martes, 23 de febrero de 2010

Evolución e Involución social

Las crisis sociales han existido desde siempre y ocurrieron, en general, por falta de conocimientos, aunque debemos distinguir si esa falta de información verdadera se debió, en la época respectiva, a que se carecía de la misma o bien porque no se la pudo transmitir adecuadamente a la población. Una causa distinta a las anteriores se debe al predominio de la mentira, con una decidida intención de ocultamiento de la verdad buscando el éxito de ideologías de validez sectorial y de quienes las sostienen.

La intelectualidad casi siempre influyó sobre las masas. De ahí que esa intelectualidad es la que, muchas veces, fue la mayor responsable de las crisis políticas y sociales que existieron. A veces por dirigirse, justamente, al hombre masa, en lugar de tratarlo como un ciudadano pensante capaz de pensar y decidir por sus propios medios.

Los sistemas u organizaciones sociales existentes a lo largo de la historia de la humanidad han sido muchos. Sin embargo, algunos se repiten una y otra vez en distintos lugares del mundo bajo distintos disfraces. Las crisis están asociadas generalmente al gobierno del hombre sobre el hombre, a través del Estado, mediante ideologías de origen político, filosófico o religioso. Esto contrasta notablemente con el gobierno del hombre a través de la ley natural, asociada a Dios, o al orden natural.

Partiendo desde la etapa del feudalismo, nos encontramos con que existía un mutuo acuerdo entre el señor feudal y sus vasallos respecto de los deberes y derechos de cada uno. Sin embargo, el liberalismo promovió la emancipación de los dominados debido, entre otros aspectos, al bajo rendimiento laboral resultante de una actividad practicada en la servidumbre. Ludwig von Mises escribió al respecto:

“Porque es lo cierto que, antes del liberalismo, clarividentes filósofos, fundadores, clérigos y políticos, animados de las mejores intenciones y auténticos amantes del bien de los pueblos, predicaron que la institución servil, la esclavitud de una parte del género humano, no era cosa mala e injusta, sino por el contrario, normalmente útil y beneficiosa”.

“Había hombres y pueblos destinados, por su propia naturaleza, a ser libres, en tanto que existían otros a quienes convenía más el estado servil. Y no eran sólo los amos quienes así se pronunciaban; la gran mayoría de los esclavos pensaba lo mismo. Para éstos tal condición tenía también sus ventajas; no había, desde luego, que preocuparse del sustento; eso era cosa del dueño. De ahí que no fuera la fuerza, la coacción, lo que, en general, retuviera al esclavo”.

“Pensadores sinceramente humanitarios, cuando el liberalismo, en el siglo XVIII y primera mitad del XIX, se alzó a favor de la emancipación del siervo de la gleba europea y del negro americano, no silenciaron, desde luego, su honesta oposición. El trabajador servil –argumentaron- hallábase habituado a su condición y no la consideraba mala”.

“¿Qué iban a ser libres? Sentiríanse desamparados, al no poder recurrir a su antiguo señor; no sabrían ni administrar los propios asuntos; apenas acertarían a conseguir lo indispensable para cubrir sus más elementales necesidades. La emancipación, por tanto, antes que beneficio, iba a arrogarles grave perjuicio”.

“Quienes propugnaban la abolición de la servidumbre, aduciendo argumentos de tipo humanitarista, quedábanse dialécticamente desarmados cuando se les probaba que, en muchos casos, la institución favorecía e interesaba también a los pobres seres esclavizados. Lógica era la perplejidad puesto que un solo razonamiento válido hay contra la esclavitud, desarbolando toda otra dialéctica, a saber, que el trabajo del hombre libre es incomparablemente más productivo que el del esclavo. Carece éste, en efecto, de interés personal por producir lo más posible. Aporta a regañadientes su esfuerzo y sólo en la medida indispensable que le permita eludir el correspondiente castigo” (De “Liberalismo” – Editorial Planeta – De Agostini SA – Barcelona 1994)

Considerando al feudalismo, los marxistas sostienen que la evolución natural de la sociedad habría de continuar con el capitalismo, el socialismo y el comunismo. Sin embargo, lo que en la teoría puede presentarse de una forma, puede que en la realidad resulte todo lo contrario, concluyéndose con que la teoría no ha sido acertada.

