miércoles, 26 de junio de 2013

Educación: entre el conocimiento y el pensamiento crítico

El sistema educativo argentino presenta un llamativo estado de decadencia, constituyendo un problema difícil de diagnosticar y, por lo tanto, de resolver. De ahí que sea oportuno señalar algunos aspectos que pueden resultar erróneos. Para poder hacer comparaciones, debe encontrarse un posible método óptimo para la enseñanza y el aprendizaje, para poder valorar luego las ideas imperantes. Por ese camino podrá intentarse algún cambio positivo.

La educación es tanto una ciencia como un arte; estando los contenidos asociados a la ciencia, de ahí que, en principio, no parecen constituir un problema, ya que pueden actualizarse o seleccionarse de manera conveniente sin mayores dificultades. La forma en que esos contenidos serán transmitidos, es parte del arte de la educación; existiendo distintas alternativas cuya eficacia ha podido ser comprobada.

Deben tenerse presentes, sin embargo, factores extra escolares que afectan notoriamente al proceso educativo y son las ideas dominantes en la sociedad. También lo afecta la pobre valoración social del conocimiento, que proviene de una mínima valoración de los atributos intelectuales personales que han quedado relegados por otros “valores”, como es el nivel económico que posee un individuo. Los adolescentes, en su mayoría, están “preparados” para vivir plenamente las vacaciones y los días feriados, pero no así los días laborables. Con la prioridad mencionada, todo trabajo intelectual demanda un gran esfuerzo, como ocurre con todo aquello que poco se valora y que por obligación debemos adquirir.

Entre las ideas erróneas incorporadas al sistema educativo podemos señalar aquellas que sostienen que el docente debe guiar el aprendizaje para que el alumno elija los contenidos que crea convenientes. Se supone que el adolescente tiene la madurez necesaria para saber mejor que los especialistas acerca de los contenidos que la educación debe brindar. Jorge Bosch escribió:

“Para los ideólogos –y hay abundante literatura al respecto- la cosa es de una simplicidad atroz: el que emite el mensaje es creativo-productivo y el que lo recibe es pasivo y consumista”; de ahí que “la mejor manera de difundir la cultura no es conducir a la gente hacia la comprensión de las grandes obras de arte, de la ciencia y de la filosofía, sino dar a todos los medios materiales para que «se expresen»: repartir lápices, pinceles, instrumentos musicales, ¡y que empiecen a crear! Y aquél que, en medio de esa fiesta exultante de la creatividad, se detiene a contemplar la obra de algún Maestro, es castigado con el anatema del consumismo” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

Esta forma extrema resulta totalmente opuesta al método que los científicos emplean para la adquisición de conocimientos, que consiste esencialmente de dos etapas:

1- Adquirir un conocimiento básico de lo que ya está descubierto y admitido en el ámbito de alguna de las ramas de la ciencia que se quiere estudiar.
2- Una vez que se alcanzó ese conocimiento, o quizás algo antes, puede el estudiante intentar algún tipo de actividad creativa.

Para dar un ejemplo sobre estas afirmaciones podemos citar la opinión del destacado matemático Carl Jacobi (1804-1851): “El enorme monumento que las obras de Euler, Lagrange y Laplace han levantado exige la fuerza más prodigiosa y el pensamiento más profundo si se desea penetrar en su naturaleza interna, y no simplemente examinarlo superficialmente. Para dominar este monumento colosal y no ser vencido por él se precisa un esfuerzo que no permite reposo ni paz hasta llegar a la cima y contemplar la obra en su integridad. Sólo entonces, cuando se ha comprendido su espíritu, es posible trabajar en paz para completar sus detalles”.

El procedimiento empleado por Jacobi, aparentemente, no da lugar a una creatividad temprana. Sin embargo, puede decirse que el proceso de aprendizaje de lo ya descubierto resulta similar al proceso creativo, por lo que constituye un interesante entrenamiento mental para la posterior creatividad. Ello se debe a que, para aprender cierto tema, el estudiante establece modelos mentales que va sometiendo a prueba, comparándolos con dicho tema. Luego de algunos intentos (prueba y error) el modelo mental habrá de coincidir con el tema en cuestión, terminando el proceso. En cuanto al proceso creativo, podemos decir que el método de prueba y error se utiliza para comprobar el nuevo conocimiento (salto creativo o hipótesis) comparándolo con la realidad que se quiere describir, modificando la hipótesis en caso de que no pueda comprobarse su veracidad en una primera instancia, o en otras siguientes. En síntesis:

a) Aprendizaje: comparación entre la realidad a comprender y el modelo mental establecido
b) Creatividad: comparación entre el nuevo conocimiento propuesto y el modelo mental establecido

Debe mencionarse que la postura de Carl Jacobi no resultaba tan estricta como parece indicar el texto previo, ya que inducía a sus alumnos a investigar aun en su etapa formativa. E. T. Bell escribió: “Jacobi parece haber sido el primer matemático que en una Universidad condujo a los estudiantes a la investigación, haciéndoles conocer los últimos descubrimientos y dejando a los jóvenes que vislumbraran la elaboración de los nuevos temas que se presentaban ante ellos. Creía que si un individuo se sumerge en agua helada, aprende a nadar o se ahoga. Muchos estudiosos no intentan resolver nada por su propia cuenta hasta que no han dominado todas las cuestiones relativas al problema y conocen la labor realizada por los otros autores. El resultado es que pocos adquieren la capacidad de trabajar con independencia. Jacobi combatió esta erudición dilatoria, desconfiando de los jóvenes que no se lanzan a hacer algo hasta que creen conocer todo lo hecho, y al referirse a esto solía decir: «Vuestro padre no se habría casado ni vos estaríais aquí ahora si él hubiera insistido en conocer a todas las mujeres del mundo antes de casarse con una»” (De “Los grandes matemáticos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1948).

