lunes, 13 de febrero de 2012

La lucha por ideales

Los hombres trascendentes, que dejan sus huellas y pasan a la posteridad, son aquellos que tienen ideales definidos y realizan su existencia en función de éstos, que los guían y le dan sentido a sus vidas. Ángel Ganivet escribió: “Si nuestro ideal no nos inspira el sacrificio de nuestra vida, no es digno ya de que nos molestemos en propagarlo e imponerlo a los demás hombres; y si no es tan puro que se acomoda a aliarse con vulgares intereses, vale más prescindir de él y no deshonrarlo aún más con los crímenes cometidos por la ambición de la riqueza o del poder” (De “Diccionario de citas” de C. Goicoechea-Editorial Labor SA-Barcelona 1953).

Por lo general se admira al que tiene elevados ideales por cuanto la intensidad que impone a sus acciones estará ligada a cuánto de importante es, para él, alcanzarlos. Sin embargo, es importante distinguir entre los ideales altruistas y aquellos que son inspirados en el egoísmo o el odio. De la misma forma en que es más sencillo emitir un insulto o difamar a alguien que elaborar un pensamiento coherente para ser expresado en forma adecuada, resulta más sencillo luchar motivado en el odio destructor dirigido hacia alguien, o hacia algún sector de la sociedad, que luchar por el amor generalizado a la humanidad.

Parece ser que nuestras acciones van dirigidas siempre a lograr algo que valoramos y que no poseemos, o bien que poseemos y deseamos incrementar. Se comenta que un soldado de Napoleón Bonaparte le dice a un habitante de un pueblo conquistado: “Nosotros los franceses luchamos por el honor y la gloria, mientras que ustedes tan sólo luchan por la comida”, a lo que recibe como respuesta: “Cada uno lucha por aquello que más le hace falta”.

El que lucha a favor de la humanidad, trata de eliminar el mal mediante el predominio del bien, mientras que el que lucha motivado por el odio, trata de someter a los pueblos y, si no admiten su sometimiento, tratan de eliminar el mal eliminando al “malo” (las nacionalidades, las razas o las clases sociales incorrectas). El que lucha cooperativamente, lo hace con la mente fría y el corazón caliente. El que lucha competitivamente, lo hace con la mente caliente y el corazón frío.

El Mahatma Gandhi predicaba la fuerza del amor y de la verdad en sus intentos por mejorar la sociedad en que vivió, por lo que dijo: “No tengo nada nuevo que enseñar al mundo. La verdad y la no violencia son tan antiguas como las montañas. Toda mi obra consiste en haber experimentado con ambas en una escala tan vasta como me fue posible. Al hacerlo, me he equivocado algunas veces y he aprendido de mis errores. La vida y sus problemas se han convertido así, para mí, en sucesivos experimentos en la práctica de la verdad y la no violencia” (De “Pensamientos escogidos” de R.Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983)

Así como el hombre pobre y sencillo encuentra en los valores morales su enorme dimensión humana y social, distintos pueblos, sin grandes aportes científicos o intelectuales a la humanidad, muestran con sus tendencias pacifistas valores dignos de ser considerados. Por el contrario, cuando los pueblos son instigados por los agitadores de masas, encuentran en el odio y la mentira los medios que les darán fuerza para la acción destructiva.

El que lucha motivado por el odio, al utilizar sistemáticamente la mentira, logra tener mayor aceptación que el que lucha con la verdad. Esto ha llegado a tal extremo que las victimas del marxismo, pareciera, carecen de todo derecho a la vida ya que se acepta que sus asesinos no cometieron ningún delito al ejecutarlas. Luego, si no infringieron ninguna ley, no se lo debe investigar ni condenar. Se considera al socialismo como una especie de guerra santa a la que los adversarios tienen que aceptar sin ejercer ninguna oposición.

Supongamos el caso de un judío que observa que los nazis no son castigados por sus crímenes y que incluso son felicitados por el gobierno de Hitler por la matanza de judíos. Esa persona se sentirá indignada por las muestras de inhumanidad que debe padecer junto a los de su raza o religión. Pero este es el mismo caso del católico que, al enterarse de los 8.000 curas y monjas asesinados por los comunistas (republicanos) durante la guerra civil española (además de otros tantos miles de personas), y al saber que un juez sólo pretende enjuiciar los crímenes del franquismo, sin apenas considerar los crímenes del otro bando, habrá de sentir algo parecido al judío antes mencionado. También en la Argentina estamos esperando el inicio de los juicios contra los terroristas del 70, que provocaron unos 1.500 asesinatos y más de 20.000 atentados. ¿O acaso hemos llegado tan bajo como para legitimar tales acciones?

