miércoles, 20 de enero de 2010

Protección vs Responsabilidad

Podemos decir que el hombre adquiere libertad cuando es capaz de adaptarse plenamente a las leyes que rigen al medio en donde se desarrolla su vida. Estas leyes podrán ser las naturales, las constitucionales, las leyes económicas o bien los distintos convenios sociales. Marco Tulio Cicerón escribió: “Seamos esclavos de la ley para que podamos ser libres”.

Cuando un individuo carece de madurez suficiente, asociada a la falta de información respecto a esas reglas, no podrá sentirse libre, ya que estará en conflicto permanente con los convenios y leyes que no supo interpretar adecuadamente, por lo que es probable que tenga que depender de la protección o de la guía de otras personas hasta el momento en que adquiera una madurez plena.

La influencia más importante que reciben los niños es la de sus padres, que casi siempre la ejercen con las mejores intenciones. Sin embargo, no por ello reciben siempre la mejor influencia. Esto se debe, entre otras causas, a las actitudes predominantes en ambos, que pueden, o no, coincidir, o incluso, que pueden crear en el niño cierta confusión, ya que alguna acción o actitud, que el padre considera que es “buena”, para la madre puede resultar “mala”. Marco Tulio Cicerón escribió: “La ignorancia del bien y del mal es lo que más perturba la vida humana”.

Podemos ejemplificar el tema tratado considerando una madre protectora, que trata de hacer de la vida de su hijo una experiencia agradable y exenta de sufrimientos y preocupaciones. Incluso que realiza tareas cotidianas que deberían ser hechas por su propio hijo. Un exceso de protección podrá hacer que quien la reciba tienda a ser una persona incapaz de resolver por sí misma aún las tareas más simples, por cuanto se acostumbró a que la madre decida en todas las circunstancias.

Se conocen casos como el de un joven que fue rechazado en un intento por ingresar a trabajar a una empresa. Y ello se debió a que, en el examen psicológico que se le hizo, detectaron cierta inseguridad debida, posiblemente, a la influencia sobreprotectora de su madre. Incluso fue la propia madre a protestar porque lo habían rechazado, confirmando el diagnóstico realizado.

Además, vamos a suponer que aquel niño tiene, como contrapartida, un padre exigente, que lo induce a adaptarse de la mejor manera al mundo y a la sociedad, que le impone tareas y responsabilidades porque sabe que, de lo contrario, los consejos de la madre tenderán a anular sus aptitudes, porque quedará parcialmente incapacitado psicológicamente para tomar decisiones si alguien lo hizo siempre por él.

Las actitudes extremas, si son excluyentes de la otra, serán perjudiciales para el individuo. Es evidente que lo ideal será una influencia intermedia, ya que la seguridad personal provendrá tanto de una protección afectiva sólida como también de haber adquirido la responsabilidad suficiente como para poder administrar adecuadamente la libertad en su vinculación con el medio social que lo rodea.

Las dos influencias mencionadas aparecen también en el ámbito de la política y de la economía. Por una parte tenemos el “Estado paternalista”, de tipo socialista, que toma a su cargo todo tipo de decisiones que corresponderían al individuo adoptar. Con el tiempo, el ciudadano corriente va perdiendo sus aptitudes básicas para establecer metas futuras, para la creatividad personal o incluso para establecer las decisiones más simples. Se piensa en la “incapacidad esencial” del ser humano, ya que necesitaría de la orientación y las directivas de las personas aptas para hacerlo (el dirigente socialista).

No es difícil advertir que tal dirigente piensa también en la “natural maldad e incapacidad” del empresario para tomar las mejores decisiones en la economía nacional mientras que cree en la “natural bondad y capacidad” del dirigente marxista que tendrá a cargo la planificación estatal. En ello radicaría la supuesta superioridad del capitalismo estatal (socialismo) respecto del capitalismo privado (libre empresa).

