jueves, 18 de abril de 2024

Borges y la política

Por Luis Diego Fernández

EL GERMEN ÁCRATA DE BORGES

Quizá la palabra clave sea escepticismo, cito: “Mis convicciones en materia política son harto conocidas; me he afiliado al Partido Conservador, lo cual es una forma de escepticismo, y nadie me ha tildado de comunista, de nacionalista, de antisemita, de partidario de Hormiga Negra o de Rosas. Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos. No he disimulado nunca mis opiniones, ni siquiera en los años arduos, pero no he permitido que interfieran en mi obra literaria”, Jorge Luis Borges, del prólogo de El informe de Brodie (1970).

Interrogar por el pensamiento político borgeano no es laberíntico ni una empresa condenada al dejo irónico, ni mucho menos requiere menospreciar o minimizar su peso en su obra ficcional o poética (donde hay notorias huellas de una auténtica filosofía política). La clave es lo escéptico que señala el propio Borges. Esa no creencia, hoy más que nunca, va a contrapelo. Tal vez Borges escribió en momentos donde muchos creían (de un lado o del otro) en políticas transformadoras y movimientos; Borges no.

Pero la pregunta de Borges iba más allá de las decisiones políticas, y desde luego, de la mera práctica política a la que consideraba un ejercicio de la mentira y la corrupción sistemática, así lo dice desde diferentes intervenciones públicas, por caso, en las conversaciones con Roberto Alfano tituladas El humor de Borges: “La profesión de los políticos es mentir. El caso de un rey es distinto; un rey es alguien que recibe ese destino, y luego debe cumplirlo. Un político no; un político debe fingir todo el tiempo, debe sonreír, simular cortesía, debe someterse melancólicamente a los cócteles, a los actos oficiales, a las fechas patrias”.

Otra alusión, en sus diálogos con Ernesto Sábato (compilados por Orlando Barone): “No. En primer lugar (los políticos) no son hombres éticos; son hombres que han contraído el hábito de mentir, el hábito de sobornar, el hábito de sonreír todo el tiempo, el hábito de quedar bien con todo el mundo, el hábíto de la popularidad. Creo que ningún político puede ser una persona totalmente sincera. Un político está buscando siempre electores y dice lo que esperan que diga. En el caso de un discurso político los que opinan son los oyentes, más que el orador. El orador es una especie de espejo o eco de lo que los demás piensan. Si no es así, fracasa”. Un diagnóstico claro el de Borges: el político, en rigor, es un sometido, un esclavo, la interfaz de una mecánica de la hipocresía, la doble moral y el resentimiento.

Según la lectura borgeana, el poder, específicamente el Estado, opera como una suerte de entelequia y elefante normativo que disciplina y obliga, por obliteración u omisión, a mentir y a la cortesía fingida, al acto enmascarador y el disfraz deliberado. En este sentido, aquí se pone en evidencia la fibra anarquista borgeana. La cuestión de la “vida falsa” es algo prototípico de la protesta de todo discurso anarquista, sea este por izquierda (Bakunin. Emma Goldman) o por derecha (Thoreau, Martínez Estrada). La crítica política borgeana descansa en lo falaz, de allí la mirada pirrónica, la sonrisa que opera como demolición y desarma el entramado. La risa de Borges frente al poder estatal es la de Demócrito o el pedido imperativo de Diógenes de Sínope a Alejandro Magno: “córrete porque me tapas el sol”. Algo de esta pulsión libertaria encontrará Borges en el texto del filósofo inglés Herbert Spencer titulado El hombre contra el Estado (1884).

Es usual reconocer la autodefinición borgeana como “anarquista spenceriano”. Lo cierto es que la lectura de ese texto fue un golpe y una dirección, pero su padre, Jorge Guillermo Borges, no sólo le transfirió la ceguera sino el germen ácrata. Para ser estrictos, la filosofía spenceriana esgrimida en El hombre contra el Estado parte de un precepto claro y sencillo: nadie debe ser forzado a cooperar con otros individuos bajo ninguna circunstancia; toda forma de cooperación debe ser voluntaria –sentando las bases del principio de no agresión-. Toda intervención del Estado sobre el individuo común, a los ojos de Spencer, era considerado inmoral.