El cristiano, en general, siente algo parecido al judío luego del asesinato de millones de cristianos que los comunistas eliminaron a lo largo y a lo ancho del mundo. Así como para el judío resulta un grave insulto escuchar opiniones favorables sobre Hitler y los nazis, para el cristiano resulta un grave insulto observar los homenajes que se hacen a personajes nefastos como el Che Guevara, que emitió una consigna que resulta amenazante a la civilización y denigrante para la esencia humana. En un discurso expresó:

“Es preciso, por encima de todo, mantener vivo nuestro odio y alimentarlo hasta el paroxismo“. “El odio como elemento de lucha, un odio implacable al enemigo que nos impulsa más allá de las limitaciones naturales propias del hombre y lo transforma en una máquina de matar efectiva, seductora y fría”. “Un pueblo sin odio no puede triunfar” (Citado en “La idolatría del Estado” de Carlos Mira-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

Sin embargo, el siglo XX también nos ha dado hombres ejemplares que nos muestran el camino para elevar nuestra esencia humana. Tales los casos de Nelson Mandela y el Mahatma Gandhi. El primero estuvo encarcelado más de dos décadas debido a la lucha que entabló a favor de sus congéneres de raza negra que eran discriminados en su propio país (Sudáfrica). Luego del encierro que debió padecer, confió más en la razón y en la fe en los valores humanos, y así pudo dejar de lado todo sentimiento de venganza, triunfando finalmente y cumpliendo con sus ideales de libertad destinados a su pueblo.

También Gandhi tuvo que padecer discriminaciones cuando trabajaba en una empresa hindú que estaba en Sudáfrica. Cuando vuelve a la India, inicia el proceso de la Independencia respecto del colonialismo británico. Mediante métodos pacíficos logra liberar a un país de trescientos millones de habitantes, en ese entonces, mostrando que se pueden lograr importantes resultados dejando de lado la violencia. Puede decirse que los seres humanos superiores son aquellos como Gandhi y Mandela, mientras que los inferiores son los que promueven el odio, teniendo presente la expresión de Friedrich Nietzsche: “Sólo se odia al igual o al superior”.

La mayor parte de la luchas por ideales son encausadas a través de la política, por lo que Julien Benda escribió:

“Hoy veo que cada pasión política está provista de toda una red de doctrinas fuertemente constituidas, cuya única función es representar, desde todo punto de vista, el supremo valor de su acción, y en las cuales se proyecta, decuplicando naturalmente su poderío pasional”.

“Nuestro siglo [el XX] será propiamente el siglo de la organización intelectual de los odios políticos. Será uno de sus grandes títulos en la historia moral de la humanidad”.

“Agreguemos que nuestro tiempo ha introducido en la teorización de las pasiones políticas, dos novedades que no dejan de avivarlas singularmente. La primera es que, hoy, cada una de ellas pretende que su movimiento se halla conforme al «sentido de la evolución», al «desarrollo profundo de la historia». Se sabe que todas las pasiones actuales, sean de Marx, del señor Maurras o de H. S. Chamberlain [ideólogos socialista, nacionalista y nazi, respectivamente] han descubierto una «ley histórica» según la cual su movimiento no hace otra cosa que seguir el espíritu de la historia y debe necesariamente triunfar, mientras que su adversario contraviene dicho espíritu y no podría obtener más que un triunfo ilusorio. Esa no es sino la antigua voluntad de tener al Destino de su parte, disfrazada ahora bajo forma científica. Y esto nos conduce a la segunda novedad: la pretensión que hoy tienen todas las ideologías políticas de hallarse edificadas sobre la ciencia, de ser el resultado de la «estricta observancia de los hechos»”.

“Estas pasiones me parecen poder referirse a dos voluntades fundamentales:

1- La voluntad de un grupo de hombres de echar mano (o mantenerla) sobre un bien temporal: territorio, bienestar material, poder político, con las ventajas temporales que comporta.
2- La voluntad de un grupo de hombres de sentirse como particulares y distintos con relación a los demás hombres.

Puede decirse, además, que se refieren a dos voluntades, una de las cuales busca la satisfacción de un interés, y la otra de un orgullo. Estas dos voluntades entran en las pasiones políticas, según relaciones muy diferentes, según la pasión que encaran” (De “La traición de los intelectuales”-Efece Ediciones-Buenos Aires 1974).

La idea de encuadrar nuestras acciones bajo los requerimientos de las leyes naturales, es una idea aceptable y coherente. Sin embargo, no habremos adelantado gran cosa si partimos de leyes falsas, o leyes mal descriptas por el hombre, o bien si partimos de leyes irrelevantes respecto de las actitudes y de las posibles decisiones humanas.

Podemos afirmar actualmente que el sentido del universo implica una tendencia hacia mayores niveles de complejidad-consciencia. La autoconsciencia del universo es precisamente la vida inteligente. De ahí que queda a nuestro criterio la forma de adaptarnos de la mejor manera a esa tendencia.

Afortunadamente, desde el conocimiento proveniente de la Psicología Social, podemos decir que sólo debemos elegir una entre las cuatro componentes afectivas posibles que dan forma a nuestra actitud característica, es decir, amor, egoísmo, odio y negligencia. Además, debemos elegir una entre las cuatro componentes cognitivas posibles de nuestra actitud característica, es decir, debemos tomar como referencia, para valorar cada nuevo conocimiento, a la propia realidad, a nuestra propia opinión, a la opinión de otra persona o bien a lo que piensa la mayoría.

Como el amor y la verdad van siempre juntos, estaremos en condiciones de compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes, además de considerar a la propia realidad como referencia, tal como lo hace el científico experimental. De esa manera, es posible que nos parezcamos un poco a Mandela y a Gandhi, y así el mundo algo habrá cambiado.

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