martes, 7 de febrero de 2012

El gobierno de las masas

El fenómeno social conocido como la rebelión de las masas involucra a dos actores principales: el hombre masa y el demagogo. Al establecerse un proceso de identificación entre ambos, implica que el demagogo también es un hombre masa, ya que estará caracterizado por atributos similares. José Ortega y Gasset escribió: “La vieja democracia vivía templada por una abundante dosis de liberalismo y de entusiasmo por la ley. Al servir a estos principios, el individuo se obligaba a sostener en sí mismo una disciplina difícil. Al amparo del principio liberal y de la norma jurídica podían actuar y vivir las minorías. Democracia y ley, convivencia legal, eran sinónimos. Hoy asistimos al triunfo de una hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1985).

Cuando las masas superan numéricamente a los individuos cultos, la democracia se convierte inexorablemente en populismo, estableciéndose el gobierno de las masas. Ello se debe a que surgirán demagogos que harán y dirán las cosas que agradarán a las masas, con las intenciones de captar sus votos para eternizarse en el poder y llegar así a ser protagonistas de la historia. Luego, los políticos opositores, plenamente conscientes de que sólo podrán ganar elecciones si adoptan el lenguaje y la actitud demagógica, permitirán que el sistema populista se vaya consolidando paulatinamente.

Podemos denominar como hombre masa al que siente que sólo tiene derechos, y no obligaciones. Es el que nunca agradece, sino que siempre exige. Espera la tolerancia de los demás, pero es intolerante con los supuestos errores ajenos. Es poco adepto al trabajo y pretende vivir a costa de la sociedad, a través del Estado de bienestar ya que este tipo de Estado es el que tiende a confiscar las riquezas producidas por quienes trabajan para dárselas a quienes no lo hacen.

La democracia, por el contrario, requiere de individuos que piensen prioritariamente en sus deberes, antes que en sus derechos, ya que nuestros deberes son, por lo general, los derechos de los demás. Requiere de individuos que sean agradecidos antes que exigentes, y que tengan la dignidad suficiente como para no esperar ser mantenidos por el resto de la sociedad.

El hombre masa descrito por Ortega y Gasset, tiende a identificarse en muchos aspectos con el típico individuo posmoderno. Armando Roa escribe: “Se podría pensar que todo derecho involucra un deber, pero la posmodernidad maximiza los derechos y en cambio tiene una mirada benévola, comprensiva, silenciosa, para las evasiones de deberes”. Además, advierte “…una entrega abierta al consumismo en cuanto entretenida fuente de placer sin problemas. En este aspecto, el vivir a crédito sustituye la anterior mentalidad moderna de privilegiar el ahorro”.

El relativismo moral tiende a reemplazar los principios morales que en otras épocas recomendaba la religión o la filosofía, para reemplazarlos por simples convenios arbitrarios que se pactan en cada situación. Armando Roa escribe:

“Esta etapa en que nos encontraríamos es la que algunos autores llaman la etapa de la eticidad sin moralidad, en la cual se dejaría de lado la discusión de los grandes principios en que se fundamenta una moral, y se llegaría a un acuerdo en la regulación de las costumbres y también de las acciones profesionales, como las médicas por ejemplo, a base más bien de un mero consenso; a esto se le llama eticidad”. (De “Modernidad y posmodernidad”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1995).

Respecto del populismo, el sociólogo Rubén H. Zorrilla escribió:

“En su fundamento, es la concepción que sitúa en el «pueblo» el origen de la verdad y la legitimidad ética. El «pueblo» -que es la síntesis de la «tierra y la sangre» (lo «telúrico»)- sabe lo que es verdadero y lo que es justo: nunca se equivoca. Para adquirir ese saber inefable hay que ir hacia él, vivir con él, seguirlo en sus intuiciones infalibles. Y para hacer lo «correcto» hay que escucharlo. Es como un oráculo que se requiere, ay, interpretar. El líder (militar, sacerdote, político, intelectual) es el que realiza esa proeza. Por eso deviene inexorablemente en autoritario”.

“Los más distintos populismos (salvo el histórico, que denomino «oligárquico», cuyo símbolo en la Argentina es Facundo Quiroga) reposan en una concepción económica fundada en la noción de reparto o «distribución». Hay que sacar a los que tienen para dar a los que no tienen, por dos razones: porque los que tienen más lo han robado o, en el mejor de los casos, explotado a los que tienen menos (lo que a veces es cierto) y porque hay que ejercer la solidaridad social. Esta posición no admite que los que tienen más hayan creado riquezas antes inexistentes, o que sin su iniciativa y diligencia no hubieran existido. Postula, en cambio, que desde el poder se podrá crearlas”.

