jueves, 29 de noviembre de 2012

La justificación perversa

Las acciones humanas dependen principalmente de nuestra actitud emotiva, que actúa en un nivel subconsciente. Tal actitud es orientada (para bien o para mal) por nuestra razón, que lo hace en un nivel consciente. Esto permite que la cultura, desarrollada por las distintas generaciones humanas, favorezca la adaptación del individuo al orden social por cuanto dispone de la posibilidad de corregir las distintas tendencias negativas que puedan surgir desde su propia personalidad. Humberto Maturana R. escribió:

“Si queremos entender las acciones humanas no tenemos que mirar el movimiento o el acto como una operación particular, sino a la emoción que lo posibilita. Un choque entre dos personas será vivido como agresión o accidente, según la emoción en la que se encuentran los participantes. No es el encuentro lo que define lo que ocurre sino la emoción que lo constituye como un acto. De ahí que los discursos racionales, por impecables y perfectos que sean, son completamente inefectivos para convencer a otro si el que habla y el que escucha lo hacen desde emociones distintas”.

La ventaja adaptativa que, indudablemente, constituye nuestra capacidad de razonamiento, muchas veces se convierte en una desventaja y ello ocurre cuando se la utiliza para justificar de alguna manera nuestra conducta negativa hacia los demás integrantes del medio social. El citado autor escribe: “Yo digo que los fenómenos sociales tienen que ver con la biología, y que la aceptación del otro no es un fenómeno cultural. Más aún, mantengo que lo cultural, en lo social, tiene que ver con la acotación o restricción de la aceptación del otro. Es en la justificación racional de los modos de convivencia donde inventamos discursos o desarrollamos argumentos que justifican la negación del otro” (De “Emociones y lenguaje en educación y política”-Ediciones Pedagógicas Chilenas SA-Santiago 1994).

Podemos decir que el razonamiento puede ser utilizado tanto para mejorar nuestro nivel ético como para justificar nuestros errores; puede servirnos tanto para aliviar nuestro sufrimiento como también para agravarlo. Donald Calne escribió: “La diferencia esencial entre la emoción y la razón es que la emoción te lleva a la acción y la razón a las conclusiones”.

Recordemos que en el proceso evolutivo del ser humano aparece primeramente el cerebro reptiliano, luego el límbico y finalmente el neocórtex. Mientras que el cerebro límbico es el asiento de las emociones, el neocórtex es el asiento del razonamiento. De ahí que, cuando surge este último, aparece la posibilidad de un control desde la razón hacia las emociones, por cuanto puede interpretar los efectos que produce cada una de nuestras acciones. Este control no es otra cosa que la conciencia moral, respecto de la cual Marco Tulio Cicerón escribió: “De gran peso es el testimonio de la conciencia que se forma acerca del vicio y la virtud; si lo suprimís, nada quedará”.

La razón, como se dijo, en lugar de ser utilizada para mejorar nuestra conducta y nuestra personalidad, se la utiliza también para justificar nuestras acciones negativas, es decir, para una finalidad opuesta a la que aparentemente persigue el proceso evolutivo, tal la mejora en el nivel de adaptación del hombre a su medio social y natural. El proceso opuesto al de la conciencia moral, que hemos denominado como “la justificación perversa”, aparece cuando ignoramos totalmente el proceso natural evolutivo tanto como la finalidad implícita en el mismo.

La sociedad, a través de las leyes que provienen del Derecho, exime de culpas a quienes no son conscientes de sus actos, tal el caso de los niños, los ancianos y las personas disminuidas psíquicamente. Sin embargo, continuamente aparecen otras “excepciones” para permitir la realización del mal en forma consciente, incluso tratando que los sentimientos de culpa que puedan surgir de la conciencia dejen de actuar.

Entre las excepciones propuestas más importantes están las surgidas desde las ideologías que ignoran al individuo, que ha de ser considerado tan sólo como una parte constitutiva e insignificante de algún grupo social, racial o religioso considerado “incorrecto” y al que se lo debe atacar o eliminar en nombre del sistema social, de la raza o de la religión “correcta”. León Trotsky expresó: “Cuando se trata de emplear la violencia ilimitada e implacable, el revolucionario no debe embarazarse con ningún obstáculo moral”, mientras que Vladimir Lenin expresó: “Nosotros no creemos en las tesis eternas de la moral, nosotros descubrimos este fraude. La moral comunista equivale a la lucha por el esfuerzo de la dictadura proletaria” (Citas en “El desquite de las elites”-Emilio J. Hardoy-Abeledo-Perrot SAEeI-Bs. As. 1988).

Una de las justificaciones que se utiliza frecuentemente, luego de cometer actos delictivos (robo, secuestro, asesinato, etc.), es la de que algún integrante del bando enemigo ha cometido previamente algún acto similar, lo que justificará plenamente tal accionar. Y si el bando opositor no incurre en ninguno de esos actos, se los atribuye mediante mentiras abiertas o encubiertas. Nótese que el violento predica la vigencia del relativismo moral, por lo cual desconoce todo tipo de normas y reglas éticas propuestas.

Otra de las justificaciones empleadas generalmente es el de las “buenas intenciones”. Cuando se trata de acciones que tendrán efecto en el resto de la sociedad, se supone que quien adquirió la responsabilidad de obrar eficazmente, tiene la obligación de actuar de esa forma. Emilio J. Hardoy escribió: “Al hombre de Estado no se lo juzga por las intenciones sino por los resultados. El desastre de una nación no puede excusarse con buenos propósitos”.

Aunque el colmo de la ingenuidad, cinismo, o lo que sea, aparece en el siguiente párrafo escrito por Aldous Huxley respecto de la era stalinista: “No se permite ninguna clase de oposición en Rusia. Pero allí donde la oposición se tache de ilegal, automáticamente se hace subrepticia y se transforma en conspiración. De aquí los procesos de traición y las condenas de 1936 y de 1937. Se imponen, a la fuerza y en la forma más inhumana, y contra los deseos de aquellos a quienes afectan, transformaciones en gran escala de la estructura social. Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene sofocado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1955).

Las “buenas intenciones” atribuidas a los autores de la revolución comunista (los citados Trotsky y Lenin, entre otros) consistieron en la eliminación de la burguesía (la clase social incorrecta); objetivo que se cumplió con bastante efectividad.

También resulta frecuente buscar eximirse de culpas cuando son muchos los autores del delito. En ese caso se sostiene que “la culpa” se dividió en varias partes y que, por lo tanto, prácticamente todos los autores son inocentes. Es otra variante de la inocencia que otorga el anonimato. Por lo general, los adolescentes consideran que, si un alumno cometió un acto vandálico en una escuela, la culpa es del autor del hecho, pero si son muchos los autores la culpa es del docente que “permitió” el hecho. La gravedad de la situación radica en que no sólo los adolescentes piensan así, sino incluso algunos directivos de escuelas. De esa forma se va fomentando la violencia anónima de grupos numerosos que, incluso, protestan severamente cuando se los quiere sancionar de alguna manera.

Cuando la ley exime de culpas a quienes no son conscientes de sus actos, se refiere también a los adolescentes, que tienen facultades más que suficientes para conocer los efectos de sus actos. En este caso puede decirse que la propia ley se convierte en promotora directa de la violencia.

Los ideólogos revolucionarios han promovido la idea de que nadie es culpable de nada y que la culpa es del “sistema” (capitalista y democrático). Luego, como el delincuente común es considerado como una persona previamente excluida por la sociedad, la culpa de su accionar recae en la sociedad, y de ahí que deba dejarse libres a peligrosos delincuentes buscando su reinserción social aunque en ese intento asesinen a alguna persona inocente (aunque, por pertenecer a la sociedad “excluyente”, el ideólogo no la considere como tal). Jorge Bosch escribió: “Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de éste hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto” (De “Cultura y contracultura”–Emecé Editores SA-Bs. As. 1992).

La conciencia moral constituye un proceso autorregulado por cuanto permite al individuo infligirse un castigo cuando hace las cosas mal y también otorgarse un premio a si mismo cuando hace las cosas bien. Es un castigo y un premio cercano cuyos efectos son más intensos que las criticas o los elogios que puedan venir de otras personas. Gina Lombroso escribió: “Cuando el criminal escapa a la justicia humana, hace de su conciencia su condenación y su suplicio”.

Cuando el hombre carece de conciencia moral, o tiene gran habilidad mental para confundirla mediante el autoconvencimiento, va perdiendo sus atributos humanos elementales. Su estado de desnaturalización por lo general va acompañado de cierto sufrimiento, siendo un caso similar al que se burla y le desea males a los demás, ya que en otras circunstancias sentirá envidia por la felicidad ajena, y sufrirá intensamente materializando un castigo infligido hacia sí mismo.

Mientras que quienes poseen conciencia moral consideran inoportuno tener malos deseos en contra de los que actúan mal, por cuanto conocen el proceso natural respectivo, quienes carecen de ella tratan de dirigir desde el Estado las vidas individuales del resto de la sociedad por cuanto no creen en ningún tipo de proceso autorregulado, ya sea el de la conciencia moral o bien el del proceso económico del mercado.

Una vez que se han definido las componentes afectivas y cognitivas de nuestra actitud característica, y una vez que se ha esbozado el proceso de la conciencia moral individual, sólo resta su difusión para que pueda convertirse también en una conciencia moral colectiva. También se deben difundir las distintas justificaciones perversas para permitirnos conocer las tergiversaciones posibles al proceso natural de la conciencia moral.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Puntos de vista

Nuestra capacidad para adoptar distintos puntos de vista está relacionada con la creatividad. Así, si se ha de realizar, por ejemplo, una mesa metálica, la mente creativa recorre con su imaginación las distintas variantes que podrán realizarse. Luego, mediante prueba y error, se podrá seleccionar en nuestro pensamiento una de las alternativas. Por el contrario, el individuo poco creativo realizará la versión más simple, y posiblemente única, que habrá de surgir de su mente. De todas maneras, la adopción del método creativo no garantiza la calidad de sus resultados. Estanislao Bachrach escribió:

“El pensamiento creativo es pensar productivamente. Al enfrentarnos con un dilema, debemos preguntarnos primero cuántas formas distintas hay de mirar ese problema, cuántas formas de repensarlo, de resolverlo, en lugar de preguntarnos qué hemos aprendido para solucionarlo. La idea es tratar de llegar a diferentes respuestas, muchas de las cuales quizá sean muy poco convencionales y algunas, posiblemente, únicas”. “Leonardo da Vinci decía que hasta que algo no era percibido por lo menos desde tres o cuatro perspectivas distintas, uno no podía comprenderlo realmente. Un conocimiento completo y real sólo proviene de sintetizar todas esas perspectivas en una”.

Teniendo presente lo anterior, surge un método educativo básico que consiste en realizar una descripción completa del tema a enseñar, por parte del docente, sugiriendo luego que el alumno imagine los efectos que produciría cambiar cada una de las partes en que puede dividirse el tema en cuestión. Por ejemplo, si se trata de un circuito eléctrico, podría preguntarse por los efectos que ocurrirían al cambiar, de uno a la vez, cada elemento que lo constituyen. Si bien esto no es nada nuevo, parece ser un método que favorece el entrenamiento mental que conduce a una actitud creativa.

En cuanto a las propuestas descriptivas de la creatividad, el autor citado escribe respecto de la teoría de Eric Kandel: “Desde el momento en que nacemos, todo, absolutamente todo lo que nos sucede en la vida queda registrado en algún lugar del cerebro, llamémosle «memoria inteligente». No sólo nuestras experiencias, sino todo lo que aprendemos: lo que leemos, lo que vemos, lo que nos cuentan. Una forma visual que me gusta usar para entender esta teoría es imaginarse que el cerebro está lleno de cajones y que cada cosa o evento que nos sucedió, que aprendimos, quedó guardado en algún cajón, en nuestra «memoria inteligente»: el cerebro como cajonera”. “Los cajones comienzan a abrirse y cerrarse, y los recuerdos en ellos se conectan de manera azarosa. Y cuanto más relajados estemos, más se abren y se cierran y se interconectan. Cuando esto ocurre en algún momento particular del día o de la noche, tenemos «más» ideas que en el resto de la jornada” (De “Ágilmente”-Estanislao Bachrach-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2012).

