martes, 31 de enero de 2012

El odio colectivo

Cuando la democracia se desvirtúa, aparece la demagogia y el populismo. Los demagogos se caracterizan por utilizar la promoción directa y abierta del odio colectivo como medio para lograr el poder político. José Ortega y Gasset escribió: “Es muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante que hacía exclamar a Macauly: «En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos»”. “La demagogia es una forma de degeneración intelectual” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

Podemos sintetizar los principales atributos del demagogo:

1- Promueve el odio colectivo y la división de la sociedad en sectores.
2- Busca metas personales como el poder y la popularidad.

Mientras que el intelectual busca siempre la verdad, el demagogo busca los votos, y el poder ilimitado, a cualquier precio. José Ortega y Gasset escribió: “La misión del llamado «intelectual» es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban”.

Lo habitual en el demagogo es el estímulo del odio entre sectores, tratando de ubicarse del lado del sector mayoritario para tener asegurado el triunfo en futuras elecciones. Herbert Lüthy dijo:

“El odio colectivo es necesariamente impersonal, abstracto, y en él es indispensable el acto mental teorético. Toda la suma heterogénea de sentimientos de malestar que pueden acumularse en situaciones históricas desafortunadas se atribuye al común denominador de una causa exterior culpable de todos los males, a un enemigo colectivo. Se trata entonces de un grupo de «otra especie», una nación, una clase, un sistema de poder que es la encarnación del mal”.

“Cual sea este grupo es cosa que depende de la historia. Pueden ser los judíos, los masones, los jesuitas, los herejes, la nación vecina, los socialistas, los especuladores o los capitalistas. El arte de hacer creer que existe un enemigo común es el arte político de los grandes cabecillas. Cuando una colectividad entera o una fracción importante se encuentran sumidas en dificultades vitales, en una crisis profunda, cuando sufren agitaciones y se va acumulando la materia prima para un estallido de odio carente todavía de objetivo, el hallazgo de un objeto odioso donde descargar el malestar colectivo constituye un hecho capaz de engendrar colectividades y prosélitos. Es mucho más difícil formar y mover a las masas hacia una meta positiva que agruparlas en torno a la bandera de un odio colectivo”.

El ideólogo que estimula el odio entre sectores, por lo general no acepta críticas adversas ya que siempre tiende a justificarse aduciendo los defectos del grupo opositor, fundamento único de sus acciones, de sus ideas y de sus prédicas. Cuando se admira el “éxito” que logra el marxismo a nivel ideológico, pocas veces se tiene en cuenta que destruir es mucho más fácil que construir. Debemos admirarnos del que predica el amor al prójimo exitosamente, antes que de quienes predican el odio con eficacia.

Una de las figuras más influyentes y populares de la Argentina fue Juan D. Perón, quien produjo en la sociedad argentina una gran división. El sector peronista tenía un enemigo unificado bajo el adjetivo de “la oligarquía”. Juan José Sebreli escribió:

“La discusión entre dos ideas distintas, la tolerancia hacia el otro, esencial para hablar de una idea democrática y pluralista, hubiera sido inconcebible en el peronismo, que dividía la sociedad en términos antagónicos, irreconciliables, patria-antipatria, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo, la contraposición entre «nosotros» y «ellos» era constante en el discurso peronista”.

“Perón mismo predicaba la violencia en sus discursos públicos, con una franqueza inusual aun en los grandes dictadores:

“El día que ustedes se lancen a colgar, yo estaré del lado de los que cuelgan” (2/8/46).
“Entregaremos unos metros de piola a cada descamisado y veremos quién cuelga a quién” (13/8/46).
“Con un fusil o con un cuchillo a matar” (24/6/47).
“Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (8/9/47).
“Vamos a salir a la calle una sola vez para que no vuelvan más ellos ni los hijos de ellos” (3/6/51).
“Distribuiremos alambres de enfardar para ahorcar a nuestros enemigos” (31/8/51). “Compañeros, cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si ello fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (7/5/52).
“Vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo” (16/4/53).
“Hay que buscar a esos agentes y adonde se encuentren colgarlos de un árbol” (16/4/53).
“Eso de la leña que ustedes me aconsejan ¿porqué no empiezan ustedes a darla?” (16/4/53).
“Aquél que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades puede ser muerto por cualquier argentino (…) Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos (…) Que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que los hayamos aniquilado y aplastado (31/8/55)”. (De “Crítica de las ideas políticas argentinas”-Juan José Sebreli-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2004).

Siguiendo las insinuaciones de quemar, sus seguidores incendiaron varios templos cristianos (católicos) lo que no resultó extraño dada la diferencia esencial existente entre el amor colectivo predicado por Cristo y el odio colectivo predicado por los demagogos. También es oportuno mencionar que Perón promovió el accionar de los grupos guerrilleros de izquierda en la década de los 70, aunque luego de “usarlos”, los rechazó. De alguna manera trató de materializar la guerra civil que venia gestando desde sus primeras presidencias. Con el revisionismo histórico impulsado por las autoridades nacionales vigentes, no es de extrañar que Perón sea considerado como un héroe nacional a la misma altura que San Martín, ya que, en la Argentina, todo es posible.