“Por lo tanto, el populismo impulsa a la limitación de la propiedad privada y al control político del mercado. Inevitablemente, estas medidas conducen al aumento de las coerciones del Estado y al aumento de sus funciones económicas, así como al control no democrático de la actividad política y la cultura. Tiende hacia el autoritarismo más severo, y, si las condiciones históricas lo permiten, al totalitarismo. Las consecuencias son la disminución del estado de derecho, la inseguridad jurídica, y el aumento de la corrupción en todos los niveles de la vida social, especialmente del Estado, que la sostiene y la propaga” (De “Principios y leyes de la Sociología”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

El proceso democrático funciona como un sistema autorregulado, que produce aceptables resultados, cuando, en el caso de que acceda al poder un partido político que defrauda al pueblo, será desplazado en futuras elecciones por candidatos opositores. Por el contrario, cuando el demagogo tiene suficiente poder como para comprar voluntades y habilidad para mentir, es posible que cada vez logre mayor cantidad de adeptos. Incluso aparece la tendencia a ser imitado por los demás políticos. Si alguien dice la verdad, será rechazado en un proceso eleccionario porque la verdad resulta ser políticamente incorrecta.

En la economía existe un proceso similar cuando el sistema autorregulado del mercado es destruido mediante el proceso inflacionario pasándose de una realimentación negativa (que produce estabilidad) a una realimentación positiva (que produce inestabilidad). Así, en el mercado, una suba de precios tiende a reducirse debido a la existencia de competidores, mientras que en el proceso inflacionario, ante aumentos de precios, vienen los aumentos de sueldos, nuevos aumentos de precios y así sucesivamente.

Los procesos políticos y económicos también pueden ser descriptos en Psicología Social, ya que se repiten en distintas épocas y en diversos países. Si uno lee los detalles del comportamiento demagógico de un líder político de un país, observará que tal descripción se adecua bastante bien a lo que pasa en otras épocas y en otros países. El analista político británico Robert Moss escribió:

“El demagogo llega al poder sobornando al electorado. Promete riquezas fáciles para todos a través de la confiscación de la riqueza privada. Promete terminar con el desempleo mediante la expansión de la burocracia y la máquina impresora de moneda. Nutre su fuerza de la envidia. Desencadena un ponzoñoso odio de clases subrayando las diferencias en riqueza y educación que son inevitables en toda sociedad móvil, es decir, en toda sociedad donde existe lo que se suele llamar movilidad social”.
“Ofrece mitos y no verdades políticas. Busca escapar a la responsabilidad del desastre económico que su programa causa atacando a chivos emisarios. Los chivos emisarios preferidos de nuestro tiempo son, naturalmente, los «especuladores», las empresas multinacionales, la CIA y los EEUU”.

“El demagogo invita a los hombres a preguntar no lo que ellos puedan hacer por el país, sino lo que el país puede hacer por ellos. Compra votos prometiendo que el Estado proveerá a todos con un nivel de vida a que cada cual se sienta con derecho, al margen de todo esfuerzo. Si tiene éxito establecerá una tiranía antes de que el mito se derribe y de que el pueblo se dé cuenta de adónde realmente se lo está llevando”.

“El demagogo es el producto supremo de una sociedad en que un electorado inestable puede, por medio de una votación, subvertir por completo instituciones y convenciones que pueden haber durado siglos enteros. Es a la vez el producto del sistema democrático y su corruptor. El gran Ortega y Gasset hizo la advertencia de que la democracia de masas terminaría produciendo el «hombre masa», un animal parásito lleno de miedo y de desprecio hacia todo lo que sea excepcional, y así aquellos «que no se exigen nada especial» triunfarán por mera aritmética sobre los «que se exigen mucho», y pueden incluso castigarlos por sus esfuerzos”.

“Habrá a la vez una correspondiente pérdida de respeto por las habilidades especiales y por cualquier forma de excelencia. Aquel grito de «somos los dueños ahora» dará como resultado la exaltación de todo lo que es vulgar” (De “El colapso de la democracia”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1977).

El relativismo moral es utilizado como justificación plena de acciones desligadas del respeto a algún principio o a alguna ley. Así, un asesinato no es considerado bueno ni malo, ya que todo depende de quienes sean el autor y la victima. Incluso, luego de algunas guerras civiles, los demagogos promueven investigar y juzgar los asesinatos de un solo bando, el opositor, dando por sentado que la lucha a favor del totalitarismo es una “lucha justa”. Se llega a distinguir entre un “terrorismo bueno” y un “terrorismo malo”. Incluso se excluye de la calidad de terrorista aun al que comete numerosos asesinatos en nombre del pueblo, mientras que se le adscribe tal calificativo al que “crea terror”, como el simple periodista o el intelectual que trata de advertir sobre los peligros que presenta a la población el predominio de los gobiernos totalitarios.

Mientras que el ciudadano común puede sentirse afectado ante el desprecio o la falta de respeto recibido por una, o unas pocas personas, aun siendo valorado por muchas más, el demagogo muestra un excesivo cinismo cuando recibe adulaciones por parte de las masas adeptas siendo totalmente indiferente a las severas críticas del ciudadano no masificado, que es marginado de la sociedad como un enemigo despreciable, a pesar de que desde la demagogia se pregone todos los días la “inclusión social”.

Las crisis económicas surgidas en varios países provienen básicamente del hecho de haber gastado más de lo debido. Resulta ser una proyección desde la sociedad hacia los políticos el hecho de preferir sacrificar el futuro en beneficio del presente, como es el caso de vivir en base a créditos, en lugar de sacrificar el presente en función del futuro, como es el caso del que ahorra e invierte. Como la base del capitalismo es el trabajo y el ahorro productivo (capital), goza de mala reputación tanto en las sociedades de masas como en los políticos que esperan recibir sus votos.

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