domingo, 26 de diciembre de 2010

Totalitarismo


Como se estila generalmente en las ciencias sociales, conviene describir los casos extremos suponiendo que los demás casos forman un espectro continuo entre ambos, existiendo una gradual transición. Uno de ellos lo constituye el Estado paternalista (totalitarismo), mientras que el otro extremo estará constituido por el Estado liberal (democracia).

Para ubicarnos mejor en estos casos limites, recurriremos a una analogía. El Estado paternalista actuará como el padre sobre-protector que sólo reclama obediencia a sus hijos mientras que siempre decide por ellos, aún de grandes, impidiéndoles su normal crecimiento individual, mientras que el Estado liberal actuará como una madre que busca que sus hijos adquieran pronto una actitud responsable para que puedan así adaptarse rápidamente a la realidad social.

Mientras que en el pasado, quienes buscaban el poder, lo hacían a través de la conquista militar, a partir del siglo XX predominan los casos de políticos que aspiran al poder total a través del acceso al control del Estado. Benito Mussolini sugería: “Todo en el Estado; nada fuera del Estado ni contra el Estado”, de donde viene la palabra “totalitarismo”.

Es conveniente describir las actitudes básicas de quienes se identifican con las posturas políticas que estamos tratando. En cuanto a la mentalidad que han mostrado algunos políticos que dirigieron gobiernos totalitarios, podemos mencionar la opinión del psiquiatra H. Baruk respecto del escritor Friedrich Nietzsche, cuyas ideas concuerdan bastante con las de aquellos:

“Bajo el titulo de «nietzscheísmo y carencia de sentimientos humanitarios» he descrito una de las variedades de los trastornos de desarrollo. Se trata de personas que son incapaces de sentir simpatía por el medio humano”.

“Estos sujetos se nos presentan con un aire de sensibilidad, poético, romántico, artístico, que los hace simpáticos, pero se descubre enseguida que esta sensibilidad artística oculta un vacío profundo por lo que toca al hombre. También nos sorprende ver que estos sujetos de apariencia dulce y sensible, a los que conmovía el menor sufrimiento infligido a un pollito, no vacilarían, si tuvieran los medios de hacerlo, en sacrificar, o en mandar asesinar o torturar a seres humanos sin el menor escrúpulo y sin el menor sentimiento”.

“También encontramos en estos sujetos un sufrimiento agudo, que se vuelve a menudo rencor y odio. Sintiéndose extraños al medio de sus prójimos, tienen la impresión de ser rechazados, excluidos, y de esta manera conciben una violenta aversión por toda la humanidad, a la que desprecian profundamente y a la que quieren someter, dominar, aplastar bajo su bota en un deseo ardiente de compensación y de venganza y, en caso de necesidad, de exterminio” (De “Psiquiatría Moral Experimental” de H. Baruk – Editorial Fondo de Cultura Económica – México 1960).

Respecto de Mussolini, la escritora Laura Fermi escribió: “Nietzsche ejerció idéntica fascinación sobre el Mussolini socialista y agitador que sobre el Mussolini Duce del fascismo. Hacia el final de su vida, Mussolini continuaba siendo un admirador de Nietzsche, empleaba el lenguaje y las imágenes nietzscheanas y se esforzaba por encarnar las creaciones del filósofo. Cuando en su madurez se vio desposeído del poder, Mussolini admitió que muchas veces se había lanzado hacía objetivos elevados y ambiciosos siguiendo el camino que le marcaba Nietzsche” (De “Mussolini” de Laura Fermi – Ediciones Grijalbo SA – Barcelona 1973)

En cuanto a Vladimir Lenín, líder del comunismo, Bertrand Russell escribió: “Cuando conocí a Lenin, tuve mucha menos impresión de un gran hombre de lo que esperaba; mis más vívidas impresiones fueron de fanatismo y crueldad extremos. Cuando le interrogué acerca del socialismo en la agricultura, me explicó con júbilo cómo había incitado a los campesinos más pobres contra los más ricos: «Y muy pronto los colgaron de los árboles mas cercanos – ¡ja, ja, ja!» Sus risotadas ante el recuerdo de los muertos hicieron que la sangre se me congelara” (De “Ensayos impopulares” – Editorial Hermes – Buenos Aires 1963).

A pesar de las grandes catástrofes sociales producidas (decenas de millones de víctimas) por las tendencias totalitarias (fascismo, nazismo, comunismo), muchos adhieren a estas tendencias, lo que llama bastante la atención. Cada vez que se habla en contra del liberalismo, se está apoyando implícitamente a alguna tendencia totalitaria, con pocas excepciones. Al menos pocas veces se promueve una mejora ética para mejorar al capitalismo. De ahí que resulta oportuno conocer la actitud individual de quienes aceptan el totalitarismo aún conociendo los graves acontecimientos del pasado. Podemos sintetizar las metas buscadas en las tres siguientes:

a) Intercambio de protección por libertad.
b) Búsqueda de igualdad económica
c) Sentido social de la vida

Mientras que el nietzscheísmo citado antes (con distintos grados) caracteriza al futuro líder de un país totalitario, los tres objetivos mencionados caracterizan al habitante común de ese país.

