martes, 25 de septiembre de 2012

Liderazgo en democracia

El liderazgo político es esencial para el pleno desarrollo de una democracia, de ahí que sea necesario determinar los atributos que debería poseer un líder auténtico. Para ello también contribuyen aquellos liderazgos que caen en múltiples errores ya que nos permiten observar todo lo que no deberíamos aceptar en quienes han de desempeñar una importante tarea al mando de un país. José Enrique Miguens escribió: “La aptitud para deliberar y para juzgar acerca de las acciones comunes a realizar no surge de una ciencia ni de un arte, sino del atributo que tiene toda persona con sentido común de poder persuadir y ser persuadido por el logos argumentativo y deliberativo. La persuasión es por lo tanto el principal instrumento de la práctica política democrática. Por esta razón, los atenienses tenían en sus asambleas de ciudadanos la estatua de la diosa Peitho, la diosa de la persuasión”.

Se han realizado estudios respecto de la influencia que tienen los distintos tipos de liderazgo en los grupos sociales, aunque no se ha llegado a determinar al tipo ideal. En realidad sólo se sugiere que el líder sea una persona normal, de la que existen muchos en un país, aunque la severa crisis moral existente impide que llegue al poder mediante elecciones libres. Saul Kassin y otros escriben: “En una gran variedad de entornos los investigadores se preguntan desde hace mucho tiempo: ¿Qué factores personales y situacionales contribuyen a la formación de líderes efectivos? No hay una fórmula única. Algunos líderes alcanzan el éxito consiguiendo partidarios; otros dirigen restaurando relaciones, uniéndose a sus rivales, haciendo tratos, construyendo coaliciones, resolviendo problemas o exaltando las emociones” (De “Psicología Social”-S. Kassin, S. Fein, H.R. Markus-Cengage Learning Editores SA-México 2010).

En la lista anterior faltó mencionar el caso de algunos líderes políticos que son aclamados por el pueblo debido a su estilo de confrontación permanente, tal como la llevada adelante contra sectores sociales, medios de información, políticos opositores, instituciones, países, etc., además de producir importantes divisiones en las propias sociedades que dirigen. De ahí que podamos considerar a las actitudes mencionadas por S. Kassin como pertenecientes al tipo de liderazgo democrático, mientras que el estilo confrontativo puede asociarse al tipo de liderazgo populista y totalitario. José Enrique Miguens agrega:

“La persuasión se opone a la violencia y a la dominación tanto directa como indirecta, que es lo contrario a la política y su negación y también al engaño de aquellos que buscan poder y posiciones de poder a través de la palabra y la comunicación social. No hay deliberación verdadera entre las personas, y por lo tanto no puede haber política, sin el respeto mutuo, la igualdad entre los participantes y la confianza en la veracidad de los interlocutores”.

“Sin la deliberación para llegar a una decisión que culmine en una acción colectiva, la política regrede a ser un simple espectáculo y así el demos resigna su poder político, su arché. Cuando llega a esta situación pasiva de espectador, cualquiera puede tomar el poder y manipularlo desde arriba con la palabra y la comunicación social convirtiéndolo en súbdito. El pueblo ciudadano deja de ser sujeto activo de la política para ser objeto de manipulación”.

“Aquí radica la deformación moderna de la política que lleva a una situación social de prepotencia de algunos y de dependencia de otros, que está eliminando la conversación social dialogal y sustituyéndola por la comunicación masiva desde arriba”. “Esta comunicación surge de la sociedad de masas que transforma al demos, al pueblo, en objeto pasivo de manipulaciones de todo tipo, porque ha conseguido atomizarlo, pulverizarlo y desorientarlo, llevándolo a ser un objeto impotente, alienado, sin identidad y sin un sentido para sus vidas” (De “Democracia práctica”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2004).

La importancia de los líderes políticos radica en su capacidad para influir sobre cada uno de los integrantes de la sociedad. Esta influencia tenderá a convertirlo en un individuo y en un ciudadano, en el mejor de los casos, o bien en un hombre masa y en un súbdito, en el peor de los casos. De ahí que el líder democrático siempre se dirija a un potencial individuo mientras que el líder totalitario siempre lo haga respecto al potencial hombre masa. Una sociedad es un conjunto de individuos, mientras que un conjunto de hombres masa es sólo un conglomerado humano. El citado autor escribe al respecto: “Masa es, pues, un agrupamiento colectivo elemental y espontáneo constituido por un gran número de personas de extracción social heterogénea ubicadas psicológicamente en situación pasiva y receptiva ante una fuente común de estímulos, con un máximo de anonimato y aislamiento de sus componentes individuales y con un mínimo de interacción entre ellos”.

“Frente a esta configuración masiva de nuestras sociedades, que considero la cuestión fundamental de nuestro tiempo y el cáncer que corroe toda sociedad, las soluciones intentadas han sido hasta ahora inmaduras y primarias, porque se han dirigido exclusivamente al foco buscando controlarlo, corregirlo o mejorarlo, con escasos resultados”.