Cuando los distintos puntos de vista surgen no solamente de un individuo, sino de varios, aparece cierta cooperación creativa, como ocurre en el ámbito de las ciencias fisicomatemáticas. Antes que creatividad individual resulta ser una creatividad del conjunto. Si bien es una tarea colectiva, no puede hablarse de un pensamiento grupal sino de un pensamiento individual que coopera con otros. De ahí la expresión de Einstein de que “la labor del científico está tan ligada a la de los científicos contemporáneos y a la de quienes le precedieron, que parece casi un producto de su generación”.

Si bien la existencia de varios puntos de vista es algo deseable en el pensamiento individual, y en el colectivo cuando existe cooperación, puede no serlo cuando el pensamiento parte de fundamentos distintos y predomina la competencia sobre la cooperación. De ahí que debemos distinguir dos casos:

1- Los individuos discordantes aceptan los fundamentos básicos en que se basa el tema en cuestión, sólo que no se ponen de acuerdo. Es posible que en el futuro la discusión haya sido fructífera para todos, tal como sucede en el ámbito de la ciencia experimental.
2- Los individuos discordantes no aceptan los fundamentos básicos en que se basa el tema en cuestión, por lo cual hay pocas esperanzas de que se logre un acuerdo futuro, tal como sucede en el ámbito de la religión y de la política.

Por lo general, se supone que el hombre podrá, mediante la razón, superar las diferencias que le impiden vincularse armoniosamente con los demás seres humanos. Sin embargo, en esta suposición no se ha tenido en cuenta que el hombre no es solamente un ser racional sino también emocional, y que los acuerdos se logran no sólo cuando coincide lo racional, sino cuando previamente coincide lo emocional. Humberto Maturana R. escribió: “Al declararnos seres racionales vivimos una cultura que desvaloriza las emociones, y no vemos el entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción que constituye nuestro vivir humano, y no nos damos cuenta de que todo sistema racional tiene un fundamento emocional”.

“Nunca nos enojamos cuando el desacuerdo es sólo lógico, es decir, cuando el desacuerdo surge de un error al aplicar las coherencias operacionales derivadas de premisas fundamentales aceptadas por todas las personas en desacuerdo. Pero hay otras discusiones en las cuales nos enojamos (es el caso de todas las discusiones ideológicas); esto ocurre cuando la diferencia está en las premisas fundamentales que cada uno tiene. Esos desacuerdos siempre traen consigo un remezón emocional, porque los participantes en el desacuerdo viven su desacuerdo como amenazas existenciales recíprocas. Desacuerdos en las premisas fundamentales son situaciones que amenazan la vida ya que el otro le niega a uno los fundamentos de su pensar y la coherencia racional de su existencia” (De “Emociones y lenguaje en educación y política”-Ediciones Pedagógicas Chilenas SA-Santiago 1994).

De todo esto surge la idea de que, en un futuro, quizás no muy lejano, cuando la religión y la política adopten, y respeten, un fundamento científico, toda discusión habrá de ser fructífera en el largo plazo, en lugar de constituir tales actividades una fuente permanente de conflictos y de antagonismos. Los “poseedores de la verdad” deberán convertirse en buscadores de la verdad, para que la verdad pueda ser conocida por todos.

Un caso que llama la atención es el desconocimiento de los hechos históricos, tales como la caída del muro de Berlín y el fracaso estrepitoso del comunismo. A pesar de tal realidad, se sigue promoviendo la ideología totalitaria del marxismo como si nada malo hubiese ocurrido. A finales del siglo XIX, Agustín Álvarez escribía: “¿Para quienes escribe en vano la historia su triste catálogo? Indudablemente para los que la estudian con convicciones hechas, con opiniones preconcebidas, pues como no caben en el espíritu verdades contradictorias, las ya alojadas cierran la puerta a toda verdad que las contraríe y facilitan el ingreso de las que sean corroborantes. Por eso dice Schopenhauer que el espíritu no puede asimilarse sino a lo homogéneo, y por eso los sectarios y los hombres de partido no pueden sacar de la historia las razones de la historia sino las razones de su secta, su partido”.

“El daltonismo, enfermedad de la vista, que consiste en la imposibilidad de ver un color donde existe y en ver siempre un color donde no existe, es el estado normal del espíritu que tiene lo que se llama «opiniones hechas». De aquí, pues, que un mismo hecho histórico, una misma verdad experimental, una misma razón, sean invocados por los unos a favor de una opinión y por los otros en favor de la opinión contraria”.

“Para un hombre de convicciones, y más todavía para un fanático, la historia, la experiencia y la razón, lo mismo que los espejos, le muestran siempre su propia imagen, sus propias convicciones. Forzosamente, pues, al hombre de opiniones hechas, arraigadas, entusiastas y profundas, que se ponga a estudiar la historia o lo que fuere, le sucederá lo que al caballo tuerto, que no puede comer pasto sino de un lado de la senda” “O en términos más concretos: un «radical» o un «acuerdista» no podrán ver en la historia, ni en ninguna parte, las razones que condenen respectivamente la intransigencia o la moderación” (De “South América”-Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso-Buenos Aires 1933).

Por lo general, el buscador de la verdad es el que toma como referencia a la propia realidad, si bien puede adoptar la ayuda de otros pensadores que lo hayan hecho anteriormente. En estos casos predomina el espíritu cooperativo y se busca que el conocimiento sea a todos extensivo. Por el contrario, el “poseedor” de la verdad, por lo general se somete intelectualmente y toma como referencia a otro sujeto similar. En estos casos predomina el espíritu competitivo y se trata que el conocimiento no trascienda más allá de un grupo selecto.

Podemos decir que la esencia de la actitud racional consiste en adoptar a la propia realidad como referencia. Pero, para que la racionalidad sea una virtud, debemos tener presente que el ser humano es una conjunción de emociones y de razonamientos. Es tan incompleto el hombre emocional que carece de la razón orientadora como el hombre racional que carece de emociones, en cuyo caso no es otra cosa que un peligro social, como nos ha mostrado varias veces la historia. Humberto Maturana R escribió:

“Lo humano se constituye en el entrelazamiento de lo emocional con lo racional. Lo racional se constituye en las coherencias operacionales de los sistemas argumentativos que construimos en el lenguaje para defender o justificar nuestras acciones. Corrientemente vivimos nuestros argumentos racionales sin hacer referencia a las emociones en que se fundan, porque no sabemos que ellos y todas nuestras acciones tienen un fundamento emocional, y creemos que tal condición sería una limitación a nuestro ser racional. Pero ¿es el fundamento emocional de lo racional una limitación? ¡No! Al contrario, es su condición de posibilidad”.

Si el fundamento de nuestras acciones y de nuestro comportamiento son las emociones, en cierta forma estamos llegando a la conclusión de que el comportamiento racional es también, o debería ser, un comportamiento ético, ya que la ética no es otra cosa que la elección, vía razonamiento, de la componente emocional cooperativa de nuestra actitud característica, para que predomine sobre las demás. Humberto Maturana R. escribió: “La Corte Suprema de los EEUU tiene como función revisar si las resoluciones judiciales que lleguen ante ella violan o no la intención de la Constitución. Ahora bien, la intención de la constitución tiene que ver con lo ético-moral, con el propósito de convivencia, no con las formas particulares que ésta adopta. La intención de la constitución es un proyecto ético-moral que, aunque queda escrito, debe ser interpretado en cada lectura. El resultado es que la Corte Suprema de los EEUU actúa de hecho como un Consejo de Ancianos frente al proyecto de país que funda la constitución. Es la intención de convivencia la que define un país, porque es la referencia que funda sus leyes y es la coincidencia de esa intención la tarea más difícil en la constitución de una democracia”.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La minoría acosada

Por distintas razones, ya sean raciales, religiosas, culturales o económicas, las minorías sufren el riesgo de ser acosadas por el resto de la sociedad, especialmente cuando son exitosas o cuando se supone que lo son. Uno de esos casos lo constituye el empresariado, sector que recibe el desprecio de una parte importante de la sociedad. Es oportuno mencionar que en la Argentina, de cada 100 empresas que se inician en alguna actividad productiva, en diez años sólo sobreviven 2, lo que no resulta del todo extraño.

Cuando se habla de empresarios, por lo general se tiene la imagen del que posee una empresa que pudo sobrevivir en el tiempo, pero se olvida a una gran parte que, por distintas razones, no pudo llegar a concretar sus proyectos. Es un caso similar al que ocurre cuando se habla de los andinistas, ya que, por lo general, pasan a la historia los exitosos mientras que quedan en el olvido muchos de los que perdieron sus vidas en infructuosos intentos. De ahí que, cuando se habla de los empresarios, debemos tener presentes tanto a los exitosos como a los que fracasaron.

Entre las causas del fracaso aparecen los propios errores personales a los que hay que agregar el hostigamiento sufrido por parte de la propia sociedad y principalmente por parte del Estado, cuya principal función, según varias tendencias políticas, es “proteger al ciudadano común del egoísmo de los empresarios”. Ayn Rand escribió: “La defensa de los derechos de las minorías hoy es aclamada, virtualmente por todos, como un elevado principio moral. Pero este principio, que prohíbe la discriminación, es aplicado por la mayoría de los intelectuales «socialdemócratas» de una manera discriminatoria: es aplicado sólo a las minorías raciales o religiosas. No es aplicado a esa minoría pequeña, explotada, denunciada, indefensa, que conforman los empresarios”.

“Empero todos los aspectos desagradables, brutales de injusticia hacia las minorías raciales o religiosas están siendo ejercidos hoy hacia los hombres de negocios. Por ejemplo, considere la maldad de condenar a ciertos hombres y absolver a otros, sin una audiencia, sin considerar los hechos. Los «progresistas» de hoy consideran a un empresario culpable en cualquier conflicto con un gremio, sin importar los hechos o los asuntos implicados y se jactan de que no atravesarán una línea de un piquete «con razón o sin ella»”.

“Considere la maldad de juzgar a las personas con un doble estándar y de negar a algunos los derechos concedidos a otros. Los «socialdemócratas» de hoy reconocen el derecho de los trabajadores (la mayoría) a su subsistencia (sus sueldos) pero niegan el derecho de los empresarios (la minoría) a su subsistencia (sus ganancias). Si los trabajadores luchan por sueldos más altos, esto es aclamado como «ganancias sociales», si los hombres de negocios luchan por ganancias más altas, esto es condenado como «codicia egoísta». Si el nivel de vida de los trabajadores es bajo, los «socialdemócratas» culpan a los empresarios; pero si los hombres de negocio tratan de mejorar su eficiencia económica, para expandir sus mercados y ampliar los ingresos económicos de sus empresas, haciendo así posibles sueldos más altos y precios más bajos, los mismos «socialdemócratas» lo denuncian como «mercantilistas»”.

“Si una fundación no comercial, por ejemplo un grupo que no tuvo que ganarse sus fondos, patrocina un programa de televisión que defiende sus puntos de vista particulares, los «socialdemócratas» lo aprueban como «iluminación», «arte», «educación» y «servicio público»; si un hombre de negocios patrocina un programa de televisión y quiere que en él se reflejen sus puntos de vista, los «progresistas» gritan, calificándolo de «censura», «presión» y «autoridad dictatorial»” (De “Capitalismo: el ideal desconocido”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2008).