La única coerción aceptada, en este sentido, reposaba en la obligación de hacer cumplir los contratos entre partes iguales. Formado por cuatro ensayos, El hombre contra el Estado se constituye en la piedra basal del liberalismo británico y el antecedente más potente del anarco-capitalismo norteamericano del siglo XX. Algunos críticos han visto en Spencer cierto darwinismo social (lo cual es evidente en ciertos pasajes) al desmantelar toda pretensión de imponer la solidaridad “a punta de pistola”. Quizá la aniquilación más fuerte por parte de Spencer reposa en la victimización de todo colectivismo –por derecha o izquierda- a fin de otorgar mayor grado de acción al individuo y al emprendimiento.

La genética ácrata hace que el propio Borges expanda su visión en materia política en las entrevistas con Vicente Zito Lima o en la célebre televisada innumerables veces (de 1980) con Joaquín Soler Serrano, donde señala: “Soy anarquista. Siempre he creído fervorosamente en el anarquismo. Y en esto sigo las ideas de mi padre. Es decir, estoy en contra de los gobiernos, más aún cuando son dictaduras, y de los Estados”. La definición merece ser explicitada, máxime en su coyuntura. El discurso libertario de Borges era pacifista (lejano de incendiarios como Enrico Malatesta o Severino di Giovanni), allí puede entrar la figura del “anarquista de derecha” (¿habría otra expresión posible en 1980? ¿Y hoy?) en estos tiempos, es posible arriesgar que esa posición borgeana encuentre opciones en el discurso del liberalismo libertario (técnicamente, neoliberalismo) del siglo XX, recreado a través de pensadores austriacos como Friedrich A. von Hayek y Ludwig von Mises.

Borges comprendía perfectamente la cuestión semántica sobre el anarquismo, vale decir, ausencia de arché (fundamento, en griego), y cuya búsqueda muy lejos está del desorden o el caos. En ese sentido, al emplear esa categoría política, el escritor expresaba su rechazo a la autoridad y a ser gobernado. Un anarquista, en los hechos, es alguien que se gobierna a sí mismo y que se niega a servir, así lo vemos en la raíz de El discurso sobre la servidumbre voluntaria de Etienne de la Boétie, texto del siglo XVI, piedra inaugural.

Un anarquista es alguien extremadamente responsable, sistemático y riguroso consigo mismo: la ausencia de patrón, dominador, amo y dios, lo pone como un individuo solar, piedra angular del mundo que se da su propia forma, un cristal que debe transmutar esas figuras dentro de sí. Y esto en Borges resulta una afirmación de evidencia palmaria. Lo cual no quita que su pensamiento haya pasado por ciertos clivajes en materia política: desde la composición de aquellos poemas que integrarían un libro nunca editado, titulado Los salmos rojos, donde se da cuenta de una época bolchevique, de un comunismo pacifista, leído en clave de hermandad universal, de cuño whitmaniano (previo al imperialismo totalitario del stalinismo).

Sin embargo, este humanismo que inspiró a Borges, desaparece hacia 1920, tal como dice una carta a Maurice Abramowicz, fechada el 12 de enero de 1920: “Soy de tu opinión en lo concerniente al bolcheviquismo. Es una sucia chusma de arribistas que arribarán y harán de la vida una vileza moral mediocre y monótona”. Del mismo modo, también se puede detectar un breve destello yrigoyenista en sus poemas de Cuaderno San Martín (1929), donde ejerce un fraseo más criollista (típico del caudillo radical) como puerta para luego partir hacia la dimensión universalista. Finalmente, se afirmará su posición anarquista, y su afiliación, ya citada, al Partido Conservador como gesto de desencanto de la política partidaria, democrática y representativa.

La pregunta por la política borgeana debería ser realizada, tal vez, y hoy más que nunca, para resultar a contracorriente y extemporánea; una cifra más que necesaria de volver a ser pensada con rigor y seriedad. A veces desechada con rapidez excesiva, lo cual revela cierta pereza intelectual para problematizar algo por fuera de la superficie. Esta cuestión implica además una pregunta a posteriori en relación a la noción de libre albedrío, para lo cual es más que destacable el artículo del economista Martín Krause –titulado “La filosofía política de Jorge Luis Borges”-, donde se analiza en detalle este tema.

