domingo, 2 de octubre de 2011

Enfermedad inducida socialmente



Para tener presente la forma en que la sociedad puede afectar la salud individual de algunos de sus integrantes, podemos partir de una relación matemática, propuesta por William James, asociada a la descripción de la autoestima:

Autoestima = Éxitos / Pretensiones

Esto implica que mayor será nuestra autoestima en cuanto mayores sean los logros personales obtenidos, y se reducirá en cuanto mayores sean nuestras pretensiones, ambiciones o deseos.

Tanto las pretensiones, como la valoración de nuestros logros, dependerán bastante de cierta escala de valores predominante en la sociedad; de ahí un indicio de que nuestra autoestima dependerá indirectamente del medio social. Luego, la reducida autoestima será una posible causa de conflictos psicológicos, que significarán también enfermedades del propio cuerpo.

Con la fórmula anterior podemos describir también la modestia de muchos científicos, suponiendo que han tenido elevadas pretensiones o ambiciones de lograr nuevos conocimientos, obteniendo éxitos reducidos. Además, hay muchos que sienten una excesiva autoestima por cuanto se imponen metas intrascendentes desconociendo totalmente los grandes planteos del pensamiento humano. De ahí que la soberbia vaya asociada generalmente a la ignorancia.

También podemos optimizar la autoestima de una persona sugiriéndole “hacer pequeño el denominador”. Ello implica que no debe establecer proyectos inalcanzables, o difíciles de alcanzar. Tan sólo debemos elegir una dirección a seguir sin imponernos metas concretas. De ahí que Cristo dijo: “A cada día le baste su propio afán”. Si tenemos en la mente la imagen del hombre como un ser inteligente, que es capaz de indagar la información asociada a todo el universo, posiblemente veamos a los todos los seres humanos como individuos importantes y trascendentes, y así mejorará nuestra propia valoración.

Quien quiera reducir nuestra autoestima, no nos preguntará por los éxitos que hemos logrado, sino por aquellos que no hemos alcanzado. Esto pasa también cuando alguien desea hacernos sentir fracasados por no lograr los éxitos ambicionados por la mayor parte de la sociedad, o por no lograrlos en el tiempo impuesto por los demás. La notoria reducción de la autoestima lleva a muchas personas a estados depresivos. Hay quienes tienen “habilidad”, a partir de ironías y de burlas encubiertas, de hacer que otros comiencen a agredirse internamente, buscando que la “destrucción” sea más efectiva.

La depresión tiene entre sus posibles causas la existencia de una reducida autoestima del individuo. Lars Fredén escribió:

“Todas las clases de depresión tienen sus raíces en la pérdida de la autoestima, que puede llevar a que los impulsos agresivos se vuelvan hacia adentro”.

“La depresión es la expresión emocional del ego, de su desamparo y su impotencia. Es el resultado de la brecha entre un intenso deseo de ser valorado y amado, de ser fuerte, seguro y bueno, y el percatarse, de manera real o imaginaria de que estas metas son inalcanzables. La depresión ocurre cuando somos incapaces de vivir a la altura de nuestros propios ideales del ego. Esto sucede porque hemos puesto esas metas demasiado alto y en ocasiones porque la situación social ha cambiado” (De “Aspectos psicosociales de la depresión”-Fondo de Cultura Económica-México 1986).

En cuanto a la persona que tiene defensas adecuadas contra la depresión, Lars Fredén agrega:

“La autoestima se engendra con un sentimiento de dominio sobre nuestras acciones: el propio valor adquirido así, no se tambalea fácilmente por alteraciones temporales. Sin embargo, si la autoestima de un individuo está radicalmente reducida, le resultará difícil actuar, se volverá pasivo. Una conciencia fuerte y estable del propio valor es un elemento poderoso en la defensa contra la depresión”.

Además de la dosis de autoestima necesaria para la acción cotidiana, el individuo debe disponer de un adecuado sentido de la vida, que orientará sus pensamientos y sus acciones. Ambos aspectos del comportamiento individual están relacionados, por lo que Lars Fredén escribe: “En las raíces de la mayor parte de las depresiones está una sensación de que la vida carece de significado”. Si no se tiene un definido sentido de la vida, tampoco será fácil definir objetivos o metas, y tampoco será posible lograr éxito “cumpliendo” metas inexistentes.

Respecto de la ausencia de un sentido de la vida, o vacío existencial, Víktor E. Frankl escribió:

“Cuando se me pregunta cómo explico la génesis de este vacío existencial, suelo ofrecer la siguiente fórmula abreviada: Contrariamente al animal, el hombre carece de instintos que le digan lo que tiene que hacer y, a diferencia de los hombres del pasado, el hombre actual ya no tiene tradiciones que le digan lo que debe ser. Entonces, ignorando lo que tiene que hacer e ignorando también lo que debe ser, parece que muchas veces ya no sabe tampoco lo que quiere en el fondo. Y entonces sólo quiere lo que los demás hacen (¡conformismo!), o bien, sólo hacer lo que los otros quieren, lo que quieren de él (totalitarismo)” (De “Ante el vacío existencial”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Entre las causas que promueven los estados depresivos tenemos la promoción de la competencia contra los demás en lugar de “competir” con uno mismo a través de la superación cotidiana en cualquier actividad. Ello se debe a que no sólo debemos estar preparados para el éxito sino también para el fracaso. Lars Fredén escribió:

“La gente a la que se ha inculcado durante la infancia la importancia del triunfo, de apuntar alto en términos de trabajo, está más propensa de deprimirse en un marco social que proporciona medios deficientes de llenar esas aspiraciones”.

