sábado, 19 de mayo de 2007

Violencia urbana

La violencia urbana, como todo hecho sociológico, es un efecto que tiene causas que lo producen y lo favorecen. Como siempre, reconocemos en las ideas y creencias predominantes en la sociedad la causa principal de todos los hechos que acontecen.

Para muchos, la causa principal radica en el marginamiento, o en la desigualdad social, ya que ésta promovería su surgimiento en los menos favorecidos económicamente. De ahí que al delincuente se lo considera como una víctima previa de la sociedad mientras que el ciudadano común termina siendo el mayor culpable por esa situación. Jorge Bosch escribió: “Uno de los argumentos favoritos de los ideólogos de la desestructuración en el ámbito de la justicia, consiste en afirmar que el delincuente no es el verdadero culpable, sino que siempre hay alguien detrás de él, alguien más poderoso y en consecuencia perteneciente a clases sociales más altas, y además detrás de este hay otro, y finalmente se llega a la estructura social propiamente dicha. Así, la culpabilidad del delincuente se diluye en el océano de un orden social supuestamente injusto” (De “Cultura y contracultura” – Emecé)

Esta postura surge en quienes consideran que el factor económico determina completamente al individuo, quien, además, sólo actuaría por influencia del medio social. Justifican de esa forma a la violencia y la consideran como una justa venganza contra ese medio. Sin embargo, sabemos que hay personas de limitados recursos económicos que poseen valores éticos adecuados e incluso aceptables niveles intelectuales. Alentar la violencia en la gente de menos recursos implica degradarlos e intentar marginarlos verdaderamente de la sociedad, aunque se culpe a otros sectores por una actitud similar. Mientras que en los países avanzados se cita como ejemplo al gerente de una empresa que comenzó a trabajar en los puestos menos jerárquicos, en la Argentina se supone que el que nació pobre, ha de seguir siéndolo durante toda la vida, excepto que se haga delincuente o participe en la “revolución socialista”.

Cuando el ciudadano común pide “mano dura”, por lo general no espera una venganza hacia el delincuente, sino que busca que sea separado de la sociedad para que no constituya un peligro para los demás. Jorge Bosch escribió: “En uno de los momentos en que la gente se sentía más insegura por los estragos de la ola delictiva, los diarios publicaron declaraciones de un Premio Nobel de la Paz según las cuales la policía estaba actuando con exceso de rigor, lo que se veía ejemplificado –según aquellas declaraciones- por el elevado número de delincuentes muertos en enfrentamientos con la fuerza de seguridad”.

Muchos son los que lamentan más la muerte de un delincuente que la de un policía, o incluso sienten cierto beneplácito cuando muere un habitante común, víctima de un hecho delictivo, especialmente cuando se trata de alguien con aceptables recursos materiales. Incluso desde la justicia se apoya al que delinque, ya que se ha establecido que el policía, o el habitante común, sólo puede actuar legalmente si lo hace en defensa propia, luego de que la iniciativa ha sido tomada por el delincuente. Esta ventaja otorgada a los automarginados ha favorecido notablemente su accionar. Hay quienes afirman que tales leyes han sido establecidas para debilitar la efectividad policial favoreciendo un posible rebrote subversivo similar al de épocas pasadas.

El delincuente juvenil se va formando de a poco, en una sociedad en la que a los adolescentes se les inculca hacer respetar sus propios derechos, pero pocas veces se les pide cumplir con sus deberes, que son generalmente los derechos de los demás. La precocidad para los vicios y para el libertinaje es por todos conocida, sin embargo, cuando se trata de un hecho delictivo, la ley los ampara a través de la “inimputabilidad de los menores de edad” por los delitos cometidos. En lugar de hacerlos imputables, para su propio beneficio, para que no sigan delinquiendo y marginándose cada vez más de la sociedad, la ley promueve ese accionar.

Mientras que el policía debe dar una “ventaja” al delincuente común, en el caso del menor que delinque se le hace casi prohibitivo su accionar, ya que cualquier exceso, o incluso una falsa denuncia, puede costarle la pérdida de su empleo. Ello ha llevado a la inefectividad casi total de la policía. Jorge Bosch escribió: “Llamo contrajusticia al conjunto de normas legales, procedimientos y actuaciones que, bajo apariencia de un espíritu progresista interesado en tratar humanitariamente a los delincuentes, conduce de hecho a la sociedad a un estado de indefensión y propicia de este modo un trato antihumanitario a las personas inocentes. Muchas veces este «humanitarismo» protector de la delincuencia es una expresión de frivolidad: «queda bien» hacer gala de humanitarismo y de preocupación por los marginados que delinquen, sin mostrar el mismo celo en la defensa de las víctimas y sin siquiera preocuparse por reflexionar seriamente y profundamente sobre el tema”.

La delincuencia también se ve favorecida por los medios masivos de comunicación cuando legitiman la burla y la grosería, que terminan siendo otro factor de marginamiento social. Los asesinatos no sólo son cometidos junto a los asaltos y robos, sino que existe un gran porcentaje de crímenes ocurridos entre personas conocidas, hechos derivados casi siempre del trato irrespetuoso entre seres humanos, que afecta también al que posee un aceptable nivel económico.

