vendedor puede bajar el precio de mercado para favorecer al cliente, que es quien, en definitiva, está posibilitando su trabajo. Luis Pazos escribió: “Valoramos un bien y pagamos un precio determinado en razón de su utilidad o capacidad de satisfacer nuestras necesidades en determinado tiempo y lugar y de la escasez que tengamos de él”. “El precio es la expresión, en términos monetarios, del valor de los bienes y servicios, y las cosas tienen valor, económicamente hablando, cuando tienen utilidad” (De “Ciencia y teoría económica”-Editorial Diana SA-México 1976).

En el desarrollo histórico de la determinación del valor de un bien, se pueden apreciar dos etapas. En la primera, la economía clásica, predomina una definición del valor centrada esencialmente en la producción y en la búsqueda de un concepto objetivo de valor. En la segunda, la economía neoclásica, predomina una definición centrada esencialmente en el consumidor, predominando un concepto basado en su subjetividad, siendo el que mejor se ha adaptado para la descripción de los fenómenos económicos. Manuel Fernández López escribió:

“Dos veces se usó en la historia la expresión «Nueva Economía». La primera, para designar la revolución marginalista, iniciada en 1871-4 con las obras de Jevons, Menger y Walras. La segunda, para designar la revolución keynesiana, iniciada en 1936 con la Teoría General. La economía imperante en 1860 –las obras de Stuart Mill en Inglaterra, Garnier en Francia- descendía de los clásicos, y daba lugar eminente a la realidad, y en especial a la producción. Las incorporaban a través de medidas estadísticas –promedios, magnitudes representativas- que infundían una suerte de objetividad o precisión al discurso. Ello, para algunos, lejos de constituir una virtud, introducía un factor de relatividad en la validez de las teorías” (De “Historia del pensamiento económico”-AZ Editora SA-Buenos Aires 1998).

Para definir mejor el proceso neoclásico, podemos mencionar la siguiente expresión de Eugene von Böhm-Bawerk, quien escribió: “Sus investigaciones se orientan por la teoría del valor, cuya piedra angular es la conocida teoría de la utilidad marginal”. Por otra parte, Manuel Fernández López contrasta las opiniones que prevalecían antes y después de la mencionada revolución, escribiendo: “En el apogeo del clasicismo, cuando en Inglaterra dominaba la economía clásica, David Ricardo descalificó la determinación del valor y del precio a través de la utilidad, que Jean B. Say sostenía en Francia: «Say no tiene, indudablemente, una noción correcta de lo que significa la palabra valor, cuando sostiene que una mercancía es valiosa proporcionalmente a su utilidad. Esto sería cierto si sólo los compradores regulasen el valor de las mercancías; entonces ciertamente que podríamos esperar que todos los individuos quisieran dar a las cosas un precio proporcional a la estimación en que las tuvieran». Siete décadas después, Böhm-Bawerk mencionaba la posición opuesta como rasgo más general de la teoría austriaca del valor: «El valor de los bienes se mide por la importancia de la necesidad cuya satisfacción depende de la posesión de los bienes»”.

“De modo, pues, que por mucho tiempo coexistieron la determinación del valor por el costo de la producción y por la utilidad. ¿Por qué en ciertas épocas se aceptó la primera explicación y en otras, la segunda? Alfred Marshall demostró que la primera es correcta en el largo plazo, y la segunda, en el corto. Acaso el «viraje general», mencionado al comienzo, correspondía a un cambio en el horizonte temporal de la sociedad, a favor del instante y la inmediatez. Según esta perspectiva temporal, cobra primacía la escasez de los bienes, y por tanto su utilidad, frente a la posibilidad de reproducirlos. El consumidor pasa a ser el soberano del acto económico, un caso poco menos que antinatural para Ricardo”.

Adviértase que Karl Marx adopta, para el valor, la definición aceptada por David Ricardo, en la cual el valor de una mercancía depende esencialmente del trabajo requerido para su fabricación. Tal definición le sirve de base para proponer el socialismo, una economía planificada desde el Estado en la cual el consumidor no tiene posibilidad de establecer elección alguna y mucho menos influir en el precio final de un producto. El fracaso del socialismo se debe, entre otros aspectos, por haber rechazado la teoría subjetiva del valor, que es lo mismo que decir, por haber anulado la libertad de elección del consumidor. David Ricardo escribió: “El valor de un producto, o la cantidad de cualquier otro producto por el cual se cambiará, depende de la relativa cantidad de trabajo necesaria para su producción, y no de la mayor o menor compensación que se paga por ese trabajo” (De “Principios de Economía Política y de Tributación”-Editorial Claridad-Buenos Aires 1937).