En cuanto al intercambio de protección por libertad, muchos ven en el Estado la posibilidad de lograr seguridad económica y social, lo que no es una ambición criticable, excepto cuando la dependencia del individuo llegua a extremos en que se pierde la libertad. Ludwig von Mises escribió:

“Porque es lo cierto que, antes del liberalismo, clarividentes filósofos, fundadores, clérigos y políticos, animados de las mejores intenciones y auténticos amantes del bien de los pueblos, predicaron que la institución servil, la esclavitud de una parte del género humano, no era cosa mala ni injusta, sino por el contrario, normalmente útil y beneficiosa. Había hombres y pueblos destinados, por su propia naturaleza, a ser libres, en tanto que existían otros a quienes convenía más el estado servil. Y no eran sólo los amos quienes así se pronunciaban; la gran mayoría de los esclavos pensaba lo mismo. Para éstos tal condición tenia también sus ventajas; no habían, desde luego, de preocuparse del sustento; eso era cosa del dueño. De ahí que no fuera la fuerza, la coacción, lo que, en general, retuviera al esclavo” (De “Liberalismo” de Ludwig von Mises – Editorial Planeta-De Agostini SA – Barcelona 1994).

Otra de las ventajas que muchos ven en los sistemas totalitarios, como el comunismo, es la posibilidad (al menos en teoría) de tener un nivel económico que no será inferior al de los demás. Quienes tengan predisposición a la envidia, o quienes no tengan ambiciones ni iniciativa para el progreso económico, encuentran una “solución” a su situación, aunque no sea lo mejor para todos. Ludwig von Mises escribió:

“No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidiosa malevolencia. Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal de que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también, por su parte, padecerán”.

En cuanto al sentido de la vida ofrecido al individuo, debe señalarse que los sistemas totalitarios buscan el éxito de la sociedad y no del individuo (colectivismo), es decir, el éxito del individuo será una consecuencia del éxito de la sociedad, incluso se lo adoctrina para sacrificarse, si es necesario, por los demás. Ludwig von Mises escribe:

“El neurótico no puede soportar la vida como en verdad es. La realidad resulta para él demasiado dura, agria, grosera. Carece, en efecto, a diferencia de la persona saludable, de capacidad para «seguir adelante, siempre, como si tal cosa». Su debilidad se lo impide. Prefiera escudarse tras meras ilusiones”.

“La «mentira piadosa» tiene doble utilidad para el neurótico. Le consuela, por un lado, de sus pasados fracasos, abriéndole, por otro, la perspectiva de futuros éxitos. En el caso del fallo social, el único que en estos momentos interesa, consuela al interesado la idea de que, si dejó de alcanzar las doradas cumbres ambicionadas, ello no fue culpa suya, sino efecto obligado del defectuoso orden social prevalente. El malcontento confía en que la desaparición del sistema le deparará el éxito que anteriormente no consiguiera. Vano, por eso, resulta evidenciarle que la soñada utopía es inviable y que sólo sobre la sólida base de la propiedad privada de los medios de producción cabe cimentar una organización acogida a la división social del trabajo”.

“El neurótico se aferra a su tan querida «mentira piadosa» y, en el trance de renunciar a ésta o a la lógica, sacrifica la segunda, pues la vida, sin el consuelo que el ideario socialista le proporciona, resultaría insoportable. Porque, como decíamos, el marxismo le asegura que de su personal fracaso no es él el responsable; es la sociedad la culpable. Ello restaura en él la fe perdida, liberándole del sentimiento de inferioridad que, en otro caso, le acomplejaría”.

En los países totalitarios, especialmente los socialistas, las millones de decisiones económicas que a diario debieran hacer sus habitantes, son reemplazadas por la decisión del político encargado de establecer la previa planificación de la economía, con resultados poco favorables. William E. Simon escribió:

“Existe una profunda diferencia entre un hombre de negocios y un burócrata del Estado. El nivel de eficiencia de un hombre de negocios se mide por la solución que da a un problema y, cuanto más capacidad tenga de reaccionar ante la realidad externa, más eficiente será. El nivel de eficiencia de un burócrata está dado por la obediencia a las reglas y por el respeto a los intereses creados de los funcionarios más encumbrados” (De “La hora de la verdad” de William E. Simon – Emecé Editores SA – Buenos Aires 1980).

domingo, 5 de diciembre de 2010

Argentina y la ley de Marx

Una de las ideas más influyentes en el siglo XX fue la descripción de la lucha de clases sociales, y su posible solución, por parte de Marx. Según este autor, la burguesía (el empresariado) explota laboralmente al proletariado (los obreros). A los primeros los caracteriza como avaros, egoístas, desalmados, etc., mientras que a los segundos los considera honrados, trabajadores, solidarios, etc. Para subsanar los inconvenientes de esta situación, propone una sociedad sin clases: el socialismo.

