miércoles, 8 de mayo de 2013

Anarquismo

No nos cuesta mucho imaginar una sociedad en la que los hombres participan cooperativamente estando exentos de todo tipo de egoísmo, envidia o negligencia. En ese caso hipotético, no habría más guerras, ni ejércitos. No habría necesidad de cárceles, ni de castigos, ni jueces, por cuanto sus tareas de sanción, prevención y corrección no serian necesarias. Por el contrario, si se eliminan las fuerzas coactivas del Estado, bajo la presencia de seres humanos normales, con virtudes y defectos, el caos sería la consecuencia inmediata. Jacques-Pierre Bissot expresó: “Anarquía son las leyes que no se cumplen, autoridad sin fuerza, crimen sin castigo. Y propiedad saqueada, seguridad personal expuesta a violaciones, corrupción moral. Además el Estado sin Constitución, sin gobierno, sin justicia…” (Citado en “Breve Historia del Pensamiento Social” de J. L. Nilsson-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1988).

La tendencia política del anarquismo resulta ser una utopía por cuanto sólo podría ser aplicable con éxito a seres humanos que carezcan de defectos y de limitaciones. De ahí que pueda considerarse como una tendencia a la que nos aproximamos a medida que el hombre va reduciendo sus defectos, tendencia de la cual tampoco podemos estar seguros de transitar. Podemos decir que los hombres seremos buenos cuando alguien nos convenza de que el único camino hacia la felicidad reside en adoptar una actitud cooperativa hacia los demás seres humanos, situación hasta ahora parcialmente aceptada, siendo poco probable su generalización para el futuro, aunque no imposible. Bert F. Hoselitz escribió:

“El anarquismo filosófico es una doctrina muy antigua. Nos sentimos tentados a decir que tan antigua como la idea de gobierno, pero faltan pruebas seguras en apoyo de dicho aserto. No obstante, poseemos textos con más de 2.000 años de antigüedad que no sólo describen una sociedad humana sin gobierno, fuerza y ley restrictiva, sino que consideran este estado de las relaciones sociales como el ideal de sociedad. En bellas y utópicas palabras, Ovidio nos proporciona una descripción de la utopía anarquista. En el primer libro de su «Metamorfosis» describe una edad de oro donde no había ley y todos mantenían su lealtad y realizaban lo justo sin necesidad de compulsión alguna. Allí no había miedo al castigo, ni sanciones legales grabadas sobre tablillas de bronce, ni ninguna masa de suplicantes miraba llena de espanto a su vengador, porque sin jueces todos vivían en seguridad. La única diferencia entre la visión del poeta romano y la idea de los anarquistas filosóficos modernos es que el primero situó la edad de oro al comienzo de la historia humana, mientras que estos últimos la sitúan al final” (Del prefacio de “Escritos de Filosofía Política (I)” de Mijail A. Bakunin-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1997).

Mientras que las ideas anarquistas no fuesen más que propuestas teóricas de un mundo ideal que con el tiempo habría de llegar, no entrañan peligro alguno para la sociedad. Las cosas serán distintas cuando surja una orientación precisa para establecer una sociedad irrealizable mediante métodos violentos; tal el caso del autor intelectual de varios atentados y asesinatos cometidos por sus seguidores, el ruso Mijail A. Bakunin (1814-1876). Al respecto, Walter Theimer escribió:

“Los grupos anarquistas que siguieron actuando dentro del espíritu de Bakunin hicieron hablar mucho de sí en las dos décadas siguientes, sobre todo a causa de los asesinatos políticos que cometieron en diversos países y en nombre de la «propaganda de la acción» preconizada por Neschaev, colaborador de Bakunin. Fueron anarquistas los que asesinaron al zar Alejandro II de Rusia, al rey Humberto I de Italia, a la emperatriz Isabel de Austria, al presidente francés Carnot y al presidente norteamericano MacKinley”. “Aun hoy, todo el que pretende desembarcar en los EEUU, tiene que firmar una declaración de que no es adherente del anarquismo” (Del “Diccionario de Política Mundial”-Miguel A. Collia Editor-Buenos Aires 1958).

La actitud anarquista surge de la esencial desconfianza hacia el ser humano cuando éste detenta una postura de mando, o de superioridad, respecto de otros. Sin embargo, tal desconfianza se reduce drásticamente cuando confía en el hombre que actúa en completa libertad, lo que puede resultar algo contradictorio. Walter Montenegro escribió al respecto:

“Los gobernantes tienden, inevitablemente, a abusar del poder para su beneficio egoísta. Esto acaba por determinar la formación de grupos y clases que, al amparo del gobierno, y por medio de él, explotan a los demás, creando un completo sistema de privilegios excluyentes. Los gobernados, por su parte, se ven obligados a defenderse. Y, mientras los gobernantes apelan a la fuerza y al fraude (justificado por las leyes que ellos mismos dictan) para mantener su situación de preeminencia, los otros recurren también a cualquier expediente (la violencia, el engaño, el servilismo) para defenderse del ataque continuo y sistemático de que son objeto. Si se produce un cambio de posiciones, los últimos harán lo mismo que hicieron los primeros, y así sucesivamente. Por consiguiente, es preciso eliminar la fuente de estos males reemplazando al Estado, cuya expresión autoritaria es el gobierno, por pequeñas comunidades en las que quede suprimida toda forma de coacción y los intereses colectivos sean resueltos por acuerdo voluntario” (De “Introducción a las doctrinas político-económicas”-Fondo de Cultura Económica-Bogotá 1956).

