viernes, 4 de mayo de 2012

El control de precios

Para evitar que los precios aumenten excesivamente, especialmente en el caso de los artículos de primera necesidad, se recomienda algún tipo de control de precios, que puede ser de dos tipos:

1- En economías de mercado, sin intervención estatal: autorregulación
2- En economías de mercado, con intervención estatal: precios máximos

En el primer caso, si alguien eleva el precio de sus productos sin tomar sus costos como referencia, obtendrá momentáneamente elevadas ganancias. Ello pronto despertará la atención de posibles competidores que, aun reduciendo sustancialmente tales precios, se quedarán con un margen de ganancias bastante razonable. De ahí que, con dos o más comerciantes que compitan en un mismo sector del mercado, se conseguirá un efectivo control, o autocontrol, provisto por el mismo proceso del mercado.

En el segundo caso, cuando la elevación de precios se produce bajo un proceso inflacionario, desde el Estado se imponen precios máximos. Con ello se trata de solucionar un problema (la inflación) favorecida por el propio Estado al gastar dinero más allá de sus reales posibilidades, generalmente mediante una excesiva emisión monetaria. Acerca de las consecuencias de tal decisión estatal, Ludwig von Mises escribió:

“La administración romana, a mediados del siglo III, para financiar la carga estatal que, por demagógicas causas, se hallaba extraordinariamente hinchada, no tuvo más remedio que apelar a la inflación, envileciendo la ley de la moneda”. “Tal envilecimiento de los medios de intercambio y el correspondiente aumento de los mismos, como era inevitable, provocó el alza de los precios, alza que el emperador Diocleciano quiso frenar mediante la imposición de tasas oficiales, no andándose con bromas: pena capital a quienquiera contraviniera su ordenación. Las autoridades imperiales, por tal camino, como la historia nos ilustra, acabaron destruyendo aquella grandiosa organización que un día fuera el Imperio Romano, originariamente basado en la libre división del trabajo en el orbe a la sazón conocido por los occidentales”.

“Los revolucionarios franceses, mil quinientos años después, también se lanzaron a envilecer la moneda, apelando ahora a más perfeccionadas técnicas. Como quiera que disponían de buenas máquinas impresoras, no tuvieron ya necesidad de rebajar el valor de la moneda metálica, limitándose a imprimir papel moneda a placer, con lo que la espiral de los precios se les escapó. Los franceses recurrieron a la misma pena sancionadora de los romanos, si bien la aplicaron con mayor refinamiento que lo hicieran las pertinaces espadas pretorianas; para ajusticiar a los infractores de las tasas, apelaron a un instrumento más científico, digamos más moderno: la famosa guillotina”.

“Pese a tantas enseñanzas históricas, la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos siguen pensando que si las tasaciones oficiales fracasan, ello se debe exclusivamente a la falta de energía por parte de las autoridades, quienes debieran haber actuado con mayor rigor, dando su merecido a esa ralea de acaparadores, traficantes y especuladores, que no piensan sino en enriquecerse. Pero la verdad es que ni Diocleciano ni la Revolución pecaron de lenidad; no lograron, sin embargo, triunfar en sus propósitos”.

“Destacado lo anterior, pasemos a examinar las causas de tan lamentados reveses”. “El precio de la leche está subiendo; las gentes se quejan, pues necesitan adquirirla para sus tiernos infantes. El gobierno, siempre bueno y paternal, pero dispuesto a ser enérgico esta vez, impone un precio máximo, inferior desde luego al que, en otro caso regiría. Los funcionarios tranquilizan así sus conciencias; han resuelto un problema que no tenía solución; las gentes humildes estarán mejor; podrán, en adelante, adquirir cuanta leche precisen a precios asequibles”.

“Tan bellas imágenes, sin embargo, pronto se desvanecen. Porque sucede que la baja del precio de inmediato incrementa la demanda y gentes que a los antiguos precios no compraban, ahora, a los nuevos, se muestran dispuestas a hacerlo. A esto se agrega una retracción de la oferta, pues los productores con mayores costos –los marginales, los que sólo a los más elevados precios de venta pueden sobrevivir- abandonan sus instalaciones. Este fenómeno se reproduce invariablemente en cualquier sector del mercado”.

“La interferencia estatal, en conclusión, ha hecho disminuir la oferta de leche, incrementado en cambio la demanda de la misma. Habrá ahora gentes que al precio oficial no podrán adquirir cuanta desean. Se formarán las tristemente célebres colas ante los establecimientos expendedores. Esa imagen patética de pobres mujeres, aguantando pacientemente en fila las inclemencias del tiempo ante la tienda de clausuradas puertas, es típica de cuantas poblaciones «disfrutan» de precios coactivamente rebajados por las siempre benévolas autoridades”.

“La leche, antes de la intervención, resultaba costosa, pero se podía comprar en mayor cantidad; ahora resulta insuficiente, habiéndose congruamente reducido el consumo; ya no la ingieren muchos niños que sólo ayer la disfrutaban. ¿Cómo resolver la situación?”.