El socialismo marxista propone, como base de su accionar, la expropiación o estatización de los medios de producción. Esto implica, necesariamente, que todo trabajador se convierte en un empleado del Estado, y que debe adaptarse, le guste o no, a las directivas de los planificadores de la producción. Es evidente que se ha producido una involución hacia sociedades anteriores al feudalismo, ya que en aquél caso existía cierto acuerdo entre amos y siervos, mientras que el socialismo implica una esclavitud forzada. Es decir, la “dictadura del proletariado”, propuesta por el marxismo, implica que sus adeptos ocuparán el lugar de los amos, mientras que los demás ocuparán el lugar de los siervos, les guste o no la situación.

Es oportuno mencionar que estamos describiendo al socialismo real, y no el socialismo que aparece en los libros y que no tiene en cuenta la naturaleza humana ni mucho menos su comportamiento. Demás está decir que, una vez llegado el momento del total dominio del Estado, no existe algo parecido “a la desaparición del Estado” para llegar al comunismo.

El bajo rendimiento del trabajador socialista se debe a que trabaja para los amos que dirigen al Estado, y no para su propio beneficio. Sin embargo, los regimenes colectivistas se encargan de inculcar al trabajador que debe considerar más importante la sociedad que su propia individualidad y por ello debe trabajar con entusiasmo por el engrandecimiento de su sociedad y de su país.

Que la eliminación de la propiedad privada trae aparejado de inmediato la total concentración del poder en el Estado es algo que no requiere demasiado esfuerzo mental para entenderse. Sin embargo, para muchos existió la necesidad de la aparición del libro “Camino de la servidumbre”, de Friedrich Hayek para dejar en claro este hecho.

Los que no creen en la existencia de Dios, o de un orden natural, no buscarán la adaptación a sus leyes, sino que jugarán a ser Dios diseñando un “orden artificial” al cual deberá amoldarse la sociedad. En forma semejante, quienes ignoran la existencia del proceso del mercado, no proponen una adaptación al mismo sino que tratarán de establecer planificaciones económicas a las cuales deberá adaptarse la sociedad. De ahí que las tendencias totalitarias (fascismo, nazismo, marxismo) presenten en común ataques y descalificaciones a la religión, a la ciencia económica e incluso a la democracia.

Al mercado concurren productores y consumidores, siendo éstos quienes tienen la libertad de comprar o de abstenerse de hacerlo. Con sus compras o abstenciones realizan una especie de “votación económica”, favoreciendo con su elección a algunos productos o a algunos fabricantes. En los regimenes totalitarios no existe tal posibilidad por cuanto una minoría, los “elegidos” (por su nacionalidad, raza o ideología), se supone que sabe más que el ciudadano común acerca de qué debe consumir y de qué debe abstenerse de hacerlo.

El marxismo fundamenta su postura en las siguientes creencias y sugerencias:

1) Sostiene que el valor de una mercancía depende principalmente del trabajo (y no tanto de otros factores como capital e información).
2) Afirma que el empresario compensa al empleado con menos de lo que éste produce (lo que no siempre es cierto)
3) Culpa por ello a la burguesía (empresariado) por los males de los empleados (proletariado).
4) Promueve la lucha de clases y sugiere establecer la “dictadura del proletariado” a través de la revolución (guerra civil).

Esta dictadura estará motivada en el odio y llevará intenciones de venganza, por lo cual se trata de una violencia institucionalizada e incluso aceptada como legítima en aquellos ámbitos intelectuales que aceptan y proponen las premisas básicas antes mencionadas.

Mientras que la discriminación y posterior violencia promovida por fascistas y nazis (por cuestiones de nacionalidad y raza) ha sido rechazada, y por lo cual han sido justamente excluidos por la mayor parte de las sociedades y naciones, ello no ocurre, sin embargo, con el marxismo y con la discriminación social que promueve a pesar de los nefastos resultados producidos. En ello puede observarse una hábil forma de distorsionar y ocultar la verdad como también para descalificar y difamar a las ideologías rivales.