Entre las distintas posturas anarquistas encontramos las que se identifican parcialmente con el liberalismo extremo, y otras que se identifican con el socialismo, por cuanto promueven incluso la eliminación de la propiedad privada. En este caso surge la pregunta, ¿si no existe propiedad privada, ni tampoco estatal, a quien pertenece? Walter Montenegro agrega: “Pierre Joseph Proudhon dio mayor consistencia a estas teorías a principios del siglo XIX, frente a los problemas planteados por la Revolución Industrial, y es autor de dos frases célebres: «El gobierno es la maldición de Dios» y «La propiedad es un robo»”.

El socialismo marxista desconfía del poder estatal en manos de una clase social (la burguesía) pero confía cuando ese poder esté en manos de otra clase social (el proletariado). Incluso sostiene que, luego de la “dictadura del proletariado” el Estado tenderá a disolverse, coincidiendo con el deseo anarquista. El marxismo adopta una postura incomprensible por cuanto cree en la maldad natural de un sector de hombres y en la bondad natural de otro, luego promueve una dictadura de “los buenos” para que, por arte de magia, se disuelva en una anarquía, lo que nunca podrá ocurrir debido a la falsedad del aserto inicial.

Los detractores del liberalismo tratan de identificarlo con el anarquismo por cuanto, se aduce, ambos “promueven la eliminación del Estado”. Esta expresión poco tiene que ver con la realidad por cuanto el liberalismo, en su aspecto político, promueve la división de poderes en el Estado para evitar excesos y abusos por parte de quienes lo dirigen. En el aspecto económico, promueve la vigencia del mercado para que, mediante la competencia, se impidan los excesos y abusos por parte de productores y empresarios. Luego, promueve la no intervención estatal en la economía cuando tal intervención distorsiona el proceso del mercado. Incluso la considera necesaria en aspectos de la sociedad tales como justicia, educación, salud, etc. También acepta su intervención en la economía cuando las empresas estatales se ajustan al mecanismo del mercado. De ahí que resulta sorprendente que en uno de los mejores Diccionarios de Filosofía, tal el realizado por José Ferrater Mora (Editorial Ariel SA-Barcelona 1994), cuando se busca la palabra “Liberalismo” es dirigido hacia la palabra “Anarquismo”, como si se tratara de tendencias similares.

Las posturas políticas están relacionadas con la confianza, o la desconfianza, que se tenga hacia el ser humano en sociedad, siendo sus sugerencias derivadas del optimismo, del pesimismo o del realismo que adopten al respecto. Mientras que el anarquismo como el marxismo son optimistas y pesimistas en forma parcial, el liberalismo puede considerarse como la postura realista que adopta como punto de partida el hecho de que el hombre presenta virtudes y defectos y que, por lo tanto, debe tener libertad, pero limitada dentro del Estado, de la economía y de la sociedad en general, no sólo por normas éticas sino también por las propias leyes que derivan del derecho. De ahí que podamos hacer el siguiente resumen:

a) Anarquismo: el hombre es malo en el Estado pero bueno fuera de él
b) Marxismo: el hombre es bueno o malo según la clase social a la que pertenezca
c) Liberalismo: todos los hombres tienen aspectos personales buenos y malos

A partir del conocimiento aportado por la ciencia experimental, podemos afirmar que la postura básica de la ciencia resulta compartida por varias tendencias filosóficas, políticas y religiosas, aunque generalmente sólo en el punto de partida, de lo contrario existiría un total acuerdo entre todos los sectores del pensamiento. Las conclusiones a las que se hace referencia son:

1- Todo lo existente está regido por leyes naturales invariantes, por lo que existe cierto orden natural.
2- El hombre debe describirlas para adaptarse a dicho orden y ser gobernado por tales leyes.

El Reino de Dios bíblico puede interpretarse como el gobierno de Dios sobre el hombre a través de las leyes de Dios, o naturales, mientras que el liberalismo trata de acatar las leyes descriptas por las ciencias sociales y que rigen el comportamiento del hombre en sociedad. El marxismo, pretendiendo seguir esta tendencia, y al establecer una ley básica de dudosa validez, la lucha entre clases sociales (vigente antes de la aparición del capitalismo), termina diseñando una sociedad artificial (similar a un hormiguero) a la cual debería adaptarse todo hombre, lo que resulta completamente absurdo.

A la buena predisposición intelectual no siempre le sigue una buena predisposición emotiva, como fue el caso de Mijail A. Bakunin, quien escribió: “¿Consiste la libertad del hombre en una rebelión contra todas las leyes? Diremos No, en tanto que esas leyes sean naturales, económicas y sociales; no impuestas autoritariamente, sino inmanentes a las cosas, las relaciones y las situaciones cuyo desarrollo natural es expresado por esas leyes. Diremos Sí cuando son leyes políticas y jurídicas, impuestas por el hombre sobre el hombre: sea violentamente por el derecho de la fuerza; sea por el engaño y la hipocresía, en nombre de la religión o de cualquier doctrina; o, finalmente, por la fuerza de la ficción, de la mentira democrática llamada sufragio universal”. “Este es, entonces, el único significado racional de la palabra libertad: dominio sobre las cosas externas, basado en la respetuosa observancia de las leyes de la Naturaleza; es la independencia de las exigencias pretenciosas y los actos despóticos de los hombres; es la ciencia, el trabajo, la rebelión política y, finalmente, la organización a la vez planeada y libre del medio social acorde con las leyes naturales inmanentes a cada sociedad humana”.

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