En el otro extremo tenemos la actitud liberal en la cual se supone que todos los individuos tienen aptitudes suficientes para lograr grandes metas y que, con adecuada responsabilidad, podrá hacer uso de una casi ilimitada libertad. Aunque también puede haber excesos en esta postura. Nos imaginamos el caso en que se quiere enseñar a nadar a un niño. Seguramente se lo arrojará directamente a la piscina para que sienta la necesidad de aprender rápidamente. Cuando se quiere imponer a una sociedad una mentalidad competitiva e innovadora, sin un cambio previo de mentalidad, se supone que el comerciante o el empresario podrán cambiar de oficio de la noche a la mañana. Sin embargo, ocurrirá lo que puede ocurrir con el aprendiz de natación: o aprende rápido o se ahoga.

Entre las principales posturas políticas tenemos aquéllas asociadas a ideologías proteccionistas destinadas al hombre masa (que no piensa) para establecer sociedades colectivistas (fascismo, nazismo, marxismo) en donde existe la tendencia al partido político único. Como contrapartida tenemos las posturas políticas cuyas ideologías van dirigidas al incremento de la responsabilidad individual, para establecer sociedades democráticas (liberalismo). En un caso se busca la obediencia del hombre masa a quienes dirigen el Estado, mientras que en el otro caso se busca el desarrollo adecuado de la responsabilidad individual para que el hombre no necesite del gobierno de otros hombres, sino del gobierno de la ley.

En la actualidad se observa un predominante egoísmo que se vislumbra en una excesiva demanda por el respeto a los derechos individuales, sin importar tanto los deberes asociados a cada uno de esos derechos. Incluso aparece entre los adolescentes la figura del “noble déspota”; el que exige el respeto a sus propios derechos tanto como el cumplimiento de los deberes ajenos. Posiblemente esta actitud sea una consecuencia de la influencia recibida de padres sobreprotectores.

Para el adolescente de hoy (o para la mayoría de ellos) la vida es diversión, por lo que el estudio y el trabajo son actividades que se oponen a la “auténtica vida”. Está acostumbrado a buscar placer en las sensaciones inmediatas sin tener presente los efectos futuros de sus acciones. Se busca la satisfacción superficial y no aquella que realmente vale, y es la que se logró con esfuerzo y responsabilidad.

Así como la madre protectora despotrica delante de su hijo en contra del padre exigente, los socialistas despotrican delante del pueblo en contra de la clase empresarial y productora, porque éstos quieren elevar la producción y las ganancias, mientras que aquéllos sólo piensan en distribuir las riquezas producidas por otros mostrándose siempre generosos con la posible distribución de bienes ajenos.

En forma similar a cómo los herederos de cuantiosas fortunas tienden a dilapidarlas, ya sea en una primera o segunda generación, quienes reciben los beneficios de las expropiaciones estatales no siempre son cuidadosos de lo que no les costó formar. Sin embargo, las ventajas de esta última posibilidad se explica considerando la “incapacidad natural del heredero” para administrar lo que no le costó ganar en contraste con la “capacidad natural del pueblo” para administrar lo que tampoco le costó ganar.

La seguridad económica que puede brindar el Estado paternalista no es una meta negativa si fuese factible realizarla. Pero no es posible ignorar la realidad, materializada precisamente en las leyes de la economía. Muchos gobernantes, de distintos países y de distintas épocas, han tratado, quizás con buenas intenciones, de favorecer la igualdad económica y social de la población. Han subido impuestos a los ricos, han promovido préstamos a los pobres, han elevado notablemente el gasto público, etc., y sólo consiguieron aumentar los niveles de vagancia, pobreza, desigualdad y hambre. Procedieron como la madre sobre protectora que desconoció muchos aspectos inherentes a la naturaleza del individuo y de la sociedad. Se dice que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones.

Así como el niño caprichoso culpa, de grande, a los demás por sus propios males, o bien porque no le dieron la atención que supo darle su madre, el ciudadano corriente culpa al extranjero por los males de su país. Esta es la fórmula infalible para lograr el fracaso definitivo: nunca podremos reducir nuestros defectos si culpamos por ellos a los demás.

La ética natural sugiere un complemento entre nuestra capacidad para compartir penas y alegrías ajenas y nuestra capacidad para prever efectos futuros en cada secuencia de causas y efectos. Es por ello que todo individuo requiere tanto de una base afectiva adecuada como de cierta capacidad intelectual para prever efectos futuros, tanto de las propias decisiones como de las ajenas (para protegerse de los demás).