Si la discriminación social hacia los sectores productivos (la burguesía o los empresarios) mantiene su plena vigencia en muchos países, ha de ser seguramente porque la mayoría está gobernada por una escala de valores esencialmente materialista y competitiva, ya que no admite que alguien pueda tener mayor cantidad de bienes materiales, sin importar la forma en que fueron logrados.

En algunos países subdesarrollados, los partidos políticos son distintas variantes de populismos que mantienen una idea en común: tienen la misión de proteger al pueblo de la clase empresarial y productiva. El economista Roberto Cachanosky escribió:

“Mediante el cine, la televisión, las radios, los contenidos de las materias en los colegios y en las universidades se presenta a la iniciativa privada como un reducido grupo de inescrupulosos individuos que pretenden «robarle» a la gente, por lo tanto es función del Estado intervenir para lograr una «justa» distribución del ingreso. El Estado debe «defender» a los ciudadanos de unos pocos inescrupulosos que quieren explotar al pueblo y, para ello, los gobernantes se arrogan poderes dictatoriales por los cuales deciden sobre la vida y la fortuna de la gente” (De “El síndrome argentino” – Ediciones B – Buenos Aires 2006)

El predominio de las ideas socialistas puede confundir a más de un joven. Y ello ocurre cuando escucha que es “malo” ser empresario, que es malo producir, dar trabajo y favorecer de esa manera a la sociedad y que, por el contrario, es “bueno” ser como el Che Guevara, que asesinaba empresarios y que por ello mismo era digno de recibir homenajes y hasta era justo que su imagen debiera permanecer en monumentos. En este caso vemos la involución consciente y premeditada de la sociedad.

jueves, 11 de febrero de 2010

¿ El fin del capitalismo ?


Los dos sistemas económicos rivales, para la producción y distribución de bienes, son el capitalismo y el socialismo. Ludwig von Mises escribió al respecto: “El laissez faire no significa: dejen que operen las desalmadas fuerzas mecánicas. Significa: dejen que cada individuo escoja como quiere cooperar en la división social del trabajo; dejen que los consumidores determinen cuáles empresarios deberían producir. Planificación significa: dejen que únicamente el gobierno escoja e imponga sus reglas a través del aparato de coerción y compulsión” (De “La Acción Humana” – Editorial SOPEC SA – Madrid 1968).

En el capitalismo, los medios de producción son privados y rigen las leyes del mercado; leyes que son descriptas por la ciencia económica. El mercado es un sistema autorregulado que requiere del control del Estado, pero no de una intervención que modifique alguna, o varias, de las variables económicas, ya que ello tiende a perturbar el sistema y a producir conflictos que llevan a la economía a una situación peor que la existente previamente, es decir, el remedio puede resultar peor que la enfermedad.

En el socialismo, los medios de producción son estatales y rige una planificación central que busca la igualdad social y económica de la población. Se ignoran las leyes de la economía. Al no existir el proceso del mercado, la economía planificada no dispone de datos tan simples como “el precio de mercado”, por lo cual es dificultoso el cálculo económico necesario para la optimización del sistema. La ineficacia es una consecuencia inmediata. Además, al no existir la propiedad privada, todo individuo forma parte de la planificación central, por lo que la pérdida de libertad individual es inherente al sistema.

Los defensores de la economía de mercado sostienen que ésta constituye el mejor sistema sin llegar a afirmar que sea un método infalible para lograr el desarrollo económico de una Nación. Los defensores de la economía planificada descalifican y calumnian a sus rivales acusándolos de tratar de promover beneficios para un solo sector de la población.

También existen economías mixtas, y son la mayoría. En estos casos es oportuno determinar si existe una tendencia hacia la economía libre o bien una tendencia progresiva hacia el socialismo, tal el caso de países con gobiernos intervencionistas. En esos casos, el Estado participa activamente en el mercado y lo distorsiona (en lugar de realizar un control exterior para que se respeten sus reglas).