Podemos decir que una sociedad democrática, o bien una totalitaria, no dependen solamente del líder que oportunamente las dirija en uno u otro sentido, sino que, previa aparición del líder existe un nivel moral e intelectual predominante que favorece la llegada del dirigente que se identifica con la sociedad que lo ha de aceptar. De ahí que, desde un punto de vista práctico, no debemos cruzarnos de brazos esperando la llegada del político salvador que oriente adecuadamente a la sociedad, sino que también debemos previamente mejorar la sociedad para que el político eficaz surja en forma natural de su propio seno. Es decir, el líder democrático habrá de surgir de la clase media o bien la mentalidad de clase media habrá de favorecer el surgimiento del líder respectivo. Ferdinand Peroutka escribió:

“Por varias centurias, casi toda la historia la modeló la clase media, merced a su espíritu de empresa e inventiva. Su perspectiva ha sido concluyente. Una vez que la clase media pierde el liderazgo exclusivo, su principal creación, la actual Era Moderna oficial, también toca a su fin. En algunos países la clase media ha salido derrotada en cataclismos apocalípticos, debido a que no trató de resolver problemas políticos y sociales; en otros, poco a poco perdió su influencia merced a que trató de resolverlos: ésta es la lógica del flujo y reflujo de la historia. La clase media creó la democracia, el instrumento con el que, andando el tiempo, fue restringida. Resultaba imposible introducir el sufragio universal sin esperar las consecuencias. En las naciones democráticas las masas seguras de si mismas han adquirido una influencia directa sobre los actos de los gobiernos, como nunca antes la tuvieran en la historia” (Del “Manifiesto democrático”-Libreros Mexicanos Unidos SA-México 1962).

Es oportuno destacar que, cuando se habla de la “mentalidad de clase media”, o de alguna otra clase, no se hace referencia al nivel económico de un individuo, sino a su actitud social predominante, ya que tal nivel puede elevarse o reducirse por cuestiones circunstanciales o fortuitas sin que la persona cambie esencialmente su manera de pensar y de sentir. Podemos, entonces, caracterizar el pensamiento típico de la clase media, o democrático, como también el pensamiento típico del adherente a algún tipo de totalitarismo:

a- Pensamiento democrático: surge del individuo de clase media que no solamente posee y busca valores materiales, sino también aquellos afectivos e intelectuales. Lo económico es sólo un medio que le da comodidad presente y tranquilidad futura. No se siente inferior al que tiene más dinero ni tampoco se siente superior al que poco posee. No quiere ser sometido por otros ni tampoco quiere someter a nadie.
b- Pensamiento totalitario: surge de los individuos de clase alta y de clase baja, quienes valoran exclusivamente lo material. El de clase alta busca el poder por cualquier medio, incluso busca dominar al resto de la sociedad mediante el poder económico o mediante el poder político asociado al Estado. El de clase baja, que necesita liberarse de la envidia que lo corroe, adhiere a algún sistema totalitario que reduzca el nivel económico de quienes lo superan.

El sociólogo C. Wright Mills escribió: “Ni las capas superiores ni las capas inferiores de la sociedad moderna pertenecen normalmente al mundo de los que leen y escriben libros; estamos más familiarizados con las filas intermedias. Para entender a la clase media nos basta con ver lo que se mueve en torno nuestro, mientras que para comprender la cima o el fondo, debemos primero intentar descubrir y describir. Y esto resulta muy difícil: la cima de la sociedad moderna es, a menudo, inaccesible; y el fondo está con frecuencia oculto” (De “La elite del poder”-Fondo de Cultura Económica-México 1957).

Los movimientos populistas, que luego terminan en totalitarismo, pueden considerarse como aquellos en los que existe una alianza entre la clase alta, a cargo del poder político, y que es apoyada por la clase baja. Ambas clases poco aportan a la producción, pero se las ingenian para redistribuir lo que produce y genera la clase media.

El totalitarismo surge esencialmente de la valoración estrictamente material de las personas y de la actitud competitiva subsiguiente. De ahí que los líderes buscan un poder absoluto y eterno, mientras que los súbditos apoyan a todo el que proponga algún tipo de igualdad económica, aunque sea aquella que reduce el nivel económico de quienes están en un peldaño superior. Además, el ideólogo totalitario descarta la validez de todo tipo de orden superior, ya sea el del mundo trascendente propuesto por la religión teísta o el orden inmanente de la religión natural. Sólo mantiene la creencia en un “orden artificial” que descarta toda referencia al orden natural. Zevedei Barbu escribió:

“Los rasgos comunistas aparecieron en aquellos periodos históricos y aquellos individuos en que la fe en un orden de vida trascendental había sufrido un derrumbe absoluto. Ello afectó, en primer lugar, el sistema de seguridad humana. Los individuos pertenecientes a tales periodos y a dicho tipo de personalidad elaboraron su sistema de seguridad en un plano puramente inmanente de vida. Su conciencia quedó dominada por el propósito de establecer un cierto orden en su medio ambiente- y la agudeza y la ansiedad por hacerlo creando rígidos sistemas de organización ideológica y social están arraigadas en esa condición básica de su personalidad”.

“En esto radica la diferencia esencial entre el hombre comunista y el democrático, pues la personalidad de este último se desarrolla en un clima cultural donde la fe en un orden trascendental existe junto con la fe en un orden inmanente de la vida creado por la razón humana. De tal modo, su sistema de seguridad es doble, pues está garantizado al mismo tiempo por un orden trascendental y otro inmanente. El individuo democrático cuenta con el sistema más poderoso de seguridad: la fe en Dios y la fe en el hombre, que se compensan mutuamente. Sobre esta base segura, el individuo está dispuesto a asumir la responsabilidad de vida y, por ende, toda la pauta de vida se individualiza” (De “Psicología de la democracia y de la dictadura”-Editorial Paidós-Buenos Aires 1962).

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