domingo, 11 de septiembre de 2011

La destrucción creativa



Cuando hablamos de la “supervivencia del más apto”, surge la creencia de que es un concepto originado en el ámbito de la biología y que luego pasó a formar parte de las ciencias sociales. Sin embargo, es oportuno recordar que el propio Charles Darwin se inspiró, para su fundamental trabajo de investigación, en las ideas de un economista. Edmund Conway escribió:

“En 1838, Darwin, inspirado por los escritos de Thomas Malthus, imaginó un mundo en el que los ejemplares más aptos sobrevivían y podían evolucionar en especies nuevas, más sofisticadas y mejores. «Tenía por fin», escribió, «una teoría por la cual trabajar». Y cuando se las observa con atención, las fuerzas que dan forma al mundo natural y a la economía del libre mercado se revelan asombrosamente similares” (De “50 cosas que hay que saber de economía”-Editorial Planeta SAICF-Buenos Aires 2011).

La destrucción creativa, como una característica de la economía de mercado, está asociada principalmente a la innovación, ya sea tecnológica, comercial, financiera o de otro tipo. Como ejemplo de innovación tecnológica podemos mencionar la introducción en el mercado de la máquina de vapor perfeccionada por James Watt. Con su exitosa innovación, se suplanta en poco tiempo a la antigua, y mucho menos eficaz, máquina de vapor de Thomas Newcomen. El progreso (creación) trae aparejado indefectiblemente la destrucción de lo que ha de quedar obsoleto. Joseph A. Schumpeter escribió:

“La apertura de nuevos mercados, extranjeros o nacionales, y el desarrollo de la organización de la producción….ilustran el mismo proceso de mutación industrial −si se me permite usar esta expresión biológica− que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos. Este proceso de destrucción creadora constituye el dato de hecho esencial del capitalismo. En ella consiste en definitiva el capitalismo y toda empresa capitalista tiene que amoldarse a ella para vivir” (De “Capitalismo, socialismo y democracia”-Tomo I-Ediciones Folio-Barcelona 1996).

La empresa que pretende mantener cierto porcentaje de ventas en determinado mercado, o que pretende aumentarlo, debe necesariamente realizar inversiones a fin de lograr algún tipo de innovación. De lo contrario, es posible que vaya perdiendo paulatinamente la posición detentada, incluso hasta una posterior salida del mismo. Así como la ley de la oferta y la demanda establece el factor esencial del proceso autorregulado de la economía libre, la innovación resulta ser la búsqueda prioritaria a la que apunta toda la capacidad creativa del empresario. Enrique Mandado Pérez escribió:

“La innovación es un concepto considerado por primera vez por Schumpeter en la década de 1930, que comprende un conjunto de actividades entre las que cabe citar:

a) La introducción en el mercado de un nuevo bien con el cual los consumidores no están familiarizados.
b) La introducción de un nuevo método de producción basado en un descubrimiento científico.
c) Una nueva forma de tratar comercialmente un producto terminado.
d) La creación de un nuevo mercado en un país, tanto si ya existe como si no existe en otro.
e) La conquista de una nueva fuente de materias primas o de productos semielaborados.
f) La implantación de una nueva estructura en un mercado (De “Tecnología e Innovación”)”.

Mientras que la creatividad de la empresa es un requisito de supervivencia en una economía de mercado, el sometimiento a una planificación estatal previa es la garantía de la subsistencia de una empresa en una economía socialista. La creatividad de muchos da mejores resultados que la creatividad de un reducido grupo de planificadores (que por lo general son políticos antes que empresarios). Andrei Sajarov escribió:

“La comparación de los logros de la URSS en el campo de la ciencia, la técnica y la economía, con los obtenidos por los países extranjeros lo demuestra con toda claridad. No es casualidad que hayan sido realizados en otros países todos los hallazgos importantes de la ciencia y de la técnica modernas: la mecánica cuántica, las nuevas partículas, la fisión del uranio, el descubrimiento de los antibióticos y de la mayoría de los nuevos preparados farmacéuticos de alta efectividad; la invención del transistor, de las calculadoras electrónicas y del rayo láser; la generación de nuevas especies vegetales de gran rendimiento agrícola, el descubrimiento de la «revolución verde» y la creación de una nueva tecnología en la agricultura, la industria y la construcción” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

Así como el proceso de evolución de las especies puede darse a través de una adaptación sin violencia, sólo establecida mediante mejoras evolutivas paulatinas, el proceso de la destrucción creativa no necesariamente implica violencia. A pesar de ello siguen apareciendo expresiones como las de Lester Thurow, quien escribió: “Desplazar a otros del mercado para llevar sus ingresos a cero arrebatándoles sus oportunidades de ganancia es en lo que consiste la competencia”.