“Hay un remedio: el racionamiento. Lo malo es que entonces ciertas gentes conseguirán leche, mientras que otras habrán de pasarse sin ella. Quienes concretamente hayan de conseguirla dependerán, en adelante, de las siempre arbitrarias decisiones del poder. Los niños de menos de cuatro años, por ejemplo, tendrán derecho a una ración completa; los mayores a sólo media. Hágase lo que se quiera, sigue en pie el hecho básico incontrovertible de que hay menos leche, lo que perjudica evidentemente a las masas consumidoras”.

“Las autoridades seguramente se dirigirán entonces a los productores para averiguar –pues ellas son incapaces de despejar la incógnita- por qué dejó de producirse y traerse al mercado, por lo menos, la misma cantidad anterior de leche. Los interesados harán ver al señor Ministro que el precio oficial no cubre los costos de producción de muchos, pues el grano y el forraje están muy caros. El funcionario, ante tal aserto, verá el cielo abierto; la solución la tiene ya al alcance de la mano. Lo que procede es tasar el precio de los piensos, al igual que se hizo con el de la leche. Los costos descenderán, los ganaderos producirán más barato y podrán, consecuentemente, vender la mercancía al bajo precio por todos deseado”.

“¿Qué sucede entonces? Pues lo mismo, y por idénticas razones. Se reduce la producción de piensos y los gobernantes, otra vez, tienen que enfrentarse con el ya conocido problema. Nuevas reuniones con el señor Ministro; vuelve éste oír lo que poco antes escuchara. Pero sucede que, como el gobierno no quiere abandonar su política de precios, tiene que seguir adelante e ir sucesivamente fijando nuevas tasas máximas. La historia, inexorable, se repite”.

“Consideraba el gobierno tales mercancías [las de primera necesidad] de tanta trascendencia, que por eso intervino coactivamente. Deseaban las autoridades incrementar las disponibilidades de las mismas; aumentar el número de quienes pudieran disfrutarlas. El efecto, por desgracia, resultó diametralmente contrario y, al proseguir la intervención, las cosas fueron complicándose cada vez más. Las autoridades, al final, se ven obligadas a regular todos los precios, todos los salarios, todas las tasas de interés; o sea, en definitiva, que han de instaurar el socialismo”.

“Cuanto más interviene el gobierno, más cerca estamos del socialismo. Esto debieran ponderar todas esas personas que con tanta frecuencia nos aseguran no ser socialistas, ni desear que el gobierno lo controle todo, pues eso –dicen- «no puede ser bueno», si bien, a renglón seguido, aseguran enfáticamente que el Estado no puede «desinteresarse», que debe intervenir en un cierto grado e impedir la «pura» operación del mercado cuando ésta provoca indeseables consecuencias” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

En esta descripción se destacan notoriamente “las buenas intenciones y el humanitarismo” de quienes provocan, desde el Estado, la inflación, el control de precios y las demás consecuencias negativas, lo que se considera generalmente como la “superioridad ética del socialista”, siempre empecinado en distribuir lo que otros producen. También se nota la “deshumana actitud de los liberales” que, esencialmente, buscan el respeto de las leyes del mercado y de la ciencia económica. Ello está motivado, no por una verdadera superioridad ética del que adhiere al liberalismo, sino simplemente porque conoce los efectos que, desde épocas remotas, causan ciertas decisiones gubernamentales.

A pesar de los efectos negativos que el intervencionismo produce en el libre desarrollo del proceso del mercado, sigue teniendo gran cantidad de adeptos. Una de las razones es que, la gran mayoría de la población, a partir de la palabra “socialismo” imagina una sociedad de amor y de cooperación entre todos sus integrantes. Por el contrario, asocia a la palabra “capitalismo” la imagen de un empresario egoísta que trata de optimizar sus ganancias por cualquier medio. También asocia a la palabra “liberalismo” una especie de libertinaje económico y social. Sin embargo, detrás de tales palabras, de las que algunos hábilmente favorecieron la severa distorsión de su significado, se esconden las verdaderas intenciones de los socialistas, es decir, establecer un sistema totalitario en el cual un líder, o un reducido grupo, dirigen toda la actividad económica, política, cultural, educativa, familiar, etc.

Desde el liberalismo, en cambio, se propone utilizar todo el conocimiento disponible desde la ciencia económica, permitiendo que el mercado siga ofreciendo a la sociedad el mejor sistema de producción y de distribución posible. Con ello no quiere decirse que, al adoptarse la economía de mercado, se vayan a solucionarse todos los problemas económicos y sociales de una vez y para siempre, sino que se trata de la adopción del mejor sistema, o del menos malo, si se quiere (el otro es el totalitarismo ya mencionado).

El mercado, como se dijo, por si sólo no resuelve problemas sino que permite que la sociedad, adaptada al mismo, consiga encuadrarse en un marco de probada eficacia a lo largo de la historia. Tampoco el mercado ha de ser una guía para nuestra vida, lo que sería absurdo, ya que sólo es un proceso que se da en forma espontánea cuando el hombre actúa con libertad de decisión. Desgraciadamente, los procesos realimentados no son accesibles a la mayor parte de la población, ya que son estudiados en facultades de ingeniería y en algunas escuelas técnicas, por lo que resulta más sencillo considerarlos, junto al mercado, como una invención perversa de las “clases dominantes”.

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