jueves, 11 de octubre de 2012

La religión universal

Las religiones se fundamentan en distintas visiones del mundo que surgen, por lo general, de las ideas predominantes en sus lugares de origen en las épocas de sus respectivas realizaciones. Desde el surgimiento de la ciencia experimental se ha ido modificando esa visión y de ahí la posibilidad de compatibilizar alguna de esas religiones a la nueva manera de mirar nuestro universo, o bien de establecer una religión natural enteramente compatible con los resultados de la ciencia experimental.

La ciencia nos da una imagen del universo cuyo principal atributo es el de estar regido por leyes naturales invariantes, que rigen todo lo existente, incluyendo al hombre mismo y a la sociedad. Identificando la ley natural, descripta por la ciencia, con la ley de Dios, considerada por la religión, se advierte que la ciencia lleva implícita tanto una filosofía como una religión, aun cuando no sean expresadas en forma explícita. Además, en el ámbito de la filosofía existen sistemas que se identifican con la postura de la ciencia, tal el caso del propuesto por Baruch de Spinoza. Este autor realiza su obra en el siglo XVII, época en que se afianza el método de la ciencia experimental especialmente en la obra de Galileo Galilei. Respecto de tal visión del mundo, O. Baensch escribió:

“Mediante la filosofía de Spinoza, el espíritu de la ciencia natural moderna se depura y clarifica en una grandiosa visión metafísica del mundo y de la vida”.

“La meta principal que, desde el comienzo de la Edad Moderna y de un modo cada vez más consciente, ha tratado y trata aún hoy de alcanzar la ciencia de la naturaleza, es el establecimiento de leyes generales valederas para las cosas siempre y en todas partes. La ciencia natural considera, por tanto, la realidad como una inmensa trabazón esencialmente unitaria, en donde todo se halla íntimamente ligado con todo, según reglas inteligibles. Inquebrantable necesidad rige el sucederse de los fenómenos; todas las cosas deben recorrer el ciclo de su existencia, con arreglo a leyes férreas y eternas; y estas leyes son siempre y dondequiera las mismas, como la propia naturaleza es siempre una y la misma, y la misma en todas partes es su fuerza eficiente. Así, las formas fundamentales de este modo de ver el mundo son las categorías de substancia y causalidad, categorías que se postulan mutuamente. El mundo aparece como una unidad substancial, eternamente idéntica a sí misma, cuyas cambiantes modalidades se determinan una a otra por modo rigurosamente causal. Son estas conexiones causales de carácter general, integrantes de toda sucesión concreta, las que se trata de penetrar y de formular en lenguaje matemático, hasta donde ello sea posible” (De “Los grandes pensadores” II-Editora Espasa Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1945).

En el libro “El enigma Spinoza”, cuyo autor es el psiquiatra Irvin D. Yalom, aparecen expresiones del citado filósofo y que han sido supuestas o imaginadas. Como responden a un estudio previo de sus ideas, resulta oportuno ilustrar el pensamiento espinociano mediante algunas de tales expresiones, atribuidas al propio Spinoza: “Parece paradójico decir que los hombres son más útiles unos con otros cuando cada uno persigue su propio beneficio. Pero cuando se trata de hombres de la razón, eso es cierto. El egoísmo ilustrado conduce a la mutua utilidad. Todos tenemos en común nuestra capacidad de razonar, y un verdadero paraíso terrenal se producirá cuando nuestro compromiso para comprender a la Naturaleza, o Dios, reemplace toda otra afiliación, sea religiosa, cultural o nacional”. “Esta idea puede unir a todos los hombres, es ser diferente del otro y a la vez parte de algo”.

“Por lo tanto, para aumentar nuestra comprensión, debemos tratar de ver a este mundo «sub specie aeternitatis», desde la perspectiva de la eternidad. En otras palabras, tenemos que superar las obstrucciones a nuestro conocimiento que resultan de nuestro apego a nuestro propio yo”. “Para ver al mundo bajo una perspectiva de eternidad debo eliminar mi propia identidad, es decir, mi apego a mí mismo, y ver todo desde la perspectiva absoluta, adecuada y verdadera. Cuando puedo hacerlo, dejo de experimentar los límites entre yo y los otros. En cuanto esto ocurre, me invade una gran calma, y ningún hecho concerniente a mí, incluso mi muerte, tiene importancia. Y cuando los otros alcancen esta perspectiva, nos haremos amigos unos de los otros, querremos para los otros lo que queremos para nosotros mismos, y actuaremos con espíritu elevado. Esta experiencia bendita y gozosa es, por lo tanto, una consecuencia de una pérdida de la diferenciación más que de una conexión. Así que ya ves que hay una diferencia, la diferencia entre hombres que se amontonan en busca de tibieza y seguridad, en contraste con hombres que comparten una visión gozosa y racional de la Naturaleza o de Dios”.

“Mi objetivo no es cambiar al judaísmo. Mi objetivo de universalismo radical eliminaría todas las religiones para instituir una religión universal en la que todos los hombres tratarán de alcanzar la santidad a través del conocimiento completo de la Naturaleza”.