Así como existe, en algunos países, discriminación racial, mediante la cual se asignan atributos negativos a todos los miembros de cierto grupo étnico, lo que siempre da como resultado una generalización errónea e injustificada, la idea que fundamenta al socialismo constituye una discriminación social ya que generaliza atributos negativos destinándolos a todos los integrantes del sector social de los empresarios.

Esta supuesta “ley” no tiene la generalidad supuesta, ya que en toda sociedad real no existe una relación directa y observable entre atributos éticos y nivel económico logrado. Lo que resulta real es la discriminación social que promueve.

Muchos lamentan el atraso de la India con su división social por castas. Sin embargo, cuando una sociedad se encuentra dividida en dos, tal como lo promueve la “ley de Marx”, se produce la situación de mayor riesgo, ya que favorece la “revolución proletaria” (guerra civil).

En cuanto a la inseguridad, que se cobra diariamente las vidas de muchos inocentes, parece estar promovida por la propia justicia. Se favorece la delincuencia liberando asesinos de las cárceles aduciendo que han sido previamente “marginados por la sociedad” (los empresarios no quisieron compartir sus riquezas y no les dieron trabajo…..). Luego del asesinato de la mujer de un bodeguero, en un intento de robo, alguien justificó el hecho aduciendo que su marido “robó antes o robó ahora”. Por ser empresario, se entiende que necesariamente se trata de una persona perversa y por ello ni él, y ni siquiera su mujer, tienen derecho a la vida.
Un gran sector de la población considera justo y legítimo el accionar guerrillero de los setenta que produjo unos 20.000 delitos (robos, secuestros, bombas, etc.) y cerca de 1.500 asesinatos, entre ellos el de varios empresarios. Supone que tampoco tenían derecho a la vida. De ahí que la justicia argentina nunca va a buscar, y mucho menos encarcelar, a los autores materiales e intelectuales de esos hechos. Incluso los monumentos y honores destinados al Che Guevara promueven, en las generaciones más jóvenes, la lucha violenta que sigue como consecuencia inmediata a la previa discriminación social.

Así como es falsa la “ley de Marx”, también lo es la que podríamos denominar “anti-ley de Marx” y es la que afirma que todo empresario es responsable, emprendedor, capaz, etc., mientras que todo obrero es vago, irresponsable y sin iniciativa. Guiarnos por cualquiera de estas pseudo-leyes traerá consecuencias indeseadas por la sociedad. Alguna vez, el Estado nacional aceptó como propia las deudas de varias empresas. Esta decisión no tuvo nada de “liberal” y mucho de adhesión a la “anti-ley de Marx”.

En algunos países, la validez de la “ley de Marx” es indiscutible. De ahí el fundamento de los movimientos de masas que “defienden y protegen” al obrero del “egoísmo y la maldad empresarial” a través del control social y económico de la sociedad por parte del Estado (fascismo, comunismo, nazismo, peronismo, etc.). Recordemos que el fundador del fascismo, Benito Mussolini, fue socialista en sus inicios y un firme “creyente” en Marx, si bien los métodos propuestos fueron diferentes.

También en EEUU existen tales “creyentes”. Ayn Rand escribió: “Todo movimiento que busca esclavizar un país, toda dictadura o toda dictadura en potencia, necesita alguna minoría como chivo expiatorio, a la cual poder culpar por los problemas de la nación y usarla como justificación de sus propias demandas de poderes dictatoriales. En la Rusia Soviética, el chivo expiatorio fue la burguesía; en la Alemania nazi, fueron los judíos, en Estados Unidos, son los empresarios” (De “Capitalismo. El ideal desconocido” – Editorial Grito Sagrado – Buenos Aires 2008)

Aunque resulte difícil medir el grado de “perversidad” empresarial, es fácil medir los resultados que se obtienen luego de combatir al sector productivo o bien de favorecerlo. Así, en la época en que comenzaba la etapa de Lula en Brasil y de Kirchner en Argentina, la producción brasilera era tres veces superior a la nuestra. Luego de algunos años en que el Estado brasilero favorece al empresariado mientras que el Estado argentino combate al propio, la producción brasilera resultó seis veces mayor que la argentina.

