domingo, 19 de septiembre de 2010

Universalismo y sectorismos

Las ideologías propuestas provienen tanto de la religión, como de la filosofía y la ciencia. Algunas de ellas tienen sentido práctico ya que nos sugieren una actitud a adoptar, mientras que otras carecen de ese atributo. Además, algunas de ellas tienen carácter universal, ya que se dirigen a todo hombre y su validez trasciende las épocas y los pueblos, mientras que otras van dirigidas sólo a un sector de la humanidad, o a un sector de la sociedad.

Los universalismos tienden a unir pueblos, los sectarismos tienden a desunirlos y a crear conflictos. En los ideólogos de los sectarismos podemos encontrar a los autores intelectuales de las grandes catástrofes sociales. De ahí que, en vez de buscar verdades en sus obras, debemos buscar los errores que favorecieron la violencia posterior.

En el lenguaje del universalista aparece la palabra “nosotros” (los seres humanos), mientras que el sectarista habla siempre de “ellos y nosotros” (de uno y otro sector). Como ejemplo de esta actitud podemos citar las palabras que alguna vez dirigió el presidente Perón a sus seguidores: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos…….”. Esta fue una de las tantas incitaciones a la violencia que emitió. La división entre sectores creó las condiciones propicias para una guerra civil. Incluso tal guerra parcial fue por él promovida en los setenta, desde el exilio. Los grupos antagónicos principales fueron los peronistas de tendencia “fascista” y los de tendencia “marxista”.

Las grandes catástrofes sociales, ocurridas en el siglo XX, tuvieron como principales protagonistas a nazis y comunistas. Para los primeros existían razas superiores y razas inferiores, por lo que la solución inmediata era la aniquilación de estas últimas. Para los segundos existían clases sociales mejores (proletariado) y clases sociales peores (burguesía), por lo que la solución inmediata era la aniquilación de éstas. Stéphane Courtois escribió:

“En cada caso el objeto de los golpes no fueron individuos sino grupos. El terror tuvo como finalidad exterminar a un grupo designado como enemigo que, ciertamente, sólo constituía una fracción de la sociedad, pero que fue golpeado en cuanto tal por una lógica genocida. Así, los mecanismos de segregación y de exclusión del «totalitarismo de clase» se asemejan singularmente a los del «totalitarismo de raza».

La sociedad nazi futura debía ser construida alrededor de la «raza pura», la sociedad comunista futura alrededor de un pueblo proletario purificado de toda escoria burguesa. La remodelación de estas dos sociedades fue contemplada de la misma manera, incluso aunque los criterios de exclusión no fueran los mismos. Resulta, por lo tanto, falso pretender que el comunismo sea un universalismo: aunque el proyecto tiene una vocación mundial, una parte de la humanidad es declarada indigna de existir, como sucedía en el nazismo. La diferencia reside en que la poda por estratos (clases) reemplaza a la poda racial y territorial de los nazis.

Los crímenes leninistas, estalinistas y maoístas y la experiencia camboyana plantean, por lo tanto, a la humanidad –así como a los juristas y a los historiadores – una cuestión nueva: ¿cómo calificar el crimen que consiste en exterminar, por razones político-ideológicas, no ya a individuos o a grupos limitados de opositores, sino a segmentos masivos de la sociedad? ¿Hay que inventar una nueva denominación? Algunos autores anglosajones así lo piensan y han creado el término «politicidio». ¿O es preciso llegar hasta el punto, como lo hacen los juristas checos, de calificar los crímenes cometidos bajo el régimen comunista de simplemente «crímenes comunistas»?

(De “El libro negro del comunismo” de Stéphane Courtois y otros– Ediciones B – Barcelona 2010).

Otro aspecto común a nazis y marxistas radica en la instauración de un partido político único y el control estatal de los medios de producción. La gran concentración de poder hizo que, bajo los gobiernos de Stalin y de Mao Tse Tung, en la URSS y en China, respectivamente, se produjeran las grandes hambrunas que eliminaron fácilmente a sectores opositores. Así se produjeron las de Ucrania y de China, con decenas de millones de víctimas. Stéphane Courtois escribió:

“El régimen tiende a controlar la totalidad de las reservas de alimentos disponibles y, mediante un sistema de racionamiento a veces muy sofisticado, sólo lo distribuye en función del «mérito» o del «demérito» de unos y de otros. Este salto puede llegar incluso a provocar gigantescas hambrunas”.

Otra causa importante de divisiones entre pueblos y naciones lo constituyen los nacionalismos exagerados. Esta actitud grupal, por la cual los integrantes de una nación se sienten superiores al resto, favorece la discriminación por nacionalidad e incluso llega a veces al imperialismo, como un derecho otorgado a ellos mismos y que les permite dominar a otros pueblos.