Actualmente, nos resulta bastante evidente que, cada vez que realizamos una compra, poco o nada tenemos en cuenta el trabajo que demandó su realización, por cuanto evaluamos la ventaja de disponer de la mercancía en función de la desventaja de tener que dar nuestro dinero a cambio.

En el caso de la economía y la teoría subjetiva del valor, se produjo una analogía sorprendente con el surgimiento histórico de la teoría de la genética, en biología. En el primer caso, tenemos un precursor que fue completamente ignorado mientras vivió, Hermann H. Gossen, y tres redescubridores independientes de su propuesta, Carl Menger, William Stanley Jevons y León Walras. En el caso de la genética, el precursor ignorado fue Gregor Mendel, mientras que los redescubridores independientes fueron De Vries, Tschermak y Correns. En ambos casos, resulta evidente que, si distintos investigadores llegan, en forma independiente, a observar algo similar, resulta bastante probable que se trate de una descripción compatible con la realidad.

La intención de los economistas citados era lograr establecer un sistema de enunciados, en forma axiomática, que les permitiera luego deducir (o al menos ser compatibles con) las leyes conocidas de la economía, de ahí la aceptación posterior de esta teoría. La consecuencia más importante que puede observarse es la dependencia del valor, y de todo el proceso económico, de las decisiones del consumidor a partir de sus necesidades y deseos, algo que no resulta extraño.

Respecto de los postulados básicos de la teoría económica mencionada, Fernández López escribe: “Georgescu-Roegen sistematizó los axiomas necesarios para obtener las leyes de Gossen:

Axioma I (Bentham-Gossen): Todo bien es una cantidad, esto significa que cualquier parte de éste es un múltiplo definido de alguna unidad arbitrariamente elegida.
Axioma II (Gossen-Jevons-Walras): La utilidad de un bien para un individuo depende sólo de la cantidad que posee de ese bien.
Axioma III: La utilidad marginal de un bien disminuye al aumentar su cantidad; en último término, se vuelve negativa.
Axioma IV: El individuo tiene varias necesidades generales, cada una de las cuales consiste en una sucesión de necesidades concretas que pueden satisfacerse sólo sucesivamente”.

Por su parte, Eduardo A. Zalduendo escribió: “En opinión de Jevons, Gossen es el verdadero iniciador de las teorías marginalistas, quien propuso, en un articulo publicado en 1854, tres principios básicos sobre el consumidor, que pueden sintetizarse así:

1- El placer que se logra con el consumo de una cantidad adicional de un bien disminuye hasta alcanzar la saciedad del consumidor, es decir, que toda necesidad disminuye en intensidad a medida que se satisface.
2- Una vez que una persona ha gastado todo su ingreso, la misma habrá maximizado su placer o satisfacción total solamente cuando el placer logrado con la última unidad de cada bien comprado, sea igual en todos los casos.
3- Un bien tiene un valor subjetivo y el valor subjetivo que se asigna a cada unidad adicional de un bien disminuye y llega a hacerse cero”
(De “Breve Historia del Pensamiento Económico”-Macchi Grupo Editor SA-Buenos Aires 1998).

El historiador John W. McConnell escribió: “Menger y Walras principiaron con la idea de Gossen de que el deseo de maximizar la utilidad, o de aumentar la suma total de satisfacción era la base del intercambio. La utilidad de todo artículo para el comprador fija el límite superior al precio que está dispuesto a pagar. Cada comprador prospectivo pondrá una medida cuantitativa en la utilidad del artículo que va a comprar. Esto expresará no sólo la conveniencia del artículo en sí, sino su conveniencia en relación con un número conocido de otros objetos que también tienen utilidad. Menger procedió a analizar el precio bajo diferentes situaciones económicas. En un intercambio aislado el precio se fijará en algún punto entre la expresión cuantitativa del comprador y el vendedor del objeto. Puede decirse que el precio va a ser indeterminado entre esos límites. En el caso del monopolio, el vendedor fijará el precio justo un punto arriba del precio ofrecido por ese comprador que es necesario para aclarar el mercado, esto es, el comprador marginal. Sin embargo, el monopolista es capaz de elegir, regatear individualmente con cada comprador” (De “Ideas de los grandes economistas”-CECSA-México 1985).

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