En la educación también nos encontramos con docentes que tratan que sus alumnos adquieran responsabilidades para poder así disponer de la libertad correspondiente, mientras que otros se caracterizan por sus actitudes demagógicas. Para que el niño caprichoso no se sienta inferior a otros niños, se le niegan méritos y estímulos a los mejores. Se disfraza la desigualdad circunstancial postergando para el futuro la plena vigencia de las leyes del mundo real.

En religión vemos la actitud proteccionista cuando se imagina un Dios que interviene en el mundo accediendo a cada uno de nuestros pedidos. Los efectos que ocurren, sin embargo, parecen depender sobretodo de nuestras acciones antes que de la acción de Dios. Esta visión paternalista del mundo, que desconoce todo tipo ética, puede asociarse a la religión pagana. En cambio, si suponemos un mundo reglamentado por leyes naturales sin interrupción por parte de Dios, podremos adoptar una actitud ética acorde a las leyes que rigen nuestra mente; y así nos adaptaremos plenamente a las mismas. Esta visión liberal del mundo, basada en la ética, da lugar a la religión natural.

Quizás el cambio más importante que se producirá en la humanidad consista en que cada individuo sea alguna vez orientado por su conocimiento de la leyes naturales, especialmente las que rigen nuestra conducta, en lugar de serlo por la influencia que en él produjeron otros seres humanos. Esta idea viene asociada al Reino de Dios, que puede interpretarse como el gobierno directo de Dios sobre el hombre a través de la ley natural.

jueves, 14 de enero de 2010

El Mercado como fundamento de la Economía


Una vez que se adopta la producción por división (o especialización) del trabajo, es necesario proceder al intercambio de los productos elaborados. Los productores y los consumidores, actuando en libertad, establecen un proceso espontáneo, y autorregulado, denominado “mercado”. La ley básica del mercado establece que los productores tienden a ofrecer (oferta) mayor cantidad de un producto particular a medida que aumenta su precio, mientras que los consumidores tienden a adquirir (demanda) una menor cantidad de ese producto cuando aumenta su precio. Cuando la oferta iguala a la demanda, el precio se estabiliza. De lo contrario, la elevación de la oferta tiende a hacerlo disminuir, mientras que la elevación de la demanda tiende a hacerlo aumentar. Este proceso fue descripto por Adam Smith.

En cuanto al carácter espontáneo del proceso, debe destacarse que, mediante estudios recientes, se confirma que las leyes básicas del mercado tienen vigencia aún en el caso de personas con problemas psíquicos, también en el caso de pájaros, ratas y un grupo de animales microscópicos llamados rotíferos. R.B. McKenzie y G.Tullock escriben “Se ha recogido una gran cantidad de evidencia, por experimentación y por observación, de acuerdo con la que los individuos pertenecientes a esos grupos (los citados) se comportan de un modo que parece consistente con los dictados del comportamiento racional; es decir, presentan curvas de demanda de pendiente negativa; intentan comprar en el mercado más barato, ajustan su consumo en término de los precios, y así sucesivamente” (De “La nueva frontera de la economía” – Espasa –Calpe SA – Madrid 1980).

A pesar de consistir en aspectos simples y cotidianos, la validez de la ley básica del mercado ha sido puesta en duda. Tratar de gastar nuestro dinero lo menos posible, porque costó trabajo conseguirlo, no es algo difícil de aceptar. Tratar de obtener la mayor cantidad de dinero posible por algo que hemos elaborado, tampoco resulta difícil de aceptar. El comportamiento racional del hombre, al menos en estos aspectos básicos, queda fuera de toda duda. Debemos decir que tal comportamiento apunta a elevar nuestro nivel de felicidad, antes que elevar sólo el nivel económico, lo cual constituiría un comportamiento racional restringido. Tim Harford escribió: “Pese a que los economistas incluyen a menudo los beneficios o los ingresos como una de las motivaciones ocultas detrás de nuestras acciones, las metas de un ser racional no son necesariamente financieras. A la rata no le interesa el dinero; lo que quiere es conseguir suficiente líquido para sobrevivir, y que la bebida tenga buen sabor. El comportamiento racional implica actuar de modo tal que puedas alcanzar esas metas, que pueden ser dinero, pero también puede ser un coche veloz, estatus, sexo, realización personal…….o root beer (bebida para ratas)” (De “La lógica oculta de la vida” – Grupo Editorial Planeta SAIC – Buenos Aires 2008).

