miércoles, 20 de enero de 2010

Protección vs Responsabilidad

Podemos decir que el hombre adquiere libertad cuando es capaz de adaptarse plenamente a las leyes que rigen al medio en donde se desarrolla su vida. Estas leyes podrán ser las naturales, las constitucionales, las leyes económicas o bien los distintos convenios sociales. Marco Tulio Cicerón escribió: “Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres”.

Cuando un individuo carece de madurez suficiente, asociada a la falta de información respecto a esas reglas, no podrá sentirse libre, ya que estará en conflicto permanente con los convenios y leyes que no supo interpretar adecuadamente, por lo que es probable que tenga que depender de la protección o de la guía de otras personas hasta el momento en que adquiera una madurez plena.

La influencia más importante que reciben los niños es la de sus padres, que casi siempre la ejercen con las mejores intenciones. Sin embargo, no por ello reciben siempre la mejor influencia. Esto se debe, entre otras causas, a las actitudes predominantes en ambos, que pueden, o no, coincidir, o incluso, que pueden crear en el niño cierta confusión, ya que alguna acción o actitud, que el padre considera que es “buena”, para la madre puede resultar “mala”. Marco Tulio Cicerón escribió: “La ignorancia del bien y del mal es lo que más perturba la vida humana”.

Podemos ejemplificar el tema tratado considerando una madre protectora, que trata de hacer de la vida de su hijo una experiencia agradable y exenta de sufrimientos y preocupaciones. Incluso que realiza tareas cotidianas que deberían ser hechas por su propio hijo. Un exceso de protección podrá hacer que quien la reciba tienda a ser una persona incapaz de resolver por sí misma aún las tareas más simples, por cuanto se acostumbró a que la madre decida en todas las circunstancias.

Se conocen casos como el de un joven que fue rechazado en un intento por ingresar a trabajar a una empresa. Y ello se debió a que, en el examen psicológico que se le hizo, detectaron cierta inseguridad debida, posiblemente, a la influencia sobreprotectora de su madre. Incluso fue la propia madre a protestar porque lo habían rechazado, confirmando el diagnóstico realizado.

Además, vamos a suponer que aquel niño tiene, como contrapartida, un padre exigente, que lo induce a adaptarse de la mejor manera al mundo y a la sociedad, que le impone tareas y responsabilidades porque sabe que, de lo contrario, los consejos de la madre tenderán a anular sus aptitudes, porque quedará parcialmente incapacitado psicológicamente para tomar decisiones si alguien lo hizo siempre por él.

Las actitudes extremas, si son excluyentes de la otra, serán perjudiciales para el individuo. Es evidente que lo ideal será una influencia intermedia, ya que la seguridad personal provendrá tanto de una protección afectiva sólida como también de haber adquirido la responsabilidad suficiente como para poder administrar adecuadamente la libertad en su vinculación con el medio social que lo rodea.

Las dos influencias mencionadas aparecen también en el ámbito de la política y de la economía. Por una parte tenemos el “Estado paternalista”, de tipo socialista, que toma a su cargo todo tipo de decisiones que corresponderían al individuo adoptar. Con el tiempo, el ciudadano corriente va perdiendo sus aptitudes básicas para establecer metas futuras, para la creatividad personal o incluso para establecer las decisiones más simples. Se piensa en la “incapacidad esencial” del ser humano, ya que necesitaría de la orientación y las directivas de las personas aptas para hacerlo (el dirigente socialista).

No es difícil advertir que tal dirigente piensa también en la “natural maldad e incapacidad” del empresario para tomar las mejores decisiones en la economía nacional mientras que cree en la “natural bondad y capacidad” del dirigente marxista que tendrá a cargo la planificación estatal. En ello radicaría la supuesta superioridad del capitalismo estatal (socialismo) respecto del capitalismo privado (libre empresa).

En el otro extremo tenemos la actitud liberal en la cual se supone que todos los individuos tienen aptitudes suficientes para lograr grandes metas y que, con adecuada responsabilidad, podrá hacer uso de una casi ilimitada libertad. Aunque también puede haber excesos en esta postura. Nos imaginamos el caso en que se quiere enseñar a nadar a un niño. Seguramente se lo arrojará directamente a la piscina para que sienta la necesidad de aprender rápidamente. Cuando se quiere imponer a una sociedad una mentalidad competitiva e innovadora, sin un cambio previo de mentalidad, se supone que el comerciante o el empresario podrán cambiar de oficio de la noche a la mañana. Sin embargo, ocurrirá lo que puede ocurrir con el aprendiz de natación: o aprende rápido o se ahoga.