Borges, que era escéptico en materia política y agnóstico en términos religiosos, también era un maestro de la sospecha con respecto al libre albedrío. De todos modos, si bien dudaba, lo cierto es que aquello no implicaba caer en el determinismo. Su postura podría expresarse de la siguiente forma: el hombre no tiene entidad por fuera de las relaciones causa-efecto; está determinado, pero le resulta imposible conocer las causas de tal determinación. Este argumento es una constante en el universo ficcional borgeano, particularmente en cuentos como “El sur” o “El jardín de senderos que se bifurcan”. El destino cifrado, la determinación evidente, opaca siempre el causante de las ficciones finales, de la muerte, de la valentía o de la cobardía. El agnosticismo en esta materia le da coherencia a la tesis: quizá dios sí exista, pero nunca lo sabremos.

El spencerismo de Borges (que también lo fue de Sarmiento, así lo testimonia el libro de su lecho de muerte en Paraguay) se permite ver, de nuevo, en este diálogo con Osvaldo Ferrari: “Para mí el Estado es el enemigo común ahora; yo querría –eso lo he dicho muchas veces- un mínimo de Estado y un máximo de individuo. Pero, quizá sea preciso esperar no sé si algunos decenios o algunos siglos –lo cual históricamente no es nada-, aunque yo, ciertamente no llegaré a ese mundo sin Estados. Para eso se necesitaría una humanidad ética, y además, una humanidad intelectualmente más fuerte de lo que es ahora, de lo que somos nosotros; ya que, sin duda, somos muy inmorales y muy poco inteligentes comparados con esos hombres del porvenir”.

En la afirmación borgeana se ponen en juego dos valores anarquistas irrenunciables: conducta y conocimiento. Pocas tradiciones más pro intelectuales que la libertaria: política del libro, la biblioteca y del estudio que colocaba a la ignorancia de los pueblos como un enemigo igual de rapaz que el Estado. Todo anarquismo señala lo mismo: no hay cambio posible sin erradicación de la ignorancia, verdadero factor causante de la dependencia. Este es el problema, entonces, que también señala Borges, por ende, la biblioteca como solución; la educación, la formación personal y sin fin. Materia siempre bien comprendida por todos los grandes pensadores libertarios argentinos, como Ezequiel Martínez Estrada, ejemplo descomunal del autodidactismo.

La filosofía política pone a Jorge Luis Borges a contracorriente y cumple el rol de aguafiestas, de quien señala el muerto en el placard y aviva a los dormidos de la inocencia perdida (es más fácil la creencia que el escepticismo): un Estado engordado o bulímico y la inmensa mayoría que espera aun salvar sus ropas a partir de su teta. Pero el anarquismo borgeano revela algo más hondo y complejo que no todos vieron, o no quieren mostrar por desidia o conveniencia, así lo dice en Evaristo Carriego: “El argentino hallaría su símbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aquel por las tradiciones orales no está al servicio de una causa y es puro. El gaucho y el compadre son imaginados como rebeldes; el argentino a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción; lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano”.

Este individualismo argentino que marca Borges, y va de suyo con el gaucho y el malevo como modelos de rebeldía, dice más bien algo del problema de la articulación de lo colectivo y del populismo (cara inexorable del caudillismo latinoamericano) que de la ciudadanía –una deuda pendiente-: la opción de la filosofía política borgeana tiene hilachas a ser repensadas e incrustadas con la contundencia de una marca con antecedentes. Si la política argentina del siglo XIX se escribió desde la figura del libro y los presidentes intelectuales (Sarmiento, Mitre, Avellaneda), Lugones representó, más tarde, esa imposibilidad en el siglo XX al intentar revivir un sarmientismo imposible (todo había cambiando ya). Borges –y también Martínez Estrada- alcanzaron a ver que esa empresa estaba condenada de antemano al fracaso: “alpargatas, sí; libros, no”.

El intelectual se aleja de lo público y construye su fortaleza, su jardín epicúreo, su retiro, su mito personal. En esta amalgama que se solidificó durante largos años, podemos detectar esquirlas del anarquismo borgeano como una forma de resistencia, y que aparece con más virulencia en momentos en que el Estado adquiere dimensiones desaforadas. Espacio que hoy está vacante. Casillero del intelectual privado: aguijón que no por pequeño es débil, si no recordemos que el Aleph se encontraba en una casa de la calle Garay.

