jueves, 31 de marzo de 2011

La lucha política


Siguiendo la tendencia de la lucha ideológica existente entre liberalismo y totalitarismo, aparece la lucha política entre estos sectores. Tal lucha viene asociada, en nuestra época, al uso de la mentira, el engaño, y otros medios reñidos con la ética elemental. Jean-François Revel escribió: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. “La democracia no puede vivir sin la verdad, el totalitarismo no puede vivir sin la mentira; la democracia se suicida si se deja invadir por la mentira, el totalitarismo si se deja invadir por la verdad”.

La política totalitaria se caracteriza por tomar como fundamento algún tipo de creencia, o mito, en lugar de recurrir a un plano racional y objetivo, de ahí las pocas posibilidades de entendimiento que se vislumbran hacia el futuro. Estos mitos fueron descriptos por Joaquín Sánchez Covisa y son los siguientes:

“Mito colectivista: es el que caracteriza a los ideólogos de las diversas doctrinas políticas totalitarias. Considera que el Estado, en cuanto personificación del interés general, tiene la misión de dirigir y controlar, en su integridad, los recursos productivos y, por lo tanto, el proceso económico de la comunidad. Imagina que ha de lograr así sustituir una economía anárquica e injusta, basada en el afán de lucro individual, por una economía planificada que ha de satisfacer a cabalidad las necesidades de los hombres. Es este el mito que late en las utopías humanas de todos los tiempos y el que ha inspirado modernamente las políticas despiadadas del nacionalsocialismo alemán y del marxismo-leninismo soviético.

Esta concepción es ilusoria porque se basa en la ignorancia de las realidades objetivas de la economía y en el desprecio de las enseñanzas de la historia. No obstante, se ha convertido en uno de los ídolos de la mitología política de nuestra época. Como todos los falsos ídolos, sólo ha servido, allí donde se ha logrado imponer, para empobrecer y sacrificar a los pueblos que se han ofrendado a la nueva e implacable deidad”.

“Mito liberal: es el que niega que corresponda al Estado función alguna en la economía de la comunidad. Considera que el Estado es un instrumento inútil, si no nefasto, que seria preciso arrinconar. Imagina que, dejando que cada cual haga lo que le venga en gana, ha de lograrse, por obra de una misteriosa ley, un orden de armonía y felicidad.

Esta concepción es igualmente ilusoria. Pero lo es en forma muy distinta a la anterior. Lo es, en efecto, porque no hay nadie digno de ser citado que haya salido nunca en su defensa. No tiene ni ha tenido nunca que ver con el verdadero pensamiento liberal, ni puede identificarse con el sentido progresivo que tuvo, en un mundo deformado por trabas mercantilistas y feudales, la consigna del laissez faire. Constituye un ídolo imaginario que han inventado, a manera de espantajo popular, los que pretenden atraer gentes hacia el mito del Estado redentor”.

“Mito de la intervención: es de líneas más imprecisas, pero no menos ilusorio que los otros dos, y que pudiera llamarse el mito de la intervención. Es el que sostienen aquellos que perciben las amenazas efectivas del mito colectivista y quieren a la vez evadir el imaginario mito liberal. Es el mito de los espíritus ingenuos que pretenden eliminar las injusticias de este mundo sin analizar las causas efectivas que las ocasionan; de quienes imaginan que el Estado puede, mediante intervenciones bien intencionadas, abrir ilimitadas perspectivas de bienestar y prosperidad.

Es también el que utilizan, con criterios puramente egoístas, aquellos que tratan de canalizar esas intervenciones aisladas a favor de su interés particular. Y es, en este aspecto, el que amenaza convertir al Estado moderno en un campo de lucha de intereses bastardos, en el cual, como decía agudamente Bastiat, todo el mundo se esfuerza en vivir a expensas de todo el mundo.

Este tercer mito es, en cierto modo, el más respetable y el más peligroso de los tres. Es el más respetable porque se apoya muchas veces en generosos objetivos sociales y pretende evitar a los hombres la miseria económica y espiritual del colectivismo integral. Y es más peligroso porque, bajo un ropaje altruista, contribuye, inconscientemente, a la destrucción de un orden económico que no entiende, o no quiere entender y abona así el terreno para las consignas simplistas del colectivismo. El mito de la intervención es el trágico exponente de una época de impotencia y desorientación” (De la Revista “Orientación Económica” N° 4 – Caracas 1962)

Una de las tácticas utilizadas por los totalitarios es el cambio del significado de las palabras de manera de crear un lenguaje confuso. Una de ellas es la palabra “democracia”. Recordemos que la Alemania del Este, en lugar de denominarse “República Totalitaria Alemana”, se denominaba República Democrática Alemana. La muralla de Berlín fue un símbolo evidente de algo que no fue precisamente una democracia.

Acerca de la palabra “libertad”, Friedrich A. Hayek escribió: “Pocos trazos de los regimenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial y tan característico de todo un clima intelectual como la perversión completa del lenguaje, el cambio de significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regimenes”.

“La que más ha sufrido a este respecto es, desde luego, la palabra libertad. Es una palabra que se usa tan desembarazadamente en los Estados totalitarios como en cualquier parte”. “Pero su empleo de la palabra libertad es tan engañoso como en boca de los políticos totalitarios. Como la libertad de estos, la «libertad colectiva» que aquél nos ofrece no es la libertad de los miembros de la sociedad, sino la libertad ilimitada del planificador para hacer con la sociedad lo que se le antoje. Es la confusión de la libertad con el poder llevada al extremo” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA- Madrid 2000)

En cuanto a la denominación de “liberal”, Ludwig von Mises escribió: “En la Gran Bretaña, el adjetivo «liberal» se utiliza, por lo general, para designar un programa que poco difiere del totalitarismo socialista. En los EEUU, el término «liberal» ampara actualmente un conjunto de ideas y postulados políticos que constituyen la propia contrafigura de lo que aquel vocablo significaba para anteriores generaciones” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta-DeAgostini SA-Barcelona 1994).

Los políticos, para no perder votos, pocas veces se definen por una o por otra tendencia, es decir, por el liberalismo económico y la democracia, o bien por una economía socialista y el totalitarismo. Otras veces ni siquiera tienen claramente presente a estas tendencias básicas de la política. Jean Fourastié escribió: “Por razones fáciles de entender, el candidato de izquierda habló poco de erigir el socialismo (con el fin de obtener la mayor cantidad posible de votos de la derecha) y el candidato de derecha habló poco de afirmar el capitalismo (con el fin de procurar obtener votos de la izquierda)” (De “El largo camino de los hombres”- Emecé Editores SA-Buenos Aires 1979).

Todos los pretextos son eficaces para quienes aspiran al logro del poder absoluto sobre los demás integrantes de la sociedad. El más difundido es el de la lucha contra el “enemigo imperialista”, ya sea real o imaginario. El odio generalizado contra los habitantes de EEUU proviene de considerar que todos adhieren al capitalismo, ignorando que gran parte de la población estadounidense se identifica con los sistemas totalitarios. Ludwig von Mises escribió: “El americano que se autodenomina «liberal» invariablemente milita en favor de la omnipotencia estatal, es enemigo encarnizado de la libre empresa y aspira a la planificación de todo por parte de la autoridad, o sea, en otras palabras, que desea implantar el socialismo”.

También la lucha por el predominio de la identidad nacional resulta ser un buen pretexto para la toma del poder. Aunque, para evitar conflictos continuos y perpetuos, resulta conveniente encontrar una identidad humana de características universales. Recordemos que los mensajes éticos de los grandes predicadores tienen una vigencia universal e incluso trascienden las épocas. Jean-François Revel escribió: “La reivindicación de la «identidad cultural» sirve, por otra parte, a las minorías dirigentes del Tercer Mundo para justificar la censura de la información y el ejercicio de la dictadura. Con el pretexto de proteger la pureza cultural de su pueblo, esos dirigentes lo mantienen tanto como les es posible en la ignorancia de lo que sucede en el mundo y de lo que éste piensa de ellos” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).

Uno de los típicos casos del ascenso al poder de los totalitarios es el de la traición de Fidel Castro a la revolución cubana, por cuanto el objetivo inicial de la lucha armada fue el derrocamiento del dictador Fulgencio Batista, mientras que el objetivo secreto de Castro era establecer una nueva dictadura (que se instaló desde el año 1959). Traiciona a varios de sus camaradas e incluso los encarcela una vez finalizada la revolución. Nicolás Márquez escribe: “En verdad, Batista era un intervencionista con rasgos autoritarios sin demasiada carga ideológica. Los rebeldes comandados por Castro que habían intentado derrocarlo en 1953 y ahora renovaban la apuesta, se presentaban públicamente como demócratas antimarxistas que pretendían reinstaurar la Constitución de 1940, el mecanismo republicano y el sistema electoral sin sospechas de fraude” (De “El canalla”- Nicolás Márquez – Buenos Aires 2009)

Lo que resulta sorprendente es el hecho de que muchos intelectuales, aun conociendo el peligro extremo que resulta de unificar todo el poder de una Nación en un reducido número de personas, o incluso, en una persona, y conociendo los efectos catastróficos ocurridos durante el siglo XX (asesinatos masivos por parte de Hitler, Stalin, Mao y otros) sigan promoviendo estas situaciones en la actualidad.

Quienes pretenden dirigir mentalmente al hombre-masa, y quienes apoyan ese objetivo, deberían recordar el ejemplo del Mahatma Gandhi, quien se dirigía al individuo para fortalecerlo moral e intelectualmente. Fortaleciendo individualmente a sus compatriotas logró liberar a la India del dominio imperialista ejercido por los británicos. Los totalitarios, por el contrario, promoviendo el odio y la mentira, sólo consiguen acentuar la dependencia respecto de los enemigos reales o imaginarios
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