“Uso el término «Naturaleza» de una manera especial. No quiero decir los árboles, ni los bosques, ni las hierbas, ni el océano, ni ninguna cosa no hecha por el hombre. Cuando digo «Naturaleza» quiero decir todo lo que existe: la absoluta unidad necesaria y perfecta. Con «Naturaleza» me refiero a lo que es infinito, unificado, perfecto, racional y lógico. Es la causa inmanente de todas las cosas. Y todo lo que existe, sin excepción, funciona de acuerdo con las leyes de la Naturaleza” (De “El enigma Spinoza”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2012).

Por lo general, cuando se opina sobre religión, se advierte el agrado o el desagrado, la identificación personal o no, el interés o la indiferencia que todo individuo muestra respecto a ella. Cuando predomina una postura subjetiva, aparecen antagonismos debidos a las diversas opiniones al respecto. Sin embargo, deberíamos aceptar o rechazar toda propuesta religiosa de la misma manera en que lo hacemos respecto a una propuesta científica, es decir, teniendo presente si se adapta, o no, a la realidad, en forma independiente a nuestros gustos o preferencias personales. Incluso, en caso de dudas, deberíamos tener, o debería la sociedad otorgarnos, la posibilidad de expresar simplemente que no podemos hablar, razonar o creer en aquello que no comprendemos.

La religión universal, respecto de la cual las demás son aproximaciones a ella, es una religión objetiva que se basa en las leyes de Dios, mientras que la mayor parte de las religiones vigentes surgen de hombres que miran hacia Dios tratando de conocer sus designios, expresados por sus enviados y elegidos a través de los Libros Sagrados. De ahí que no corresponda descalificar a la religión que prioriza las leyes de Dios sobre las opiniones de quienes aducen una previa elección divina como sus intermediarios. Por lo general se critica al científico “soberbio” que trata de conocer las leyes de Dios desde la “humilde” postura del que fue elegido por el mismísimo Dios entre millones de hombres.

El que adhiere a una religión generalmente pregunta a los demás si “creen en Dios”, lo que constituye una pregunta acerca de su postura filosófica, que poco tiene que ver con la actitud ética adoptada. Por el contrario, la pregunta esencial debería ser acerca de cómo funciona el mundo real, que tiene bastante más importancia que la anterior, ya que, aun cuando todos los hombres creyéramos que el mundo funciona de una determinada forma, podría hacerlo de otra distinta. Otras preguntas serían: ¿Cómo actúan las leyes naturales sobre el hombre? ¿Son interrumpidas alguna vez por el Creador?.

Si bien existen opiniones que descartan toda finalidad al conjunto de leyes que caracterizan a todo lo existente, podemos atribuirle un sentido aparente que ha de formar parte de una descripción que pueda realizarse. Es el mismo caso de conocer las reglas de un juego, el ajedrez por ejemplo, y de atribuirle luego un objetivo aparente aun cuando nada se nos haya dicho sobre tal finalidad. De ahí que podamos considerar principios generales asociados al orden natural, como el principio de complejidad-conciencia propuesto por Pierre Teilhard de Chardin.

A medida que la materia se va enfriando, luego del momento inicial del universo y de la posterior expansión, se establece un progresivo aumento de la complejidad, que va desde la formación de partículas elementales hasta los núcleos, átomos y moléculas. Si bien no existe una definición respecto de la complejidad, al menos aceptada con generalidad, podemos asociarla a la cantidad de información necesaria para describir un ente natural o artificial. Luego, la medida de esa información viene expresada en la teoría de la información. A partir de las moléculas de mayor tamaño y complejidad, aparecen los organismos simples y la vida, comenzando a actuar la selección natural. A medida que crece la complejidad va apareciendo un mayor grado de autoconciencia. La última etapa de este proceso la constituye la vida inteligente, el último peldaño de la complejidad y de la conciencia. (Consciente: que siente, piensa, quiere y obra con conocimiento de lo que hace).

La religión objetiva surge del hombre, mientras que la religión subjetiva, se supone, surge de Dios. En el primer caso es el hombre mismo quien necesita disponer de conocimiento suficiente para adaptarse al mundo y, sobre todo, a la finalidad implícita subyacente. Por el contrario, la religión subjetiva considera que el propio Creador tiene la iniciativa de enviar sus representantes para expresar su voluntad. En la religión objetiva es el hombre mismo quien crea finalmente los códigos éticos, mientras que en el otro caso atribuye a los Libros Sagrados el carácter de “manuales de instrucción” que son enviados desde el fabricante al consumidor.

El proceso de la evolución cultural, y posterior adaptación, tiene en la religión a su medio más importante. Tal empresa ha sido dejada, por la naturaleza, a la iniciativa y responsabilidad humana. Julian Huxley escribió: “Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

Mientras que la religión objetiva nos exige desarrollar al máximo nuestros potenciales intelectuales, la religión subjetiva nos ubica en una espera que aletarga tales potencialidades. La primera nos mueve a trabajar con los demás hombres en una gran empresa, la segunda hace que los hombres luchen y se dividan a través de discusiones que no tienen fin, sobre prioridades y legitimidades, como con respecto a aspectos incomprobables de la realidad.

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