lunes, 26 de marzo de 2012

El Reino de Dios vs. el Reino del hombre

Puede decirse que el Reino de Dios es la sociedad que resulta del masivo cumplimiento del mandamiento cristiano del amor al prójimo. El “amarás al prójimo como a ti mismo”, que podemos considerar como el “compartirás las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias”, no es una acción concreta a cumplir, sino una tendencia concreta a seguir.

Compartir las penas y las alegrías de los demás, no resulta fácil de lograr, excepto en el caso de nuestros familiares y amistades cercanas, aunque resulta sencillo imaginar lo que sería nuestra propia vida si lográramos dirigir tal actitud hacia todos los habitantes de la tierra, y luego la intención de cumplir dicho mandamiento se convirtiera en masiva. Cristo dijo: “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, indicando que la sociedad óptima está implícita en nuestra actitud individual.

El Reino de Dios significa el gobierno de Dios sobre el hombre a través de los mandamientos enunciados por los profetas. Es posible decir que tal gobierno se establecerá cuando el hombre mismo lo decida y comience a adaptar su vida a las leyes naturales que rigen nuestra conducta individual y social. Tales leyes naturales, también descriptas por las ciencias sociales, tienen una realidad concreta y son accesibles, en principio, a la observación directa por parte de todo ser humano. De ahí que el mandamiento cristiano mencionado, con las aclaraciones correspondientes, resulta bastante sencillo de comprender, bastante sencillo de observar, pero no tan sencillo como para ponerlo en práctica, y menos en una forma generalizada.

Las distintas Iglesias cristianas priorizan la fe del creyente respecto de la veracidad de las palabras de Cristo. Pero si la fe implica sólo adoptar una actitud filosófica y el mandamiento ético es transfigurado bajo un disfraz de palabras y pensamientos oscuros, que surgen de misterios inaccesibles a la razón, al individuo corriente poco claro le quedará la idea de que debe compartir las penas y las alegrías de sus semejantes, tanto para ser feliz en esta vida como para ir a otra vida mejor si es que ella existe. El premio adicional de la inmortalidad será recibido por quienes cumplan con los mandamientos antes que ser otorgado a quienes creen en la existencia de dicho premio.

De todas maneras, si la plena felicidad en esta tierra, tanto como la inmortalidad en la otra vida, es lo más valioso que podamos obtener, necesariamente hemos de pagarlo a un costo muy elevado. De ahí que el cumplimiento del amor al prójimo resulte accesible a muy pocos seres humanos, si bien en principio es posible seguir la tendencia tan cercanamente como uno lo desee. También podemos decir que si la felicidad y el cielo se lograran sólo con la fe, tal mandamiento habría de tener un significado bastante distinto del que aquí se ha supuesto.

En oposición al Reino de Dios, cuyo fundamento es el amor, aparece el Reino del hombre, cuyo fundamento es el odio. Su mayor exponente, Karl Marx, propone un modelo de sociedad al cual se debería adaptar todo habitante del planeta, desconociendo las leyes naturales que rigen el comportamiento individual y que luego se proyectan sobre la sociedad, o bien tomado como referencia al cristianismo para predicar todo lo contrario. Nicolás Berdiaev escribió:

“Marx poseía una enseñanza moral. Su ética partía del principio de que el mayor bien se realizará por medio del mayor mal, que la luz nacerá de la condensación de las tinieblas. El mal del capitalismo debe aumentar, la situación de los obreros debe empeorar y los obreros deben exasperarse; entonces se destruirá el mal, el capitalismo «reventará». De los malos instintos de los obreros, de la animosidad, el odio, la venganza, la violencia, debe salir un régimen social perfecto, justo y excelente. Cuanto más odio tengan los obreros, cuanto más cruel sea la lucha, más perfecta será la organización social que le sucederá. El marxismo está inspirado en una fe llena de utopía; cree que el pecado y el mal de la explotación en la sociedad capitalista pueden ser vencidos por un proceso social, por el aumento del mal. Pero no se ve por ninguna parte el germen del bien, de la verdad y de la luz espiritual” (De “El cristianismo y el problema del comunismo”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1968).

El fundamento del Reino de Dios es la ley natural, ley desconocida y rechazada por los predicadores del Reino del hombre, que buscan imponer una ley propia, inaccesible a toda verificación por no concordar con la realidad. Tage Lindbom escribió:

“El hombre ha sucumbido a la tentación. Ha querido ser «como dioses» y por ahí ha caído en el pecado fundamental, el mayor que existe: el orgullo espiritual, la soberbia”.

“Los otros seis pecados capitales, la avaricia, la lujuria, la envidia, la gula, la cólera y la pereza, no implican ese ataque directo contra la orden divina”.

Mientras que el Reino de Dios, como arquetipo social, se vislumbra en algunos pensadores de la Edad Media, el vehículo que emplearán quienes proponen el Reino del hombre será el Estado. Tage Lindbom escribió:

“La utopía sigue a la secularización como la sombra sigue al cuerpo. No es casual que la utopía aparezca en Occidente en una época en que la piedad de la Edad Media está definitivamente relegada al último plano bajo la influencia de los buscadores, de los estetas y de los pensadores de los nuevos tiempos”. “Estas cuestiones toman un alcance tanto mayor cuanto que al final de la Edad Media un nuevo instrumento se pone a disposición de los detentadores del poder terrenal, el Estado” (De “La semilla y la cizaña”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).

