miércoles, 5 de septiembre de 2012

El mercado de los votos

De la misma manera en que existe una competencia entre empresas por la búsqueda de clientes, existe una competencia entre los partidos políticos por la búsqueda de votos. De ahí que puedan hacerse analogías entre el proceso del mercado, en el ámbito de la economía, y el proceso electoral, en el ámbito de la política. Las distorsiones que ocurren en uno de ellos, seguramente encontrarán sus contrapartidas en el otro ámbito. La principal causa de distorsión, que desnaturaliza a estos procesos, consiste en la búsqueda ilimitada de poder. Así, cuando en el proceso económico aparece la tentación de hacer trampas para buscar cierto poderío económico, en el proceso político aparece la tentación de hacer trampas para buscar cierto poderío político. Comienza a aparecer la doble moral de los actores, en la cual se muestra una moral individual que se va alejando de la moral social. Incluso este proceso tiende a acentuarse cada vez más y a tener cierta aceptación por parte de la sociedad como si se tratara de algo natural. Jacques Maritain escribió:

“Antes de Maquiavelo, muchos príncipes y conquistadores no dudaban muchas veces en usar la mala fe, la perfidia, la crueldad, el asesinato y todos los crímenes de que son capaces la carne y la sangre del hombre, para la adquisición de poder y éxito, y para la satisfacción de sus caprichos y ambiciones. Pero al obrar así, se sentían culpables, tenían una mala conciencia”.

“Después de Maquiavelo, en cambio, no sólo los príncipes y los conquistadores del Quinientos, sino los grandes líderes y constructores de estados modernos y de la moderna historia, al emplear la injusticia para establecer el orden y toda clase de mal para satisfacer su ambición de poder, tendrán una conciencia limpia y sentirán que cumplen su deber como jefes políticos”.

“Lo que antes era un simple hecho, con toda la debilidad y consistencia que acompaña, aun en lo malo, a las cosas accidentales y contingentes, se ha convertido –después de Maquiavelo- en un derecho, con toda la firmeza y permanencia que son propias de las cosas necesarias. Un completo olvido del bien y del mal ha llegado a ser considerado como la regla, no de la moralidad humana –ya que Maquiavelo nunca pretendió ser un filósofo moral- pero sí de la política humana” (De “Principios de una política humanista”).

Así como el empresario debe, primeramente, realizar un estudio de mercado antes de involucrarse en la producción de determinado producto, el político debe realizar un sondeo de opinión en la búsqueda de una orientación para establecer una estrategia electoral. Este hecho básico, sin embargo, parece no ser tenido en cuenta por varios partidos políticos en la Argentina, por cuanto, en lugar de afianzarse en aquellos espacios en que no existe “oferta” concurren casi todos a un espacio que está prácticamente saturado. De ahí que la mayor parte de los partidos coinciden en que el Estado debe controlar a las empresas, incluso produciendo severas distorsiones al mercado, ya que se supone que los políticos están “libres de culpas” y los empresarios, no.

Existe un espacio abierto y desocupado, que es el del centro político, el cual ha de caracterizarse por la búsqueda de una alianza estratégica entre gobierno y mercado, tradicionalmente denominada Economía Social de Mercado. En las últimas elecciones, la oferta política no contemplaba posibilidad alguna para el votante que adhiriera a alguna postura liberal; debía votar en blanco o bien por alguna postura populista. Incluso, quienes proponían ofertas similares, en lugar de formar alianzas, optaron por dividirse favoreciendo el amplio triunfo del oficialismo. No lograron establecer alianzas, no por causa de sus diferencias, que eran mínimas, sino porque la patria, para ellos, resulta algo secundario, al menos comparado con sus ambiciones personales. En un país con millones de personas que sufren todo tipo de privaciones, todavía existen personajes que sólo piensan en la popularidad o en la permanencia indefinida en el poder.

Si bien puede aducirse que un político no habrá de cambiar de ideología sólo para “llenar un hueco de la oferta electoral”, tampoco debería proponer opciones repetidas. Por ello resulta aconsejable comenzar sus campañas a nivel de internas de partido, en lugar de hacerlo en elecciones generales. En países en que la democracia se ejerce con mayor responsabilidad, los políticos que quedan en el camino lo hacen en elecciones a nivel de las pre-candidaturas, en lugar de concurrir a las elecciones presidenciales en gran número, como es el caso argentino.

En forma similar en que una persona reconoce los valores morales pero conscientemente deja de cumplirlos en la búsqueda de alguna ventaja inmediata, lo que se conoce como hipocresía, existe también una actitud mediante la cual desconoce la existencia de principios morales cayendo en el cinismo. Así, el maquiavelismo de nuestras épocas es la práctica del cinismo a una escala social. Wilhelm Röpke escribió:

“¿De qué valen, en realidad, todos los tratados internacionales y los llamamientos a los pueblos para que renuncien a una parte de su soberanía en aras del superior interés del orden internacional, si prevalece la convicción de que los tratados sólo es menester respetarlos mientras reporten utilidad, de que la vida de los Estados sigue sus propias leyes, las cuales se hallan mas allá del bien y del mal; de que la política sólo ha de moverse en torno a la idea de que no hay más que amigos y enemigos y que tiene que someterse a una moral distinta a la que rige entre los individuos; de que el sagrado egoísmo nacional justifica la mentira, la ruptura de tratados y la violencia?”.

“Naturalmente que encontramos el maquiavelismo práctico en casi todos los pasajes de la historia universal, pero la novedad radica en que se recomiende su empleo. La mentira, la violencia y la ruptura de tratados se han dado siempre, pero no hay que perder de ningún modo de vista la enorme diferencia que existe si ello se realiza de mala fe y reconociendo fundamentalmente los principios morales que se infringen o bien si ello se lleva a cabo riendo sarcásticamente”.

“El maquiavelista no piensa más que en la riqueza, en el poder o en la gloria, y olvida que el bien interno de la justicia es superior a estas ventajas externas. Un Estado que dilapida tal bien, falta al más noble de sus fines. Según las palabras de San Agustín, no es otra cosa que una gran cuadrilla de ladrones (magnum latrocinium). Una política cuyo principio estriba en la violación de la justicia se encuentra, pues, en irreconciliable oposición con el bien común, en su más alto y definitivo sentido. Sin embargo, tal es la política del maquiavelismo en todos sus grados” (De “Organización e integración económica internacional”-Fomento de Cultura, Ediciones-Valencia 1959).

Por lo general, se cree que hacer trampa desde el Estado implicará algún beneficio económico posterior, por lo que tal forma de actuar de los políticos es bastante aceptada por un amplio sector la población, ya que el único aspecto de interés para el ciudadano es la marcha de la economía, suponiendo que “lo demás vendrá por añadidura”. Pero la realidad no es así; nómbrese como ejemplo el caso de países exitosos que hayan logrado salir airosos, en el largo plazo, mediante la práctica del maquiavelismo. Seguramente no se encontrará ninguno.

Si, al menos, los países se guiaran utilizando el efectivo sistema de prueba y error, podríamos dejar de repetir los errores del pasado, o los errores cometidos por otros países. Sin embargo, parte del caudal de mentiras emitidas por los gobernantes tiende a encubrir todo aquello que pueda mostrar sus ineficaces decisiones, por lo cual tendemos a repetir una y otra vez los errores del pasado.

En el caso argentino, ha llamado la atención, al menos al ciudadano desprevenido, la propuesta de innovación electoral que consiste en permitir el voto a partir de los dieciséis años, edad a la que casi todos recordamos como una etapa de lucha mental por comprender el mundo de los adultos y en la cual cualquier leve influencia mental nos podía llevar por un sendero ideológico que con el tiempo veríamos como un serio error. La palabra “adolescente” implica, justamente, que se adolece de la madurez suficiente como para afrontar decisiones importantes, incluso aquella de elegir los gobernantes que habrán de orientar al país en el futuro inmediato.

La innovación mencionada, seguramente responde a cierta continuidad mostrada por el partido gobernante cuando promueve abiertamente la ideologización de los adolescentes, y de los niños, en los horarios de clase normales en escuelas primarias. Como justificación que legitima tal proceder se aduce que tal o cual partido ya lo hizo anteriormente en determinada escuela. Es decir, la legitimidad de los actos políticos no dependería de la compatibilidad mostrada respecto de ciertos principios morales o éticos, sino de la acción del sector político “enemigo”.

El problema principal radica en que la ideología que se quiere imponer es esencialmente la que promovió la violencia de los setenta, ya que adhiere a la “teoría de la dependencia” por la cual los países imperialistas perjudicarían al país con el apoyo de ciertos “cipayos”. Entonces, todo el odio predicado hacia un país, y sus habitantes, que dista varios miles de kilómetros, se vuelca al sector local “enemigo”, es decir, el sector opositor. Cuando el nivel de odio llega a cierto nivel, comienza la violencia verbal en forma masiva; si supera ese nivel, le sigue la violencia armada, como ocurrió en los setenta.

La posibilidad mencionada es sólo la última parte de un plan que previamente consistió en introducir, en los contenidos de las materias dictadas en establecimientos educacionales, como historia, educación cívica y otras, una visión de la realidad descripta por la teoría de la dependencia que, por otra parte, tampoco resulta muy alejada de la visión que tienen varios sectores “opositores”.

Recordemos, sin embargo, que el “modelo nacional y popular” favoreció la salida de capitales hacia el exterior, tanto de argentinos como de extranjeros, los que posiblemente llegaron a los países imperialistas para promover y afianzar sus respectivas economías nacionales, lo que resulta ser un dato que no debe olvidarse de citar cuando se trata de convencer a niños y adolescentes de quienes se busca obtener un masivo apoyo electoral. También resulta conveniente informarles sobre los resultados que lograron los países totalitarios que se aislaron del mundo o aquellos que encontraron en el proceso inflacionario, luego de la emisión de excesivo circulante, un camino para la “distribución de las riquezas”. Además, suponiendo que la perversidad del imperialismo sea el doble de la que los más “optimistas” suponen, caben las siguientes preguntas: ¿debemos seguir con el “modelo económico” que expulsa a los capitales hasta el punto en que debe prohibirse su salida? ¿Debe seguir el Estado promoviendo el odio entre sectores que tiende a debilitar y a destruir la unidad nacional?

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