Los sistemas autorregulados son descriptos como sistemas de realimentación negativa, como es el caso del tanque de agua de nuestra propia vivienda. El nivel de tanque lleno es la situación de estabilidad mientras que la entrada de agua es controlada por el nivel real de agua, sin que sea necesario intervenir a cada rato para llegar a la situación de estabilidad. Con el mercado ocurre algo similar. Henry Hazlitt escribió al respecto:

“El sistema de empresa privada en régimen de libertad económica puede compararse a un gran mecanismo de miles de máquinas controladas cada una de ellas por su propio regulador automático; pero conectadas de tal forma que al funcionar ejercen entre sí influencia recíproca. Casi todos hemos observado alguna vez el «regulador automático» de una máquina a vapor. Generalmente consta de dos esferas o pesas que reaccionan por la fuerza centrífuga. Al aumentar la velocidad, las esferas se alejan de la varilla a la que están sujetas, estrechando o cerrando automáticamente una válvula de estrangulación que regula la entrada de vapor, con lo que disminuye la velocidad del motor. Si, contrariamente, marcha con excesiva lentitud, las esferas caen, la válvula se ensancha y aumenta la velocidad. De esa forma, cualquier desviación de la velocidad deseada pone por sí misma en movimiento fuerzas que tienden a corregir la anomalía”.

“Es precisamente de esta forma como se regulan las respectivas ofertas de miles de artículos diferentes, bajo el sistema económico de empresa privada en régimen de libre competencia de mercado. Cuando la gente necesita mayor cantidad de determinada mercancía, su propia demanda competitiva eleva el precio del producto. El aumento de beneficios que se produce para aquellos que lo fabrican estimula un incremento en la producción. Otros empresarios abandonan incluso la fabricación de otros artículos para dedicarse a la elaboración de aquel que ofrece mayores ganancias. Ahora bien, esto aumenta la oferta del producto, al mismo tiempo que reduce la de algunos otros. El precio de aquél disminuye, por consiguiente, en relación con los precios de otras mercancías, desapareciendo el estímulo existente para el incremento relativo de su fabricación” (De “La Economía en una lección” – Unión Editorial SA – Madrid 1981).

Así como el concepto de ley natural, como vínculo invariante entre causas y efectos, no resulta fácil de asimilar para quienes no tengan una formación técnica, el concepto de “sistema realimentado”, como sistema por el cual los efectos controlan a las causas que lo producen, resulta aún de mayor dificultad. De ahí que, por lo general, se lo ignora, o bien no se “cree” en su existencia. Incluso se supone que se trata simplemente de algo inventado por los economistas y que la “mano invisible” de Adam Smith es un concepto establecido para engañar a la gente, o cosas similares.

Si bien el proceso del mercado es autocontrolado, o autorregulado, ello no implica que, para que funcione adecuadamente, se deba prescindir totalmente del Estado. Es decir, el Estado no debería regularlo, en el sentido de interferir las leyes básicas que lo rigen, sino que debería controlarlo exteriormente para evitar los posibles desvíos propios del ser humano, especialmente cuando existen valores económicos de por medio.

Podemos hacer una analogía con el fútbol. Existen las reglas del juego y los jugadores que tienden a respetarlas. Pero es necesaria la existencia del árbitro para limitar o reprimir el incumplimiento de esas reglas. Las reglas del juego serían las leyes del mercado. Los jugadores serían los productores y los consumidores, mientras que el árbitro sería el Estado. De ahí que, mientras menos se note la presencia del árbitro tanto mejor será su desempeño y tanto más vistoso podrá ser el partido.