El marxismo predica el relativismo del Bien y de la Verdad, lo que, en muchos casos, emplea como un disfraz para promover el Reino del hombre. Tage Lindbom agrega: “El orden satánico consiste también en la capacidad para enmascararse, en presentarse bajo un aspecto atractivo, de forma que el límite entre lo verdadero y lo falso, entre el bien y el mal, parece borrado e incluso lo falso aparece bajo la apariencia de lo verdadero y el mal con la del bien. Llega a ser entonces posible para el poder subversivo alcanzar su objetivo final formulado por Baudelaire: «La mejor de las astucias del diablo es la de persuadirnos de que no existe»”.

El medio elegido por el marxismo es la revolución, si bien en la actualidad trata de utilizar un disfraz democrático para introducirse bajo un marco de legitimidad y legalidad. Tage Lindbom escribe:

“La revolución es la eliminación total de un orden existente y la instauración de un orden nuevo. Deben establecerse nuevos valores, nuevos criterios, nuevos artículos de fe, nuevos sistemas y estructuras. No es solamente, como la sublevación, una insurrección violenta contra una opresión con vistas a alcanzar un nuevo régimen”.

“El orden al que el Creador nos ha sometido no conoce ninguna revolución ni conmoción susceptible de introducir en las cosas creadas un cambio cualquiera de principio. Los hombres sólo tienen una elección: obedecer o desobedecer. Es la alternativa ante la que nos ha colocado el Creador. En consecuencia, la revolución es un ataque contra toda jerarquía creada, así como una negativa a la paternidad celestial, lo que en último efecto desemboca –simbólicamente hablando-en el parricidio colectivo. Porque rechaza la obediencia que debemos a nuestro Creador. Tal es la inevitable consecuencia de sus pretensiones universales”.

“Así tiene lugar, en el más alto nivel de la manifestación, la toma del poder por el Reino del hombre. La revolución es la más implacable de todas las acciones humanas. Destruye los puentes y quema las iglesias. Exalta y glorifica la ilegitimidad”.

Por otra parte, Nicolás Berdiaev escribió: “El marxismo no puede afirmar que la religión es un asunto privado, por la razón de que él mismo es una religión opuesta a todas las demás y ante todo al cristianismo. Lenin expuso claramente por qué podía aplicarse este principio al mundo burgués y no al mundo comunista. Para el reglamento comunista interior, este principio liberal burgués no tiene valor alguno; la fe religiosa no puede tolerarse en el campo comunista ni puede caber el cristianismo. El comunista no tiene libertad de creer lo que le parece; su credo debe ser comunista, es decir, debe creer en lo que le prescribe la iglesia y los dogmas comunistas. El comunismo pretende ser en todo semejante a la Iglesia: excomulga por «herejías»; toda fe religiosa que se diferencia de la fe comunista es una herejía y no puede tolerarse”.

“El socialismo marxista no se inspira más que en la fuerza y el poder. Considera al proletariado organizado y dominando al mundo como el dios terrenal que debe reemplazar al Dios cristiano y destruir en el alma humana todas las viejas creencias religiosas”.

“La fe de Marx en la explotación como hecho fundamental y que determina la vida social puede asimilarse a la doctrina del pecado original. La explotación de un hombre por otro, he ahí el pecado original que ha contaminado toda la historia del mundo, todo pensamiento, toda fe y toda ideología. Pero mientras que el cristianismo propone al hombre que considere ante todo el pecado en sí mismo, el marxista ve siempre el pecado en los demás”.

“El socialismo marxista tiende a reemplazar al cristianismo. Tiene sus pretensiones religiosas, detesta la religión y pretende substituirla. Es la rebelión del reino terrenal y humano contra el reino de Dios, el reino celestial”.

“El nuevo mesías vendrá con fuerza y realizará con gloria todas las esperanzas mesiánicas, su reino será el reino de este mundo. Este mesías se apareció a Marx bajo los rasgos del proletariado, de la clase obrera. Marx le atribuyó todas las virtudes del pueblo mesiánico y le concedió las más excelsas del antiguo pueblo de Israel. El proletariado, según él, exento del pecado original de la explotación, mientras las demás clases quedan supeditadas al mismo, es puro y ha de representar el tipo más moral de la humanidad futura”.

“Esta naturaleza del proletariado no ha podido ser revelada por una ciencia objetiva, pues no puede más que ser objeto de fe, que según San Pablo, es la afirmación y la demostración de las cosas invisibles. Lo que se revela a los ojos de Marx y de los marxistas es una entidad que no puede verse ni cabe en el conocimiento científico”.

“El pueblo elegido se trocó en clase elegida. Se ve por ahí que esa idea es de esencia puramente religiosa y que la ciencia no llega a ella por ninguna parte, y ésa es la médula de la religión comunista. La noción mesiánica es siempre de origen judío, ajena al pensamiento griego”.

“La teoría marxista del Zusammenbruch de la sociedad capitalista es, en verdad, la fe en el Juicio final. Pues hay un fenómeno escatológico en todo comunismo revolucionario: la idea de que en un momento dado se abrirá un precipicio que partirá al tiempo en dos”.

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