lunes, 5 de noviembre de 2012

Naturaleza humana y religión universal

Puede afirmarse que el cerebro humano, en su etapa evolutiva, se ha ido estructurando a través de una secuencia de tres etapas. Primeramente surge el cerebro reptiliano, constituyendo la capa inferior, luego aparece el cerebro límbico y, finalmente, adquiere la parte exterior, o neocórtex, que permite el razonamiento y la vida inteligente. Mediante la segunda de ellas, el cerebro límbico, se incorpora el comportamiento emocional de los mamíferos, permitiéndoles compartir el sufrimiento de los ejemplares cercanos, o familiares; atributo que se incorpora como una ventaja adaptativa ya que facilita la cooperación entre individuos de una misma especie. De ahí que los seres humanos compartimos, con el resto de los mamíferos, varios atributos comunes.

Es posible considerar al cerebro limbico como el responsable del comportamiento subconsciente mientras que el neocórtex lo es respecto del comportamiento consciente, existiendo un intercambio de información entre ambos, lo que constituye la base del proceso asociado a nuestro comportamiento social. De ahí que hay veces en que, respondiendo ante cierto estimulo, como puede ser la presencia de una persona desconocida, el subconsciente puede advertir cierto peligro. Luego, al hacerse consciente, se tomarán las precauciones debidas. Otras veces, el razonamiento podrá prever ciertas situaciones poco favorables que podrán ocurrir en el futuro, por lo que el subconsciente responderá con el estado emocional correspondiente. Thomas Lewis, y colaboradores, escriben:

“Tanto los científicos como los artistas hablan del torbellino que provoca tener un cerebro trino. Una persona no puede dirigir su vida emocional de la forma en que le dice a su sistema motor que agarre una taza. No puede obligarse a sí mismo a querer lo correcto, o a amar a la persona correcta, o a ser feliz después de una desilusión, ni siquiera a ser feliz en momentos felices. A las personas les falta esta capacidad, no por una deficiencia de disciplina sino porque la jurisdicción de la voluntad está limitada al último cerebro y a las funciones que tiene a su alcance. Se puede influir sobre la vida emocional, pero no se le puede ordenar nada”.

“Sólo el último de los tres cerebros trafica con la lógica y la razón, y sólo él puede utilizar los símbolos abstractos que conocemos como palabras. El cerebro emocional, aunque sea inarticulado e irracional, puede ser expresivo e intuitivo. Como el arte puede provocar la inspiración, el cerebro límbico puede hacernos mover formas que están más allá de toda lógica y que tienen sólo traducciones inexactas a un lenguaje que el neocórtex pueda comprender” (De “Una teoría general del amor”-Thomas Lewis, Fari Amini y Richard Lannon-RBA Libros SA-Barcelona 2001).

A este comportamiento básico podríamos denominarlo apropiadamente como “naturaleza humana”. En él observamos la posibilidad de la evolución cultural que nos ha de permitir lograr mayores niveles de adaptación al orden natural, es decir, a partir de la evolución biológica hemos adquirido mayores niveles de adaptación en la secuencia que va desde el cerebro reptiliano, con las incorporaciones del límbico y el neocórtex. Una vez adquirido este último, comienza un proceso de adaptación cultural que tiende a acelerar al proceso adaptativo previo.

Uno de los conceptos básicos de la Psicología Social es el de actitud, o respuesta, característica, que posee todo individuo. Una persona difiere de otra tanto como difieran las componentes afectivas y cognitivas de dicha actitud. Las primeras “residen” en el cerebro límbico y las restantes en el neocórtex. Las componentes afectivas responden a las dos tendencias básicas del hombre: cooperación y competencia. Una de ellas, el amor, permite compartir las penas y las alegrías de quienes nos rodean, materializando la tendencia a la cooperación, mientras que el odio y el egoísmo materializan la tendencia a la competencia. Finalmente queda la indiferencia, que conduce a un comportamiento negligente.

Las componentes cognitivas surgen de la posibilidad de adquirir conocimientos mediante el proceso de “prueba y error”, para el cual hemos de adoptar cierta referencia que nos ha de permitir comparar toda nueva información y así decidir si nuestras nuevas ideas o conceptos adquiridos son los adecuados, o no. De ahí surge la posibilidad de adoptar como referencia a la propia realidad, o bien a la opinión de otra persona, o a la de uno mismo o bien a lo que piensa la mayoría de la sociedad.

Una vez que hemos podido describir en una forma elemental a la naturaleza humana, advertimos que toda sugerencia que venga desde la religión, de la filosofía o de las ciencias sociales, deberá apuntar a brindar un conocimiento que nos permita, desde el nivel consciente, poder dominar, controlar o limitar lo que nos sugiere el nivel subconsciente. Ello implica que, mediante el razonamiento y la observación, podemos llegar a establecer una escala de valores de la cual se derivará cierta ética natural que nos permitirá advertir que ciertas actitudes llevan a efectos poco deseables (el mal), mientras que otras llevan a comportamientos deseables (el bien). Luego, toda sugerencia ética habrá de apuntar al predominio del bien sobre el mal, o concretamente, al predominio del amor y la cooperación sobre el odio, el egoísmo y la negligencia, además de predominar sobre toda actitud competitiva.