Debemos tener presente que lo que se busca en un proceso de adaptación es la mejora individual y no el empeoramiento del adversario. Se busca la adaptación antes que el triunfo propio o la derrota adversaria. Una forma “civilizada” de desempeño en el mercado consiste en aceptar el logro de un determinado porcentaje del mercado total, suponiendo que otras empresas participarán con otros porcentajes, sin que ninguna deba dejar de producir para alejarse así del mercado. Alberto Benegas Lynch (h) escribió:

“En no pocas oportunidades se recurre a expresiones metafóricas para aludir a la competencia utilizando términos propios de la contienda bélica. Este uso metafórico repetido y sin explicación, finalmente se toma como de uso literal, extrapolando directamente la guerra a la competencia. Este traslado impropio de términos resulta sumamente peligroso puesto que desdibuja la naturaleza del proceso competitivo en el que no hay lesiones de derechos y, donde, por definición, se excluye el fraude y la violencia. La competencia simplemente indica cuáles son las empresas mejores para prestar específico servicio o para producir determinado bien. Los recursos de las empresas no exitosas se liberan para ser asignados a otros campos. No hay en este proceso aniquilación alguna, se trata de utilizar mecanismos −en este caso los precios− para dar el mejor destino a cada uno de los factores productivos según sean los cambiantes gustos y preferencias del público consumidor” (De “Socialismo de mercado”-Ameghino Editora SA-Rosario 1997).

La competencia capitalista, por la cual existen vencedores y perdedores entre las empresas, es una competencia similar a la existente en política, en donde existen vencedores y perdedores entre los partidos políticos. Así, las empresas ganadoras son las que reciben más compras diarias al igual que los partidos políticos ganadores son los que reciben mayor cantidad de votos en las urnas. Es por ello que se asocia la libertad individual a la democracia y al capitalismo, en oposición al totalitarismo y al socialismo.

El buen empresario se propone mejorar la calidad de sus productos y aumentar su productividad, para afrontar la competencia del mercado. El buen político se prepara para administrar el Estado en forma eficiente. Ninguno de ellos necesita del otro, excepto por el buen cumplimiento de sus funciones. Por el contrario, el mal empresario, que sólo piensa en sus ganancias, y nunca en mejorar sus productos y sus precios, necesita de las acciones que en el Estado realizará el mal político. Este es uno de los orígenes de la corrupción del Estado intervencionista, encargado de hacer sobrevivir a la empresa ineficiente a costa de los medios económicos escasos que pertenecen a toda la población.

En las economías socialistas, es difícil la estimación o el cálculo de la productividad empresarial, ya que sólo se dispone de la información parcializada brindada por el Estado (encargado de la producción). Sin embargo, en algunos casos se pudieron hacer estimaciones comparativas. Alan Greenspan escribió:

“Los experimentos controlados casi nunca suceden en economía. Pero no podría haberse creado uno mejor que los de las Alemanias Occidental y Oriental aunque se hubiera probado en un laboratorio. Los dos países partieron con la misma cultura, el mismo idioma, la misma historia y el mismo sistema de valores. Después, durante cuarenta años, compitieron en lados opuestos de una línea, con muy poco comercio entre sí. La principal diferencia sometida a prueba eran sus sistemas político y económico: capitalismo de mercado contra planificación central”.

“Los expertos habían estimado que el PBI per cápita de Alemania del Este era el 75 al 85 por ciento del de Alemania Occidental. A mí me parecía que eso no podía ser correcto: bastaba con mirar los destartalados bloques de pisos del otro lado del Muro de Berlín para concluir que los niveles de producción y las condiciones de vida estaban muy por detrás de las del esplendoroso Oeste”.

“La caída del muro desveló un grado de podredumbre económica tan devastador que asombró incluso a los escépticos. La fuerza de trabajo de Alemania Oriental, resultó, tenía poco más de un tercio de la productividad de su equivalente occidental, muy lejos del 75 o el 85 por ciento. Lo mismo valía para las condiciones de vida de la población. Las fábricas del Este producían unos artículos tan chapuceros, y los servicios del país estaban gestionados con tanto descuido, que la modernización iba a costar centenares de miles de millones de dólares. Se juzgaba que al menos un 40 por ciento de las empresas de Alemania Oriental eran tan irremisiblemente obsoletas que tendrían que cerrar; la mayor parte del resto precisaría años de apuntalamiento para poder competir” (De “La era de las turbulencias”-Ediciones B SA-Barcelona 2008).

A pesar de los distintos casos de países exitosos mediante el empleo de la innovación empresarial, y de los distintos casos de países que fracasaron mediante la planificación central, las críticas adversas casi siempre van dirigidas contra el liberalismo y el éxito, y los elogios a favor del socialismo y del fracaso. Quizás estemos contemplando una vez más el auge de la irracionalidad, o bien el auge de la mentira.

1 comentario:

al dijo...

Buen análisis, actualmente se esta demostrando el fracaso del socialismo en todos sus aspectos; solo basta mirar a España, Italia y Grecia, principalmente. Además, Cuando un régimen socialistoide fracasa se convierte en "capitalista" o "liberal" a ojos de aquellos que apoyan a esos sistemas probadamente fracasados a través de la historia.