sábado, 30 de julio de 2011

Solidaridad directa e indirecta

Todos los sectores coinciden en que debe imperar en la sociedad una actitud cooperativa, lo que se conoce con el nombre de “solidaridad”, ya que predominan las actitudes egoístas y competitivas. Para el liberalismo, el mejoramiento de las actitudes solidarias (solidaridad directa) debe venir desde la educación y la religión, principalmente. Para el socialismo, por el contrario, debe venir compulsivamente desde el Estado (solidaridad indirecta).

Podemos considerar la situación a partir de un caso imaginado por Mariano Grondona, en el cual son pocos los automóviles que se detienen a llevar a algún caminante que lo solicita. En un escenario como este, el socialista propone la promulgación de una ley que obligue al automovilista a llevar al caminante cuando éste le haga las señas respectivas. (No se tiene en cuenta, en este caso, el temor normal que la inseguridad creciente impone a los automovilistas).

Una vez puesta en vigencia, la ley provocará el aumento de la cantidad de caminantes que desde ahora serán llevados por los automovilistas, lo que se interpreta como una mejora en el nivel de solidaridad existente en la sociedad. Muchos de éstos, sin embargo, prefieren viajar sin extrañas compañías y actuarán “solidariamente” tan sólo porque temen el castigo por infringir la nueva ley sancionada.

Con el tiempo, los caminantes que pensaban adquirir un automóvil, desisten de hacerlo. También habrá automovilistas que incluso venderán sus propios vehículos. La industria automotriz entrará en crisis. Mariano Grondona escribe: “Mientras el automovilista se detiene de mala gana, el caminante no siente obligación de agradecerle por un gesto que supone forzado por la ley y no, ya, un arranque de humanidad”. “El Estado les ha expropiado su motivación moral”.

La solidaridad auténtica, o directa, tiende a disminuir por cuanto se carece de la posibilidad de la espontaneidad. Como se supone desde el marxismo, el hombre actuaría principalmente en función de la influencia social recibida, y muy poco por sus características biológicas heredadas, por lo que persiste en forzar comportamientos que producen resultados opuestos a los deseados. Wilhelm Röpke escribió al respecto:

“Cuanto más vele el Estado por nosotros, tanto menos obligados nos veremos a cuidar de nosotros mismos y de nuestra familia, y cuanta menos inclinación sintamos a ello menos podremos esperar que nos ayuden otros, cuyo deber natural debiera ser el de socorrernos en los momentos difíciles”.

“Al fin encontramos un dios terreno que cuida de nosotros como de los lirios silvestres, mientras se va atrofiando la verdadera caridad que nace del deseo espontáneo de ayudar al prójimo y que hoy se menosprecia de modo característico”.

La tendencia a esperar todo del Estado hace que el esfuerzo individual tienda a disminuir mientras que aumenta la demanda de tal ayuda, lo que provoca una especie de saturación del Estado para cumplir con su función solidaria. Röpke prosigue:

“Al propio tiempo que decrece el esfuerzo individual, aumentan las exigencias de cada uno frente a un erario que sólo puede llenarse en la medida necesaria con los aportes de todos. Para decirlo por boca de Abraham Lincoln: se puede ayudar por tiempo indefinido a algunas personas, se puede ayudar a todos por tiempo limitado; pero no se puede ayudar a todos indefinidamente” (De “La crisis social de nuestro tiempo”-Revista de Occidente-Madrid 1947).

Regresando al caso inicial, Mariano Grondona agrega: “En la escena aparece un nuevo tipo de actitud: la del parásito. Mientras el egoísta, que se ha esforzado para lograr un automóvil, falla moralmente cuando no acepta compartirlo con otros, el parásito es un sujeto moralmente menos apreciable aún, ya que espera gozar del automóvil ajeno sin esforzarse siquiera por comprarlo”.

“Mientras la educación y la religión no logren aumentar el número de los solidarios, la sociedad liberal seguirá siendo mayoritariamente egoísta. La critica del socialismo a la sociedad liberal, por ello, es justa. Pero no lo es en cambio la solución que sigue a la crítica, por cuanto la pretensión de imponer solidaridad resulta, por su parte, en una sociedad mayoritariamente parasitaria” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).

Desde el punto de vista económico, el marxismo propone el lema: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. De ahí que el hombre laborioso deberá trabajar con entusiasmo para compensar el trabajo deficitario del haragán, pero todos deberán recibir similares recompensas materiales.

Imaginemos un país socialista con un millón de habitantes. Si la retribución monetaria por el trabajo realizado es igualitaria, el individuo que decide trabajar el doble, sólo recibirá la millonésima parte del producto de ese esfuerzo adicional. Si deja de trabajar, recibirá una millonésima menos de lo que recibe. De ahí que prácticamente no tiene ningún incentivo para trabajar algo más, pero sí para trabajar algo menos. El Estado le ha expropiado su motivación laboral.

La ausencia de estímulos para el trabajo y para la solidaridad social pudo observarse en países socialistas como la URSS, respecto de la cual Andrei Sajarov escribe:

“Como muchos autores señalan, el pleno monopolio estatal conduce inevitablemente a la represión y al conformismo coercitivo, pues todo individuo depende por entero del Estado. En los periodos críticos de represión aparece el terror, y en las épocas más tranquilas reina la burocracia inepta, la uniformidad y la apatía”.

“La nuestra es una economía permanentemente militarizada a un nivel inverosímil en tiempos de paz, que resulta opresiva para la población y peligrosa para el resto del mundo” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

En la actualidad se considera que la supremacía ética corresponde al partidario de la imposición del socialismo (solidarismo indirecto) ya que así se convertirá en un adherente a la distribución de lo que otros producen. En épocas pasadas la supremacía ética correspondía a quien era solidario en forma directa. De ahí que exista un serio antagonismo entre socialismo y cristianismo. Hilda Molina escribió sobre la Cuba de Fidel Castro:

“Confiscaron los bienes pertenecientes a las Iglesias, incluidos los colegios. Expulsaron del país a sacerdotes, religiosos y religiosas. Intentaron desterrar a Dios de Cuba y del corazón de los cubanos. Eliminaron la Navidad y otras festividades religiosas del calendario de feriados nacionales, con la prohibición implícita de festejar esta sagrada conmemoración e incluso de desearnos «¡Feliz Navidad!». Controlaban la filiación religiosa de los cubanos mediante planillas y otros importantes documentos. Persiguieron, discriminaron y confinaron en campamentos de trabajos forzados a muchos de los compatriotas que se mantuvieron firmes en su fe y en sus principios religiosos” (De “Mi verdad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).

Al tratar de establecer el monopolio absoluto de la “solidaridad”, los gobiernos socialistas incluso prohibieron las actividades productivas privadas, para que la dependencia del individuo frente al Estado (o a quienes lo dirigen) fuera total y absoluta. Hilda Molina escribe:

“Nuestra familiar casa de modas no se libró de ese proceso (confiscatorio), a pesar de que en la misma no había asalariados ni explotación del hombre por el hombre ni plusvalía ni ninguno de esos nuevos y extraños conceptos que nos repetían hasta el cansancio. El robo institucionalizado, absurdo e inútil del taller donde desarrollaba sus obras de arte fue demoledor para mi madre”.

“Este vergonzoso capítulo de la historia de mi país tuvo un alto costo de vidas humanas, pues un número no definible de cubanos sacrificados y laboriosos, algunos conocidos nuestros, se suicidaron o enfermaron o murieron a consecuencia de la pérdida de sus posesiones honradamente adquiridas”.

“Es harto conocido que los regimenes comunistas totalitarios, so pretexto de edificar la sociedad perfecta, socavan las raíces mismas de la estructura y de los valores familiares, se afanan en disolver las familias, e intentan sustituir el amor filial, el amor fraternal…el amor familiar, por un culto ciego al Estado. Los cubanos, prisioneros y al mismo tiempo cómplices del régimen, fuimos testigos y actores conmocionados y atónitos del enfrentamiento entre padres e hijos, hermanos, esposos y demás familiares, por motivos políticos, ideológicos y hasta religiosos. Los verdugos del cariño, entronizados en el poder, transmutaron a los cubanos, proverbialmente devotos de sus familias, en partícipes de hechos tan atroces como delaciones, marginación, discriminación, calumnias encarcelamientos y ejecución de sus seres queridos, sólo por no identificarse con el gobierno, por discrepar, por objeciones de conciencia o por no ocultar su fe”

Cuando coinciden teoría y práctica, nos da la sensación de que la teoría está acertada y que en el futuro no volverán a tomar el poder absoluto los individuos cuyas características psicológicas coinciden con la de quienes produjeron las grandes catástrofes sociales a lo largo y a lo ancho del mundo. Hannah Arendt, desde la teoría, vislumbra algunos aspectos que luego ocurrirán en la Cuba totalitaria, siendo de 1948 la primera edición de su libro; escribiendo respecto del totalitarismo:

“Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia a una lealtad total, irrestricta, incondicional e inalterable del miembro individual. Esta exigencia es formulada por los dirigentes totalitarios incluso antes de la llegada al poder” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Editorial Aguilar-Buenos Aires 2010).

Como los partidos políticos actuales se basan principalmente de las encuestas, tratan de proponer y hacer lo que las masas piden, y no lo que ha de resultar beneficioso para todos, por cuanto el objetivo inmediato es ganar elecciones. No resulta extraño que en la Argentina ni siquiera existan partidos políticos que propongan el trabajo y la moral como fundamento de la sociedad, ya que las masas esperan un Estado que les permita vivir a costa del resto de la sociedad y que obligue a los sectores productivos a ser “solidarios” con el sector parasitario.

domingo, 24 de julio de 2011

El Estado de bienestar

El Estado benefactor difiere del Estado liberal en que amplía notablemente sus obligaciones, no sólo en cuanto a sus responsabilidades de garantizar salud, justicia, educación y seguridad personal a todos los habitantes, sino también seguridad económica, trabajo, vivienda, etc. Para poder lograr esos objetivos ha de ser capaz de transferir riquezas desde los sectores productivos a los improductivos. La distribución de la producción no será esta vez realizada a través del mercado y del trabajo, sino a través de las concesiones que por ley deberán otorgarse a todos los habitantes.

Darle las espaldas al mercado implica tener presentes las “leyes de Marx”, que pueden enunciarse (de manera simbólica) de la siguiente manera:

1- El empresario es egoísta, deshonesto y explotador por naturaleza. El empleado es honesto, trabajador y responsable por naturaleza.
2- Como consecuencia de la ley anterior, los medios de producción deberán pasar a los empleados por medio de una confiscación llevada a cabo por el Estado socialista.
3- (Variante actualizada de la 2da. Ley): La mayor parte de los beneficios derivados de los medios de producción privados deberán pasar a los empleados, y a la población en general, a través de una confiscación efectuada por el Estado socialdemócrata.

La segunda ley de Marx ha sido modificada y ha tomado una forma más benévola desde los partidos políticos conocidos como socialdemocracias, impulsoras del Estado de bienestar.

La tan mencionada “justicia social”, entendida generalmente como la acción de robarles a los ricos para darles a los pobres, ha resultado poco efectiva. Ello se debe a que, muchas veces, un empresario tiene un importante capital asociado a un medio de producción. En caso de distribuirse entre los pobres, dejará de ser un capital productivo, produciendo un perjuicio para la sociedad en general.

El que tiene mucho dinero, tiene la obligación moral de invertirlo en forma productiva de manera que produzca un beneficio para toda sociedad. De ahí que debemos distinguir entre el que mucho tiene y cumple sus obligaciones morales y el que mucho tiene y vive lujosamente haciendo ostentación de sus riquezas. Bertrand de Jouvenel escribió: “La orden de Cristo a los ricos es firmemente imperativa. Es necesario destacar que Cristo instó al joven rico a «distribuir sus bienes entre los pobres», pero no dijo a los pobres que se encargaran de distribuir la riqueza del joven rico a través de impuestos. El valor moral del primer proceso es evidente, pero el del segundo no” (De “La ética de la redistribución”-Katz Editores-Buenos Aires 2010).

Para muchos socialistas, la igualdad económica es un objetivo más importante que la eliminación de la pobreza extrema. Ello se debe a que se busca eliminar el sufrimiento de quienes son envidiosos debido a los bienes materiales que otros poseen. El socialismo (el teórico, al menos) tiende a liberar al individuo de esa situación. John Gray escribe: “Se da otro paso en dirección al redistribucionismo igualitario cuando a la propuesta de que el gobierno asegure un piso de subsistencia por debajo del cual nadie puede caer se añade la propuesta de que se instituya un techo más allá del cual nadie puede ascender” (De la Introducción a “La ética de la redistribución”). En lugar de buscar que todo individuo realice su vida a través del trabajo cooperativo para, luego, intercambiar sus productos en el mercado, la actitud socialista estimula la confiscación estatal de la producción, o de sus medios, para establecer una distribución que tienda a ser igualitaria.

Como antecedentes históricos del Estado benefactor tenemos a los EEUU de W. Wilson y de F.D. Roosevelt, a la Italia de Mussolini, al nacionalsocialismo de Hitler, al socialismo soviético de Stalin, etc. Especialmente de estos últimos casos pudo observarse que la distribución igualitaria es usada como un pretexto, por ciertos grupos, para detentar el poder absoluto de una Nación.

Luego de las severas crisis económicas que afectan a distintos países, se habla del posible fin del capitalismo. Si uno observa detenidamente las causas que iniciaron las crisis, posiblemente se preguntará por la posibilidad del fin del Estado de bienestar. Carlos Mira escribió: “La aspiración del llamado «Estado de bienestar» de facilitar una seguridad económica completa y generalizada a toda la población plantó la semilla del desastre inmobiliario que comenzó en los EEUU y se esparció como círculos concéntricos por todo el mundo” (De “La idolatría del Estado”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

En cuanto al proceso de la crisis, Armando Ribas escribió: “La crisis actual (2008) si bien se considera que fue causada por la falta de regulación, no es menos cierto que la sobre-especulación surgida en el mercado inmobiliario fue el resultado de la demagogia inserta en el proyecto del presidente Jimmy Carter de que cada americano tenía derecho a tener su propia casa, un derivado del artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos” (Fundación Atlas- Buenos Aires 2008).

Aquí nuevamente aparece la sugerencia del liberalismo de que el Estado no debe interferir los mecanismos internos del proceso del mercado, ya que, a la corta o a la larga, esas interferencias provocarán situaciones peores que las que se quiso solucionar mediante tales intromisiones. Agrega Carlos Mira: “Por un lado, la concepción del Estado proveedor de todo encendió la mecha de una expansión inmobiliaria que no refleja la masa de intercambios reales del mercado, y por el otro, la codicia financiera profundizó la separación de los valores de los bienes, conformando un cóctel ideal para la explosión”.

El Estado benefactor es propuesto, no sólo por las tendencias socialistas, sino también por los políticos populistas. La beneficencia realizada con el dinero del Estado es un medio eficaz para la compra de votos para futuras elecciones. Con el tiempo, se perpetúan en el poder con el apoyo de un sector del electorado que no necesariamente ha de constituir una mayoría.

El Estado populista favorece el fenómeno descrito por Ortega y Gasset como “la rebelión de las masas”, ya que el hombre masa es exigente y poco agradecido. Mientras más recibe, con mayor rapidez entra a un estado de sublevación contra la sociedad en general. Ello pasa, generalmente, cuando no recibe la “casa digna” que tanto se le prometió. Como considera que el Estado (y la sociedad en general) no cumplieron con sus promesas, considera que ello le da derechos hasta de usurpar lotes, viviendas o cualquier tipo de edificación ajena.

En el caso de algunos países con severas crisis económicas, no resulta extraño enterarse de que el Estado generoso (con los medios ajenos) ha otorgado jubilaciones con montos mensuales elevados a personas con edad tan baja como 40 años. Luego, el Estado, para responder a la beneficencia concedida, deberá pedir préstamos internos o externos, o bien comenzará a emitir dinero a un ritmo mayor al incremento de la producción, con lo cual dará inicio a un proceso inflacionario. Cuando la crisis es muy grande, podrá llegar a la cesación de pagos, lo que afectará también a otros países, por lo que deberá entrar en acción el Fondo Monetario Internacional. Sin embargo, las críticas serán destinadas exclusivamente a este organismo como el gran culpable de la crisis por sugerir “ajustes”, es decir, por sugerir que el Estado no gaste más de lo que recibe o de lo que tiene disponible.

Generalmente, el dinero destinado a los menos favorecidos es retenido, en su mayor parte, por el sector burocrático que se encarga precisamente de estudiar las situaciones sociales de aquéllos. De ahí que la ayuda social resulta ser de gran utilidad para sectores de la clase media. Se ha dicho que “aman tanto a los pobres, que los fabrican por millones”.

Se dice que los políticos populistas le devuelven la dignidad a los trabajadores, sin embargo, posiblemente no exista algo tan indigno como vivir del trabajo honesto del resto de la sociedad sin apenas realizar aportes significativos a la producción nacional.

Wilhelm Röpke escribió: “Entre los lentos cánceres de nuestra economía y sociedad occidentales se destacan dos: el avance al parecer incontenible del Estado de beneficencia o Benefactor y la erosión del valor del dinero, lo que se denomina inflación reptante. Existe entre ambos un estrecho vínculo nacido de sus causas comunes y de su esfuerzo recíproco. Los dos se inician lentamente, pero al poco tiempo el ritmo se acelera hasta que cuesta detener el deterioro, lo cual multiplica el peligro. Si los afectados supieran lo que les aguarda al final, tal vez se detendrían a tiempo. La dificultad estriba en que es extraordinariamente difícil lograr que se oiga la voz de la razón mientras todavía se está a tiempo”.

“Los demagogos sociales emplean las promesas del Estado Benefactor y de la política inflacionaria para seducir a las masas y cuesta advertir a la gente de modo convincente acerca del precio que todos deberán pagar al final. Tanto mayor razón para que aquellos cuya visión es más equilibrada y extensa redoblen sus esfuerzos por desengañar a los demás, sin atender a los violentos ataques de los demagogos sociales, poco escrupulosos para escoger sus medios, y de los funcionarios del propio Estado Benefactor”.

“Otra característica común del Estado Benefactor y de la inflación crónica es que ambos fenómenos demuestran, en forma clara y aterradora, de qué manera ciertas fuerzas políticas socavan los cimientos de una economía y una sociedad libres y productivas. Ambos son los resultados de opiniones masivas, reclamos masivos, emociones masivas y pasiones masivas, y a ambos los dirigen esas fuerzas en contra de la propiedad, de la ley, la diferenciación social, la tradición, la continuidad y el interés común. Los dos convierten al Estado y al voto en medios para hacer que una parte de la comunidad avance, a expensas de las otras, hacia donde la mayoría del electorado empuja por la fuerza de su solo peso. Los dos son expresión de la disolución de aquellos principios morales firmes que antaño se aceptaban como incuestionables” (De “Una economía humana”).

viernes, 15 de julio de 2011

Dos formas de hacer política

De la misma manera en que existe una ciencia y un arte de la educación, puede decirse que existe una ciencia y un arte de la política. Ello se debe a que está disponible información acumulada por las distintas generaciones humanas, mientras que la transferencia y selección de la misma estará a cargo de los distintos comunicadores sociales y de los líderes políticos, de cuyas aptitudes personales dependerá el éxito de esa empresa.

Para bien o para mal, no todo líder político tendrá la posibilidad de establecer una identificación con el pueblo. Tal proceso ha sido descrito por Humayun Kabir en referencia al escritor hindú R. Tagore:

“La aparición de un genio nunca puede explicarse, puesto que el genio es por naturaleza una excepción a la regla general. La función del genio es la de hallar la expresión de las emociones e ideas que vivifican el espíritu inconsciente y subconsciente de la colectividad. Entre el genio y el pueblo se establece un vínculo, lo cual explica la admiración y el asombro con que se le acoge, pasados los primeros instantes de sorpresa. Sus palabras y sus actos encarnan sentimientos y aspiraciones vagamente sentidos que nunca pudieron manifestarse antes. Al genio también le favorece esa relación: su fuerza y energía derivan precisamente de los sentimientos inexpresados y de las vagas aspiraciones que abriga la mente del hombre común” (De la Introducción de “Hacia el hombre universal”-de R. Tagore-Ediciones Sagitario SA-Barcelona 1967).

En los procesos políticos, los líderes captan y estimulan algunas de las pasiones que dominan las mentes y los corazones de los hombres, pero no siempre tales pasiones permitirán construir una sociedad mejor, ya que a veces podrán ser destructivas.

De los ejemplos que nos brinda la historia, podemos extraer dos casos opuestos y extremos, que corresponden a dos líderes políticos del siglo XX que han sido promovidos a la categoría de ejemplos para las nuevas generaciones. Tales son los casos del Mahatma Gandhi y el del guerrillero Ernesto Che Guevara.

La lucha de Gandhi estuvo asociada principalmente a la India, país que fuera colonizado por el Imperio Británico durante muchos años. En ese tiempo aparecieron, como siempre ocurre en estos casos, dos alternativas para lograr la libertad nacional: por medio de las armas y la violencia, o bien por medio de la resistencia pacífica y del mejoramiento ético individual. Tal fue el camino elegido por Gandhi quien finalmente logró la independencia de su país, que contaba en ese entonces con más de 300 millones de habitantes.

Muchas fueron las dificultades que tuvo que afrontar. Una de ellas, fue la división religiosa interna de la sociedad hindú, principalmente entre musulmanes e hinduistas. La fuerza del amor y la verdad, predicada por Gandhi, tuvo que predominar sobre la fuerza disolvente del odio. El amor es la actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías de nuestros semejantes. Constituye el fundamento de toda sociedad y es la actitud que hace predominar la cooperación sobre la competencia.

En una sociedad libre, no debe buscarse el predominio de un grupo sobre otro, sino la armonía y la adaptación de ideas y creencias distintas. Enrique de Gandia escribió:

“Lo que lo indignaba era el trato inhumano que la mayoría de los ingleses daba a los hindúes y a la gente de color. Las diferencias y los odios de razas no podían ser mayores. Gandhi sufrió humillaciones dolorosas. Su vida de político no comenzó, pues, en la India, sino en Sud África, y no fue en defensa de su pueblo, sino de todos los pueblos humillados, oprimidos, que tenían la desgracia de no ser blancos. Gandhi aparece, así, como un demócrata y un liberal perfecto, un luchador de la igualdad de todos los hombres, un antirracista convencido y un defensor de la fraternidad humana” (Del prólogo de “El Mahatma y el mundo” de K. Shridharani–Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1963)

Para que el hombre pudiera sentirse independiente de otros hombres, Gandhi sugería vivir con un mínimo de necesidades materiales. Para ello debía previamente acrecentar los valores espirituales e intelectuales, por lo que predicaba el mejoramiento individual para hacer de la India un pueblo fuerte y pudiera así lograr su independencia.

Eran épocas en que los países europeos no pudieron seguir manteniendo bajo su dominio a varias de sus colonias. Florencio José Arnaudo escribió:

“En el siglo XX se observa la progresiva y generalmente pacifica liberación de los grandes imperios coloniales. Entre las colonias británicas, francesas, italianas, holandesas, belgas y norteamericanas que han obtenido su total independencia en las últimas décadas, pueden citarse: Argelia, Birmania, Camboya, Camerúm, Ceilán, Chad, República del Congo, Chipre, Dahomey, Eritrea, Gabón, Ghana, Guinea, India, Indonesia, Israel, Costa de Marfil, Jordania, Laos, Líbano, Libia, República Malgache, Malasia, Mauritania, Marruecos, Nepal, Níger, Nigeria, Pakistán, Filipinas, República de Mali, Senegal, Somalia, Viet-Nam del Sur, Sudán, Siria, Togo, Túnez y Alto Volta” (De “La lucha ideológica”-EUDEBA-Buenos Aires 1981).

Ernesto Guevara participa, junto a Fidel Castro, en un movimiento guerrillero que derroca al dictador cubano Fulgencio Batista. Una vez logrado el poder, traicionan la revolución y encarcelan a varios de sus antiguos camaradas imponiendo un régimen comunista, objetivo oculto a la mayoría de los combatientes. Mientras que los países europeos liberan colonias, el Imperio soviético estaba en plena expansión. Arnaudo continúa:

“No está demás señalar que en el mismo periodo entraron a formar parte de la URSS, en forma bastante poco espontánea: Armenia, Azerbaiján, Besarabia, Estonia, Georgia, Islas Buriles, Karelia, Letonia, Lituania, Polonia Oriental, Prusia Oriental, Rutenia Subcarpática, Sakhalin, Tannu Tuva y Ucrania. Últimamente las tropas soviéticas invadieron Afganistán. A esta serie hay que agregar aquellos países que bajo la apariencia de naciones independientes están sujetos al régimen colonial soviético: Alemania Oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania y Viet-Nam. O aquellas que están sometidas al régimen chino: Camboya, Corea del Norte, Mongolia Exterior y Tibet. En África la acción revolucionaria marxista ha implantado gobiernos decididamente prosoviéticos en Angola y Etiopia. En América la serie se inicia con Cuba y la actividad revolucionaria en varios países es intensa”.

Mientras que Gandhi trataba de liberar a su país del dominio de un imperio en decadencia, Guevara trataba de que varios países de América (incluso combatió en Angola) pasaran a formar parte de un imperio en expansión. Mientras que Gandhi utilizaba medios como el ayuno y la oración para pacificar las luchas internas de los hindúes, Guevara realiza unos 216 asesinatos con su propia arma, además de ordenar unos 1.500 fusilamientos, mientras que nunca provoca una víctima en algún enfrentamiento armado.

Ernesto Guevara dijo ante el Congreso Tricontinental del 16 de Abril de 1967: “Es preciso, por encima de todo, mantener vivo nuestro odio y alimentarlo hasta el paroxismo. El odio como elemento de lucha, un odio implacable al enemigo que nos impulsa más allá de las limitaciones naturales propias del hombre y lo transforma en una máquina de matar efectiva, seductora y fría. Un pueblo sin odio no puede triunfar” (Citado en “Comediantes y mártires” de J.J. Sebreli-Random House Mondadori-Barcelona 2008).

El odio se manifiesta en dos actitudes que coexisten en una misma persona: la burla y la envidia. Mediante la burla el individuo manifiesta agrado por el mal de otros mientras que, con la envidia, muestra malestar por la felicidad ajena. De ahí que el motivo principal de la lucha por la igualdad, promovida por el marxismo, es la liberación del individuo de la envidia que siente por todo aquel que tenga mejor nivel económico. La igualdad económica y social puede lograrse, según esa ideología, ya sea elevando el nivel de los que menos tienen como reduciendo el nivel de los que más tienen.

La guerrilla marxista de los setenta, que promueve la violencia en gran parte del continente americano, es aceptada por muchos. Otros son indiferentes a la posible implantación de gobiernos totalitarios y colonialistas. Incluso consideran ilegítimos los rechazos militares surgidos de las naciones que se oponen a formar parte del Imperio Soviético.

En cuanto a la vida cotidiana del ciudadano corriente, en épocas del Imperio Soviético, que permite darnos una idea acerca de la efectividad del "modelo de sociedad" que se quiso imponer a todo el mundo, podemos mencionar el relato del neurocientífico Elkhonon Goldberg:

“Mi padre fue sentenciado a diez años en el Gulag en la Siberia occidental. Fue sentenciado como parte de lo que yo llamaba «sociocidio», una exterminación sistemática de grupos sociales completos: la intelectualidad, los educados en el extranjero, la antigua clase acaudalada. Ser miembro de uno de estos grupos te condenaba a la persecución. Mi padre fue enviado a un campo de trabajo, y en el recibidor de nuestro apartamento mi madre guardaba dos pequeñas maletas preparadas, una para ella otra para mí. Existían campos de trabajos separados para las «mujeres de los enemigos del pueblo», y existían orfanatos para los «hijos de los enemigos del pueblo». Había maletas preparadas en muchos apartamentos por todo el país. Los agentes de paisano acostumbraban a llegar en automóviles negros sin matrícula (voronki, término ruso para «pequeños cuervos»); se presentaban de improviso en mitad de la noche, llamaban al timbre y daban a sus víctimas quince minutos para prepararse, antes de llevárselos para cinco, diez, veinte años, o para siempre. Había que estar preparado” (De “El cerebro ejecutivo”-Editorial Crítica SL-Barcelona 2002).

Si se considera que el amor al prójimo favorece la cooperación y la formación de un efectivo orden social, el odio es una forma disolvente que promueve la destrucción de la sociedad fraccionándola en grupos antagónicos, como la burguesía (empresariado) y el proletariado (empleados). Incluso se promueve la “dictadura del proletariado” que no es otra cosa que la materialización del dominio futuro de quienes reciben día a día, año a año, la influencia de las prédicas marxistas.

domingo, 10 de julio de 2011

Discusiones e incoherencias políticas


No es fácil establecer diálogos fructíferos en discusiones sobre cuestiones políticas ya sea que se trate de un diálogo entre ciudadanos comunes o bien una confrontación entre intelectuales a través de escritos especializados. Entre los impedimentos para lograr puntos de vista coincidentes se encuentra el deseo de ganar una discusión a toda costa por cuanto casi siempre existe en los individuos una actitud favorable hacia ciertas tendencias políticas como también desfavorable hacia otras. Norman R.F. Maier escribió:

“La importancia de la emoción para determinar la opinión ha sido demostrada experimentalmente en un estudio, que muestra que las personas tienen una notable diferencia a creer en las afirmaciones que están de acuerdo con sus deseos mejor que en las que son lógicamente justas”.

“La falta de lógica en la actitud es también evidente por el hecho de que las opiniones sobre temas relacionados son con frecuencia contradictorias. Mejor quizá que pensar que las actitudes violan la lógica, se debería pensar que introducen una clase diferente de lógica: la lógica de los sentimientos” (De “Psicología industrial”–Ediciones Rialp SA–Madrid 1975).

Cuando existe diferencia entre lo que el individuo piensa y lo que el individuo hace, se habla de la existencia de una disonancia cognitiva, la que ha de producir conflictos en el individuo que tiene valores morales. Estos conflictos hacen mejorar su opinión, y su actitud, hasta llegar a una situación de compatibilidad entre el pensamiento y la acción.

Por el contrario, cuando predomina la hipocresía, el individuo acepta los valores morales desde el punto de vista cognitivo, pero sólo finge cumplir con la acción correspondiente. De esa forma, trata de mostrar cierta superioridad ética. También existe la actitud cínica mediante la cual se desconocen los valores éticos por cuanto sólo se persigue oponerse a lo que la sociedad acepta.

Es fácil advertir contradicciones, entre el pensamiento y la acción, en el caso de quienes adhieren a posturas socialistas. Esto se debe a que tratan de ser generosos con los bienes ajenos, pero nunca con los propios. La “virtud socialista” consiste generalmente en tratar de vivir rodeado del mayor lujo posible, sin dar un céntimo a los demás, pero, eso sí, adherir fanáticamente a un gobierno populista que distribuya aquello que se pueda confiscar a los que trabajan con efectividad. De ahí que muchos “socialistas” sean individualistas (en lugar de colectivistas, como sugiere la ideología aceptada) pero a la vez promuevan políticas estatistas (para sentirse beneficiados por la distribución populista), es decir, son socialistas para recibir, pero no para dar. Edgardo Catterberg escribió:

“Una de las características más salientes de la cultura política argentina es la simultánea presencia de actitudes individualistas y estatistas en el grueso de la población. En términos de las ideologías clásicas esta caracterización parece casi paradójica, ya que generalmente se concibe al individualismo y las orientaciones de logro como disposiciones alejadas de posturas pro estatistas. Sin embargo, en la sociedad argentina se verifica, por un lado, adhesión a metas de carácter individual y, al mismo tiempo, apoyo a un desempeño activo del Estado en distintas áreas económicas y sociales” (De “Los argentinos frente a la política”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1989).

La oposición al colectivismo es el individualismo. Quien rechaza los sistemas colectivistas, porque no desea gobernar mental o materialmente a otros hombres, y mucho menos ser gobernado por otros hombres, adhiere al individualismo, pero ello no significa que esa persona promueva el egoísmo, ya que son dos actitudes bastante distintas.

El populista considera a su opositor como una persona ingenua (o a veces perversa) que repite lo que escuchó o leyó en los medios de información opositores. La burla permanente, sin ningún disimulo, es la respuesta descalificadora que se puede esperar ante cualquier intento de diálogo. También adhieren al populismo quienes no han tenido suerte, o aptitudes, para el éxito laboral o económico, o quienes nunca hicieron aportes al sistema previsional con la esperanza de recibir alguna jubilación o pensión concedida por la gracia del gobierno distribucionista.

La tendencia del Estado a efectuar confiscaciones a través de impuestos excesivos, produce el éxodo de capitales. Muchas veces se ha dicho que “el capitalismo es un sistema perverso”, por lo que, se estima, los capitales deberán ir a desarrollar aún más a los países del primer mundo. Sería conveniente que el ciudadano común se interiorice acerca de la veracidad de la afirmación de que la cantidad de capital promedio existente en un país es una medida de la riqueza del mismo. De esta manera será posible evitar que apoye tendencias que tarde o temprano lo perjudicarán junto al resto de la sociedad.

Las tendencias populistas adoptan como lema su carácter antiimperialista. Sin embargo promueven el éxodo de capitales desde los países subdesarrollados hacia los países “imperialistas” apareciendo otra seria incoherencia entre el pensamiento y la acción. Asocian la promoción del liberalismo y la economía de mercado a una “maniobra expansiva de EEUU” para aumentar su poderío económico en el mundo. Al respecto, es oportuno aclarar que el liberalismo es una postura anterior a la formación de ese país, mientras que el mercado es un proceso espontáneo que se establece desde épocas remotas, si bien muchas veces se ha impedido su pleno desarrollo. Tiene mayor asidero decir que el populismo en los países subdesarrollados proviene de una “maniobra expansiva de EEUU” para que los capitales de gran parte del mundo terminen en ese país.