Nótese que la existencia de reglas del juego y la presencia del árbitro no garantizan un “partido atractivo”, ya que son los jugadores los que deben desarrollar su libre creatividad dentro del marco establecido. De ahí que las leyes del mercado y las leyes jurídicas impuestas por el Estado no bastan para asegurar el éxito económico de la sociedad. Es imprescindible la adecuada concurrencia de productores al mercado, algo que no ocurre en muchos países. Podemos sintetizar las características del mercado en la siguiente lista:

a) Se establece en forma espontánea
b) Es un sistema autorregulado
c) Es necesaria la adaptación de la sociedad a ese sistema
d) Es necesaria la presencia del Estado para asegurar la vigencia del sistema anterior

Para que el sistema sea eficaz, se requiere de cierta adaptación a nivel individual. De ahí que es necesario limitar nuestros gastos actuales previendo el futuro, lo que se traduce como ahorro en el individuo o capitalización de la empresa. Incluso se afirma que la riqueza de una sociedad viene determinada por la cantidad de capital per capita disponible. Por ello podemos esquematizar las acciones humanas tendientes a nuestra adaptación al sistema del mercado de la siguiente manera:

Economía de mercado = Trabajo + Ahorro productivo + Ética

El trabajo, junto al capital (ahorro productivo) son, históricamente, los factores esenciales de la producción, si bien en los últimos tiempos ha pasado a ser el conocimiento (o la información) el factor predominante en todo proceso productivo.

La ética necesaria para la economía no ha de ser distinta a la ética que nos exige la vida cotidiana, y ha de estar asociada a una actitud cooperativa en la cual se busca el beneficio simultáneo de ambas partes en todo tipo de vinculo comercial o laboral. La competencia debería existir respecto de uno mismo, llevando como meta nuestra propia superación personal. De ahí que debemos buscar ser más competentes (aptos para la producción) a ser más competitivos (aptos para vencer a los demás). En la competencia de tipo egoísta, por el contrario, cuenta tanto nuestro propio éxito como el fracaso del rival, de ahí que se buscarán ambos.

En cuanto a las condiciones que se han de cumplir para el óptimo funcionamiento del proceso del mercado, tenemos las siguientes:

a) Los compradores y los vendedores deben ser demasiado pequeños para influir sobre el precio del mercado.
b) Todos los participantes deben disponer de información completa y no puede haber secretos comerciales.
c) Los vendedores deben soportar el coste completo de los productos que venden y trasladarlos al precio de venta.
d) La inversión de capital debe permanecer dentro de los límites nacionales y el comercio entre los países debe equilibrarse.
e) Los ahorros deben invertirse en la creación de capital productivo.

(De "El mundo post empresarial" de David C. Korten - Ediciones Granica SA - Barcelona 2000)

La ciencia económica está orientada a favorecer la producción y no para favorecer el enriquecimiento desvinculado de la producción y del trabajo. Es necesario distinguir entre el proceso en sí y las distintas distorsiones que se producen permitidas, inevitablemente, por la libertad inherente al sistema.

miércoles, 13 de enero de 2010

Demagogia y discriminación social


El político serio trata de respetar las leyes constitucionales como también las leyes que provienen de la ciencia económica. El demagogo, como deformación del político, se caracteriza por desconocer ambos tipos de leyes. Mientras que el político trata de orientar al pueblo dentro del marco legal, el demagogo trata de justificar su accionar ubicándose como “defensor de los trabajadores” ante la burguesía, el empresariado, el imperialismo o cualquier otro enemigo real o ficticio. El primero ejerce la democracia, el segundo el populismo. Además, al sector “defendido” se lo excluye de posibles defectos, mientras que al sector “culpable” se le asignan todo tipo de deficiencias éticas. Esta discriminación social hacia determinado sector de la población genera antagonismos cuyos efectos no son muy distintos a los promovidos por la discriminación racial.

El accionar del demagogo consiste principalmente en sacarle riquezas al sector “culpable” para brindárselas al sector popular (incluidos sus propios seguidores). De ahí que aumenta el gasto público, o gasto social, con efectos poco favorables para la economía nacional. Recordemos que el Estado tiene tres fuentes principales de ingresos: impuestos, préstamos y emisión monetaria, de ahí que recurre a ellos a medida que los gastos aumentan.

La secuencia del populismo comienza con el gasto social desmedido, especialmente a favor de los posibles votantes en futuras elecciones, o bien se gasta excesivamente en armamentos. Comienza así el déficit del Estado. Para solucionarlo se aumentan los impuestos, que recaen principalmente en el sector productivo, ocasionándole serios perjuicios. Si no alcanza con los impuestos, se piden préstamos internos y externos, o bien se procede a la emisión monetaria sin respaldo. Como consecuencia de esto comienza la época de la inflación cuyo encubrimiento requiere del control de precios y de subsidios. Disminuyen las inversiones. Se fugan los capitales al exterior hasta que se llega a la crisis social y económica. Con algunas variantes, ésta es la secuencia típica que se repite una y otra vez en los países subdesarrollados.