Si bien el demagogo es el principal factor impulsor del odio colectivo, ello no implica que todo sector opositor quede excluido de culpa ante un accionar fuera de la ley. No debemos comparar a un demagogo con la oposición y de ahí aclamar a ésta como la que está exenta de todo defecto. Debemos, por el contrario, comparar la acción del demagogo con la acción acorde a la ética elemental, y luego, debemos comparar la acción del opositor con esa misma referencia, para salir del círculo vicioso de la interminable disputa entre dos bandos en conflicto.

Con el auge de los medios masivos de comunicación, se ha llegado al extremo de que todo lo negativo del hombre sea estimulado con fines políticos. Las tendencias políticas basadas en el odio, por lo general concentran sus esfuerzos en la destrucción y en la difamación del enemigo, sin apenas concentrarse en promover la sociedad que anhelan, que muchas veces ni siquiera es posible su existencia. En el caso del marxismo, la lucha consiste en destruir la sociedad capitalista para, seguidamente, estatizar los medios de producción. Se supone que, una vez destruida la “clase social incorrecta”, surgirá la paz, la armonía y la felicidad por cuanto ya “no existirá el Mal”. Herbert Lüthy dijo:

“Como el odio es un sistema intelectual y su provocación es una empresa premeditada, todo intelectual –restituyendo a esta palabra la honorabilidad que le corresponde- debe comprometerse, primero, a rechazar la llamada del odio y, segundo, a emprender la lucha, en lo que alcancen sus medios y recursos, contra los logreros del odio. Con esto quiero decir que estamos obligados a pedir explicaciones a esos profetas y viajantes del odio sea donde sea, no preguntándoles por el objeto de su odio y de su denuncia –sobre esto son muy elocuentes- sino qué quieren concreta y positivamente; no contra quién, sino a favor de qué se apasionan. Entonces, casi siempre se desconciertan” (De “El odio en el mundo actual” de Alfred A. Häsler-Alianza Editorial SA-Madrid 1973).

En alguna parte del Apocalipsis, se dice que “las estrellas caerán…”, simbolizando, no un fenómeno astronómico, sino un deterioro ético significativo, tal la prédica masiva, abierta y desinhibida, del odio colectivo, y su masiva aceptación como “una variante” de las formas tradicionales de hacer política. Herbert Lüthy dijo: “Incluso en Europa los predicadores del odio se han convertido en los profetas de la nueva época para toda una juventud universitaria y escolar. Estoy pensando en Ernesto Che Guevara, cuyo último manifiesto fue un himno al «odio implacable de los desheredados», «al odio que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar»”.

El Che Guevara predicaba también con su ejemplo, ya que asesinó con su propia arma a unos 216 hombres, además de ordenar a sus subalternos más de 1.500 fusilamientos. Nicolás Márquez escribió: “Vale destacar que ninguno de estos crímenes se produjo en el marco de enfrentamientos armados, sino que estamos hablando de ejecuciones a sangre fría, la mayoría sin el trámite protocolar del «juicio sumarísimo» y muchos de ellos contra víctimas de su propia tropa” (De “El canalla”-Nicolás Márquez-Buenos Aires 2009).

Guevara mostraba que, efectivamente, era lo que predicaba; “una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. De todas formas, difería bastante de sus camaradas por cuanto, con sinceridad, mostraba sus intenciones, algo que cuesta encontrar en los demás marxistas. Herbert Lüthy dijo:

“Parece que precisamente entre los intelectuales, quizá como compensación de cierta anemia en su vida cotidiana, se desarrolla una especie de ansia de sensaciones fuertes y, particularmente, una inclinación irresistible por predicar la violencia en nombre de los humillados y ofendidos. En nombre propio, claro, no pueden”.

“El proletariado había desilusionado al revolucionario intelectual; y ahora éste pone su esperanza en los «subdesarrollados» y vuelve de nuevo a engañarse. Hay un problema propio del intelectual, del sociólogo y del filósofo que quisiera lanzarse a la política y que tiene sed de acción; es decir, que podrá intervenir sólo en calidad de delegado al que nadie le ha conferido la delegación”.

La prédica del amor es el antídoto natural contra el odio, de ahí que toda religión que lo predique, como es el cristianismo, resulta ser un objetivo a destruir. De ahí la frase de Marx: “La religión es el opio de los pueblos”, a lo que Herbert Lüthy le responde: “El odio es el opio del pueblo. No se puede luchar contra el opio, pero sí contra los traficantes, contra el tráfico de opio. Es lo único que está en nuestro poder”.

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