Si bien las tendencias políticas muchas veces son descriptas en forma independiente a las actitudes psicológicas de los hombres, resultarán mejor comprendidas si se tienen en cuenta tales aspectos, es decir, como si la política fuese una parte de la psicología social. Como un indicio de esta afirmación puede considerarse el citado escrito de Ayn Rand, realizado originalmente en 1961 en los EEUU, y que tiene una plena vigencia en la Argentina de nuestros días. Incluso puede afirmarse que las tendencias políticas de izquierda no son esencialmente distintas a las tendencias psicológicas discriminatorias que ocurren en diversos países y en distintas épocas. En última instancia, las afinidades políticas no son más que coincidencias respecto a las actitudes éticas predominantes. Ayn Rand prosigue:

“Siempre, en cualquier época, en cualquier cultura, o sociedad, se encuentra el fenómeno del prejuicio, la injusticia, la persecución y el odio ciego irracional hacia alguna minoría, la búsqueda de la pandilla que tiene algo que ganar con esa persecución, la búsqueda de aquellos que tienen un interés oculto en la destrucción de estas particulares victimas del sacrificio. Invariablemente, encontrará que la minoría acosada cumple la función de chivo expiatorio de algún movimiento que no quiere que se divulgue la naturaleza de sus fines personales. Todo movimiento que busca esclavizar a un país, toda dictadura o toda dictadura en potencia, necesita alguna minoría como chivo expiatorio, a la cual poder culpar por los problemas de la nación y usarla como justificación de sus propias demandas de poderes dictatoriales. En la Rusia Soviética, el chivo expiatorio fue la burguesía; en la Alemania Nazi, fueron los judíos, en Estados Unidos, son los empresarios”.

Por lo general, cuando un grupo social, étnico o laboral, sufre persecuciones, y ante la duda generalizada, se llega a decir: “algo habrán hecho”, aunque también podríamos decir: “seguramente habrán tenido éxito en algo”.

Debido a la pobre concentración empresarial que disponemos, una parte considerable de las empresas busca el apoyo estatal para no cerrar sus puertas y evitar así aumentar la desocupación. Es necesario el apoyo cuando no presentan una eficacia capaz de permitirles mantenerse por sus propios medios en la competencia con otras empresas de su propio sector del mercado. El proteccionismo estatal también ha sido forzado por empresas que sólo buscan ganancias sin ofrecer calidad a cambio. Ayn Rand escribió:

“Los intelectuales, ideólogos, interpretes, asesores de los eventos públicos, fueron tentados por la oportunidad de tomar el poder político, resignado por todos los demás grupos sociales y establecer sus propias versiones de una «sociedad del bienestar» a punta de pistola, es decir, mediante la coerción física legalizada. Denunciaron a los empresarios libres como exponentes de la «codicia egoísta» y glorificaron a los burócratas como «funcionarios públicos». Evaluando los problemas sociales, se mantuvieron maldiciendo el «poder económico», exculpando al poder político, trasladando así la carga de la culpa de los políticos a los hombres adscritos a los comerciantes y al capitalismo, no fueron causados por una economía o por un libre mercado, sino por la intervención gubernamental en la economía. Los gigantes de la industria estadounidense, como James Jerome Hill o Commodore Vanderbilt o Andrew Carnegie o J.P. Morgan, fueron autodidactas que ganaron sus fortunas por su habilidad personal, por el libre comercio en un mercado libre”.

“Pero hubo otra clase de empresarios, producto de una economía mixta, hombres con influencia política, quienes hicieron fortunas por medio de privilegios especiales que les fueron concedidos por el gobierno, tales como los Cuatro Grandes de Central Pacific Railroad. Fue el poder político detrás de sus actividades, el poder de los privilegios forzados, no merecidos, económicamente injustificables, el que causó desarticulaciones en la economía del país, adversidades, depresiones y crecientes protestas públicas. Pero fueron el libre mercado y los empresarios libres quienes se cargaron con la culpa. Cada consecuencia calamitosa de los controles del gobierno fue utilizada como una justificación para la ampliación de tales controles y de la acción del gobierno sobre la economía”.

Las tendencias políticas predominantes en la Argentina se basan en el crecimiento del sector público que absorbe gran parte de los recursos económicos de la sociedad. De ahí que, a mayor gasto público, menos posibilidades de inversión habrá por parte del sector privado. Estas decisiones por lo general se adoptan para combatir la desigualdad social. Al ser el empresario considerado como un generador de desigualdades (ya que es el principal factor de la producción), debe el Estado equilibrar las desigualdades extrayéndole gran parte de sus recursos, con el consiguiente freno a la inversión productiva.

Se dice que la democracia es el sistema que permite la diversidad de opiniones pero en base a haber acordado previamente las reglas de juego. Cuando tampoco hay acuerdo en ello, las cosas se complican bastante. Y uno de los desacuerdos básicos consiste en que un sector busca la igualdad económica sacrificando la eficiencia, mientras que el otro prioriza la eficiencia sin tener en cuenta la igualdad mencionada. “La democracia exige disenso, desacuerdo, diversidad y pluralismo; y exige acuerdo, consenso, comunalidad y unidad. Básicamente, el consenso que la democracia requiere es un consenso acerca de las reglas o normas que permiten convivir con los desacuerdos, acerca de los principios para resolver los conflictos” (De “¿Qué nos pasa a los argentinos?”-M.E. Aftalión, M.J. Mora y Araujo y F.A. Noguera-Sudamericana/Planeta Editores SA-Buenos Aires 1985).

Quienes buscan la igualdad en forma prioritaria, incluso antes que la eliminación de la pobreza, son quienes pretenden que el sistema social proteja al individuo que tiene predisposición a la envidia. Con la igualdad económica se le aseguraría que no tendrá motivos para envidiar a nadie. Por el contrario, quienes buscan la eficiencia piensan sobre todo en eliminar la pobreza. Resulta mejor establecer un ordenamiento social que contemple prioritariamente al hombre normal. Luego se han de ir mejorando las cosas para permitir que los demás compartan esa normalidad. Si, por el contrario, se supone que el hombre normal es envidioso y que debe establecerse un ordenamiento social que lo proteja de ese defecto, entonces se sacrifica el libre accionar y el nivel de vida del hombre normal, considerado como no envidioso.

Si se considera que el orden social debe ser consistente con los contenidos de las ciencias sociales, no puede dejarse de lado la ética elemental. De ahí que debe abandonarse todo tipo de discriminación social, especialmente del sector productivo, aun cuando sus logros indefectiblemente despertarán la envidia de un sector de la población. Como lo sabe cualquier ciudadano identificado con la mentalidad predominante de la clase media, la felicidad no depende sólo del alimento que los ricos disponen en abundancia para sus respectivos cuerpos, sino también del alimento intelectual para la mente y del afectivo para el espíritu. La búsqueda de la igualdad económica, como objetivo social, tiene sentido en base a una concepción del hombre mutilado, es decir, desprovisto de aspectos intelectuales y afectivos.

martes, 20 de noviembre de 2012

Cacerolazos e ideología

Luego de las masivas protestas de un importante sector de la población ante el temor a la profundización de la política totalitaria, se han omitido algunos aspectos que es necesario resaltar. Así, no faltan quienes afirman que, ante la ideología totalitaria que el gobierno impulsa en varios frentes, la población debe responder realizando cacerolazos y difundiendo breves slogan, y no tanto retransmitiendo escritos algo extensos que pocos leen por cuanto el sector que protesta no dispone de suficiente tiempo ni de paciencia para su lectura. Incluso suponen que se puede combatir la ideología totalitaria adhiriendo, con un simple clic, en alguna de las redes sociales de Internet, a toda expresión opositora para llegar a saber que cada día el número de “indignados” ha crecido bastante.

Otros piensan que no conviene leer escritos de extraños por cuanto su lectura puede ocasionar una perturbación en el pensamiento original, como pensaba Auguste Comte. De ahí que cada uno tiene que ir adquiriendo conocimientos en forma directa, ignorando todo el trabajo que desde tiempo atrás fue realizado por varios especialistas. Resulta evidente que, si se lograran resultados positivos a través de ese medio tan simple, deberíamos maravillarnos e incluso recomendarlo a otros países con problemas. Si casi no hace falta describir, por ejemplo, la forma en que se genera la inflación y los efectos que en el largo plazo produce, ya que “todo el mundo lo sabe”, habremos dado un gran paso adelante, aunque la realidad parece no ser tan simple.

Por el contrario, debemos tener presente que las ideas importantes, que surgen de la mente creativa de algunos pensadores, deben difundirse a través de emisores secundarios que, al igual que los docentes, resultarán ser los intermediarios entre la creación del conocimiento y el ciudadano común. Tal actividad docente debería predominar ampliamente sobre la simple adhesión mayoritaria.

Como muchos autores señalan, existe una mentalidad generalizada de la sociedad, predominante sobre otras posibles, que prácticamente determina el rumbo que ha de seguir un país. De ahí que resulta oportuno describirla para hacernos conscientes de ella y, quizás así, en poco tiempo podremos, al menos, comenzar a revertir la tendencia decadente por la que descendemos cada día. Marcelo E. Aftalión, y otros, escriben:

“La sociedad argentina tiene una serie de rasgos que la caracterizan. Como enseña la psicología social, ello se refleja en la personalidad básica de sus habitantes, en sus modalidades caracterológicas fundamentales (el «ser nacional»). En efecto, universalmente existe una suerte de compatibilización entre estructura social y personalidad. Cuando por alguna razón no es así, alguna de las dos, o ambas, hacen crisis”.

“Los grandes rasgos de la sociedad argentina tienen que ver con el individualismo, la emotividad (en la interacción social tendiente a la persecución de fines, cuentan más los afectos subjetivos que la «racionalidad objetiva», en la terminología de Herbert Simon), el providencialismo (¡Dios proveerá!), el predominio de lo que se es (por herencia) sobre lo que se hace con el esfuerzo cotidiano de toda una vida (status adscripto y status adquirido, en la terminología sociológica). Las consecuencias han sido un bajo nivel de disciplina social y, por consiguiente, de eficiencia colectiva” (De “¿Qué nos pasa a los argentinos?”-M.E.Aftalión, M.J.Mora y Araujo, F.A.Noguera-Sudamericana/Planeta SA-Bs.As. 1985).

Entre las afirmaciones más aceptadas está aquella que postula la “bondad natural de los argentinos”, capaces de beneficiar al prójimo incluso ignorando el cumplimento de normas básicas de la ética elemental. De ahí que, si las cosas andan mal, ello se deberá, indudablemente, a conspiraciones del exterior, promovidas por las famosas “corporaciones” que impiden que retomemos el camino del desarrollo (aunque esas mismas corporaciones no “atacan” de la misma manera a otros países con similares características que las de la Argentina). Los citados autores agregan: “Los argentinos solemos tener la costumbre de tratar de descubrir a quién se le pueden echar las culpas de nuestras desgracias. Con ello procuramos paliar nuestra insatisfacción y nuestras frustraciones. Pero la constante búsqueda de chivos emisarios del pasado no nos deja mirar hacia delante. Corremos el riesgo de convertirnos en estatuas de sal”.

Como ejemplo de la mentalidad que nos caracteriza podemos citar el caso en que algunos jubilados, cuando van al banco a cobrar sus haberes mensuales, extraen dos o tres números para el turno respectivo. Esto lo hacen para entregar más tarde los números sobrantes a quienes recién llegan. De esa manera, suponen que han realizado la “diaria obra de bien”, aunque pocas veces piensan que están perjudicando a quienes llevan algunas horas en espera y que deben resignarse a tener que esperar adicionalmente la atención de otros que llegaron bastante más tarde que ellos.