(De “Libertinos plebeyos” de Luis Diego Fernández-Galerna-Buenos Aires 2015).

miércoles, 17 de abril de 2024

Louis de Broglie y la predicción matemática en física

Uno de los mayores atractivos de la física teórica es la posibilidad de hacer predicciones en base a “lápiz y papel”. Ello se debe a que, a partir de ciertas leyes comprobadas, expresadas en forma matemática, y haciendo deducciones dentro de las reglas de la matemática, surge la posibilidad de advertir la posible existencia de algún fenómeno o alguna partícula nunca antes vistos. Así, las ondas electromagnéticas surgen en “lápiz y papel” varios años antes de que fueran observadas en un laboratorio. En este caso, James Clerk Maxwell fue el teórico y Heinrich Hertz el físico experimental.

También la equivalencia entre masa y energía, como todos los efectos de la teoría de la relatividad de Einstein, surgen de la misma forma. Otra de las predicciones matemáticas fue la encontrada por Louis de Broglie, consistente en asociar “ondas de materia” a toda partícula con determinada masa, algo nunca visto hasta ese momento, siendo verificado tal fenómeno posteriormente en forma experimental. Ello implica que las relaciones matemáticas asociadas a los fenómenos naturales son una propiedad intrínseca de los mismos. Si civilizaciones extraterrestres describieran la naturaleza, seguramente establecerían un proceso de investigación similar, con matemáticas similares, si bien, seguramente, con símbolos distintos.

Respecto a Louis de Broglie, el físico George Gamow, de origen ruso, escribió:”Louis Victor, duque de Broglie, nacido en Dieppe en 1892, quien recibió el título de príncipe de Broglie a la muerte de su hermano mayor, cumplió una carrera científica poco común. Cuando estudiaba en la Sorbona, decidió dedicar su vida al conocimiento de la historia medieval, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial lo llevó a alistarse en las fuerzas armadas de su patria”.

“Como se trataba de una persona instruida, lo adscribieron a una unidad de radiocomunicaciones, método de transmisión que constituía una novedad por aquellos años. De modo que el interés de nuestro hombre pasó desde las catedrales góticas hasta las ondas electromagnéticas. Así fue como en el año 1925 presentó una tesis doctoral que contenía tales ideas revolucionarias acerca de una modificación a la teoría originaria de Bohr de la estructura atómica, que la mayoría de los físicos se mostró bastante escéptica; y hasta surgió un chiste en el cual se bautizaba la teoría de de Broglie como la Comédie Française”.

“Se podría conjeturar que, por haber trabajado este científico con ondas de radio durante los años de la guerra y siendo, además, un conocedor de la música de cámara, se sintió tentado a considerar el átomo como una cierta clase de instrumento musical que, de acuerdo con la manera como estaba construido, podía emitir una nota fundamental determinada y toda una serie de armónicas de la misma. Dado que, por esa época, las órbitas electrónicas de Bohr ya eran aceptadas por casi todos como caracterizando los diversos estados cuantificados de un átomo, las eligió como modelo básico para su esquema ondulatorio” (De “Treinta años que conmovieron la física”-EUDEBA-Buenos Aires 1971).

Mientras que el matemático Henri Poincaré fue la figura francesa más importante y representativa en las ciencias fisicomatemáticas, con su desaparición y con el tiempo, tal lugar pasó a corresponderle a Louis de Broglie. Cuando un Premio Nobel edita un libro, por lo general aparece el citado premio como el mayor antecedente científico que pueda mostrarse. Sin embargo, en uno de los libros de de Broglie aparece primero la inscripción “De la Academia Francesa”, “Secretario perpetuo de la Academia de Ciencias”, “Profesor de la Sorbona” y luego, “Premio Nobel”.

Algunos aspectos de su personalidad son comentados por Gamow, quien escribió: “Hacia el final de la tercera década del siglo [XX], me hallaba trabajando en la Universidad de Cambridge junto a Rutherford, y decidí una vez pasar la licencia navideña en París (nunca había estado antes en esa ciudad). Para aprovechar bien mi estadía allí, escribí una carta a de Broglie diciéndole que me agradaría mucho conocerlo personalmente y discutir con él algunos problemas de la Teoría Cuántica”.

“Me contestó que, para esos días, la Universidad estaría cerrada, pero que le resultaría muy grato recibirme en su casa. Cuando lo visité, vi que residía en una magnífica mansión en el elegante suburbio parisiense de Neuilly-sur-Seine. La puerta se abrió y apareció un lacayo de aspecto imponente.
Je veux voir Professseur de Broglie.
Vous voulez dire, Monsieur le Duc de Broglie, replicó el sirviente.
Muy bien, le Duc de Broglie, repetí y fui introducido a la casa”.