A partir de este esquema, podemos interpretar el sentido de la religión, especialmente de la cristiana, que consiste esencialmente en promover el bien a través del amor. De ahí que Baruch de Spinoza consideraba, en su análisis de la religión, que en realidad consistía en objetivos y contenidos muy simples. Marilena Chaui escribió: “En sentido restringido, la teología se deduce a la actitud teórica que legitima la obediencia a dos preceptos que, siendo divinos, son dogmas prácticos irrecusables: el precepto de la piedad (amar a Dios sobre todas las cosas) y el precepto de la caridad (amar al prójimo como a sí mismo). La exégesis bíblica realizada por Spinoza en el Tratado Teológico-Político muestra que la verdad revelada a los creyentes en las más diversas situaciones, bajo una apariencia de una pluralidad de contenidos, se reduce, siempre, a la repetición de esos dos preceptos. Y nada más” (De “Política en Spinoza”-Editorial Gorla-Buenos Aires 2004).

Mediante el amor a Dios disponemos una visión del mundo, orientada al nivel consciente, de la cual se extrae la posibilidad de cierto orden natural. Mediante el amor al prójimo se sugiere elegir una de las componentes afectivas básicas que residen en el subconsciente, de manera de producir el autocontrol antes mencionado.

Cristo afirmaba que “el Reino de Dios está dentro de vosotros”, confirmando que lo que se busca es una actitud óptima, por parte del individuo, respecto de los demás seres humanos y del orden natural. Por el contrario, cuando la religión consiste en la creencia en un Dios que interviene en los hechos cotidianos, en función de nuestros pedidos y necesidades, llegamos a la conclusión que la diferencia entre religión pagana y religión ética radicaría en que la primera se basa en la creencia de un Dios falso mientras que la segunda se basa en la creencia en el Dios verdadero, mientras que la actitud ética del hombre habría de ser más o menos la misma; algo que resulta absurdo.

Incluso se adoptan posturas paganas como si Cristo hubiese realizado toda su obra tratando de cambiar el destinatario de los pedidos y las súplicas en lugar de tratar de cambiar la actitud predominante en los hombres. En el primer caso, el Reino de Dios habría de estar, no dentro de nosotros, sino fuera. Esta forma de religión concentra sus esfuerzos en los homenajes cotidianos para que Dios cambie su actitud a favor de cada uno de nosotros, en lugar de ser el hombre mismo quien deba cambiar en la búsqueda de una mejor actitud social. Anthony de Melo escribió: “Milagro no significa que Dios cumpla con los deseos de los hombres, sino que los hombres cumplan con los deseos de Dios”.

Entre las razones por las cuales el hombre vive etapa de crisis y de sufrimiento, encontramos el hecho de que no trata de conocer las leyes naturales que rigen su conducta. Incluso una parte importante del pensamiento religioso no asocia a Dios con las leyes naturales, sino que, por el contrario, atribuye su poder a su capacidad para poder abolirlas. Baruch de Spinoza agrega: “Si sucediera algo en la naturaleza que contradijera sus leyes universales, repugnaría necesariamente también al decreto y al entendimiento y a la naturaleza divina; y, si alguien afirmara que Dios hace algo contra las leyes de la naturaleza, se vería forzado a afirmar, a la vez, que Dios actúa contra su naturaleza, lo cual es la cosa más absurda” (Del “Tratado Teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Así como existe una componente afectiva que resulta mejor a las demás, es posible que también debamos encontrar una referencia cognitiva mejor que las otras. El conocimiento humano parece evolucionar según una secuencia descripta por Auguste Comte y es la ley de los tres estadios: teología, metafísica y estado positivo, o, en otras palabras: religión, filosofía y ciencia experimental. Aunque no toda sociedad transita por las mismas etapas de su desarrollo cultural, es posible orientarnos adecuadamente bajo la sugerencia mencionada.

En la etapa religiosa el hombre toma como referencia a “lo que otros escriben”, como es el caso de los Libros Sagrados. Luego entra en la etapa filosófica en la que puede seguir tomando una referencia exterior o bien su propio razonamiento. A veces puede tomar como referencia lo que dice la mayoría, convirtiéndose en un partidario de la “sabiduría popular” y, finalmente, podrá entrar en la etapa científica, tomando como referencia la propia realidad, siendo ésta última referencia la más aconsejable.

Debemos sin embargo hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, la veracidad de una información no depende de la forma en que fue obtenida, sino del grado en que tal información se aproxima a la realidad. En segundo lugar, la adopción de la realidad como referencia no implica dejar de considerar las opiniones o las enseñanzas de otras personas, ya que debemos considerar principalmente las opiniones de quienes toman la realidad como referencia.

Respecto de la idea subyacente al Reino de Dios, podríamos decir que se trata de la búsqueda del gobierno de Dios sobre el hombre a través de la ley natural. Según lo expuesto, dicha ley natural se refiere a la vinculada al comportamiento humano, quizás, principalmente, desde el punto de vista planteado por la Psicología Social y que proviene de los procesos desarrollados en el cerebro límbico y en el neocórtex, según se dijo antes. Baruch de Spinoza escribió: “Por Gobierno de Dios, entiendo el orden fijo e inmutable o la concatenación de las cosas naturales”. “Las leyes universales de la naturaleza, conforme a las cuales se hacen y determinan todas las cosas, no son más que los eternos decretos de Dios, que implican siempre una verdad y una necesidad eternas. Es, pues, lo mismo que digamos que todas las cosas se hacen según las leyes de la naturaleza o que son ordenadas por el decreto de Dios y su gobierno”.

No hay comentarios: