sábado, 21 de mayo de 2011

Del desarrollo al subdesarrollo

Se ha dicho que los países pueden clasificarse en cuatro categorías: primero, los desarrollados; luego los subdesarrollados; tercero Japón, que nadie puede explicarse que sea desarrollado y, finalmente, Argentina, que nadie puede explicarse que sea subdesarrollada.

Julio Maria Sanguinetti escribió: “Recientemente, Mariano Grondona recordaba que en 1908 la Argentina tenia un producto por habitante superior a Alemania, Japón, Francia, Suecia, Holanda y, por supuesto, de lejos mayor que Italia y España. Sólo siete países, encabezados por Gran Bretaña y EEUU, le superaban. Y evocaba que en 1928, en los preludios de la gran crisis mundial, la Argentina estaba en el duodécimo lugar, todavía muy por encima de Japón, Suecia, Austria y, naturalmente Italia y España. Si la Argentina, concluía, siguiera en el puesto duodécimo de aquel 1928, tendría hoy un producto por habitante de 26.000 dólares, cuando el que posee es inferior a 8.000” (De “La Argentina ¿fue o es?”-Diario El País-España).

Para negar los méritos del desarrollo argentino de otras épocas, algunos sectores critican la desigualdad social existente. Pero “desigualdad social” no es lo mismo que pobreza, ya que, incluso, venían trabajadores de países europeos para trabajar durante unos meses para retornar con bastante dinero a sus lugares de origen. Roberto Cachanosky escribió: “Si a principios del siglo XX Argentina tenia salarios superiores a los de muchos países europeos hoy desarrollados, pasada la mitad del siglo XX, la situación comenzó a desbarrancarse al compararnos, no ya con países desarrollados, sino con países que solíamos mirar con misericordia por el nivel de vida que tenían” (De “El síndrome argentino”-Ediciones B- Buenos Aires 2006).

Podríamos considerar la decadencia argentina, además de la mencionada transición económica del desarrollo al subdesarrollo, como el cambio político del liberalismo al totalitarismo creciente. Octavio Carranza escribió: “Paul Samuelson pudo vaticinar en 1945 que la Argentina estaba a punto de lograr un avance importante en la innovación de la productividad, que la pondría a la par de EEUU, Canadá, Francia y Alemania. Entonces se pregunta: ¿Qué salió mal?, y respondió: «La democracia evolucionó con tendencia al populismo…Las promesas para favorecer a la importante cantidad de necesitados eran fáciles de hacer, pero la dura realidad de los mecanismos de mercado convierte los intentos de incrementar los índices salariales por decreto en inflación real en lugar de índices netos y sostenibles»”.
“Es ingenua la creencia, sustentada por los políticos populistas, de que el bienestar general depende de la buena voluntad o de la generosidad de los gobernantes. La paradoja del populismo es que, siendo su intención ayudar a los pobres, en realidad los multiplica a través del decaimiento que resulta del acoso al capital y de la fuga de capitales que ocasiona” (De “Radiografía de los populismos argentinos”-Editorial Liber Liberat-Buenos Aires 2007).

Los políticos populistas necesitan justificar su accionar considerándose defensores de la patria ante las conspiraciones de los países imperialistas y defensores de los pobres ante la maldad empresarial. Sin embargo, son justamente los gobiernos populistas y totalitarios los que favorecen la huída, hacia los países desarrollados, de uno de los principales factores de la producción: el capital. En la Argentina, en los últimos 43 meses (anteriores a Mayo/2011), han salido del país unos 60.000 millones de dólares, ya que los inversores poca confianza tienen en el país ante la creciente intromisión estatal en las empresas privadas y la notoria tendencia a la extorsión hacia las empresas por parte de los sindicatos.
Si en realidad existe algo como un “imperialismo económico”, podemos decir que se trata de una concentración de capitales (y capital humano) que llegan a EEUU provenientes de todo el mundo. Tal éxodo de medios de producción se ve altamente favorecido por los políticos totalitarios de otros países que fundamentan su accionar en las prédicas de odio hacia ese país. Jorge Luis Borges escribió: “Odiando, uno depende de la persona odiada. Es un poco esclava de la otra. Es su sirviente”.

En un país deberían alternarse gobiernos surgidos de partidos políticos que buscan favorecer la producción, o bien la distribución. En cambio, si en un país continúan en el gobierno distintos tipos de populismo, dicho país seguirá en el subdesarrollo o bien caerá tarde o temprano en él. En la Argentina, desde la segunda década del siglo XX, populistas y totalitarios se alternaron en el poder, varias veces con una fachada democrática. De ahí que, posiblemente, sea esa la causa esencial del subdesarrollo.

Hubo algunos intentos por volver a economías de tipo liberal (capitalista) durante el gobierno militar del 76, pero se recurrió al “fundamentalismo de mercado”. Fue un caso similar al reciente ocurrido en Rusia luego de la caída del sistema comunista, en donde no hubo una gradual adaptación al mercado. Incluso se alentaba, desde la propaganda oficial, a cerrar negocios improductivos para crear otros que dieran mejores resultados, como si la población y los empresarios fueran a adaptarse de la noche a la mañana a cambios tan abruptos en su vida cotidiana. La indexación de la economía, por parte del Estado, fue en realidad algo propio de los sistemas intervencionistas antes que un accionar de tipo liberal. La especulación, antes que la producción, se vio favorecida por esas prácticas.

Otro intento fue el del menemismo, que también fracasó por cuanto se incrementó la producción debido al estímulo de la economía de mercado, pero se gastó excesivamente por parte del Estado, como todo populismo lo hace.

Estamos llegando así a las elecciones presidenciales del 2011 en las que no existe candidato que proponga la vuelta a la economía de mercado y al desarrollo económico, ya que, tanto las propuestas del oficialismo como de la oposición, son distintas variantes de la tendencia demagógica predominante.

El subdesarrollo surge, como todos los males, de fallas morales a nivel individual que luego formarán parte de nuestra “cultura”. Así como en otras partes del mundo existen personalidades ideales que son buscadas, o al menos respetadas, por la mayor parte de la población, en la argentina predomina la “viveza criolla”. Jorge Luis Borges expresó: “El argentino suele carecer de conciencia moral, no intelectual; pasar por inmoral le importa menos que pasar por zonzo. La deshonestidad, según se sabe, goza de la veneración general y se llama «viveza criolla»”.

Incluso han predominado, como consecuencia de las divisiones sociales propuestas por los sectores totalitarios, las “categorías sociales” de tipo económico, en lugar de categorizaciones de tipo ético. Alfonso García Valdecasas escribió:

“El mundo moderno parecía haber reducido toda la composición de la sociedad a burguesía y proletariado. Los dos tipos humanos correspondientes, burgués y proletario, en su aparente oposición radical tenían mucho en común. Eran tipos determinados por su nivel económico, definidos por su egoísmo privado o de clase, desentendidos de las virtudes publicas, desarraigados de la tradición histórica”.

“Son varios los pueblos que lograron crear un tipo de hombre representativo, erigido en modelo y norma de perfección: el hombre ético de la Grecia clásica, el hidalgo español, el cortigiano del Renacimiento italiano, el gentilhomme francés, el gentleman inglés, el junker prusiano, el samurai del Japón…..” (De “El hidalgo y el honor”-Revista de Occidente-Madrid 1948).

Para salir del subdesarrollo, un país debe recurrir a una mejora ética generalizada para fortalecer y aumentar significativamente su capital humano. De esa forma será posible una mejor adaptación a la democracia y a la economía de mercado, ambos sistemas basados en la libertad individual. Sin embargo, en nuestro país, la palabra libertad es interpretada generalmente como una facultad del individuo a hacer lo que le venga en ganas. Carlos S. Nino escribió:

“El necesario llamar la atención sobre otro fenómeno social que generalmente no es incluido entre los factores que han intervenido como causal de la involución económica y social de la Argentina. Me refiero a la tendencia recurrente de la sociedad argentina, y en especial de los factores de poder –incluidos los sucesivos gobiernos- a la anomia en general y a la ilegalidad en particular, o sea a la inobservancia de normas jurídicas, morales y sociales. Es realmente sorprendente que, no obstante la visibilidad de la tendencia argentina hacia la ilegalidad y la estrecha vinculación entre anomia e ineficiencia y entre ésta y el subdesarrollo, ella no ha sido señalada hasta ahora por politicólogos, historiadores y economistas como un factor significativo para dar cuenta del subdesarrollo argentino” (De “Un país al margen de la ley”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

En lugar de ser un país regido por leyes y basados en el respeto a la Constitución, los políticos han preferido cambiarla. Debido a que la Constitución de 1853, realizada por Juan B. Alberdi, tenía una orientación liberal, y, aunque haya favorecido el desarrollo argentino, el populismo de turno trató de cambiarla. Así aparece la reforma de 1949, atribuida al falangista español José Figuerola. Esta reforma fue derogada posteriormente. Finalmente aparece la Reforma Constitucional de 1994, que puede considerarse como un perfeccionamiento de la reforma fascista del 1949.

Los políticos argentinos (admiradores en su mayoría, y con poco disimulo, de Fidel Castro y del Che Guevara) han permitido establecer una Constitución cuasi totalitaria. Con los Decretos de Necesidad y Urgencia y otros medios similares, permite al Poder Ejecutivo concentrar el poder del Estado. De esta forma el presidente puede presionar o ignorar a los poderes restantes. Podemos decir que la actual Constitución permite la posibilidad de una “dictadura constitucional”.

Por el contrario, en la Argentina se considera al liberalismo (democracia + mercado) como una “mala palabra” y el hecho de decirle a alguien “liberal” es casi una ofensa personal (lo que tiene sentido y coherencia con el actual estado de la política).

Sería importante que los políticos, alguna vez, establecieran una orientación ética para todo individuo, con alcances sociales, ya que el arte de la política implica que los actores no sean sólo quienes ocupan cargos en el gobierno. Es posible que consideren que la ética no es un factor importante para la convivencia democrática, o bien que no se sientan capacitados para producir esa orientación, en cuyo caso deberían recapacitar acerca de la función que desempeñan.

No hay comentarios: