martes, 21 de febrero de 2012

La lucha en el mercado

El sistema económico de producción y distribución constituido por el mercado es conocido también como economía capitalista. La denominación de “capitalismo” proviene de uno de sus detractores, Karl Marx, quien sólo veía aspectos negativos en tal proceso. La, en su momento, innovación capitalista, consistió en la promoción del ahorro productivo como el factor más importante del proceso productivo, ya que el progreso económico de una sociedad depende del aumento del capital productivo per capita existente.

Como el capitalismo se “conoce” más por sus detractores que por sus defensores, primeramente consideraremos la versión marxista de dicho sistema. Para simplificar las cosas, supondremos un mercado limitado a tres empresas A, B y C. Estas empresas tienen dueños, que denominaremos A1, B1 y C1, y también tienen empleados, que denominaremos A2, B2 y C2. Según el marxismo, la sociedad capitalista está compuesta por la clase social burguesa, que en nuestro ejemplo estaría constituida por el conjunto de los dueños de las empresas, es decir, (A1 + B1 + C1) y por la clase social del proletariado, es decir, el conjunto de los empleados (A2 + B2 + C2).

Marx afirma que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, por lo que, para que se cumpla su teoría, debe encontrar luchas de clases en todas partes, y si no existen, las inventa y las promueve. De ahí que supone que en el mercado existiría una lucha del grupo de los dueños o burgueses, en contra de los empleados o proletarios. Esa lucha llevaría, a la larga, al empobrecimiento de la clase proletaria y al enriquecimiento de la clase burguesa. Karl Popper expresó:

“El proceso de industrialización no puede ser depauperación; esto es tan evidente como que dos y dos son cuatro. ¿Qué era entonces el tan traído y llevado capitalismo? Era industrialización y producción en masa. La fabricación en serie implica que se produce muchísimo y que por ello muchos más reciben algo. Pues muchos productos necesitan un gran mercado y, por lo tanto, muchos consumidores”.

Desde el punto de vista de Marx, la mayor producción sería consumida por los propios dueños de las empresas, lo que tiene muy poco que ver con la realidad. Esta supuesta injusticia es la que provoca malestar y reacción social. Popper agrega:

“Si el capitalismo conduce con necesidad a la depauperación, entonces aparece la subversión como la única salida posible: la revolución social”.

“Un «capitalismo» en el sentido histórico, en el que Marx empleaba el término, no ha existido nunca en este mundo: nunca ha existido una sociedad con una tendencia inherente en el sentido de la «Ley de depauperación creciente» de Marx o con una dictadura secreta de los capitalistas. Todo esto era y es puro autoengaño”.

“Concedido, la vida al comienzo de la industrialización era enormemente dura. Pero industrialización significaba también productividad creciente y enseguida producción en masa. Obviamente, la producción en masa encontró finalmente su camino también hacia las masas. La interpretación histórica de Marx junto con su profecía no es sólo falsa –es imposible: no se puede producir algo de forma masiva, que según su doctrina esté predestinado para los cada vez menos numerosos ricos capitalistas”.

“Por consiguiente, es un hecho: el capitalismo de Marx es un constructo mental imposible, una quimera. Para destruir esa quimera, la Unión Soviética reunió sin embargo un arsenal de armas sin precedentes hasta la fecha, incluidas armas atómicas, en una magnitud que calculando equivale aproximadamente a 50 millones o todavía más de bombas-Hiroshima. Todo esto para aniquilar un infierno imaginario a causa de su supuesta inhumanidad. Ciertamente, la realidad no era celestial –pero mucho más próxima al cielo que la realidad comunista” (De “La responsabilidad de vivir”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1999).

Es muy importante captar la idea básica asociada a la descripción marxista del mercado por cuanto ha sido una de las ideas más influyentes en la humanidad durante el siglo XX y aún hoy sigue teniendo bastantes adeptos. El marxismo supone que los burgueses necesariamente explotan a los trabajadores por cuanto se quedan con una gran parte de lo que a éstos corresponde por su trabajo. Se supone que el único factor de la producción es el trabajo, ignorándose las materias primas, el capital productivo asociado a maquinarias, los riesgos empresariales que se deben afrontar, la ganancia de los accionistas, etc.

La labor del marxismo es promover la destrucción de una sociedad “injusta y perversa” promoviendo el odio entre sectores. Éste lleva a la revolución, o guerra civil, por lo cual puede considerarse al marxismo como una especie de cáncer social inducido. Sin embargo, el revolucionario piensa que su misión en el mundo es muy importante. Incluso, como “ve” una realidad que no es tal, se siente superior al hombre común, que todavía no es consciente de la “explotación laboral” de la que es víctima. Karl Popper escribió:

“Pero en el tiempo del que ahora estoy hablando (debió ser en 1919 o en 1920) una de las cosas que me sublevaban era la presunción intelectual de algunos de mis amigos marxistas y compañeros estudiantes, quienes, apenas sin excepción, daban por hecho que ellos habían de ser los futuros líderes de la clase obrera. Yo sabía que no poseían aptitudes intelectuales especiales. Todo lo que podían alegar era una cierta familiaridad con la literatura marxista –aunque, por supuesto, no profunda y, ciertamente, no crítica” (De “Búsqueda sin término”-Editorial Tecnos SA-Madrid 1993).