A los alumnos secundarios se les permite actitudes caprichosas y exigentes, por ello no es extraña la ocurrencia de casos como el de un docente, cuya firma fue falsificada por un alumno, y que fue culpado por ese hecho por el directivo de la escuela quien adujo que el “buen alumno” tuvo que actuar de esa forma por alguna deficiencia del docente. Presionado a renunciar ante tal bajeza, el docente tuvo que soportar faltas de respeto de algunos alumnos dentro y fuera del ámbito escolar ante el tácito apoyo del directivo mencionado. (Caso ocurrido en la Escuela G. del Mazo, de Mendoza).

La demagogia es el efecto que surge de la actitud del que quiere congraciarse con el “menos favorecido” tratando de defenderlo de su “enemigo”, escuchando difamaciones y promoviéndolas por ese hecho. Esta actitud no sólo crea divisiones y antagonismos, sino que remarca la incapacidad del “protegido” y debilita sus fuerzas para la posterior adaptación al medio social.

La contracultura, amparada por el relativismo cultural y por el relativismo moral, ejercida a través de la demagogia, en sus distintas formas, está llevando a la sociedad hacia la masificación y la violencia. Desde la política, los medios de comunicación, la educación y la justicia se trata de mostrar un verdadero interés por la sociedad. Sin embargo, se actúa como el padre irresponsable que se pone exigente e intolerante ante los docentes de sus hijos, por el mínimo motivo, para mostrarles a éstos que se interesa mucho por ellos, cuando en realidad está tratando de disfrazar un profundo desinterés por lo que les habrá de suceder en sus vidas. La hipocresía es lo que predomina en estos casos.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Creencias, evidencias y relativismo

CREENCIAS, EVIDENCIAS Y RELATIVISMO

Quienes suponen que existe un Creador exterior al mundo, un Dios trascendente, basan su creencia, o su fe, en que este Creador interrumpe las leyes naturales que lo rigen imponiendo su voluntad. Por lo general, consideran como una virtud personal adoptar esta creencia. Quienes suponen, por el contrario, que existe un universo regido por leyes naturales invariantes, no necesitan creer en un Dios que impone orden y sentido al universo, o que impone cierta justicia natural, sino que para ellos todo esto constituye una evidencia. De ahí que no asocian ningún mérito de tipo ético al hecho de admitirla ni tampoco ven virtud alguna en quienes creen en la necesidad de un Dios trascendente.

Estas posturas difieren esencialmente de otras que descartan totalmente la existencia de un sentido asociado al universo, incluso de un sentido asociado a la propia humanidad. En el primer caso, asociado a ese sentido, podemos encontrar los conceptos del Bien y del Mal absolutos. Ellos dependen de cuánto nos adaptemos, o no, a la tendencia aparente del universo. Por el contrario, si no se acepta la existencia de un sentido objetivo del universo, tampoco se acepta la existencia del Bien y del Mal absolutos. De esta tendencia surge el relativismo moral, el relativismo de la verdad e incluso el relativismo cultural. José Ortega y Gasset escribió: “Cada individuo posee sus propias convicciones, más o menos duraderas, que son «para» él la verdad. En ellas enciende su hogar íntimo, que lo mantiene cálido sobre el haz de la existencia. «La» verdad, pues, no existe: no hay más que verdades «relativas» a la condición de cada sujeto. Tal es la doctrina «relativista»” (Citado en “El desafío del relativismo” de Luis Arenas y otros - Editorial Trotta).

El problema esencial del relativismo es que no busca lograr el Bien ni tampoco la verdad, simplemente porque no se cree en su existencia. En una entrevista al filósofo Mario Bunge, el periodista pregunta: “De uno de sus trabajos, La Investigación Científica, recuerdo el énfasis que usted coloca sobre la búsqueda de la verdad. ¿Cómo afecta esa búsqueda esta nueva cultura global tan influida por las concepciones posmodernas, de realidad fragmentaria e inasible, de relativismo, casi de verdad imposible?”. A lo que Bunge responde: «Es una ola oscurantista e irracionalista que afecta a algunos estudiantes que siguen el trayecto de las ciencias sociales, y que en particular invadió a los antropólogos –se habla ahora de etnometodología- y a los departamentos de literatura de las universidades. Pero no hizo mella en las ciencias naturales, que tienen una tradición establecida de búsqueda de la verdad. No creo que haya una adhesión masiva a todas estas corrientes de pensamiento destructoras de la cultura –la fenomenología, el existencialismo, el decontructivismo-, creo que esto se corresponde más con los intelectuales del subdesarrollo. En los EEUU estas corrientes no han tocado a los politicólogos, a los economistas, a los matemáticos o a los que hacen ciencias naturales. El posmodernismo es un movimiento marginal cuyo impacto más negativo es que extravía a muchos jóvenes a los que impide llegar a las ciencias. El mensaje es “no hay verdad”, entonces no la busquen. No estudien, repitan a los charlatanes» (Entrevista del Diario Clarín del 07/04/1994).