Los políticos, al tener una mentalidad similar, tratan de hacer “obras de bien” a favor de los pobres, no tanto en forma cotidiana, sino buscando resultados permanentes. De ahí que optan por permitir la impresión de papel moneda en exceso para “distribuir las riquezas”, aunque la inflación posterior hará que en realidad sólo se logre empeorar las cosas. Sin embargo, tal mentalidad se ha afianzado de tal manera que incluso han desarrollado argumentaciones en contra de quienes se oponen a tal distribución. Al respecto debe decirse que, si se considera que la emisión monetaria no produce inflación, entonces debería el Estado emitir mayor cantidad de billetes aún para no desaprovechar la oportunidad de “enriquecer” a la población mediante un procedimiento tan simple.

Desde el gobierno se dice, respecto de quienes participan de los cacerolazos, que protestan porque “se oponen a que el gobierno ayude a los más necesitados”, aunque en realidad se reclama porque no se quiere que se siga perjudicando seriamente a todos los sectores reduciendo sus haberes con una sostenida inflación; lo que resulta ser algo bastante distinto. Si se considera que la oposición está constituida por personas tan malas que son capaces hasta de oponerse a la ayuda gubernamental a los más necesitados, entonces se está induciendo a una abrupta ruptura entre sectores de la sociedad; es decir, entre los que quieren ayudar a los pobres (los que se consideran éticamente superiores) y los que se oponen por pura maldad (a quienes se considera éticamente inferiores). Este último sector, al sentirse discriminado, adoptará una postura adversa a los “éticamente superiores”.

Desde la propia presidencia se dijo que “protestan porque ya no pueden hacer trabajar a los empleados por dos pesos”, aludiendo al sector “éticamente inferior”, calificándolo como un explotador laboral. Recordemos que toda generalización de atributos individuales hacia todos los integrantes de un sector, constituye una forma de discriminación social. Este método discriminatorio es puesto en vigencia justamente por quienes todo el tiempo hablan de “inclusión social”. Al atacarse el honor y la dignidad del ciudadano de clase media, se ataca a una clase caracterizada por gente que tiene valores que exceden lo estrictamente material; de ahí las reacciones que estos ataques hacen surgir. Agustín Álvarez escribió:

“El encono de los partidos, como en los individuos, depende de la gravedad de las ofensas, y la gravedad de las ofensas depende de la manera cómo se las considere”. “Al analizar de paso la verdad, la conciencia, la creencia, la fe y el entusiasmo, hemos insinuado cómo el entusiasmo depende de la profundidad de la fe, cómo la intensidad de la fe depende del absolutismo de la verdad, cómo el absolutismo de la verdad depende de la supresión de los términos medios y de los matices por la ignorancia, la inexperiencia y la ofuscación, y del raciocinio de razón pura en pleno ideal fantástico” (De “South América”-Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso-Buenos Aires 1933).

Cuando el Estado ineficiente se hace muy grande, absorbe gran parte de los recursos de la sociedad. Entonces hace falta pedir préstamos o bien recurrir a la emisión monetaria excesiva, siendo ésta la causa inicial del proceso inflacionario. Luego, con una inflación anual del 25%, el poder adquisitivo de un sueldo se reduce a la mitad en un periodo algo inferior a los 3 años, si bien los ajustes retardan ese periodo. De ahí la situación de aproximadamente el 70% de los jubilados, que reciben una mensualidad cercana a los $ 1.800. Si tenemos presente que 1 kg de pan cuesta unos $ 10, tal remuneración equivale a unos 180 kg de pan, ya que 180 kg x 10 $/kg = $ 1.800.

A pesar de tan reducido sueldo, con el dinero de los jubilados (ANSES), el gobierno “regaló” unas 3.000.000 de computadoras a los alumnos secundarios de todo el país. Luego, si uno se opone a ese tipo de “distribución”, es mirado como alguien que está en contra de la educación, de la igualdad de oportunidades, etc. Además, con el dinero de los jubilados se otorgan subsidios por maternidad a parejas jóvenes, quienes deberían trabajar o recurrir a sus propios medios para mejorar su situación. Incluso el jubilado que consigue un trabajo remunerado, pierde momentáneamente sus haberes jubilatorios, por lo que el Estado no le da alternativas legales para una supervivencia digna.

Otra de las formas de “ayudar” a los pobres es a través del “seguro de desempleo”, principalmente consistente en puestos de trabajo estatales que implican esencialmente cumplir horarios y entorpecer toda actividad productiva del sector privado. De ahí que una parte importante de los recursos del Estado se destine a la manutención de los que viven a costa de los que trabajan en serio. El presidente uruguayo Pepe Mujica habla de su pueblo con palabras que podrían muy bien ser asignadas a los argentinos:

“Si habría que definir a los orientales por una característica, es por querer ser funcionarios públicos…tienen vocación de empleado público”. “No me vengan con la fácil, para que después la gente te mantenga, no. Porque una cosa es la explotación del hombre por el hombre…..y otra cosa usar al Estado para explotar a la población. Después les cobro impuestos a los giles que están en la actividad privada, para mantener a los zánganos del Estado. Eso no es socialismo” (Citado en “La República que perdimos”-Martin Hary-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2010).

El camino del totalitarismo (todo en el Estado) es el menos indicado para resolver los problemas de la Argentina. Ello se debe, entre otros aspectos, a la división social que promueve toda ideología totalitaria. En épocas de Perón se hablaba de “ellos” y de “nosotros”. Los primeros constituían el sector excluido al que el resto debería odiar por sugerencia presidencial. Incluso el tirano llegó a amenazar, como muchas veces lo hizo, diciendo: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”.

Actualmente, y a través de los medios masivos de comunicación estatales y oficialistas, se difunde una ideología bastante similar a la que circulaba por otros medios en los años 70. Quienes la aceptaron plenamente llegaron a cometer unos 20.000 atentados contra la propiedad, unos 1.700 secuestros extorsivos y unos 1.500 asesinatos. Pareciera que se quiere volver a esas épocas.

martes, 13 de noviembre de 2012

Moral individual y social

Uno de los grandes interrogantes, respeto del comportamiento humano, radica en el conocimiento de los respectivos porcentajes de incidencia que tienen sobre cada individuo tanto la herencia genética como la influencia social recibida. Si actuáramos sólo por nuestra herencia genética, quedaría poco margen para una mejora mediante la educación, mientras que si actuáramos sólo por influencia social, se abriría la posibilidad de que algunos hombres trataran de rediseñar al ser humano según sus propios criterios personales. Tales extremos han sido puestos en práctica con las trágicas consecuencias conocidas, como ha sido el caso del nazismo, que suponía que la raza determina totalmente al individuo y que todo posible mejoramiento habría de obtenerse eliminando las razas “incorrectas”. Por otra parte, para el marxismo, la influencia social determina totalmente al individuo, de ahí la posibilidad de crear artificialmente al “hombre nuevo”, soviético o socialista, tratando de eliminar a la clase social “incorrecta”, como también a las ideas, costumbres, cultura y religión que la caracterizan.

La naturaleza humana se muestra como una mezcla equilibrada de herencia genética y de influencia social, lo que permite lograr mejoras individuales, y luego sociales, sin tener que eliminar las razas o las clases sociales “incorrectas”. Todo tipo de mejoramiento que dependa del hombre ha de ser parte del proceso de la evolución cultural de la humanidad, siendo la moral una resultante de tal proceso.

Si bien muchas veces se considera en forma indistinta a los términos moral y ética, en nuestro caso les daremos los siguientes significados: consideraremos como ética a las sugerencias o normas de conducta propuestas desde la religión, la filosofía o las ciencias sociales, mientras que moral será el grado de acatamiento que la sociedad otorga al planteamiento ético previamente aceptado.

Luego, como los planteamientos éticos se han de aproximar en mayor o menor medida a cierta ética natural implícita en nuestros propios atributos humanos, un alto grado de acatamiento puede no resultar adecuado para el hombre si la ética propuesta apenas contempla la naturaleza humana. De ahí que el resultado óptimo dependerá tanto de la elección de una ética adecuada como del correspondiente acatamiento a la misma.

Recordemos que nuestro cerebro se ha ido formando en el tiempo a través del lento proceso de la evolución biológica. Luego de la capa inferior (cerebro reptiliano) aparece el cerebro límbico, en donde encontramos el origen de nuestras emociones. De ahí que las componentes afectivas básicas de nuestra actitud característica surgirán desde ese nivel. Finalmente, aparece el neocórtex, al cual se asocia nuestra capacidad de razonamiento y del procesamiento de la información percibida por nuestros sentidos.

A partir de esta descripción básica de la naturaleza humana, podemos decir que nuestro comportamiento ético, es decir, nuestra moral, proviene de nuestra actitud afectiva predominante que surge desde el cerebro límbico. Sin embargo, tal actitud ha de ser modificada desde el neocórtex, que es por donde se introdujo la ética propuesta por algunos pensadores y que fue adoptada por la sociedad, o por cada individuo.

Como la actitud del amor existe en cada uno de nosotros desde nuestro nacimiento, como también el odio, el egoísmo y la negligencia, la propuesta ética más frecuente radica justamente en hacer que nuestro razonamiento trate de “convencer” a nuestro cerebro límbico, depósito de nuestros sentimientos, que el amor es la actitud que produce los mejores resultados. Jeremy Rifkin escribió: “La persona moral es serena, distante y desinteresada, y se guía por la obligación moral y la razón en lugar de guiarse por la emoción y la pasión” (De “La civilización empática”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2010).

Nuestra respuesta moral ha de ser susceptible de recibir premios y castigos. Si nuestro razonamiento sabe distinguir adecuadamente las causas de tales recompensas y penalidades, es posible que podamos crecer humanamente. Si, por el contrario, nuestro neocórtex no resulta tan eficaz en esa tarea, seguramente seguiremos recibiendo castigos en exceso y premios en forma muy limitada.

Así como el razonamiento nos permite ser conscientes de la realidad cotidiana en la cual estamos inmersos, disponemos de procesos cerebrales que nos permiten ser conscientes de los efectos que nuestras acciones producirán en los demás. Este es el fundamento de la conciencia moral que nos premia o nos castiga según resulten nuestras acciones.

Los límites que nos imponemos en nuestro desempeño social surgen principalmente de la conciencia moral, por la cual tenemos un conocimiento bastante preciso de los efectos que en los demás ocasionarán nuestras acciones. Aunque, muchas veces, aun sabiendo que los efectos de nuestras decisiones serán negativos para los demás, lo mismo serán adoptadas. En este caso podemos decir que, voluntariamente, se ha actuado de mala fe, o bien se ha actuado perjudicando a alguien motivado por cierta ventaja personal que puede lograrse.

La conciencia moral está muy ligada a la empatía, siendo la empatía el proceso por el cual nos ubicamos imaginariamente en el lugar de otra persona y así podemos vislumbrar lo que ha de sentir ante una acción de nuestra parte. Luego, la conciencia moral es el proceso mental cognitivo que se produce a partir de los sentimientos vislumbrados previamente. De ahí que existen personas, especialmente las que cometen delitos, que tienen muy poca empatía y de ahí que tampoco pueda en ellos desarrollarse la conciencia moral en la forma adecuada a una vida social normal. Règis Jolivet escribió:

“El hecho moral revela, si se lo analiza, todo un complejo conjunto de elementos racionales (juicios), afectivos (sentimiento) y activos (voluntad). Los juicios preceden y siguen al acto moral. Antes del acto, enuncian (en dependencia del juicio universal y evidente de que hay que hacer el bien y evitar el mal) que tal acto es bueno o malo, y debe o puede ser realizado o debe ser evitado. Después del acto, la conciencia aprueba o reprocha, según que el acto realizado sea considerado bueno o malo; ella evalúa en consecuencia el aumento o la disminución del valor moral del agente y la recompensa o el castigo merecidos por ese acto bueno o malo; y enuncia la obligación de reparar el perjuicio causado al prójimo, o el derecho de obtener para sí la satisfacción requerida por la justicia”.

“Lo que caracteriza la conciencia moral, y lo que la distingue absolutamente de la conciencia psicológica, que es pura y simple aprehensión de los hechos internos, es que esa conciencia se comporta como un legislador y un juez, y no como un simple testigo; que decide lo que se debe hacer en cada caso; y que a su vez está dominada por un ideal de moralidad, con relación al cual ella pronuncia la responsabilidad del sujeto moral”.

“El hecho moral es universal en la humanidad y caracteriza a la especie humana. Esto no significa evidentemente que la conducta humana esté siempre y necesariamente conforme con las leyes de la Moral, sino sólo que siempre y en todas partes, han admitido los hombres la existencia de valores morales, distintos de los valores materiales, y se han sentido sujetos a leyes morales, distintas de las leyes físicas y que enuncian un ideal de conducta. De modo que, renunciar a estas nociones equivaldría a renunciar a la humanidad y descender al nivel de los brutos carentes de razón” (De “Tratado de Filosofía Moral”-Ediciones Carlos Lohlè-Buenos Aires 1966).

Existen diferencias entre el comportamiento individual a nivel familiar y el del mismo individuo a nivel social. En el primer caso predomina la cercanía afectiva de las personas involucradas, por lo que poco les cuesta mostrar lo mejor de uno mismo, mientras que en el vínculo con personas lejanas al medio familiar generalmente predomina una escala de valores más distante.

Cuando Cristo propone el “amarás el prójimo como a ti mismo”, que podemos considerar como un “compartirás las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias”, trata de generalizar la actitud que brindamos a nuestros familiares hasta que involucre a todos los integrantes de la sociedad e incluso de la humanidad. En ello radica esencialmente la idea del Reino de Dios; la humanidad funcionando como una familia. Recordemos que ser cristiano, ante todo, significa parecerse a Cristo, o al menos, tratar de hacerlo. Jeremy Rifkin escribió: “En el caso de Jesús nos hallamos ante una persona que opta conscientemente por sentir empatía con sus semejantes, no sólo con sus parientes más próximos, sino con todos los seres humanos, incluso los más humildes. Más que cualquier otra, la historia de Jesús es una historia de igualdad emocional”.

Nótese que la ética cristiana borra las diferencias entre lo individual y lo social, por lo que no existe una ética individual distinta de una social, ya que toda sugerencia destinada a orientar nuestro comportamiento sólo tiene sentido cuando va dirigida a un individuo. Por el contrario, tiene sentido hablar de una moral individual y de una moral social por cuanto el grado de acatamiento de la sugerencia ética ha de ser distinto en los diversos individuos y en las distintas circunstancias.

Cuando existe poco convencimiento, respecto de la efectividad del cumplimiento de las normas sugeridas por cierta ética previamente adoptada, surge la hipocresía, actitud por la cual fingimos actuar en forma acorde a dicha ética. Si bien este comportamiento no es el más aconsejable, resta todavía aquel en el cual se desconoce la validez de toda ética propuesta por lo cual el individuo cae en la actitud cínica, reacción típica de quienes son partidarios del relativismo moral.

Entre las distintas posturas adoptadas respecto de la moralidad intrínseca de la naturaleza humana, encontramos las dos extremas que afirman que el ser humano es naturalmente bueno, por una parte, y naturalmente perverso, por otra parte. Considerando como los atributos básicos del hombre a las componentes afectivas de nuestra actitud característica, es decir, amor, odio, egoísmo, negligencia, podemos decir que, potencialmente, la naturaleza humana no es buena ni mala, pudiendo predominar las actitudes malas sobre la restante, o a la inversa. Sin embargo, como resulta posible considerar al sufrimiento humano como una medida de nuestra desadaptación al orden natural, podemos decir que dicho orden nos presiona, mediante ese sufrimiento, a lograr mayores niveles de adaptación. De ahí que en el futuro, cuando seamos plenamente conscientes de nuestra naturaleza humana, es posible que prevalezca el bien sobre el mal. El triunfo del bien sobre el mal no es sólo un deseo de los hombres, sino también una tendencia implícita en las leyes naturales que rigen nuestra conducta. De nosotros depende su efectiva realización.

jueves, 8 de noviembre de 2012

La política de la confrontación

En la política, como en todas las actividades humanas, existe una forma óptima de realización y también una forma pésima. Entre ambos extremos se mueve toda la actividad política real. La determinación de ambos extremos no sólo resulta de interés para el analista político, sino también para el ciudadano común por cuanto le ha de resultar conveniente conocer en qué dirección ideológica se dirige el gobernante de turno o incluso un partido político en particular.

Por lo general, resulta menos dificultoso entender las intenciones de quien construye que de quien destruye, quizás ello se deba a que existen unas pocas formas para construir y diversas formas para destruir. De ahí que resulta más fácil describir la orientación óptima para, posteriormente, considerar lo opuesto para llegar a determinar la forma pésima, con sus distintas variantes.

La política debe basarse en una ideología explícita. En este caso, a la palabra ideología se la ha asociado a la “ciencia de las ideas”; el estudio de las ideas compatibles con la realidad. La ciencia política, además, ha de ser compatible con el resto de las ciencias sociales (economía, psicología social, sociología, etc.). De ahí que la ideología que caracteriza a cierta tendencia política debe ser compatible con la realidad y ha de fundamentarse en las ciencias sociales, o bien en una filosofía o en una religión que sean compatibles con la realidad.

Una ideología bien fundamentada ha de ser compatible con la ética natural, y ha de contemplar la idea de igualdad en forma preponderante. El origen de la civilización parte de dicha idea, implicando que una persona es tan importante como otra. Ello nos sugiere que debemos evitar perjudicar a los demás por cuanto tal perjuicio hará surgir en nuestra conciencia cierto malestar difícil de sobrellevar. Si, por el contrario, nos hemos sentido superiores al perjudicado, habiéndonos adjudicado el injusto derecho de considerar nuestro interés personal por encima de la dignidad y el honor de un semejante, estaremos actuando en base a la desigualdad y a la injusticia. De ahí la importancia y la generalidad del amor al prójimo, que es la sugerencia igualitaria por excelencia, ya que nos sugiere compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias.

También la idea de igualdad resulta esencial en la democracia. Marvin Zetterbaum escribió: “El pensamiento político de Tocqueville se origina en el reconocimiento y la aceptación del triunfo inevitable del principio de igualdad. No sólo el curso de los últimos 800 años ha tenido un propósito (conducente al triunfo de la igualdad) sino que, asimismo, analizando la historia y los hechos del hombre, Tocqueville ve una expresión de la voluntad divina. El desarrollo de la igualdad de condiciones en un hecho providencial” (De “Historia de la Filosofía Política”-Leo Strauss y Joseph Cropsey (Comp.)-Fondo de Cultura Económica-México 1996).

La política pésima trata de adoptar el rostro igualitario de la política óptima, aunque sólo consiga cierta igualdad entre los súbditos del líder, quien, paralelamente, promueve la discriminación racial, religiosa, de clase social, ética o de algún otro tipo. Y el síntoma de la existencia de tal discriminación es justamente la política de la confrontación. Este tipo de política tiene como objetivo la conquista del poder, es decir, del poder político, económico, ideológico, sobre la mayor cantidad posible de personas. Apunta en forma opuesta a la sugerencia bíblica que promueve al hombre libre, es decir, libre del gobierno de otros hombres, cuando acepta el gobierno de Dios a través de las leyes naturales.

La sociedad Argentina actual padece los intentos a ser dividida en dos sectores por una iniciativa surgida de la propia Presidencia de la Nación, algo que no se veía desde las épocas de Perón. Incluso se afirma que las actuales autoridades tienen apoyo ideológico de algunos especialistas en política de la confrontación. En la Revista Noticias aparece lo siguiente: “Ernesto Laclau, el ideólogo de la Argentina dividida. Es argentino e inglés. Agita la reelección eterna de CFK, que es fan de sus teorías amigo-enemigo”. “Laclau le inoculó al kirchnerismo su teoría del conflicto permanente. Su elogio del populismo es celebrado por el Gobierno” (De “Noticias”-Editorial Perfil SA-03/Nov/2012).

Por lo general, los tiranos que ambicionan el poder ilimitado en el tiempo y en el espacio, tratan de inmoralizarse en la historia de sus respectivos países. Olvidan que en la memoria colectiva de los pueblos existe también el “basurero de la historia” en donde van a parar los recuerdos que surgen de los pueblos que tuvieron que padecer las extravagancias de líderes de dudosa ética social. Desde tiempos remotos han aparecido tiranos que degradaron a sus pueblos promoviendo conflictos y luchas internas. Tales personajes pocas veces son advertidos acerca del papel ridículo que encarnan y que ha sido descripto en los tratados de política, como el realizado por Aristóteles de Estagira unos 2.400 años atrás. Aristóteles escribió:

“Ya hemos indicado algunos de los medios que la tiranía emplea para conservar su poder hasta donde es posible. Reprimir toda superioridad que en torno suyo se levante; deshacerse de los hombres de corazón; prohibir las comidas en común y las asociaciones; ahogar la instrucción y todo lo que pueda aumentar la cultura; es decir, impedir todo lo que hace que se tenga valor y confianza en sí mismo; poner obstáculos a los pasatiempos y a todas las reuniones que proporcionan distracción al público, y hacer lo posible para que los súbditos permanezcan sin conocerse los unos a los otros, porque las relaciones entre los individuos dan lugar a que nazca entre ellos una mutua confianza. Además, saber los menores movimientos de los ciudadanos, y obligarles en cierta manera a que no salgan de las puertas de la ciudad, para estar siempre al corriente de lo que hacen, y acostumbrarles, mediante esta continua esclavitud, a la bajeza y a la pusilanimidad; tales son los medios puestos en práctica entre los persas y entre los bárbaros, medios tiránicos que tienden todos al mismo fin”.

“Pero he aquí otros: saber todo lo que dicen y todo lo que hacen los súbditos; tener espías semejantes a las mujeres que en Siracusa se llaman delatoras; enviar, como Hierón, gente que se entere de todo en las sociedades y en las reuniones porque es uno menos franco cuando se teme el espionaje, y si se habla, todo se sabe; sembrar la discordia y la calumnia entre los ciudadanos; poner en pugna unos amigos con otros, e irritar al pueblo contra las clases altas, que se procura tener desunidas”.

“A todos estos medios se une otro procedimiento de la tiranía, que es el empobrecer a los súbditos, para que por una parte no le cueste nada sostener su guardia, y por otra, ocupados aquéllos en procurarse los medios diarios de subsistencia, no tengan tiempo para conspirar”.

“Así como el reinado se conserva apoyándose en los amigos, la tiranía no se sostiene sino desconfiando perpetuamente de ellos, porque sabe muy bien que si todos los súbditos quieren derrocar al tirano, sus amigos son los que, sobre todo, están en posición de hacerlo”.

“El pueblo también a veces hace de monarca; y por esto el adulador merece una alta estimación, lo mismo de la multitud que del tirano. Al lado del pueblo se encuentra el demagogo, que es para él un verdadero adulador; al lado del tirano se encuentran viles cortesanos que no hacen otra cosa que adular perpetuamente. Y así, la tiranía sólo quiere a los malvados, precisamente porque gusta de la adulación, y no hay corazón libre que se preste a esa bajeza. El hombre de bien sabe amar, pero no adula. Además, los malos son útiles para llevar a cabo proyectos perversos”.

“Lo propio del tirano es rechazar a todo el que tenga un alma altiva y libre, porque cree que él es el único capaz de tener estas altas cualidades; y el brillo que cerca de él producirían la magnanimidad y la independencia de otro cualquiera anonadaría esta superioridad de señor que la tiranía reivindica para sí sola. El tirano aborrece estas nobles naturalezas, que considera atentatorias a su poder”.

