viernes, 2 de diciembre de 2011

Teilhard vs. Monod


Desde el punto de vista científico, se considera que las distintas especies estudiadas por la biología, incluyendo al hombre, han surgido bajo un proceso en el cual el azar aparece como elemento esencial para la diversidad biológica, ya que tanto las mutaciones como la mezcla sexual están asociadas a procesos fortuitos. De ahí que muchos suponen que no tiene sentido hablar de una finalidad de la vida, ni tampoco de la humanidad, implícitas en el propio orden natural.

Si la vida humana no tuviese sentido, implica que da lo mismo ir en una dirección que en la opuesta, lo cual derivaría en una causa de conflictos permanentes y un dudoso progreso de la humanidad, ya que no habría meta objetiva por alcanzar ni referencia alguna para crecer. Además, ello implica que es el hombre mismo quien debería decidir las metas a lograr, lo que implica a la larga el gobierno del hombre sobre el hombre. Claude Tresmontant escribió respecto de las filosofías del sinsentido:

“Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución” (De “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1966).

No todo proceso en el que interviene el azar lleva al sinsentido. Así, podemos considerar como ejemplo el proceso de fabricación de resistencias eléctricas (que se utilizan en los circuitos electrónicos) con costos reducidos. Para lograr una producción con una gran variedad de valores óhmicos posibles, se emplea el método de generación al azar y posterior selección. Así, se fabrica una gran cantidad de resistencias con valores óhmicos aleatorios, lo cual resulta relativamente fácil de lograr. Luego, con un instrumento de medición, se seleccionan los valores comerciales estandarizados y se los ubica en contenedores apropiados, desechando los que están lejos de los valores buscados. Esto significa que se ha logrado, por selección, establecer cierta finalidad y cierto orden, tal el logro de las resistencias requeridas.

Puede establecerse una analogía respecto a la generación de variedades animales y vegetales. Mediante las radiaciones cósmicas, por ejemplo, se altera, al azar, una parte del código genético que viene en las moléculas de ADN. Luego, el propio medio en donde la vida se desarrolla, aceptará el cambio (si produce una mejora adaptativa) o lo rechazará si empeora (respecto de las generaciones anteriores). De ahí que es posible hablar de cierta finalidad en este proceso, tal la de lograr mayores niveles de adaptación.

El error, bastante frecuente, consiste en asociar toda ausencia de finalidad a lo que es producido por el azar, pudiéndose denominar a este proceso como “creación indirecta” (evolutiva) en contraste con la “creación directa” (como supone la Biblia). Así como el fabricante de resistencias tenía prevista una finalidad deseada, podemos decir que el propio orden natural ha “previsto” el logro de la mejora adaptativa de la vida. Claude Tresmontant escribe:

“Toda la obra científica de Teilhard puede caracterizarse como un esfuerzo para leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la Evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el método científico solamente, generalizando así, en el dominio del fenómeno espacio-temporal total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber, en psicología, por ejemplo, como ya hemos dicho”.

Cuando el hombre realiza una mejora tecnológica (en medicina, en comunicaciones, etc.) establece un medio adicional que permite lograr una mejor adaptación a la vida cotidiana. Sin embargo, hubo varios inventos (que pronto fueron olvidados) que tenían poca utilidad respecto de la mejora mencionada. En cierta forma, el avance tecnológico, desde un punto de vista social, está supeditado a la creación no planificada y a la selección social posterior.

También las propuestas culturales pueden aparecer de esa forma, ya que, con el tiempo, se aceptan o se rechazan según la aparente mejora, o no, que produzcan en la sociedad. La humanidad, en general, rechaza el incesto, la poligamia, etc., principalmente por haberlo experimentado algunas veces y haber comprobado sus resultados poco favorables. De ahí que, quienes adhieren al relativismo moral, pareciera, buscan volver a instalar propuestas que fueron rechazadas en el pasado.
La ley ética, que proviene de la religión, de la filosofía o de la ciencia, puede ser una síntesis de propuestas “al azar” que fueron probadas en el pasado y que fueron “seleccionadas” por la sociedad y luego establecidas como mandamientos por el profeta, o como sugerencia por el filósofo o el científico social, para que adquieran una mayor difusión y generalidad.

Si el sufrimiento es una medida del grado de desadaptación del hombre respecto del orden natural, el principio de la tendencia a lograr estados de mayor felicidad no es otra cosa que la tendencia a lograr mayores niveles de adaptación. La tendencia hacia el logro de tales niveles puede contemplarse además como una tendencia hacia el logro de mayores niveles de complejidad. Lo interesante, en este caso, es que en esta tendencia aparece la materia inorgánica como el primer eslabón de una secuencia que termina con la aparición de la vida inteligente. Joël de Rosnay escribió:

“Teilhard de Chardin sostiene que la materia del Universo está organizada en una larga cadena de complejidad creciente. La cadena comienza con las partículas elementales, sigue con los átomos, las moléculas, las células y los organismos individuales; se extiende finalmente a los agrupamientos complejos constituidos por las sociedades humanas. En cada nivel de complejidad se encuentran los elementos constructivos a partir de los cuales se forma el siguiente, más complejo. Aparentemente Teilhard de Chardin fue uno de los primeros en subrayar que esta clasificación por orden de complejidad creciente corresponde también a una clasificación cronológica” (De “Qué es la vida”–Salvat Editores SA-Barcelona 1993).

Respecto de la asignación, o no, de un sentido, o de una finalidad, del universo, aparecen dos libros representativos de ambas posturas, tales los casos de “El fenómeno humano” de Pierre Teilhard de Chardin y “El azar y la necesidad” de Jacques Monod. Acerca de ellos, Christian de Duve, Premio Nobel de Medicina, escribió:

“Podría parecer que he optado por Teilhard en contra de Monod, pero no es así; científicamente me siento mucho más cerca de Monod que de Teilhard. Sin embargo, he optado a favor de un universo con sentido en oposición a uno que no lo tenga. No porque quiero que así sea, sino porque así interpreto la evidencia científica disponible, que incluye mucho de lo que fue conocido por Monod, quien sabía mucho más que Teilhard”.

“Monod subrayó la improbabilidad de la vida y la mente y el papel preponderante del azar en su surgimiento, y por ende la falta de designio en el universo, su absurdo y su carencia de sentido. La manera en que interpreto los mismos hechos es diferente. Le doy el mismo papel al azar, pero actuando dentro de un conjunto tan estricto de restricciones que obligatoriamente debe producir la vida y la mente, no una sino muchas veces. A la famosa frase de Monod «El universo no estaba preñado con la vida, ni la biosfera con el hombre», yo respondo: «Falso. Sí lo estaba»”.

“He enfrentado dos personalidades paradigmáticas. Monod y Teilhard; dos filosofías, una representativa del absurdo y la otra del sentido. Cada uno de nosotros debe escoger por su cuenta”.

“Teilhard, el jesuita devoto, quien deseaba con todas sus fuerzas descubrir una evidencia objetiva que sustentara su fe. Monod, el existencialista orgullosamente desesperado, deseaba con igual pasión que el mundo viviente apoyara su sentimiento de aislamiento y absurdo” (De “Polvo vital”–Editorial Norma SA-Bogotá 1999).

En cuanto al azar en biología, el astrofísico Hubert Reeves escribió:

“El lector de Monod habrá notado hasta qué punto mi visión de los acontecimientos difiere de la suya. Es una cuestión de interpretación. Los hechos los aprendo de los biólogos. Han sido adquiridos por medio de una tecnología científica que presenta todos los caracteres de la objetividad. Pero la interpretación de los hechos procede de la persona entera, comprendida su lógica, sus emociones, sus pulsiones, sus vivencias anteriores. Implica a la vez a la observación y al observador. A ese nivel, no es «objetiva». Cada persona tiene la suya, que conviene respetar, pero no forzosamente adoptar. Para Monod, el papel esencial del azar en la evolución biológica prueba la ausencia de una «intención» en la naturaleza. En ese sentido, denuncia como ilusoria la antigua alianza del hombre con el universo. El hombre es un accidente del trayecto, en un cosmos vacío y frío. Es un hijo del azar. Cierto. Pero del «azar controlado». Quitémonos el sombrero ante la naturaleza que ha dominado al «azar» para hacer de él un admirable aliado.” (De “Paciencia en el azul del cielo”–Ediciones Juan Granica SA-Barcelona 1982).

En épocas pasadas, el debate filosófico estaba centrado en el espiritualismo en oposición al materialismo, que derivaba luego en la oposición aparente entre religión y ciencia. Desde hace un tiempo a esta parte, a partir del conocimiento aportado por las distintas ramas de la ciencia experimental, el debate se establece entre la aceptación, o no, de la existencia de un orden natural que admite cierta finalidad aparente. No interesa tanto saber de qué está hecho el universo (materia o espíritu) sino de cómo funciona y, sobre todo, de cuál es el papel del hombre en el mismo.

Quien acepta la existencia de un orden natural, y una finalidad aparente, tratará de lograr una adaptación al mismo planteando su vida en función de tal finalidad. Quien no lo acepta, es posible que trate de inventar un “sentido artificial” para su propia vida y para la sociedad en que vive. La primera postura resulta compatible con la religión, mientras que la segunda se identifica mayormente con las tendencias totalitarias.

Al suponerse que el universo carece de sentido, o finalidad, se rechaza todo argumento religioso, mientras que al suponerse que el orden natural requiere de un ser superior que lo modifique según las necesidades y los pedidos humanos, se rechaza todo argumento científico. De ahí la interesante postura de Teilhard de Chardin que, como científico y como religioso, no rechaza ninguna de las dos posturas, proponiendo una síntesis que no difiere demasiado del deísmo o religión natural. Fuera de esta visión del universo y del hombre, será imposible lograr puntos de vistas coincidentes y el definitivo entendimiento entre ciencia y religión y de las religiones entre sí.

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