Como en otros casos, llegamos a la conclusión de que el individuo debe abandonar su actitud competitiva, para no perjudicarse ante el fracaso y para no perjudicar a otros en el éxito. Debe tratar de fundirse en lo social tratando de destinar sus pensamientos a los demás y no tanto a él mismo. Víktor E. Frankl escribió:

“En el servicio a una causa o en el amor a una persona, se realiza el hombre a sí mismo. Cuanto más sale al encuentro de su tarea, cuanto más se entrega a su compañero, tanto más es él mismo hombre, y tanto más es sí mismo. Así pues, propiamente hablando sólo puede realizarse a sí mismo en la medida en que se olvida a sí mismo, en que se pasa por alto a sí mismo”.

Podemos decir que el propio orden natural nos impone un sentido óptimo de la vida y que ese sentido aparente nos induce a establecer una actitud cooperativa respecto de los demás integrantes de la sociedad. Toda desviación, personal o colectiva, a ese sentido objetivo impuesto, se traducirá en sufrimiento, siendo éste una medida de nuestra desadaptación al orden natural. Víktor E. Frankl escribió:

“El sentido no sólo debe sino que también puede encontrarse, y a su búsqueda guía al hombre la conciencia. En una palabra, la conciencia es un órgano del sentido. Podría definírsela como la capacidad de rastrear el sentido único y singular oculto en cada situación”.

Para sentirnos bien y para hacer sentir bien a los demás, debemos tener presente la sugerencia de Wolfgang Goethe: “Si tomamos a los hombres tal y como son, los haremos peores de lo que son. En cambio, si los tratamos como si fuesen lo que debieran ser, los llevaremos allí donde tienen que ser llevados”.

No debemos olvidar que el proceso de adaptación social implica prueba y error, o intento y fracaso, al que siempre estará asociado algún tipo de sufrimiento o decepción. Si se trata que el niño, o el adolescente, no sufran en ninguna ocasión, se los perjudicará por cuanto se les quitará uno de los medios que posibilitará el crecimiento personal. Si, además, se les inculca cierto espíritu competitivo, en lugar de cooperativo, como hábito para sus vidas, se completa un tipo de educación bastante deficitario.

El premio o el castigo social, implican dos formas extremas de favorecer o impedir ciertas conductas individuales. Si la sociedad premia, o es indiferente, a las actitudes que provocarán resultados indeseados, la sociedad estará perjudicando al individuo que posee tales actitudes. Una de las causas de la creciente violencia urbana proviene del estímulo que la sociedad, a través de las leyes, produce sobre los menores delincuentes al otorgarles la no imputabilidad por los delitos que cometen.

Donde puede observarse notoriamente la influencia que la sociedad proyecta sobre el individuo, está en el caso del suicidio. Tal hecho, que parece ser algo estrictamente personal e individual, tiene también una importante influencia del medio social. Emile Durkheim escribió:

“Cada grupo social tiene realmente por este acto una inclinación colectiva que le es propia y de la que proceden las inclinaciones individuales; de ningún modo nacen de éstas. Lo que la constituye son esas corrientes de egoísmo, de altruismo y de anomia que influyen en la sociedad….Son estas tendencias de la sociedad las que, penetrando en los individuos, los impulsan a matarse”.

“La religión protege al hombre contra el deseo de destruirse,…lo que constituye la religión es la existencia de un cierto número de creencias y de prácticas comunes a todos los fieles, tradicionales y, en consecuencia, obligatorias. Cuanto más numerosos y fuertes son estos estados colectivos, más fuertemente integrada está la comunidad religiosa y más virtud preservativa tiene” (De “El suicidio”-Schapire Editor-Buenos Aires 1971).

Resulta evidente que la sociedad presenta una especie de actitud característica colectiva que, en caso de etapas de crisis moral, influirá negativamente en todo individuo. George Ritzer escribió:

“Las «actitudes» colectivas, o corrientes sociales, varían de una colectividad a otra y en consecuencia producen variaciones en las tasas de ciertos comportamientos, entre ellos el suicidio. Igualmente, si estas «actitudes» colectivas cambian, se producen variaciones también en las tasas de suicidio” (De “Teoría Sociológica Clásica”-McGraw-Hill de España SA-Madrid 1995).

Todo parece indicar que la mejora sustancial de la sociedad provendrá finalmente de una mejora en la mentalidad generalizada de la misma, cuando las actitudes individuales de los mejores y más influyentes logren mejorarla y así ese cambio producido mejorará las actitudes de los peores y de los menos influyentes. En las etapas de crisis severas, parece ser que los peores son los más influyentes. Al menos el principio del camino hacia una solución parece estar claro.

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