“Todas estas maniobras y otras del mismo género, que la tiranía emplea para sostenerse, son profundamente perversas. En resumen, se las puede clasificar desde tres puntos de vista principales, que son los fines permanentes de la tiranía:

a) Primero: el abatimiento moral de los súbditos, porque las almas envilecidas no piensan nunca en conspirar.
b) Segundo: la desconfianza de unos ciudadanos respecto de otros, porque no se puede derrocar la tiranía mientras los ciudadanos no estén bastante unidos para poder concertarse; y así es que el tirano persigue a los hombres de bien como enemigos directos de su poder, no sólo porque éstos rechazan todo despotismo como degradante, sino porque tienen fe en sí mismos y obtienen la confianza de los demás, y además son incapaces de hacer traición ni a sí mismos ni a nadie.
c) Tercero: el tercer fin que se propone la tiranía es la extenuación y el empobrecimiento de los súbditos; porque no se emprende ninguna cosa imposible, y por consiguiente el derrocar a la tiranía, cuando no hay medios de hacerla.

“Por tanto, todas las precauciones del tirano pueden clasificarse en tres grupos, como acabamos de indicar, pudiendo decirse que todos sus medios de salvación se agrupan alrededor de estas tres bases: producir la desconfianza entre los ciudadanos, debilitarles y degradarlos moralmente” (Extractos de “La Política”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1985).

Puede decirse que la división social promovida por el kirchnerismo, como antes lo fuera la promovida por el peronismo, no es tanto una división de clases sociales como una división ética. Mientras que todo individuo muestra una ética individual, o familiar, que puede resultar intachable, también muestra una ética de grupos, o ética social, que puede no ser la adecuada. De ahí que, mientras que un sector rechaza ser denigrado por las autoridades estatales al desear imponerle su participación en alguno de los bandos en que pretenden dividir a la sociedad, el sector leal encuentra en el odio sectorial la fuerza psicológica necesaria para motivar sus días y su vida.

La persona decente se opone a que le mientan sistemáticamente pretendiendo destruir la unidad esencial que debe reinar en todo país civilizado. La invasión desvergonzada de los medios masivos oficiales de comunicación resulta ser una estrategia similar a la empleada por los distintos tipos de totalitarismo, especialmente los que surgieron en el siglo XX. De ahí que el sector que rechaza la mentira sienta temor por lo pueda ocasionarle en el futuro un gobierno de tales características, tanto respecto a su seguridad económica como a su seguridad personal y familiar. La venganza hacia los opositores resulta ser un método de apaciguamiento empleado por quienes buscan inmortalizarse en el poder, por lo que se presenta un futuro incierto ante la persistente siembra generalizada del odio.

martes, 6 de noviembre de 2012

Inflación: la opinión de Hayek

Aun cuando el modelo económico aplicado en la Argentina recibiera un fuerte apoyo electoral, debido a, o a pesar de presentar una inflación anual mayor al 20%, existen dudas acerca de su efectividad en el mediano y en el largo plazo. Quienes opinan que, con tanta inflación, la economía no seguirá del todo bien, son acusados desde la presidencia como “agoreros”. De ahí que desde los altos mandos políticos ni siquiera se considera la posibilidad de intentar bajar la inflación, por lo que resulta oportuno decir que los efectos negativos, en caso de ocurrir, no van a ser padecidos tanto por los políticos como por la mayor parte de la población. Incluso las dificultades posteriores a la época inflacionaria recaerán en gobiernos que posteriormente tratarán de solucionar el problema. Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía, escribió: “Al político guiado por la máxima keynesiana –ligeramente modificada- de que a la larga todos perderemos el cargo, no le preocupa si su eficaz remedio para el desempleo va a producir un paro aún mayor en el futuro, pues la culpa no recaerá sobre quienes crearon la inflación, sino sobre quienes la detengan” (De “¿Inflación o pleno empleo?”-Unión Editorial SA-Madrid 1976).

Para muchos, la emisión monetaria ha de ser un mal menor al de la desocupación. De ahí que surgiría el aparente dilema entre pleno empleo e inflación moderada, o bien el de una tasa considerable de desempleo pero con una inflación nula. De ahí la expresión de que “es mejor tener un 5% de inflación que un 5% de desocupación”. La postura optimista consiste en la posibilidad de esta elección, ya que, en principio, podría eliminarse fácilmente el problema de la desocupación. Sin embargo, la postura “agorera” sostiene que, luego del proceso inflacionario, las cosas resultarán peores que al principio, es decir, si se imprime dinero, o se emiten créditos, a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, buscando reducir cierto porcentaje de desocupación, al finalizar el proceso, habrá todavía mayor desocupación. Friedrich A. Hayek escribió:

“La Gran Inflación de Austria y Alemania nos llamó la atención por la conexión entre cambios en la cantidad de dinero y cambios en el nivel de desempleo. Especialmente nos mostraba que el empleo creado por la inflación disminuía en cuanto ésta empezaba a disminuir y que su terminación producía siempre lo que vino en llamarse «crisis de estabilización», con un fuerte paro. Fue la comprensión de esta conexión lo que hizo que otros contemporáneos y yo nos opusiéramos y rechazáramos desde el principio el tipo de política de pleno empleo propugnada por lord Keynes y sus seguidores”.

Una vez establecida la inflación, debe actuarse de alguna manera, especialmente si el desenlace no será del todo bueno. Hayek escribió: “La verdad, incómoda, aunque inconmovible, es que una falsa política crediticia y monetaria, promovida sin apenas interrupción durante todo el periodo a partir de la última guerra, ha abocado a los sistemas económicos de los países industriales occidentales a una posición altamente inestable, con lo que cualquier acción que se emprenda produce consecuencias muy desagradables. Podemos elegir entre estas tres únicas posibilidades:

a) Permitir que continúe la inflación declarada a un ritmo creciente hasta provocar la desorganización completa de toda actividad económica.
b) Imponer controles de precios y salarios que ocultarán durante algún tiempo los efectos de la inflación, pero que llevarían, por último, a un sistema dirigista y totalitario.
c) Finalmente, acabar de una manera decidida con el incremento de la cantidad de dinero, lo cual nos haría patentes en seguida, por medio de la aparición de un fuerte desempleo, todas las malas inversiones del factor trabajo que la inflación de los años pasados ha causado y que las otras dos soluciones aumentarían aún más.

“Fue en ese periodo desafortunado de la historia monetaria inglesa, en el que alcanzó su liderazgo intelectual, cuando Keynes consiguió la aceptación de la idea fatal: la de que el paro se debe predominantemente a una insuficiencia de la demanda global en relación con el total de salarios que se tendrían que abonar si todos los trabajadores fueran empleados de acuerdo con los jornales existentes”.

“Esta fórmula de empleo como una función directa de la demanda total resultó ser muy efectiva, pues parecía confirmarse, en cierto grado, por los resultados de los datos empíricos cuantitativos. Por el contrario, la otra explicación del desempleo, que yo considero la correcta, no podía alegar esos apoyos”.

“Nos encontramos con la curiosa situación de que la teoría de Keynes, que se ve confirmada por las estadísticas a causa de ser la única que se puede medir cuantitativamente, es falsa. Sin embargo, es aceptada ampliamente sobre la única base de que la explicación considerada en un principio como verdadera (y a la que aún considero como cierta) no puede, por su propia naturaleza, ser confirmada por las estadísticas”.

“La explicación verdadera, aunque no comprobable, del paro masivo radica en la discrepancia entre la distribución del factor trabajo (y de otros factores de la producción) en las industrias (y en las localidades) y la distribución de la demanda sobre sus productos. Esta discrepancia está causada por una distorsión del sistema de precios y salarios relativos. Y ello sólo puede corregirse mediante un cambio en esas relaciones, esto es, estableciendo en cada sector económico precios y salarios tales en los que la oferta se iguale con la demanda”.

“En otras palabras, la causa del paro está en una desviación del equilibrio de los precios y salarios que se hubieran establecido por sí solos en un mercado libre con moneda estable. Pero nosotros nunca podemos conocer de antemano cuál será la estructura de precios y salarios relativos a que daría lugar el equilibrio. Por tanto, somos incapaces de medir la desviación de los precios actuales respecto a los de equilibrio, desviación que hace imposible vender parte de la oferta laboral. Somos incapaces, asimismo de demostrar la correlación estadística entre la distorsión de los precios relativos y el volumen del desempleo. Sin embargo, aunque no sean mensurables, las causas son muy reales. La moderna superstición de que sólo lo mensurable tiene importancia ha desorientado a los economistas y al público en general”.

A partir de la difusión de las ideas keynesianas, los políticos tuvieron un medio atractivo (la máquina de imprimir billetes) para realizar sus enormes “proezas”. Hayek continúa: “Probablemente mucho más importante que este prejuicio de moda referente al método científico, atractivo para los economistas profesionales, son las implicaciones políticas que el sistema keynesiano presenta. Les ofrecía a los políticos no sólo un método rápido y barato de aliviar el sufrimiento humano, sino que también les aliviaba a ellos de aquellas molestas restricciones que les impedían alcanzar la popularidad. El gastar y los presupuestos deficitarios se consideraron de pronto la representación de las virtudes. Se arguyó, persuasivamente incluso, que el continuo gasto gubernamental era muy meritorio, dado que llevaba a la utilización de recursos hasta entonces no usados y que esto no sólo no costaba nada, sino que aportaba una ganancia neta”.

En las dos Argentinas actuales, una confía en las recetas keynesianas, siguiendo las preferencias presidenciales, mientras la otra teme a la inflación, especialmente por los recuerdos de épocas anteriores. Mientras tanto, este sector de la población trata de mantener el valor de su dinero y de sus posesiones, incluso intensificando su actividad laboral. Friedrich A. Hayek continúa: “Pero ¿por qué todo este miedo a la inflación? ¿No podríamos intentar vivir con ella, como parece que lo vienen haciendo algunas naciones de Sudamérica, sobre todo si, como creen algunos, es necesaria para asegurar un pleno empleo? Si esto fuera cierto y si el daño causado por la inflación fuera sólo el que muchos destacan, entonces tendríamos que estudiar seriamente esta posibilidad”.

“La respuesta es doble: Primero, la inflación, para lograr los objetivos propuestos, ha de acelerarse constantemente, y esta inflación cada vez mayor llega tarde o temprano a un grado tal que resulta imposible un orden de mercado. Segundo y más importante: a largo plazo dicha inflación crea inevitablemente un paro mucho mayor que el que se pretendía evitar al principio”.

“Es falso el argumento tantas veces oído de que la inflación produce meramente una redistribución del producto, mientras que el paro lo reduce, y que, por tanto, este último representa un mal más grave. En realidad, la inflación es causa de un paro incrementado”.

“Las tentativas hechas en algunas de estas naciones, en particular Brasil, de afrontar los problemas de la inflación con métodos de indexación, pueden, como mucho, remediar algunas de sus consecuencias, pero no las causas principales ni sus efectos más perniciosos. No pueden impedir el peor de los daños causados por la inflación: la mala distribución del factor trabajo”.

“La conclusión principal a la que puedo llegar es que cuanto más dure la inflación mayor será el número de trabajadores cuyos empleos dependerán de la continuación de la inflación, incluso, muy frecuentemente, de una aceleración continua de la misma, y ello no porque ellos se hubieran quedado cesantes en ausencia de inflación, sino porque fueron atraídos a trabajos que la inflación hizo temporalmente atractivos, pero que desparecen tan pronto como cesa el ritmo de inflación o desaparece ésta”.