El político promueve la igualdad entre sectores tratando de elevar al menos favorecido, mientras que el demagogo promueve la igualdad tratando de reducir el nivel de los más favorecidos. En el primer caso se busca mejorar la sociedad, en el otro caso se trata de liberar al perdedor de la molesta competencia material sin esperanza de éxito.

Incluso, bajo el populismo, se manifiesta una tendencia a favorecer la movilidad de los trabajadores del sector productivo hacia las filas de los trabajadores estatales que, en muchos casos, realizan tareas de poco valor para la sociedad. La población es mantenida, progresivamente, por un menor porcentaje de trabajadores. Como el demagogo actúa, en apariencias, en beneficio del pueblo y de los trabajadores, los desajustes que se produzcan en la economía serán atribuidos a los sectores discriminados previamente.

Al desconocer la Constitución y las leyes de la economía, induce a todo un país a desconocerlas. Identifica sus propias ideas con la “sabiduría popular” tomando decisiones con ella compatibles. Alan Greenspan escribió: “El populismo económico se imagina un mundo más sencillo, en el que un marco conceptual se antoja una distracción de la necesidad evidente y acuciante. Sus principios son simples. Si existe paro, el gobierno debería contratar a los desempleados. Si el dinero escasea y en consecuencia los tipos de interés son altos, el gobierno debería asignar un tope a los tipos o imprimir más dinero. Si los bienes importados amenazan al empleo, se acaba con las importaciones”. “La perspectiva populista equivale a una contabilidad por partida simple. Sólo anota los créditos, como los beneficios inmediatos de unos precios de la gasolina más bajos. Los economistas, confío, practican la contabilidad por partida doble” (De “La era de las turbulencias” – Ediciones B – Barcelona 2008).

Los gobiernos populistas tratan de beneficiar a un solo sector, de quien recibe apoyo, y fomentan la división entre adeptos y opositores. Alan Greenspan escribió: “Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe desde 1987, prometió y dio a sus seguidores la tierra confiscada a los colonos blancos. Pero los nuevos propietarios no estaban preparados para gestionarla. La producción de alimentos se hundió y precisó de una importación a gran escala. La renta tributaria cayó en picada, lo que obligó a Mugabe a recurrir a la impresión de dinero para financiar su gobierno. La hiperinflación, en el momento de escribir estas líneas, está deshaciendo el pacto social de Zimbabwe. Una de las economías históricamente más prósperas de África está siendo destruida”.

En la historia argentina nos encontramos con personajes como Juan Manuel de Rosas, quien vivía entre gauchos y los alababa para lograr su apoyo. También existieron personajes como Domingo Faustino Sarmiento, que en alguna oportunidad se refirió a ellos en forma despectiva. Sin embargo, Sarmiento propuso darles educación a sus hijos para favorecerlos en forma permanente. Casi siempre se tienen en cuenta las palabras antes que las acciones y por ello, en la actualidad, goza de mayor simpatía Rosas que Sarmiento.

Bajo la presidencia de Juan D. Perón se decretó la congelación del precio de los alquileres de viviendas. De esa forma, el inquilino vivía prácticamente “gratis” gracias a Perón (o gracias al propietario que construyó la vivienda). De más está decir que ello provocó una abrupta caída en la construcción de viviendas para alquilar. Aún hoy persiste un serio déficit habitacional favorecido por tal decisión. Sin embargo, Perón sigue siendo aclamado por promover la “justicia social”.

Al demagogo todo se le perdona, porque supo mostrar “sensibilidad social” ante el pueblo. Debemos tener presente, sin embargo, que el comportamiento ético no sólo requiere de fundamentos emotivos válidos, sino también de una previsión adecuada de los efectos que ocasionará cada una de nuestras decisiones. Quien accede al gobierno, o a cualquier función pública con trascendencia social, está obligado moralmente a realizar con eficacia la gestión que aceptó desempeñar. De lo contrario falló no sólo profesionalmente, sino éticamente.

