jueves, 19 de abril de 2012

El comercio exterior

El intercambio comercial entre distintos países se establece teniendo presente las ventajas de la división o especialización del trabajo. Así, los pueblos que no disponen de materias primas, por lo general desarrollan aptitudes para la fabricación de insumos industriales, que incluso tienen mayor valor de mercado. Esto ha hecho que países con pocos recursos naturales hayan logrado elevados niveles de vida mientras que los que sólo confiaron en la “herencia recibida de la madre naturaleza”, quedaron rezagados en el subdesarrollo. Albert Crew escribió:

“El ideal del economista es la libertad universal del comercio, es decir, que cada distrito, cada comarca, cada país disfrute del concurso necesario para producir los artículos de consumo mejor adaptados a sus condiciones peculiares, sin olvidar la economía apropiada de los diversos agentes de la producción. La Economía es, en teoría, opuesta a toda ingerencia de la política que tienda a estimular artificialmente la industria local, ingerencia que se traduce comúnmente en derechos de importación y primas a la exportación”.

“El economista no conoce fronteras y, por lo tanto, idealmente le repugna el concepto de que un país ha de prosperar a expensas de otro. El elemento fundamental en la teoría del comercio internacional es la teoría del costo comparativo, siendo imprescindible este análisis para poder estudiar los problemas que envuelven el comercio internacional, el «libre cambio» y el «proteccionismo»” (De “Economía”-Editorial Labor SA-Barcelona 1954)

Existen países que, por razones ideológicas, se oponen a los intercambios comerciales optando por constituirse en sociedades cerradas. El economista Frederic Bastiat escribió, en forma de cuento, acerca del personaje literario Robinson Crusoe, imaginando que este habitante solitario de una isla trabaja en la construcción de una tabla a partir de un tronco. Pero ocurre que llega flotando desde el mar una madera justamente en forma de tabla. Sin embargo, Robinson expresa:

“Si yo busco esa tabla, sólo me demandará el trabajo de cargarla y el tiempo necesario en descender y remontar el acantilado. Pero si yo fabrico el tablón con mi hacha me procurará primeramente quince días de empleo, luego mi hacha se gastará lo que me proporcionará el trabajo adicional de afilarla, y por último, consumiré mi «stock» de provisiones, lo cual provocará una tercera fuente de ocupación al tener que reponerlos. Está bien claro que si busco esa tabla provocaré mi ruina. Debo proteger mi trabajo personal, y ahora que lo pienso, hasta puedo aumentarlo arrojando el tablón de vuelta al mar”.

Bastiat prosigue: “Pero este razonamiento era absurdo. Sin duda alguna. Sin embargo, es el razonamiento de toda nación que se protege a sí misma por medio de la prohibición. Descarta el tablón que le ha sido ofrecido a cambio de poco trabajo”. “Considere a la nación como un ente colectivo y no encontrará diferencia alguna entre su razonamiento y el de Robinson”.

Alberto J. B. Caprile escribe al respecto: “En toda esta argumentación flota una teoría económica que distorsiona la verdad: «Que el trabajo es causa de valor». Pocas teorías tan absurdas han gozado de tanta popularidad al ser disfrazadas, a pesar de ser para todos tan evidente que un vaso de agua en el desierto puede valer toda la fortuna de un sediento o que la obra de toda la vida de un artista puede no encontrar comprador a ningún precio. El carácter subjetivo del valor es frecuentemente olvidado”.

“La teoría de Robinson la practicamos diariamente con toda asiduidad y meticulosidad. No hay diferencia entre tirar el tablón al agua o el ofrecimiento de alemanes, americanos o japoneses de poner en nuestros puertos un automóvil a mitad de precio del que nos cuesta producirlo. El desperdicio es increíble, gastamos nuestras energías en pequeñas fábricas que producen unos pocos miles de autos y tiramos al agua la eficiencia de los que producen por millones. Como Robinson, la mayoría exclamará: «¡Si esas fábricas no existiesen habría desocupación!»”.

“Un marciano que escuche esta frase pensará que en la Argentina sobran caminos, sobran viviendas, etc., y que ya nada queda por hacer para satisfacer a la población” (De “La libertad sacrificada”-Ediciones Ambassador-Buenos Aires 1974).

Es oportuno decir que, mientras que el liberalismo promueve la eficiencia y la productividad, desde el marxismo se considera al trabajo como el vínculo que debe imperar entre los integrantes de la sociedad, por lo que no resulta extraño que a veces incluso se critique la búsqueda de la eficiencia promovida por el liberalismo. Además, según Marx, el valor de un bien o de un servicio, estaría relacionado con el trabajo destinado para su logro, algo que tiene poco sentido para un individuo racional en condiciones de poder tomar decisiones en libertad. Alberto J. B. Caprile escribió:

“Individualmente ninguno dudaría en comprar un articulo de mejor calidad y a más bajo precio prescindiendo de quien lo haya fabricado o cuanta mano de obra se incorporó al mismo. Pero cuando se generaliza para el país se urden las más absurdas políticas”.

El comercio internacional, como todo intercambio a nivel nacional o provincial, debe contemplar el beneficio simultáneo de ambas partes intervinientes. Sin embargo, hay países que buscan un beneficio exclusivo promoviendo sus exportaciones y limitando sus importaciones. De esa manera se busca cierta protección para las actividades locales, como la industria. Si se optara por el comercio sin ningún tipo de trabas, existirá una tendencia a igualar importaciones con exportaciones. Caprile agrega:

“La importación y exportación de productos se rigen por inexorables leyes económicas que hacen que la única forma en que podemos obligar a un país a comprar nuestros productos, es comprarle la mayor cantidad de aquellos que nos pueda ofrecer”.

“Supongamos que los franceses imponen una elevada tarifa o «prelevement» a las carnes argentinas. La reacción natural y quizás humana, es imponer simultáneamente restricciones a nuestras importaciones de Francia. Pero económicamente cometeríamos un disparate”.

“Cuando los franceses impusieron su impuesto a nuestras importaciones, con ello perjudicaron al consumidor francés y al productor argentino de hacienda. Si tomáramos medidas equivalentes a las de los franceses para restringir importaciones de Francia, en nada mejoraríamos los anteriores perjuicios y volveremos a producir un nuevo daño, en este caso, a los productores franceses y consumidores argentinos. Pero si en cambio se sigue una política liberal de permitir la importación de bienes de Francia, siempre que el público argentino los prefiera sobre los de otros países, se producirá el siguiente fenómeno: los argentinos recibirán los bienes que pagarán con pesos. Estos pesos en manos de los franceses no tendrán otro destino que los propios franceses compren a su vez bienes en la Argentina o que se los vendan a comerciantes de otros países para que ellos a su vez compren en el país”.

Es oportuno citar el caso del “milagro alemán”, luego de la Segunda Guerra Mundial, que se produjo favoreciendo el comercio exterior en lugar de “proteger” la insipiente industria de la posguerra. Ludwig Erhard dijo:

“La cuestión principal era crear de nuevo un incentivo para el trabajo. Así desde el comienzo, estimulé la libre importación, y no sobre la base de prioridades o austeridad. Estaba seguro que cuanto más importásemos más seríamos capaces de exportar, iniciando así una curva ascendente. La confianza en nuestra moneda se fortaleció cuando la gente vio en los escaparates de las tiendas una variedad de mercancías extranjeras, algunas de las cuales no habían visto desde el comienzo de la era nazi” (Citado en “La libertad crucificada”).

Las ideologías muchas veces predominan sobre la realidad a partir de hábiles razonamientos que la distorsionan, lo que resulta factible dado que el seguimiento mental de los procesos económicos resulta poco accesible a quien no esté habituado a pensar sobre esos temas. Lo que resulta llamativo es que, mientras que se desarrollaba el “milagro alemán” en la República Federal de Alemania, se establecía en forma simultánea la República Democrática de Alemania que terminaba construyendo el “muro de Berlín” y, sin embargo, muchos son los países que toman el ejemplo del que fracasó antes que del que tuvo éxito.

Las economías que protegen las actividades locales cerrando todo tipo de importación, tienden a promover empresas poco eficientes, dado que no tienen necesidad de mejorar su calidad ni sus precios por existir muy poca competencia. Incluso los monopolios que naturalmente surgen amparados por el proteccionismo del Estado, aprovechan la situación para elevar sus precios hasta niveles insospechados. Alberto J. B. Caprile agrega:

“Hablar de protección de la industria es simplemente hablar de proteger la industria ineficiente quitándole a la eficiente”.

De todas formas, debe existir cierta gradualidad en la apertura de la economía de un país por cuanto no será posible lograr, de la noche a la mañana, una industria competitiva surgida ante la inminente necesidad de sobrevivir a la severa competencia de empresas de mayor experiencia y nivel tecnológico. Pero es necesario orientarnos en la dirección correcta, o al menos debemos ser conscientes del camino hacia el subdesarrollo en el que estamos empeñados en favorecer.

La globalización económica consiste esencialmente en el intercambio entre naciones, no sólo de bienes y servicios, sino también de capitales y de individuos (capital humano). Si bien este proceso se estableció desde varios siglos atrás, el auge actual se debe al desarrollo de las tecnologías de la información y de las comunicaciones. Charles Gide escribió:

“Decimos cambio internacional, y no comercio internacional, porque, en efecto, los cambios de país a país no se realizan únicamente con mercaderías, como la palabra comercio parece indicar, sino también con capitales y con personas” (De “Curso de Economía Política”-Librería de Ch. Bouret-Paris 1937).

Podemos, entonces, hacer una síntesis de tal proceso:

Globalización económica = Comercio internacional + Tecnologías de las comunicaciones y de la información

Esta tendencia es resistida principalmente por quienes sostienen la validez de la “teoría de la dependencia”, por la cual el proceso de la globalización no surgiría de las ventajas que ofrece la división internacional del trabajo, sino por la premeditada marginación, por parte de los países imperialistas (industriales y desarrollados), de los países dependientes (proveedores de materias primas y subdesarrollados). Puede decirse que, así como no existe una estricta inmovilidad social en las sociedades con economía de mercado, como lo supone el marxismo, tampoco existe una limitación definitiva en cuanto a las posibilidades de desarrollo que tiene todo país.

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