Para evitar que los políticos a cargo del gobierno dispongan de cantidades casi ilimitadas de dinero, se ha tomado la precaución, en muchos países, de que el Banco Central, o Banco emisor de moneda, sea una entidad independiente de las decisiones del gobierno. Como se recordará, tal precaución ha sido dejada de lado en la Argentina. Hayek agrega: “Las autoridades monetarias deberán ser protegidas de las presiones políticas que a menudo fuerzan a adoptar medidas que a corto plazo son políticamente ventajosas, pero que a lo largo resultan dañosas para la comunidad”.

El mayor peligro que ofrece un proceso inflacionario es el de conducir a un sistema totalitario en el que las autoridades impongan un estricto control y una restricción total a las decisiones individuales. Hayek escribe: “No es fácil que dejen de seguir recurriendo a la inflación y encontrarse con que cada vez hace falta una dosis mayor para restaurar el empleo, hasta que llegue el momento en que la medicina no surta ya el menor efecto. Este es el proceso que debemos evitar a cualquier precio, pues sólo pueden tolerarlo quienes desean destruir la economía de mercado y reemplazarla por un sistema comunista o cualquier otra especie de totalitarismo”.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Naturaleza humana y religión universal

Puede afirmarse que el cerebro humano, en su etapa evolutiva, se ha ido estructurando a través de una secuencia de tres etapas. Primeramente surge el cerebro reptiliano, constituyendo la capa inferior, luego aparece el cerebro límbico y, finalmente, adquiere la parte exterior, o neocórtex, que permite el razonamiento y la vida inteligente. Mediante la segunda de ellas, el cerebro límbico, se incorpora el comportamiento emocional de los mamíferos, permitiéndoles compartir el sufrimiento de los ejemplares cercanos, o familiares; atributo que se incorpora como una ventaja adaptativa ya que facilita la cooperación entre individuos de una misma especie. De ahí que los seres humanos compartimos, con el resto de los mamíferos, varios atributos comunes.

Es posible considerar al cerebro limbico como el responsable del comportamiento subconsciente mientras que el neocórtex lo es respecto del comportamiento consciente, existiendo un intercambio de información entre ambos, lo que constituye la base del proceso asociado a nuestro comportamiento social. De ahí que hay veces en que, respondiendo ante cierto estimulo, como puede ser la presencia de una persona desconocida, el subconsciente puede advertir cierto peligro. Luego, al hacerse consciente, se tomarán las precauciones debidas. Otras veces, el razonamiento podrá prever ciertas situaciones poco favorables que podrán ocurrir en el futuro, por lo que el subconsciente responderá con el estado emocional correspondiente. Thomas Lewis, y colaboradores, escriben:

“Tanto los científicos como los artistas hablan del torbellino que provoca tener un cerebro trino. Una persona no puede dirigir su vida emocional de la forma en que le dice a su sistema motor que agarre una taza. No puede obligarse a sí mismo a querer lo correcto, o a amar a la persona correcta, o a ser feliz después de una desilusión, ni siquiera a ser feliz en momentos felices. A las personas les falta esta capacidad, no por una deficiencia de disciplina sino porque la jurisdicción de la voluntad está limitada al último cerebro y a las funciones que tiene a su alcance. Se puede influir sobre la vida emocional, pero no se le puede ordenar nada”.

“Sólo el último de los tres cerebros trafica con la lógica y la razón, y sólo él puede utilizar los símbolos abstractos que conocemos como palabras. El cerebro emocional, aunque sea inarticulado e irracional, puede ser expresivo e intuitivo. Como el arte puede provocar la inspiración, el cerebro límbico puede hacernos mover formas que están más allá de toda lógica y que tienen sólo traducciones inexactas a un lenguaje que el neocórtex pueda comprender” (De “Una teoría general del amor”-Thomas Lewis, Fari Amini y Richard Lannon-RBA Libros SA-Barcelona 2001).

A este comportamiento básico podríamos denominarlo apropiadamente como “naturaleza humana”. En él observamos la posibilidad de la evolución cultural que nos ha de permitir lograr mayores niveles de adaptación al orden natural, es decir, a partir de la evolución biológica hemos adquirido mayores niveles de adaptación en la secuencia que va desde el cerebro reptiliano, con las incorporaciones del límbico y el neocórtex. Una vez adquirido este último, comienza un proceso de adaptación cultural que tiende a acelerar al proceso adaptativo previo.

Uno de los conceptos básicos de la Psicología Social es el de actitud, o respuesta, característica, que posee todo individuo. Una persona difiere de otra tanto como difieran las componentes afectivas y cognitivas de dicha actitud. Las primeras “residen” en el cerebro límbico y las restantes en el neocórtex. Las componentes afectivas responden a las dos tendencias básicas del hombre: cooperación y competencia. Una de ellas, el amor, permite compartir las penas y las alegrías de quienes nos rodean, materializando la tendencia a la cooperación, mientras que el odio y el egoísmo materializan la tendencia a la competencia. Finalmente queda la indiferencia, que conduce a un comportamiento negligente.

Las componentes cognitivas surgen de la posibilidad de adquirir conocimientos mediante el proceso de “prueba y error”, para el cual hemos de adoptar cierta referencia que nos ha de permitir comparar toda nueva información y así decidir si nuestras nuevas ideas o conceptos adquiridos son los adecuados, o no. De ahí surge la posibilidad de adoptar como referencia a la propia realidad, o bien a la opinión de otra persona, o a la de uno mismo o bien a lo que piensa la mayoría de la sociedad.

Una vez que hemos podido describir en una forma elemental a la naturaleza humana, advertimos que toda sugerencia que venga desde la religión, de la filosofía o de las ciencias sociales, deberá apuntar a brindar un conocimiento que nos permita, desde el nivel consciente, poder dominar, controlar o limitar lo que nos sugiere el nivel subconsciente. Ello implica que, mediante el razonamiento y la observación, podemos llegar a establecer una escala de valores de la cual se derivará cierta ética natural que nos permitirá advertir que ciertas actitudes llevan a efectos poco deseables (el mal), mientras que otras llevan a comportamientos deseables (el bien). Luego, toda sugerencia ética habrá de apuntar al predominio del bien sobre el mal, o concretamente, al predominio del amor y la cooperación sobre el odio, el egoísmo y la negligencia, además de predominar sobre toda actitud competitiva.

A partir de este esquema, podemos interpretar el sentido de la religión, especialmente de la cristiana, que consiste esencialmente en promover el bien a través del amor. De ahí que Baruch de Spinoza consideraba, en su análisis de la religión, que en realidad consistía en objetivos y contenidos muy simples. Marilena Chaui escribió: “En sentido restringido, la teología se deduce a la actitud teórica que legitima la obediencia a dos preceptos que, siendo divinos, son dogmas prácticos irrecusables: el precepto de la piedad (amar a Dios sobre todas las cosas) y el precepto de la caridad (amar al prójimo como a sí mismo). La exégesis bíblica realizada por Spinoza en el Tratado Teológico-Político muestra que la verdad revelada a los creyentes en las más diversas situaciones, bajo una apariencia de una pluralidad de contenidos, se reduce, siempre, a la repetición de esos dos preceptos. Y nada más” (De “Política en Spinoza”-Editorial Gorla-Buenos Aires 2004).

Mediante el amor a Dios disponemos una visión del mundo, orientada al nivel consciente, de la cual se extrae la posibilidad de cierto orden natural. Mediante el amor al prójimo se sugiere elegir una de las componentes afectivas básicas que residen en el subconsciente, de manera de producir el autocontrol antes mencionado.

Cristo afirmaba que “el Reino de Dios está dentro de vosotros”, confirmando que lo que se busca es una actitud óptima, por parte del individuo, respecto de los demás seres humanos y del orden natural. Por el contrario, cuando la religión consiste en la creencia en un Dios que interviene en los hechos cotidianos, en función de nuestros pedidos y necesidades, llegamos a la conclusión que la diferencia entre religión pagana y religión ética radicaría en que la primera se basa en la creencia de un Dios falso mientras que la segunda se basa en la creencia en el Dios verdadero, mientras que la actitud ética del hombre habría de ser más o menos la misma; algo que resulta absurdo.

Incluso se adoptan posturas paganas como si Cristo hubiese realizado toda su obra tratando de cambiar el destinatario de los pedidos y las súplicas en lugar de tratar de cambiar la actitud predominante en los hombres. En el primer caso, el Reino de Dios habría de estar, no dentro de nosotros, sino fuera. Esta forma de religión concentra sus esfuerzos en los homenajes cotidianos para que Dios cambie su actitud a favor de cada uno de nosotros, en lugar de ser el hombre mismo quien deba cambiar en la búsqueda de una mejor actitud social. Anthony de Melo escribió: “Milagro no significa que Dios cumpla con los deseos de los hombres, sino que los hombres cumplan con los deseos de Dios”.

Entre las razones por las cuales el hombre vive etapa de crisis y de sufrimiento, encontramos el hecho de que no trata de conocer las leyes naturales que rigen su conducta. Incluso una parte importante del pensamiento religioso no asocia a Dios con las leyes naturales, sino que, por el contrario, atribuye su poder a su capacidad para poder abolirlas. Baruch de Spinoza agrega: “Si sucediera algo en la naturaleza que contradijera sus leyes universales, repugnaría necesariamente también al decreto y al entendimiento y a la naturaleza divina; y, si alguien afirmara que Dios hace algo contra las leyes de la naturaleza, se vería forzado a afirmar, a la vez, que Dios actúa contra su naturaleza, lo cual es la cosa más absurda” (Del “Tratado Teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Así como existe una componente afectiva que resulta mejor a las demás, es posible que también debamos encontrar una referencia cognitiva mejor que las otras. El conocimiento humano parece evolucionar según una secuencia descripta por Auguste Comte y es la ley de los tres estadios: teología, metafísica y estado positivo, o, en otras palabras: religión, filosofía y ciencia experimental. Aunque no toda sociedad transita por las mismas etapas de su desarrollo cultural, es posible orientarnos adecuadamente bajo la sugerencia mencionada.

En la etapa religiosa el hombre toma como referencia a “lo que otros escriben”, como es el caso de los Libros Sagrados. Luego entra en la etapa filosófica en la que puede seguir tomando una referencia exterior o bien su propio razonamiento. A veces puede tomar como referencia lo que dice la mayoría, convirtiéndose en un partidario de la “sabiduría popular” y, finalmente, podrá entrar en la etapa científica, tomando como referencia la propia realidad, siendo ésta última referencia la más aconsejable.

Debemos sin embargo hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, la veracidad de una información no depende de la forma en que fue obtenida, sino del grado en que tal información se aproxima a la realidad. En segundo lugar, la adopción de la realidad como referencia no implica dejar de considerar las opiniones o las enseñanzas de otras personas, ya que debemos considerar principalmente las opiniones de quienes toman la realidad como referencia.

Respecto de la idea subyacente al Reino de Dios, podríamos decir que se trata de la búsqueda del gobierno de Dios sobre el hombre a través de la ley natural. Según lo expuesto, dicha ley natural se refiere a la vinculada al comportamiento humano, quizás, principalmente, desde el punto de vista planteado por la Psicología Social y que proviene de los procesos desarrollados en el cerebro límbico y en el neocórtex, según se dijo antes. Baruch de Spinoza escribió: “Por Gobierno de Dios, entiendo el orden fijo e inmutable o la concatenación de las cosas naturales”. “Las leyes universales de la naturaleza, conforme a las cuales se hacen y determinan todas las cosas, no son más que los eternos decretos de Dios, que implican siempre una verdad y una necesidad eternas. Es, pues, lo mismo que digamos que todas las cosas se hacen según las leyes de la naturaleza o que son ordenadas por el decreto de Dios y su gobierno”.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Se necesita líder opositor

Luego de conocer épocas de esplendor, la Argentina adoptó posturas políticas y económicas que la llevaron a un persistente estancamiento. Tales posturas se caracterizaron por promover ciertas formas de populismo, que alguna vez nos llevaron al totalitarismo, tanto en lo político como en lo económico. Octavio Carranza escribió: “¿Cómo se explica el estancamiento de la Argentina, que a fines del siglo XIX y comienzos del XX había alcanzado un nivel descollante entre los países del primer mundo, y que desde mediados del siglo XX hasta nuestros días soportó las vicisitudes de una decadencia económica, moral y cultural que todavía nos afecta? Paul Samuelson pudo vaticinar en 1945 que la Argentina estaba a punto de lograr un avance importante en la innovación de la productividad, que la pondría a la par de los EEUU, Canadá, Francia y Alemania. Entonces se pregunta: ¿Qué salió mal?, y respondió: «La democracia evolucionó con tendencia al populismo…Las promesas para favorecer a la importante cantidad de necesitados eran fáciles de hacer, pero la dura realidad de los mecanismos de mercado convierte los intentos de incrementar los índices salariales por decreto en inflación real en lugar de índices netos y sostenibles». Raymond Aron resumió la tragedia con las terribles palabras: «la Argentina es la mayor decepción del siglo XX». André Malraux pudo decir, después de visitar Buenos Aires por primera vez que era como la capital de un imperio que no llegó a ser”.