Los partidarios del socialismo tienden a lograr adeptos comparando el socialismo idealizado con una sociedad capitalista real, en lugar de tomar como referencia al socialismo real. Luego de muchos casos en que pudieron establecerse comparaciones efectivas entre ambos sistemas, llegó a ser evidente la superioridad de la economía de mercado. Esto pudo observarse comparando los resultados de la Alemania Occidental con la Alemania Oriental, o de Corea del Sur con Corea del Norte, o la actual China con mercado libre a la anterior China con planificación central.

A pesar de éstas, y de otras evidencias, todavía existen partidarios del socialismo. En parte ello se debe a que se asocia el capitalismo a los EEUU, como si fuera una invención de ese país. Debe tenerse presente que el mercado es un tipo de organización que se da en forma espontánea en cuanto surge la necesidad de establecer intercambios luego de la producción especializada (división del trabajo) y que los países tienen el mérito de adaptarse al mismo o la culpabilidad de ignorarlo.

Entre los que sienten ansiedad por ver la caída del capitalismo (y el triunfo del socialismo) tenemos: a) Quienes aspiran a ocupar un lugar jerárquico en la futura sociedad comunista. b) Quienes aspiran a la igualdad económica para sentirse liberados de sentir envidia por los demás. c) Quienes tienen la esperanza de que se cumpla la profecía realizada por Marx acerca del fin del capitalismo y de la llegada del socialismo.

El fin del capitalismo, para darle paso al socialismo, es considerado por el marxismo como una especie de ley natural de la historia que ocurrirá indefectiblemente. El marxista debe tratar de que ese acontecimiento ocurra lo antes posible. Marx expresó: “Sólo hay un medio de abreviar, de simplificar, de concentrar los dolores mortales del fin de la antigua sociedad y los dolores sangrientos del parto de la sociedad nueva, un solo medio: el terrorismo revolucionario” (Citado en “Historia de las Ideas Políticas” de A. Rodríguez Varela – AZ Editora SA – Buenos Aires 1995)

A los EEUU se lo acusa de ser imperialista por cuanto a ese país llegan de todo el mundo los dos factores principales de la generación de riquezas: capital material y capital humano (gente capacitada). Ello se debe a que allí se respetan los derechos de la propiedad privada, las reglas del mercado, la estabilidad de las leyes, etc., lo cual constituye un poderoso atractivo para la inversión. Una vez que el país funciona aceptablemente, resulta ser también un atractivo para muchos profesionales y trabajadores especializados de todo el mundo, que allí ven reconocidas sus aptitudes laborales y personales.

Este éxodo de capitales y trabajadores es favorecido, desde otros países, por gobiernos populistas y totalitarios, que ahuyentan capitales debido a la siempre presente posibilidad de expropiación estatal, o bien por la ausencia de un marco legal que garantice los derechos vinculados a la propiedad privada.

En los países subdesarrollados es común que luego de dos o tres años de formada una empresa, deba cerrar sus puertas. Se habla de porcentajes cercanos al 80 %. Y ello se debe a que se busca prioritariamente el beneficio material inmediato en lugar de reinvertir ganancias por varios años hasta que la empresa tenga dimensiones importantes. Esta mentalidad impide la acumulación de capitales.

En forma similar, los gobiernos populistas promueven la “repartición de riquezas” en lugar de promover la “producción” de las mismas. Se estima que la riqueza de un país viene medida por la cantidad de capital per capita disponible. De ahí que las tendencias intervencionistas, que favorecen el consumo antes que la inversión, impiden la formación de capitales productivos y el posterior éxito económico del país.

La etapa de la distribución debe producirse luego de la etapa de la capitalización, de ahí la conveniencia de que existan, alternativamente, gobiernos liberales y distribucionistas. Por el contrario, si en un país se alternan en el gobierno distintos tipos de populismo (como en la Argentina) el país seguirá reduciendo su nivel económico cada vez más.

Es oportuno decir que el éxito, en todo proceso educativo, o en todo proceso en que existe transmisión de información, depende tanto del que la da como del que la recibe. Si la ciencia económica da consejos respecto de aquello que produce buenos resultados y de aquello que produce malos resultados, no se la debe responsabilizar por el mal funcionamiento económico de la sociedad si tales consejos son ignorados. Es lo mismo que culpar a la medicina por la mala salud de la población, o a la metereología por el mal tiempo existente.

Hay varias formas de distorsionar al mercado. La forma más elemental consiste en la emisión monetaria excesiva, por parte del Estado, cuando se busca “repartir las riquezas”. También ocurre cuando se otorgan créditos a tasas inferiores a las establecidas por el mercado. En esto consiste la inflación, con los indeseables efectos por todos conocidos. Luego, quienes distorsionan al mercado son los primeros en hablar acerca de la ineficacia del sistema capitalista.

En el campo laboral ocurren distorsiones cuando se otorgan sueldos mayores a los establecidos por el mercado debido a decretos del gobierno o bien a las presiones de los sindicalistas. Esto favorece al trabajador en actividad, pero relega a la desocupación a muchos que quieren conseguir un empleo.

La solución propuesta por John M. Keynes para el pleno empleo consiste en la emisión de créditos y dinero, por parte del Estado, que favorecerá en el corto plazo la expansión de la economía, pero producirá inflación, con el descenso real del salario de los trabajadores. Al producirse esa disminución, el empleo tiende a subir hasta llegar a eliminar la desocupación.

La expansión del crédito, promovida por el Estado, sin embargo, posibilita la caída de las tasas de interés, dando señales erróneas al empresario que tiende a realizar mayores inversiones que las aconsejadas. Aparece una etapa de esplendor económico que será seguida por una gran recesión. En esto consiste la descripción de la causa de los ciclos económicos por parte de F. von Hayek y L. von Mises. Este último autor escribió: “La depresión es consecuencia de la expansión del crédito. El desempleo masivo, que se prolonga año tras año, es el efecto inevitable de los intentos por mantener los salarios por encima del nivel que el mercado, sin traba alguna, habría fijado. Todos esos males, que los progresistas interpretan como una evidencia del fracaso del capitalismo, son el resultado necesario de la alegada interferencia social en el mercado” (De “Planificación para la libertad” – Centro de Estudios sobre la libertad – Buenos Aires 1986)

La severa crisis del 2008, fue favorecida por la emisión de créditos otorgados a quienes no podían devolverlos. Pero principalmente se debió a la existencia de una tendencia generalizada a la especulación (inversión no asociada a la producción), lo que nos indica que no podrán lograrse buenos resultados económicos si no se parte de un nivel ético aceptable y elemental.

Casi siempre se comparan las ventajas materiales o económicas de uno y otro sistema. Sin embargo, debe tenerse presente que los sistemas totalitarios, que se oponen a la democracia (aunque fingen respetarla para llegar al poder), implican una efectiva pérdida de la libertad individual. La total concentración del poder en el Estado, crea las condiciones adecuadas para la existencia de situaciones de extremo peligro para el individuo y la sociedad. El poder absoluto ejercido por Hitler, Stalin y tantos otros nefastos personajes de la historia reciente, no distan demasiado de la mentalidad de un Nerón o un Calígula.

¿Acaso el ciudadano que apoya al socialismo no se da cuenta de este peligro real? ¿Acaso tal ciudadano desconoce las atrocidades cometidas por nazis y comunistas? Sin embargo, se ha llegado a descalificar al liberalismo, o al capitalismo, de tal manera que para el ciudadano común resulta ser algo nefasto. Y son precisamente los que coinciden ideológicamente con Hitler y Stalin, principalmente respecto del liberalismo, la democracia, los empresarios, los que difaman a la ciencia económica promoviendo el totalitarismo. También son quienes se atribuyen el monopolio de la “bondad” y la “ética”. Ello se debe a que el socialista está siempre dispuesto a repartir los bienes ajenos buscando su confiscación por parte del Estado, aunque casi nunca tiene la predisposición a crear medios de producción para compartirlos con los demás.