El tercer tipo de relativismo que aparece es el relativismo cultural. No existiría una cultura mejor que otra, ni un pueblo que se acerque más a la verdad, sino que todos deberían tener una misma aceptación por diferentes que sean. Juan José Sebreli escribió: “La virtud misma de la antropología, observar las diferencias existentes entre los distintos pueblos, se convierte en la causa de sus defectos, la inclinación al particularismo antiuniversalista, al relativismo cultural. La constatación de la existencia de distintas culturas la lleva a deducir que todas son igualmente válidas y que el antropólogo debe mantener ante ellas una total neutralidad valorativa, pues no existe ninguna ética universal desde la cual juzgarlas”. “Los intelectuales y artistas nacionalistas de los países atrasados suelen transfigurar sus defectos en virtudes, sus carencias en cualidades del «ser propio». La desigualdad y la inferioridad ante las sociedades más avanzadas es legitimada en nombre de la diferencia, de la peculiaridad que evita toda confrontación” (De “El asedio a la modernidad” - Editorial Sudamericana)

Una de las formas en que se describe al desarrollo de la humanidad, es aquella en la que se contempla la lucha entre el Bien y el Mal, con la búsqueda del triunfo del primero. Esta lucha, tema central de la Biblia, y en la cual aparece una última etapa simbolizada en el Apocalipsis, es en realidad una lucha de tipo ideológico entre los que adhieren al absolutismo del Bien, de la Verdad y de la cultura, en contra de los que adhieren a la inexistencia de estos conceptos como valores absolutos.

El absolutismo reconoce a su adversario y trata de vencerlo. El relativismo, por el contrario, descalifica al rival por cuanto no acepta los conceptos que aquél pretende hacer triunfar, sino que los asocia a una malintencionada invención para ejercer el dominio sectorial de clases u otros fines nada aceptables.

El hombre necesita conocer la verdad para adaptarse al mundo real. La verdad es la exacta descripción de la realidad, una búsqueda que se acerca paulatinamente a ese objetivo, quizás sin lograrlo nunca. De ahí que renunciar a esa búsqueda implica renunciar a la principal tarea del hombre como ser complejo adaptativo que tiende a la plena adaptación al orden natural.

La esencia de la ética es la valoración de los efectos producidos por las diversas actitudes humanas. Pero los efectos en sí mismos son hechos objetivos y evidentes, por lo que no cabe considerarlos como subjetivos. Es decir, puede existir una distinta descripción de un mismo fenómeno natural, como ocurre en todas las ramas de la ciencia, pero ello no implica la ausencia de una realidad objetiva común a todos. Johannes Hessen escribió: “El relativismo en la Ética o positivismo moral no resiste un examen crítico. Su consecuencia es absurda, pues anula la Ética. Si el positivismo moral tuviera razón, la Filosofía debería borrar la Ética de entre sus disciplinas y en su lugar aparecería una compilación de las valoraciones usuales en las diversas épocas.”. “La tesis se estrella también ante la estructura esencial del valor. Como vimos, los valores son algo objetivo, libres del capricho del sujeto. En el valor moral esta objetividad se advierte con especial claridad, y en particular en el deber incondicional que surge de él con fuerza obligatoria para el sujeto” (De “Tratado de Filosofía” – Ed. Sudamericana)

Los vínculos que unen a los pueblos se caracterizan por ser los aspectos comunes a todos ellos, mientras que las diferencias son las que promueven divisiones y conflictos. De ahí que debemos buscar lo que nos une antes que enfatizar en lo que nos aleja. También en esto se observa que quien busca los aspectos objetivos de la realidad trata de reforzar las fuerzas de unión, mientras que quien busca los aspectos subjetivos trata de debilitarlas. Juan José Sebreli escribió: “Los románticos antiiluministas oponían al universalismo las particularidades nacionales, étnicas y culturales; a la razón abstracta, la emoción; al progreso, la tradición; al contrato social, la familia; a la sociedad, la comunidad. El Iluminismo buscaba todo lo que los hombres tienen en común, en tanto que el romanticismo antiiluminista enfatizaba todo lo que tienen de diferente: la nacionalidad, la raza, la religión. Contra lo racional, aquello en que todos los hombres pueden ponerse de acuerdo, los románticos antiiluministas priorizaban lo irracional, la parte singular e incomunicable de cada hombre. La ciencia y la filosofía eran lenguajes universales; el romanticismo antiiluminista prefería las religiones, las artes, las costumbres, aquello que diferencia a un pueblo de otro. El iluminismo estaba encarnado en una minoría ilustrada, los sabios, los filósofos; el antiiluminismo romántico pretendía ser el portavoz de las masas ingenuas y espontáneas, de los pueblos primitivos, de los campesinos analfabetos” (De “El asedio a la modernidad” – Editorial Sudamericana).