“Es ingenua la creencia, sustentada por los políticos populistas, de que el bienestar general depende de la buena voluntad o de la generosidad de los gobernantes. La paradoja del populismo es que, siendo su intención ayudar a los pobres, en realidad los multiplica a través del decaimiento que resulta del acoso al capital y de la fuga de capitales que ocasiona” (De “Radiografía de los populismos argentinos”-Liber Liberat-Buenos Aires 2007).

La etapa populista comienza con el ascenso al poder de Hipólito Yrigoyen, respecto del cual Octavio Carranza escribe: “[Yrigoyen] fue electo dos veces presidente de la Nación, en 1916 y 1922, con lo que se inició un periodo de mando autocrático en el que reaparecieron los actos de obsecuencia y las arbitrariedades características de la época de Juan Manuel de Rosas. Reelecto presidente, Yrigoyen asumió el cargo el 12 de Octubre de 1928 para reiterar los métodos autoritarios de su primer periodo, en desmedro de las autonomías provinciales y de la división de poderes”. Luego siguen gobiernos militares y civiles de tipo fascista, como fue el caso del peronismo, hasta llegar a los gobiernos orientados al socialismo.

El movimiento político de mayor importancia lo constituyó el peronismo, respecto del cual, el citado autor agrega: “La «doctrina» de Perón fue una derivación de la filosofía económica del mercantilismo de los siglos XVI y XVII, basada en el poder del Estado. Los intereses individuales estaban subordinados al Estado; la ordenación de las industrias obedecía a concesiones de privilegios monopólicos, a medidas proteccionistas y a restricciones generales a las actividades individuales. Ya a medidos del siglo XVIII, el mercantilismo era considerado un impedimento al progreso económico. El sistema mercantilista fue denunciado hace varios siglos por Adam Smith en La riqueza de las Naciones, demostrando que los impedimentos al libre comercio reducen el crecimiento, al perjudicar la eficiencia de la movilización de recursos de los países”.

Además de promover el odio entre sectores, el peronismo se caracterizó por dilapidar las importantes reservas que el país había acumulado en épocas de la Segunda Guerra Mundial. Félix Luna escribe: “El país había salido de todo el episodio de la guerra mundial bastante bien, pero uno piensa que, si no hubiera existido Perón, tal vez las cosas se hubieran podido hacer más sensatamente, en vez de esa dilapidación de reservas que hubieran podido servir para promover la formación de una industria pesada, para establecer una industria más racional, para tecnificar al campo, o el tipo de desarrollo que fuera. Y todo eso se perdió en actos francamente demagógicos, como la compra de enormes cantidades de material de rezago de guerra que hizo el IAPI: que no sirvió para nada; fueron millones de dólares que se gastaron inútilmente”.

“El agotamiento del modelo se debió también a que no hubo inversiones reales sino una distribución de la riqueza sin que se la hubiera generado”. “No hubo crecimiento industrial, no hubo crecimiento en el agro, no hubo tecnificación, no hubo renovación del parque automotor, no hubo renovación de los ferrocarriles, no se construyó un solo kilómetro de caminos, no hubo inversiones reales. Las inversiones que se hicieron en el país, incluso las más espectaculares, si no fueron ficticias lo parecieron, como la famosa fábrica de automóviles Kaiser en Córdoba” (De “Revoluciones”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2006).

A pesar de que la etapa peronista, con mucha distribución y poca inversión, no resultó exitosa (excepto durante el tiempo en que alcanzaron las reservas para ser distribuidas), para muchos argentinos resulta ser “la época dorada nacional” que es necesario reeditar. Aunque parezca extraño, la mayoría no aspira a que el país vuelva a estar entre los países desarrollados, sino que prefiere que sigamos en el subdesarrollo. La prueba de ello es el masivo apoyo electoral a un modelo económico que ahuyenta capitales e inversiones, promueve artificialmente el consumo y nos embarca en un proceso inflacionario considerable. El deseo de seguir en el subdesarrollo también se observa en los intentos por cambiar la constitución liberal por una de tipo populista y totalitaria.

Se aduce que en la etapa del desarrollo, en la Argentina había desigualdad social y pobreza, a lo que uno se pregunta si acaso no la hay en el subdesarrollo. Podemos decir que el desarrollo implica un desigual nivel de riqueza, mientras que el subdesarrollo implica un desigual nivel de pobreza. De todas formas, lo que resulta accesible a nuestras decisiones no es alcanzar un porcentaje determinado de personas liberadas de las dificultades asociadas a la carencia de recursos básicos, sino que es accesible la elección de la mejor opción política y económica, o si se quiere, la menos mala de todas las posibles.

Cuando una sociedad se divide careciendo de metas compartidas por todos los sectores, se acerca más a un conglomerado humano que a una nación. Las dos Argentinas se hacen evidentes también en este caso. Sin embargo, la tarea del líder democrático no ha de ser la de convencer a sus rivales totalitarios, que tienen como objetivo metas que siempre fracasaron, sino la de convencer al ciudadano común a partir de lo que a tal individuo le ha de convenir, por cuanto los objetivos de la comunidad no han de diferir esencialmente de los objetivos individuales.

El ciudadano desprevenido por lo general rechaza a Domingo F. Sarmiento cuando se entera que el gran educador alguna vez escribió despectivamente sobre el gaucho, el habitante autóctono de las pampas. Sin embargo, pocas veces se detiene a pensar que Sarmiento hizo el mayor esfuerzo para que los hijos de los gauchos recibieran el aporte cultural asociado a la instrucción pública. En forma similar, acepta y admira a los tiranos y a los demagogos que hablan todo el tiempo de los pobres y de la justicia social, aunque los efectos de sus decisiones poco tengan que ver con esas personas y con esos objetivos.

Cuando se afirma que en la actualidad no existe oposición, se hace referencia a una situación en la cual la mayor parte de los partidos políticos, orientados por ideologías populistas, no presentan una oposición firme a la orientación totalitaria (todo en el Estado) vigente, incluso acompañan políticamente muchas de las decisiones oficialistas, como la confiscación de empresas, que actúa como una señal dirigida a los inversores sugiriéndoles irse con sus capitales a otros países.

De ahí que el líder opositor que se busca ha de ser uno tal que tenga en su mente volver a las etapas de crecimiento verdadero y que sepa convencer al electorado de que ése es el mejor camino. La disyuntiva es la de siempre; democracia y mercado en oposición a totalitarismo político y económico; respeto por las múltiples decisiones individuales en oposición a su reemplazo por las decisiones centralizadas desde el Estado por el grupo o por el líder populista.

No siempre la adopción de la democracia y del mercado produce buenos resultados, por lo que puede decirse que, por lo general, resulta el menor de los males posibles. Así como disponemos de la medicina científica, aplicada muchas veces erróneamente, y el curanderismo, que a veces puede resultar más efectivo que la medicina mal aplicada, en la Argentina hemos padecido tanto las malas aplicaciones del liberalismo como los métodos erróneos del populismo. De ahí que el éxito debe esperarse a partir de una aceptable aplicación de los mejores métodos junto a la adaptación de la sociedad a tal forma de vida.

El inconveniente de todo populismo radica en la oposición ideológica, o doctrinaria, entre gobierno y mercado. Se considera al mercado como el conjunto de decisiones individuales asociadas a los intercambios económicos cotidianos, por lo que esa oposición puede considerarse como una confrontación permanente entre los políticos y el sector productivo de la sociedad.

Por otra parte, algunos sectores del liberalismo consideran que la actividad empresarial debe quedar al margen de las decisiones del gobierno, lo que tampoco resulta del todo adecuado. De ahí que una postura amplia, en el sentido de dar cabida a la unión de todas las fuerzas sociales, la constituye el centro derecha, es decir, el centro político viniendo desde el liberalismo. En este caso, se considera que el Estado no debe distorsionar al mercado, sino ubicarse a su lado para resolver los distintos conflictos y problemas que presenta la sociedad y que no pueden ser resueltos por el mercado solamente.

Los problemas económicos y políticos no dependen solamente de la perspectiva filosófica adoptada para contemplar la sociedad real, sino que también resulta ser un problema ético. No se trata sólo de un problema cognitivo, sino que incluye los aspectos afectivos básicos de nuestro comportamiento. De ahí que, de alguna forma, el líder democrático deberá tener la capacidad de reencauzar a la nación por una senda que conduzca a una mejora ética generalizada.

De todas formas, debe tenerse presente que se necesita un ser humano normal, y no excepcional, por cuanto ha de tener el apoyo disponible del conocimiento aportado por las distintas generaciones humanas. Con ese conocimiento habrá de orientar al pueblo al cumplimiento de la ley; pero no solamente de la ley humana derivada de la Constitución, sino principalmente de la ley natural que contempla las normas éticas elementales necesarias para el desarrollo de toda vida civilizada.

El líder democrático incluso podrá salir de alguna de las segundas filas de los partidos políticos actuales, en donde se observan algunos militantes de bajo perfil que muestran una franca vocación por la resolución de los serios problemas que afronta la sociedad. Tales políticos son relegados muchas veces por una cuestión de “antigüedad”. El cambio gradual de un país debe ser dirigido por una persona con mentalidad de clase media, por lo que no hace falta ni el mesías tantas veces esperado ni el refundador de la nación, ya que por lo general, y basados en anteriores experiencias, puede decirse que quienes trataron de reencarnar tales personajes históricos resultaron ser sólo políticos egocéntricos que hicieron que el país retrocediera aún un poco más.

Tampoco cada nuevo presidente tendrá la necesidad de descabezar toda institución estatal para reemplazar la gente idónea por políticos partidarios. Así, organismos educativos, militares, judiciales, de la salud, laborales, etc., seguramente tendrían un mejor funcionamiento si sus altos cargos fueran desempeñados por gente con experiencia en lugar de políticos obsecuentes surgidos de un comité. De ahí que otro de los atributos negativos del populismo consiste en permitir el salto, que deja atrás todo mérito, de quienes alcanzan los cargos directivos superiores como premio a la antigüedad partidaria y a la obsecuencia.

Hace falta un conductor que contemple y respete las leyes vigentes, en lugar de tratar de cambiarlas pensado en objetivos de interés personal o sectorial. Es oportuno mencionar la opinión de un analista económico que estimaba en un 5% la diferencia que significaría para la vida del ciudadano común estadounidense si triunfara uno u otro de los candidatos a la presidencia, ya que en la sociedad que integran prevalece la división de poderes y el respeto por las leyes. En la Argentina, por el contrario, existirá una gran diferencia si seguimos con el populismo, en dirección al totalitarismo y la decadencia, o bien si tratamos de orientarnos hacia la alternativa bastante menos peligrosa de la democracia liberal.