Entre las principales posturas políticas tenemos aquéllas asociadas a ideologías proteccionistas destinadas al hombre masa (que no piensa) para establecer sociedades colectivistas (fascismo, nazismo, marxismo) en donde existe la tendencia al partido político único. Como contrapartida tenemos las posturas políticas cuyas ideologías van dirigidas al incremento de la responsabilidad individual, para establecer sociedades democráticas (liberalismo). En un caso se busca la obediencia del hombre masa a quienes dirigen el Estado, mientras que en el otro caso se busca el desarrollo adecuado de la responsabilidad individual para que el hombre no necesite del gobierno de otros hombres, sino del gobierno de la ley.

En la actualidad se observa un predominante egoísmo que se vislumbra en una excesiva demanda por el respeto a los derechos individuales, sin importar tanto los deberes asociados a cada uno de esos derechos. Incluso aparece entre los adolescentes la figura del “noble déspota”; el que exige el respeto a sus propios derechos tanto como el cumplimiento de los deberes ajenos. Posiblemente esta actitud sea una consecuencia de la influencia recibida de padres sobreprotectores.

Para el adolescente de hoy (o para la mayoría de ellos) la vida es diversión, por lo que el estudio y el trabajo son actividades que se oponen a la “auténtica vida”. Está acostumbrado a buscar placer en las sensaciones inmediatas sin tener presente los efectos futuros de sus acciones. Se busca la satisfacción superficial y no aquella que realmente vale, y es la que se logró con esfuerzo y responsabilidad.

Así como la madre protectora despotrica delante de su hijo en contra del padre exigente, los socialistas despotrican delante del pueblo en contra de la clase empresarial y productora, porque éstos quieren elevar la producción y las ganancias, mientras que aquéllos sólo piensan en distribuir las riquezas producidas por otros mostrándose siempre generosos con la posible distribución de bienes ajenos.

En forma similar a cómo los herederos de cuantiosas fortunas tienden a dilapidarlas, ya sea en una primera o segunda generación, quienes reciben los beneficios de las expropiaciones estatales no siempre son cuidadosos de lo que no les costó formar. Sin embargo, las ventajas de esta última posibilidad se explica considerando la “incapacidad natural del heredero” para administrar lo que no le costó ganar en contraste con la “capacidad natural del pueblo” para administrar lo que tampoco le costó ganar.

La seguridad económica que puede brindar el Estado paternalista no es una meta negativa si fuese factible realizarla. Pero no es posible ignorar la realidad, materializada precisamente en las leyes de la economía. Muchos gobernantes, de distintos países y de distintas épocas, han tratado, quizás con buenas intenciones, de favorecer la igualdad económica y social de la población. Han subido impuestos a los ricos, han promovido préstamos a los pobres, han elevado notablemente el gasto público, etc., y sólo consiguieron aumentar los niveles de vagancia, pobreza, desigualdad y hambre. Procedieron como la madre sobre protectora que desconoció muchos aspectos inherentes a la naturaleza del individuo y de la sociedad. Se dice que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones.

Así como el niño caprichoso culpa, de grande, a los demás por sus propios males, o bien porque no le dieron la atención que supo darle su madre, el ciudadano corriente culpa al extranjero por los males de su país. Esta es la fórmula infalible para lograr el fracaso definitivo: nunca podremos reducir nuestros defectos si culpamos por ellos a los demás.

La ética natural sugiere un complemento entre nuestra capacidad para compartir penas y alegrías ajenas y nuestra capacidad para prever efectos futuros en cada secuencia de causas y efectos. Es por ello que todo individuo requiere tanto de una base afectiva adecuada como de cierta capacidad intelectual para prever efectos futuros, tanto de las propias decisiones como de las ajenas (para protegerse de los demás).

En la educación también nos encontramos con docentes que tratan que sus alumnos adquieran responsabilidades para poder así disponer de la libertad correspondiente, mientras que otros se caracterizan por sus actitudes demagógicas. Para que el niño caprichoso no se sienta inferior a otros niños, se le niegan méritos y estímulos a los mejores. Se disfraza la desigualdad circunstancial postergando para el futuro la plena vigencia de las leyes del mundo real.

En religión vemos la actitud proteccionista cuando se imagina un Dios que interviene en el mundo accediendo a cada uno de nuestros pedidos. Los efectos que ocurren, sin embargo, parecen depender sobretodo de nuestras acciones antes que de la acción de Dios. Esta visión paternalista del mundo, que desconoce todo tipo ética, puede asociarse a la religión pagana. En cambio, si suponemos un mundo reglamentado por leyes naturales sin interrupción por parte de Dios, podremos adoptar una actitud ética acorde a las leyes que rigen nuestra mente; y así nos adaptaremos plenamente a las mismas. Esta visión liberal del mundo, basada en la ética, da lugar a la religión natural.

Quizás el cambio más importante que se producirá en la humanidad consista en que cada individuo sea alguna vez orientado por su conocimiento de la leyes naturales, especialmente las que rigen nuestra conducta, en lugar de serlo por la influencia que en él produjeron otros seres humanos. Esta idea viene asociada al Reino de Dios, que puede interpretarse como el gobierno directo de Dios sobre el hombre a través de la ley natural.

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