La discriminación social no sólo afecta el aspecto material, o económico, de la sociedad, sino al nivel de felicidad personal de todo individuo. Ello se observa en el creciente odio hacia la población de EEUU. Mientras que casi siempre se hizo una diferencia entre el ciudadano alemán y sus gobernantes nazis, o entre el ciudadano soviético y sus gobernantes marxistas, en el caso de EEUU el odio se ha generalizado de tal manera que una dirigente de las Madres de Plaza de Mayo afirmó “haber festejado” el atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York. Una encuesta realizada por una emisora radial, en Buenos Aires, concluyó con que un 55% de los encuestados compartían esa actitud.

Cuando se trata de poner en evidencia que el pueblo de EEUU tiene virtudes y defectos como tenemos todos los pueblos, podrá ser calificado como alguien que está “a favor del imperialismo yankee”, o algo similar. Si se analizan las cosas con mayor profundidad, se verá que la mayor dependencia posible es la dependencia mental. Si alguien festeja el masivo asesinato de algunos miles de inocentes trabajadores pertenecientes a un país, seguramente, en otras circunstancias, sentirá envidia y frustración cuando se entera que en ese país se realizan importantes avances científicos y tecnológicos que beneficiarán a toda la humanidad.

Es oportuno mencionar que las mayores catástrofes de la humanidad se produjeron como consecuencia de ideologías discriminatorias de gran influencia sobre las masas, a quienes estaban dirigidas. Hitler repetía que el judío era el culpable de todos los males de Alemania, por lo que tal idea llegó a ser bastante aceptada. La discriminación racial produjo, como consecuencia de esa ideología, millones de víctimas épocas de la Segunda Guerra Mundial. Marx repetía que la burguesía (o el empresariado) era la culpable de todos los males de las sociedades humanas, por lo que tal idea llegó a ser bastante aceptada. La discriminación social produjo, como consecuencia de esa ideología, millones de víctimas en la URSS, como en la China y otros países.

El mensaje certero y poco rebatible del demagogo comienza con una declamación pública acerca de la búsqueda de la igualdad y la justicia social, de la eliminación de la pobreza, etc. Su mensaje da por entendida aquella verdad que no se discute porque a “todos nos resulta evidente”, y es la culpabilidad exclusiva del sector productivo, ya que “no reparte sus riquezas”. Incluso se culpa al neoliberalismo, y nunca al populismo, por la mala situación económica de un país. Como consecuencia de esta creencia básica, el pueblo no cambia en lo más mínimo ni tampoco trata de hacerlo, porque en principio estaría exento de toda culpa.

En estos casos se nota una actitud similar a la que aparece luego de finalizados los Juegos Olímpicos. No faltan quienes culpan a los deportistas nacionales por haber traído pocas medallas, o ninguna. No se tiene en cuenta que esos deportistas son los mejores y que los verdaderos “culpables” son los que no practican ningún deporte pudiendo hacerlo.

Los empresarios son como los deportistas olímpicos, ya que tienen defectos y limitaciones, y su accionar no alcanza para dar trabajo suficiente a toda la población. Los culpables de la situación son los que poco trabajan y los que nunca trataron de llegar a ser empresarios. Los pocos e insuficientes empresarios que existen producen “desigualdad social” (según lo entiende la mayoría), ya que por lo general poseen mayor nivel económico que los demás, pero por ello no debemos caer en el absurdo de discriminarlos socialmente por no poder compensar el trabajo deficitario, la negligencia y la ausencia de metas existentes en la mayor parte de la población.

La discriminación social casi siempre va asociada a la difamación pública, de lo contrario no sería tal. Se ha llegado al extremo de hablar de “la ideología de la elite empresarial” o de la “ideología del poder económico”, por cuanto el empresario exitoso casi siempre es un buen conocedor de economía y propone que los gobernantes adopten posturas sensatas y dejen de lado las actitudes demagógicas por la sencilla razón de que el populismo produce pobreza en todos los casos. Si existe una elite empresarial, ello se debe principalmente a que muy pocos tienen intenciones de ser empresarios.

Mientras la política nacional consista en distintas variaciones de populismo y demagogia, las cosas seguirán como vienen siendo hasta ahora. Esconder la realidad bajo un palabrerío alejado de la verdad, sólo conseguirá profundizar la pobreza y la marginación.