Podemos decir que, si los conocimientos impartidos en los ámbitos educativos provienen de la ciencia experimental, el método óptimo a seguir para su enseñanza y su aprendizaje, no debe diferir esencialmente del método empleado por los científicos para formar las nuevas generaciones de investigadores.

Quizás la mayor influencia negativa que recibe la educación provenga de los ideólogos totalitarios, ya que no habría razón para que desaprovecharan la ocasión para perturbarla en forma similar a lo hecho respecto de la economía, la política, la justicia y la cultura en general. Jorge Bosch escribió al respecto: “En los tres o cuatro últimos decenios la cultura occidental ha sido invadida por un cierto programa de activismo creativo que, voluntariamente o no, relega o desprecia las actitudes de contemplación. En cierta medida, estos programas son vulgarizados y promovidos por ideólogos cuyo objetivo declarado es desestabilizar a las sociedades democráticas de estilo occidental. El «razonamiento» -harto sumario- que se blande en estos casos es el siguiente: «Las clases dirigentes han adoctrinado siempre al pueblo según los intereses de aquéllas: las clases dirigentes han hablado y el pueblo ha escuchado. Si queremos que el pueblo se libere y esté capacitado para producir una beneficiosa catástrofe social en la que perezcan los malvados (aunque en ella se pierdan también, ¡ay!, muchas vidas inocentes) hay que invertir aquella relación: el pueblo no debe continuar escuchando sino que debe hablar y actuar. La actividad espontánea es liberadora y la contemplación es esclavizante»”.

“Esta sencillísima y brutal ideología es la que suele hallarse detrás de muchas campañas de creativismo cultural y pedagógico contemporáneo. Y tanto ha penetrado esta ideología en las sociedades democráticas, que en la práctica se autorrefuta, pues ahora las clases dirigentes no son las aristocracias de antaño, de gusto refinadísimo y excelencia cultural en estuche cerrado. No: las actuales clases dirigentes (incluida la clase política, desde luego) tienen tan mal gusto como los ideólogos que las detestan; esto hace que la ideología anticonsumista, creativista y populista, haya llegado ya a impregnar todos los resortes que antes estaban reservados a la aristocracia dirigente: la escuela, los ministerios, las actitudes de los gobernantes, los medios de comunicación, la propaganda callejera. Las voces que el pobre pueblo escucha son, precisamente, las de los ideólogos anticonsumistas y creativistas, no las de la vieja aristocracia sepultada. El pueblo no está sojuzgado por la prédica de cínicos aristócratas, que ya no hablan y ni siquiera existen, sino por los estribillos monótonos del populismo que ha copado los gobiernos, las radios, las emisoras de televisión, los periódicos, los foros y los organismos internacionales”.

Otro de los conceptos que se ha puesto de moda es el del “pensamiento crítico”, que llevado a sus últimas consecuencias, impide que el alumno crítico aprenda lo esencial y el docente tenga que soportarlo durante todo el año escolar. Alejandro Rozitchner escribió: “Un gran número de docentes lo repiten como si fuera el padrenuestro: lo más importante es que los alumnos desarrollen el pensamiento critico. La palabrita anda dando vueltas y aparece cada vez que se quiere caracterizar la inteligencia. ¿Qué es ser inteligente? Ser crítico. O sea: la mirada sobre las cosas debe partir de una manifestación de desconfianza, debe estar a la defensiva, sentirse amenazado y resistirse. ¿No es un mecanismo para crear paranoicos, seres desconfiados, temerosos, encerrados? Tal vez la idea de base es que la realidad es mala y te tiende trampas todo el tiempo, pero ¿quién dijo que es así?”.

“La crítica actúa siempre produciendo distancia, dando a entender que el que la ejerce es superior y ve más lejos. El no crítico resulta ingenuo. El crítico parece inteligente. El que gusta de algo parece tonto. A mi modo de ver es exactamente lo contrario: el valor de un pensamiento, de una idea, está en su capacidad de entusiasmo, en su capacidad para decir y apoyar lo que quiere, en su posibilidad de querer algo. El crítico actúa por rechazo y no produce. El entusiasta acepta, quiere, produce”. “El crítico tiene un tono severo, serio, irónico, parece ser «lúcido». La crítica es un escudo. El que lo tiene se protege de todo. En realidad, es más difícil y valioso mostrar entusiasmo que resguardarse en la crítica”.

“Estamos enfermos de crítica. Tanta negatividad hace que la realidad empeore. En vez de estar en contra tan fácilmente de todo hay que aprender a estar a favor de algo. No digas cuál no es tu opción, es necesario que digas cuál sí lo es y además la tarea es hacer algo para concretarla. Nadie dijo que la vida era fácil. Más que «pensamiento crítico» la inteligencia es «pensamiento creativo, entusiasmo, puesta en juego emocional, producción de realidad»” (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).

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