En cuanto a lo que sucede en la realidad es que la empresa A, constituida por (A1 + A2) (dueños y empleados) compite con B (constituida por B1 + B2) y con C (constituida por C1 + C2). La competencia entre empresas tiende a impedir el monopolio y el abuso de aquellas que podrían quedar solas en el mercado. Además, la competencia exige de cada empresa continuas innovaciones para buscar precios más bajos y productos de mayor calidad. En caso de no innovar, corre el riesgo de ser desplazada del mercado por aquellas que sí lo hacen, debido a la pobre fidelidad que tiene el consumidor respecto de las empresas que lo proveen cotidianamente de bienes y servicios.

Si en la empresa A, sus dueños pretenden tener mayores ganancias reduciendo los sueldos de sus empleados, se arriesgan a perder parte de su capital humano, que puede llegar a ser tan valioso como el resto del capital productivo, por lo que tratan de mantenerlo con sueldos elevados o, en general, aceptables. De ahí que “la lucha de clases” sólo existe en la mente de los agitadores de masas, o en casos en que no existe un mercado por no haber una adecuada concurrencia de productores y de consumidores.

También se da el caso en que los propios empleados sean accionistas de las empresas, o que participen indirectamente con sus aportes previsionales como capitalistas de otras empresas. En este caso tendríamos que A1 = A2 y tampoco existirá la lucha de clases.

En una economía de intercambio, no sólo los precios vienen impuestos por el mercado, sino también los salarios de los trabajadores. A la “ley de depauperación” antes mencionada, el marxismo añade la inexistente “ley del salario mínimo” respecto de la cual Ludwig von Mises escribe:

“No hay país capitalista alguno en donde el nivel de vida de las masas trabajadoras no haya mejorado, a lo largo de los últimos cien años, de modo impresionante, pese a las fúnebres profecías de Don Carlos. Hallábanse él y sus seguidores convencidos de que bajo el capitalismo regia la «ley de hierro» salarial, según la cual los jornales no podían jamás superar el mínimo indispensable para la mera supervivencia del trabajador, lo que les hacía concluir que la condición de éste, mientras tal «ley» prevaleciera, jamás podría mejorar”.

“En el fondo, lo que los marxistas venían a decir era que si los salarios subían por encima del aludido límite de mera supervivencia, los obreros se dedicarían a tener más hijos, infantes éstos que, al acceder al mercado laboral, harían bajar otra vez los jornales al mínimo de mera subsistencia de la población obrera”

“Esta idea la tomó Marx de los –indudablemente acertados- descubrimientos biológicos del reino animal que, a la sazón, estaban popularizando investigadores destacados. Pero ello suponía equiparar los obreros a los seres irracionales, a los ratones, digamos, por ejemplo. Si el alimento aumenta, la población de bichos y microbios crece; si, en cambio, las vituallas se les restringen, redúcese su número. Pero los hombres son distintos. Hasta el más obtuso peón, digan lo que quieran los marxistas, busca, además de comida y ayuntamiento carnal, otras satisfacciones. El alza real de los ingresos laborales no sólo incrementa las cifras de población, sino que, además, y ante todo, da lugar a una mejora del nivel general de vida” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Podemos hacer una síntesis de lo que implica la economía de mercado:

Economía de mercado = Trabajo + Ahorro productivo + Innovación + Ética

A pesar de que se trata de un sistema económico cuyos resultados son muy superiores a los logrados por las economías planificadas, sigue siendo tergiversado por la cotidiana y persistente difamación marxista.

El intelectual, para merecer serlo en una forma auténtica, debe ser un buscador de la verdad. De ahí que resulta contradictoria la expresión “intelectual marxista”, ya que, sin los ataques a lo que ellos consideran capitalismo, no queda ninguna justificación para la existencia de tal ideología. Y ello es evidente por cuanto, una vez logrado el poder total, a través de la revolución o vía elecciones, y al producirse la nacionalización de los medios de producción, se llega al capitalismo estatal que esta vez sí tendrá todos los defectos que los marxistas atribuyen injustamente al capitalismo privado.

También se ha tergiversado la historia, lo que no resulta extraño, para combatir al capitalismo de manera más efectiva aún. Ludwin von Mises escribió:

“Una de las mayores falsedades históricas es aquel mito, mil veces repetido, según el cual las mujeres y los niños que acudían a las fábricas anteriormente habían disfrutado de idílica existencia. Cuando, en tropel, las tan mentadas madres acudían al taller, no estaban dejando tras de sí agradables viviendas y bien repletas despensas; se amontonaban en las puertas de los nuevos establecimientos fabriles implorando acceso, precisamente porque la mayoría de ellas no sabía ni siquiera lo que era una cocina; y de poco hubiérale servido tal conocimiento al carecer de cosa alguna cocinable”.

“Fácil es refutar toda esa cháchara acerca de los indescriptibles horrores del capitalismo inicial, consustanciales al mismo, cuando, a través de la revolución industrial inglesa, comenzaba el nuevo sistema a tomar cuerpo, si pensamos que precisamente en tal época, de 1760 a 1830, la población británica duplica su número, lo que indudablemente proclama bien claro que millones de niños –ayer condenados a desaparecer- podían ahora sobrevivir y llegar a la edad adulta”

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