martes, 6 de noviembre de 2012

Inflación: la opinión de Hayek

Aun cuando el modelo económico aplicado en la Argentina recibiera un fuerte apoyo electoral, debido a, o a pesar de presentar una inflación anual mayor al 20%, existen dudas acerca de su efectividad en el mediano y en el largo plazo. Quienes opinan que, con tanta inflación, la economía no seguirá del todo bien, son acusados desde la presidencia como “agoreros”. De ahí que desde los altos mandos políticos ni siquiera se considera la posibilidad de intentar bajar la inflación, por lo que resulta oportuno decir que los efectos negativos, en caso de ocurrir, no van a ser padecidos tanto por los políticos como por la mayor parte de la población. Incluso las dificultades posteriores a la época inflacionaria recaerán en gobiernos que posteriormente tratarán de solucionar el problema. Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía, escribió: “Al político guiado por la máxima keynesiana –ligeramente modificada- de que a la larga todos perderemos el cargo, no le preocupa si su eficaz remedio para el desempleo va a producir un paro aún mayor en el futuro, pues la culpa no recaerá sobre quienes crearon la inflación, sino sobre quienes la detengan” (De “¿Inflación o pleno empleo?”-Unión Editorial SA-Madrid 1976).

Para muchos, la emisión monetaria ha de ser un mal menor al de la desocupación. De ahí que surgiría el aparente dilema entre pleno empleo e inflación moderada, o bien el de una tasa considerable de desempleo pero con una inflación nula. De ahí la expresión de que “es mejor tener un 5% de inflación que un 5% de desocupación”. La postura optimista consiste en la posibilidad de esta elección, ya que, en principio, podría eliminarse fácilmente el problema de la desocupación. Sin embargo, la postura “agorera” sostiene que, luego del proceso inflacionario, las cosas resultarán peores que al principio, es decir, si se imprime dinero, o se emiten créditos, a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, buscando reducir cierto porcentaje de desocupación, al finalizar el proceso, habrá todavía mayor desocupación. Friedrich A. Hayek escribió:

“La Gran Inflación de Austria y Alemania nos llamó la atención por la conexión entre cambios en la cantidad de dinero y cambios en el nivel de desempleo. Especialmente nos mostraba que el empleo creado por la inflación disminuía en cuanto ésta empezaba a disminuir y que su terminación producía siempre lo que vino en llamarse «crisis de estabilización», con un fuerte paro. Fue la comprensión de esta conexión lo que hizo que otros contemporáneos y yo nos opusiéramos y rechazáramos desde el principio el tipo de política de pleno empleo propugnada por lord Keynes y sus seguidores”.

Una vez establecida la inflación, debe actuarse de alguna manera, especialmente si el desenlace no será del todo bueno. Hayek escribió: “La verdad, incómoda, aunque inconmovible, es que una falsa política crediticia y monetaria, promovida sin apenas interrupción durante todo el periodo a partir de la última guerra, ha abocado a los sistemas económicos de los países industriales occidentales a una posición altamente inestable, con lo que cualquier acción que se emprenda produce consecuencias muy desagradables. Podemos elegir entre estas tres únicas posibilidades:

a) Permitir que continúe la inflación declarada a un ritmo creciente hasta provocar la desorganización completa de toda actividad económica.
b) Imponer controles de precios y salarios que ocultarán durante algún tiempo los efectos de la inflación, pero que llevarían, por último, a un sistema dirigista y totalitario.
c) Finalmente, acabar de una manera decidida con el incremento de la cantidad de dinero, lo cual nos haría patentes en seguida, por medio de la aparición de un fuerte desempleo, todas las malas inversiones del factor trabajo que la inflación de los años pasados ha causado y que las otras dos soluciones aumentarían aún más.

“Fue en ese periodo desafortunado de la historia monetaria inglesa, en el que alcanzó su liderazgo intelectual, cuando Keynes consiguió la aceptación de la idea fatal: la de que el paro se debe predominantemente a una insuficiencia de la demanda global en relación con el total de salarios que se tendrían que abonar si todos los trabajadores fueran empleados de acuerdo con los jornales existentes”.

“Esta fórmula de empleo como una función directa de la demanda total resultó ser muy efectiva, pues parecía confirmarse, en cierto grado, por los resultados de los datos empíricos cuantitativos. Por el contrario, la otra explicación del desempleo, que yo considero la correcta, no podía alegar esos apoyos”.

“Nos encontramos con la curiosa situación de que la teoría de Keynes, que se ve confirmada por las estadísticas a causa de ser la única que se puede medir cuantitativamente, es falsa. Sin embargo, es aceptada ampliamente sobre la única base de que la explicación considerada en un principio como verdadera (y a la que aún considero como cierta) no puede, por su propia naturaleza, ser confirmada por las estadísticas”.

“La explicación verdadera, aunque no comprobable, del paro masivo radica en la discrepancia entre la distribución del factor trabajo (y de otros factores de la producción) en las industrias (y en las localidades) y la distribución de la demanda sobre sus productos. Esta discrepancia está causada por una distorsión del sistema de precios y salarios relativos. Y ello sólo puede corregirse mediante un cambio en esas relaciones, esto es, estableciendo en cada sector económico precios y salarios tales en los que la oferta se iguale con la demanda”.