La tan promovida “distribución de la riqueza”, por parte del Estado, consiste generalmente en imprimir dinero a un ritmo superior al del crecimiento de la producción, lo que producirá inflación. Se ha dicho que la inflación es un impuesto indirecto que todos pagamos, pero que perjudica mucho más a los asalariados y a los sectores más pobres. Sin embargo, los gobiernos populistas se atribuyen el mérito de beneficiar a los trabajadores de menos recursos.

Si se le pregunta a un niño de diez años acerca de cómo haría para resolver los problemas económicos de la sociedad para hacer que la gente fuera más feliz, seguramente dirá que habría de imprimir billetes para repartirlos entre el pueblo. Si no existiera el fenómeno inflacionario, sería la solución más fácil y efectiva. Incluso sería una estrategia económica adoptada por la mayoría de los países. Alguien dijo: “El que no es socialista de joven, no tiene corazón. El que no es capitalista de adulto, no tiene cerebro”.

Se critica a la “concentración de poder empresarial” asociado al capitalismo privado, mientras que se propone, como alternativa, la concentración total de poder en el Estado. Se descalifica a aquellos autores que asocian al socialismo (o capitalismo estatal) la pérdida de la libertad individual y de los derechos elementales. Las criticas, sin embargo, tienen sentido por cuanto se crean, con la expropiación de los medios de producción por parte del Estado, las condiciones para que ocurran las grandes catástrofes sociales como las ocurridas en la URSS, China y otras partes del mundo. Si se concentra el poder en un solo individuo, aumentan notablemente las probabilidades de aparición de severas tiranías, si bien no se asegura que ello necesariamente ocurrirá.

A quienes sostienen que el capitalismo debería abolirse (en lugar de mejorarse a través de la adaptación social), habría que preguntarles acerca de quien habría de ser el líder mundial que debería dirigir la economía mundial y el destino de la humanidad. ¿Acaso un Fidel Castro o un Hugo Chávez?

Los sectores que promueven la igualdad de resultados (no de oportunidades), son los que promueven el antagonismo de clases sociales. La discriminación social produjo, a lo largo de la historia, tantos males como los producidos por la discriminación racial. La eliminación de opositores al comunismo en la URSS y en China fue incluso más severa que la de los judíos por parte de los nazis.

Quienes proponen instalar sistemas colectivistas generalmente pretenden crear dos clases sociales bien diferenciadas: la del pueblo y la de los gobernantes, de ahí que anulan cualquier posibilidad de ceder el poder político una vez obtenido. Incluso los cargos jerárquicos, en los países comunistas, han tenido el carácter de hereditarios.

El ideal socialista, por medio del cual la mayoría pretende recibir de los demás, a través del Estado, sin buscar dar lo de uno mismo, se identifica con la postura prevaleciente en periodos de crisis sociales en los cuales la mayoría reclama por sus derechos pero olvida sus obligaciones. Incluso se llega al extremo de exigir el cumplimiento de deberes asignados a los demás, pero se desconoce la obligatoriedad de cumplirlos uno mismo.

La actitud egoísta y exigente de quienes adhieren al socialismo contrasta con la actitud cooperativa del que adhiere al capitalismo, ya que éste busca un sistema de libertad que le permita producir bienes necesarios para la sociedad y para que sean adquiridos por medio del trabajo de los demás. La dignidad del trabajador se logra cuando el individuo puede adquirir bienes a través del dinero obtenido legítimamente a través del trabajo. Por el contrario, no se sentirá digno el que vive, sin trabajar, a costa del sector productivo, a través de la “generosidad” del Estado.

Generalmente se caracteriza al que se opone a las tendencias socialistas como alguien que “desea que haya personas que padezcan hambre” o cosas por el estilo. Por el contrario, previendo los inconvenientes que a la larga se producen bajo esos sistemas, se trata de evitarlos. Si el socialismo fuera exitoso, habría que nombrar algún país socialista que lo fue, o habría que preguntarse por qué lo abandonaron los principales países socialistas en el siglo XX.

Si se promueve el asistencialismo del Estado hacia quienes menos producen, se los acostumbra a dar de ellos lo menos posible. Ninguna sociedad puede darse el lujo de que sus habitantes trabajen a “media máquina”, o bien que trabaje un limitado sector de la población.

Cuando surgen conflictos se sugiere encontrar coherencia entre el pensamiento y la acción. Incluso es de primordial interés para el que vive amargado, como consecuencia del odio que han sabido sembrar ciertos sectores, que si no recibe del medio social todo lo que espera, estará protestando contra personas como él mismo, que pocos aportes pueden hacer a la sociedad y que poco o nada pueden dar a los demás. La igualdad que se predica debe contemplar tanto la de dar como la de recibir.