Con las inversiones sucede algo similar, ya que, en un periodo de dos años, en pleno kirchnerismo, los inversores retiraron de la Argentina unos 45.000 millones de dólares para ser invertidos en otros países. Compárese esta cifra con los 30.000 millones de dólares que demandarán las reparaciones por el terremoto de Chile. Escribe Marcos Aguinis: “La orgullosa CEO de Hewlett Packard tenia concedida una puntual audiencia (con Néstor Kirchner) para discutir una inversión millonaria en nuestro país. La hizo aguardar casi dos horas y ella, cansada y molesta, prefirió marcharse para cerrar el contrato con Brasil. Perdimos muchos puestos de trabajo, pero ¡qué importa! Luego tampoco quiso recibir al vice internacional de Siemens, porque en esos días atacaba con inspirado odio setentista a las empresas extranjeras. Otro agujero que tampoco importa” (Del libro “El atroz encanto de ser argentinos 2” – Planeta SAIC – Buenos Aires 2007). Cabe preguntarse: ¿Recibirán los gobiernos populistas alguna comisión monetaria por favorecer la llegada de capitales a los países desarrollados?

Ludwig von Mises escribió: “El único medio para elevar el nivel de vida es acelerar el crecimiento del capital, de manera que éste crezca más rápidamente que la población”. Se aducirá que esta expresión favorece la concentración de capital en unas pocas manos, según las críticas marxistas. Sin embargo, el marxismo propone una concentración mucho mayor a través del Estado. Esta aparente contradicción desaparece teniendo presente la “ley de Marx” ya que se supone que el empresario, y el inversor, son “malos por naturaleza”, mientras que el “creyente en Marx” es “bueno por naturaleza”.

En la Argentina, en vísperas de las elecciones presidenciales del 2011, existen grandes coincidencias entre el gobierno y la oposición ya que todos están de acuerdo en la plena vigencia y validez de la “ley de Marx” y de ahí que se considera como misión esencial del político y del Estado la protección del ciudadano común ante la maldad empresarial. Algunos opinan que la oposición tratará de establecer “un buen kirchnerismo”, menos agresivo, con mejores modales, pero coincidente en ese aspecto.

Los gobiernos populistas casi siempre proponen “distribuir las riquezas”. Se supone que el empresario es incapaz de hacerlo a través del mercado y del trabajo. La forma usual de tal distribución consiste en imprimir billetes en exceso, lo que producirá inflación. Luego se culpará a los empresarios por la suba de los precios.

Además de la igualdad económica, se busca la seguridad laboral de los afiliados a los gremios. De ahí que los sindicalistas efectúan verdaderas extorsiones a las empresas subiendo costos e impidiendo las exportaciones. En el mejor de los casos aseguran el bienestar de quienes ya tienen empleo, pero cierran las puertas a quienes no lo tienen.

Cada vez que se actúa ignorando al mercado (imprimiendo billetes en exceso, otorgando créditos baratos, subiendo salarios en exceso, etc.) se llega a una situación económica peor que la que se quiso remediar. Sin embargo, el creyente en Marx siempre interpreta que los empresarios (y sus cómplices) no quieren que el trabajador progrese, o cosas por el estilo.

Excepto unos pocos países (Corea del Norte, Cuba, Venezuela, principalmente) todos están de acuerdo (aunque con ciertas dudas) en que es conveniente la economía de mercado y las inversiones de capital. Si disponemos del claro ejemplo de la “muralla de Berlín”, en la ex Alemania Oriental (socialista) y el “milagro alemán”, en la ex Alemania Occidental (capitalista), puede observarse que el sistema perverso no es el capitalismo, sino el socialismo. Sin embargo, las creencias y el fanatismo son más importantes que el razonamiento y la realidad.

La ventaja que se observa en la “igualdad en la pobreza” (socialismo) es que la gente se siente liberada de la envidia que produce la “desigualdad en la riqueza” (capitalismo). Un cambio en la escala ética de valores, dejando de lado lo estrictamente material, hace innecesario el socialismo.

La democracia se construye, en primera instancia, con la participación y la decisión de millones de votantes, mientras que la democracia económica se construye con las millones de decisiones diarias efectuadas por los consumidores. La propuesta liberal consiste en estos dos aspectos que responden a un mismo objetivo. Por el contrario, la dictadura política implica que las decisiones del país serán tomadas por un líder que “ama al pueblo”, aun sin respetar el marco legal vigente. También las decisiones económicas serán tomadas por ese líder, estableciéndose una dictadura económica (economía planificada o socialista). Sin embargo, son los socialistas quienes hablan de democracia tergiversando su significado.

Mientras que en muchos países se admira al empresario por ser el motor que impulsa la economía de la sociedad, en otros se admira al marxista que “generosamente” pretende repartir lo que producen los demás, pero nunca lo propio.