Las religiones también producen graves divisiones y antagonismos. Hay quienes se consideran “el pueblo elegido”, otros se consideran seguidores del “profeta verdadero” de donde surgen los verdaderos “creyentes”, mientras que los demás son los “enemigos de la fe”. A éstos se los debe “tolerar”, en el mejor de los casos (tolerar implica soportar lo que no se puede eliminar). Si la palabra “religión” proviene de “unir a los adeptos”, puede verse fácilmente que el conjunto de las religiones consigue resultados totalmente opuestos a su objetivo principal.

Incluso quienes adoptan la postura filosófica teísta (Universo = Dios + Naturaleza) se consideran éticamente superiores a los que adhieren a la postura deísta (Universo = Dios = Naturaleza) quienes, al igual que los ateos y los agnósticos, serán considerados como “no creyentes” y como seres vivientes de segunda categoría.
En cuanto al único universalismo que pareciera existir, el de la ciencia experimental, debemos decir que ello se debe a que la ciencia describe leyes naturales, por lo que sus resultados tienen validez universal. Lógicamente que podrá haber religiones y filosofías que también posean esos atributos, y ello ocurrirá cuando sean compatibles con las leyes naturales y con la ciencia experimental.

De todas las leyes posibles, serán de mayor interés las que rigen nuestra conducta social, tales las estudiadas por la psicología social (o psicología de las actitudes). En ella encontramos actitudes que favorecen la cooperación y también las que favorecen la competencia. De ahí que la sugerencia del amor al prójimo, la esencia del cristianismo, podrá también ser impulsada desde tal rama de la ciencia.
El amor, como fenómeno biológico, forma parte del concepto general de empatía, proceso por el cual el ser humano, y también otros seres vivientes, tienen la predisposición a ubicarse imaginariamente en la situación y en los sentimientos de los demás. Incluso desde la neurociencia, con el descubrimiento de las neuronas espejo, ha podido detectarse el proceso cerebral que sustenta la empatía.

De ahí que la actitud cooperativa, asociada a “nosotros”, estará vinculada a la tendencia a compartir las penas y las alegrías de los demás, mientras que la actitud competitiva, asociada a “nosotros y ellos”, estará asociada al odio, como tendencia a cambiar alegría ajena por sufrimiento propio y sufrimiento ajeno por alegría propia.

La actitud de los seres humanos, como una tendencia permanente a responder de la misma forma ante iguales circunstancias, tiene una componente afectiva tal como el amor, el odio, el egoísmo y la negligencia. También tendrá una componente cognitiva, y ella estará asociada a la referencia que tiene todo individuo para evaluar cada nueva información que se le ofrezca. Así, hay quienes tendrán como referencia a la propia realidad, mientras que otros la tendrán en un libro sagrado, según la religión que profesen. Otros la tendrán en la opinión de un político o en algún líder filosófico o religioso. Además de la referencia elegida, será relevante la necesidad de conocer la verdad que tendrá cada individuo, o si simplemente preferirá cambiar la realidad, o ignorarla, si ello favorece el sostenimiento de creencias aceptadas desde tiempo atrás.

Nunca deja de asombrarnos el hecho de que los ideólogos que promueven divisiones y violencia sean admirados y perdure su influencia en el tiempo. Así, en la Argentina, un candidato presidencial que no sea peronista, o que no se identifique con el peronismo, pocas esperanzas tendrá de salir victorioso en una elección. En el caso del marxismo, ocurre un hecho adicional ya que se trata de una ideología que trastoca todos los valores de la vida social. Stéphane Courtois escribió:

“Como suele suceder a menudo, la mentira no es lo contrario, stricto sensu, de la verdad y toda mentira se apoya en elementos de verdad. Los términos pervertidos se sitúan en una visión desplazada que deforma la perspectiva de conjunto: se nos enfrenta con un astigmatismo social y político. Ahora bien una visión deformada por la propaganda comunista es fácil corregir, pero es muy difícil volver a llevar al que ve defectuosamente a una concepción intelectual idónea. La primera impresión esta cargada de prejuicios y así permanece. Como si se tratara de judokas, y gracias a su incomparable poder propagandístico ―fundado en buena medida en la perversión del lenguaje―los comunistas han utilizado la misma fuerza de las críticas dirigidas contra sus métodos terroristas para volverlas en contra de esas mismas críticas, apretando en cada caso las filas de sus militantes y simpatizantes en virtud de la renovación del acto de fe comunista”.

En cuestiones ideológicas es donde aparece con mayor nitidez el problema del relativismo moral. Así, los asesinatos masivos son considerados buenos o malos según buena o mala sea la “intención” de quienes los realizan. De ahí la adhesión al marxismo que existe actualmente a pesar de las catástrofes ocurridas en varios países. Aldous Huxley escribió:

“Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene bloqueado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de emplear mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets; está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución”

(De “El fin y los medios” de Aldous Huxley – Editorial Hermes – Buenos Aires 1955).

Si consideramos como componentes de la actitud ética tanto los aspectos afectivos como los cognitivos, la existencia de una tendencia cooperativa será tan importante como la previsibilidad de nuestras acciones, por lo que resulta erróneo hablar de las “buenas intenciones” de los que provocan asesinatos como una forma natural de su acción política.