“En otras palabras, la causa del paro está en una desviación del equilibrio de los precios y salarios que se hubieran establecido por sí solos en un mercado libre con moneda estable. Pero nosotros nunca podemos conocer de antemano cuál será la estructura de precios y salarios relativos a que daría lugar el equilibrio. Por tanto, somos incapaces de medir la desviación de los precios actuales respecto a los de equilibrio, desviación que hace imposible vender parte de la oferta laboral. Somos incapaces, asimismo de demostrar la correlación estadística entre la distorsión de los precios relativos y el volumen del desempleo. Sin embargo, aunque no sean mensurables, las causas son muy reales. La moderna superstición de que sólo lo mensurable tiene importancia ha desorientado a los economistas y al público en general”.

A partir de la difusión de las ideas keynesianas, los políticos tuvieron un medio atractivo (la máquina de imprimir billetes) para realizar sus enormes “proezas”. Hayek continúa: “Probablemente mucho más importante que este prejuicio de moda referente al método científico, atractivo para los economistas profesionales, son las implicaciones políticas que el sistema keynesiano presenta. Les ofrecía a los políticos no sólo un método rápido y barato de aliviar el sufrimiento humano, sino que también les aliviaba a ellos de aquellas molestas restricciones que les impedían alcanzar la popularidad. El gastar y los presupuestos deficitarios se consideraron de pronto la representación de las virtudes. Se arguyó, persuasivamente incluso, que el continuo gasto gubernamental era muy meritorio, dado que llevaba a la utilización de recursos hasta entonces no usados y que esto no sólo no costaba nada, sino que aportaba una ganancia neta”.

En las dos Argentinas actuales, una confía en las recetas keynesianas, siguiendo las preferencias presidenciales, mientras la otra teme a la inflación, especialmente por los recuerdos de épocas anteriores. Mientras tanto, este sector de la población trata de mantener el valor de su dinero y de sus posesiones, incluso intensificando su actividad laboral. Friedrich A. Hayek continúa: “Pero ¿por qué todo este miedo a la inflación? ¿No podríamos intentar vivir con ella, como parece que lo vienen haciendo algunas naciones de Sudamérica, sobre todo si, como creen algunos, es necesaria para asegurar un pleno empleo? Si esto fuera cierto y si el daño causado por la inflación fuera sólo el que muchos destacan, entonces tendríamos que estudiar seriamente esta posibilidad”.

“La respuesta es doble: Primero, la inflación, para lograr los objetivos propuestos, ha de acelerarse constantemente, y esta inflación cada vez mayor llega tarde o temprano a un grado tal que resulta imposible un orden de mercado. Segundo y más importante: a largo plazo dicha inflación crea inevitablemente un paro mucho mayor que el que se pretendía evitar al principio”.

“Es falso el argumento tantas veces oído de que la inflación produce meramente una redistribución del producto, mientras que el paro lo reduce, y que, por tanto, este último representa un mal más grave. En realidad, la inflación es causa de un paro incrementado”.

“Las tentativas hechas en algunas de estas naciones, en particular Brasil, de afrontar los problemas de la inflación con métodos de indexación, pueden, como mucho, remediar algunas de sus consecuencias, pero no las causas principales ni sus efectos más perniciosos. No pueden impedir el peor de los daños causados por la inflación: la mala distribución del factor trabajo”.

“La conclusión principal a la que puedo llegar es que cuanto más dure la inflación mayor será el número de trabajadores cuyos empleos dependerán de la continuación de la inflación, incluso, muy frecuentemente, de una aceleración continua de la misma, y ello no porque ellos se hubieran quedado cesantes en ausencia de inflación, sino porque fueron atraídos a trabajos que la inflación hizo temporalmente atractivos, pero que desparecen tan pronto como cesa el ritmo de inflación o desaparece ésta”.

Para evitar que los políticos a cargo del gobierno dispongan de cantidades casi ilimitadas de dinero, se ha tomado la precaución, en muchos países, de que el Banco Central, o Banco emisor de moneda, sea una entidad independiente de las decisiones del gobierno. Como se recordará, tal precaución ha sido dejada de lado en la Argentina. Hayek agrega: “Las autoridades monetarias deberán ser protegidas de las presiones políticas que a menudo fuerzan a adoptar medidas que a corto plazo son políticamente ventajosas, pero que a lo largo resultan dañosas para la comunidad”.

El mayor peligro que ofrece un proceso inflacionario es el de conducir a un sistema totalitario en el que las autoridades impongan un estricto control y una restricción total a las decisiones individuales. Hayek escribe: “No es fácil que dejen de seguir recurriendo a la inflación y encontrarse con que cada vez hace falta una dosis mayor para restaurar el empleo, hasta que llegue el momento en que la medicina no surta ya el menor efecto. Este es el proceso que debemos evitar a cualquier precio, pues sólo pueden tolerarlo quienes desean destruir la economía de mercado y reemplazarla por un sistema comunista o cualquier otra especie de totalitarismo”.

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