“De Broglie, vistiendo ropa de entrecasa de seda, me recibió en su salita de estudio suntuosamente amueblada, y empezamos a charlar de física. Resultó que no sabía hablar el inglés y, por mi parte, mi dominio del francés era bastante endeble. Pero pudimos arreglarnos mal o bien, ya usando mi maltrecho francés, ya escribiendo las fórmulas matemáticas sobre un papel, de manera que logré darle a entender aquello que pensaba manifestarle y fui capaz de comprender sus comentarios”.

“Ahora bien, un año más tarde, de Broglie viajó a Londres para dar una conferencia en la Royal Society y yo, por supuesto, asistí a la misma. Su exposición magnífica, permitió apreciar un inglés impecable, con apenas un ligero acento francés. Y entonces entendí otro de sus principios: todo forastero que llega a Francia debe aprender el francés”.

martes, 16 de abril de 2024

Etapas para la construcción social

La construcción de una verdadera sociedad humana se ha de establecer a partir de la conformación moral de cada uno de sus integrantes. Para favorecer el bien y evitar el mal, disponemos de una secuencia que comienza con la acción de la conciencia moral individual. Por medio de ella podemos admitir la necesidad de intentar compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Todo ello buscando ser auténticos “hijos de Dios” o bien auténticos “hijos del orden natural”.

Esta actitud, o predisposición, ha de establecerse pensando primeramente en la felicidad propia, si bien necesariamente ello contribuirá a la felicidad del resto. Adviértase que casi siempre se promueve la idea de “hacer el bien” pensando en los demás, lo que pocas veces da buenos resultados. Sin embargo, el mejor resultado se logra cuando pensamos en nuestra felicidad, ya que es el propio orden natural el que ha “pensado” que de esa forma nos aseguramos que llegaremos a favorecer ampliamente a los demás en forma simultánea.

Si se ha llegado a esta situación, ya no hay necesidad de otra etapa adicional. Si esto no se consigue, será la familia del individuo la que ha de intentar adaptarlo hacia la predisposición empática. Si tampoco la familia lo consigue, será la sociedad (a través del sistema educativo, por ejemplo) la que intentará conducir al individuo por el buen camino.

Si tampoco la influencia social logra reencauzarlo, será la ley humana (proveniente del Derecho) la que finalmente intentará establecer la mejor orientación. Y aquí aparece la señal de que la ley natural, la que predomina en las primeras etapas de la construcción individual, debe tener una vinculación estrecha con la ley humana de la última etapa.

Estas ideas ya eran contempladas en plena Edad Media, si bien posteriormente se llega al absurdo de contemplar una ley humana desvinculada totalmente de la ley natural, con los pésimos resultados asociados a los diversos totalitarismos, cuando el hombre intenta ocupar el lugar de Dios. Al respecto, Otto von Gierke escribió: “Tomás de Aquino estableció las grandes líneas para los siglos futuros. Decir más sería innecesario, pues no obstante muchas disputas acerca del origen del derecho natural y el alcance de su fuerza obligatoria, todos estaban de acuerdo en que había un derecho natural, que por un lado surgía de un principio que trascendía el poder temporal y que por otro lado era una ley verdadera y perfectamente obligatoria”.

“Los hombres suponían por tanto que antes de existir el Estado, la Lex Naturalis ya prevalecía en su propio legítimo origen. Y los hombres también enseñaban que el más alto poder en la tierra estaba sometido a reglas del derecho natural. Éstas estaban por encima del Papa y del kaiser, por encima del gobernante y del pueblo soberano; en suma, por encima de la entera comunidad de los mortales. Ni un estatuto ni un acto del gobierno ni una resolución del pueblo ni de la costumbre podían romper los lazos así establecidos. Todo lo que contradijese los eternos e inmutables principios del derecho natural era enteramente nulo y no obligaría a nadie” (De “Teorías políticas de la Edad Media”-Editorial Huemul SA-Buenos Aires 1963).

lunes, 15 de abril de 2024

El “populismo de derecha”

Puede decirse que “populista” es el político que engaña de alguna manera al pueblo para ganar popularidad (y elecciones). El caso más representativo entre los argentinos es el de Juan D. Perón, quien, en épocas de inflación, congeló por decreto el precio de los alquileres. De esa forma buscaba recibir mayor cantidad de votos, aun cuando perdiera los del sector de propietarios. El engaño se debe a que de esa manera no “favorecía a los pobres”, como siempre afirmaba, ya que la construcción de viviendas para alquilar sufrió una importante baja como así también la disponibilidad de viviendas para ese fin. Dio así comienzo a la “era del déficit habitacional”, de la que nunca el país se recuperó.

También Perón “creó muchos puestos de trabajo estatales”, para ganar votos y elecciones, pero el derroche de recursos se intentaba compensar con la emisión monetaria excesiva, inaugurando la “era de la inflación”, de la que nunca el país se recuperó. Incluso llenó de odio a sus seguidores, denigrándolos a vivir una vida poco envidiable ante tal calamidad moral. Dio comienzo así a la “era de la burla y la envidia”, atributos principales de los adeptos al peronismo.

Cuando se trata de poner en evidencia la crisis de la Iglesia, algunos se preguntan acerca de qué diría Cristo acerca de lo que se predica en la Iglesia de la actualidad. Recientemente, en forma similar, el periodista Jorge Fernández Díaz (entrevistado por Ernesto Tenenbaum) se pregunta acerca de “qué diría Perón si viera la Argentina de hoy”, advirtiéndose que tácitamente pareciera aceptar las “virtudes” del tirano totalitario. Este periodista acepta que proviene de la izquierda política y del peronismo, sin afirmar en forma explícita un rechazo a ambas corrientes políticas. Pareciera ser un peronista anti-kirchnerista, como es el caso de quienes, o bien ignoran lo que fue el peronismo, o bien están de acuerdo con el totalitarismo que el dictador instituyó en el país.

Lo que llama la atención es que el mencionado periodista considera a Javier Milei como un “populista de derecha”, siendo que Milei ha tratado de liberar el precio de los alquileres, está tratando de limitar la cantidad de empleos en el Estado y no parece promover el odio entre sectores, ya que “sólo se odia al igual o al superior” (Nietzsche), por lo cual la gente decente poca predisposición tendrá en odiar a los políticos, periodistas o empresarios corruptos, ya que son mostrados como personas de mínima moral. De ahí que el supuesto “populista de derecha” hace todo lo contrario al gran populista aparentemente admirado por Jorge Fernández Díaz.

Fernández Díaz, junto a su colega Jorge Fontevecchia, está promoviendo una especie de “cruzada” anti-Milei tratando de lograr la adhesión de todo el periodismo argentino en una forma que apunta a una futura destitución presidencial, al menos así parece. Del otro lado, el propio presidente poco se esfuerza por evitar conflictos, ya que parece sentirse en sus cabales cuando está en plena contienda verbal o ideológica.

domingo, 14 de abril de 2024

La culpabilidad limita el derecho a la protesta

Cuando alguien miente sobre una persona o cuando lo ataca injustamente, y el difamado o atacado responde en forma similar, el que inicia el conflicto ve limitado su derecho a la protesta, a menos que no reconozca su error. También existen casos en que el que apoya la violencia nunca se arrepiente de haberlo hecho, y aún así tiene la desfachatez de victimizarse de manera de seguir agraviando al previamente atacado.

Entre los casos más conocidos se encuentra el del periodista Jorge Fontevecchia, quien desde la revista Noticias, unos días antes de la segunda vuelta electoral, para la Presidencia de la Nación, hizo colocar enormes carteles publicitarios con la tapa de la revista, en la cual aparece una foto del candidato Milei obtenida en un momento de ofuscación, mientras que en la publicidad se lo caracteriza como loco, trastornado, que habla con los perros, etc. Posiblemente este anuncio fue el que más votos le hizo perder a quien finalmente salió electo.

La tendencia destituyente de la revista mencionada sigue en plena vigencia. De ahí que el actual presidente, en una entrevista televisiva, afirmó (fiel a su estilo) que preferiría que la revista Noticias cerrara sus puertas (ante comentarios de estar en una situación económica nada buena). Lo interesante del caso es que el propio Fontevecchia se siente “agraviado” ante tal expresión, olvidando un tanto que la libertad de expresión es válida tanto para los periodistas como para los presidentes.

En una situación algo similar, el periodista Jorge Fernández Díaz califica a Milei como “populista” y menciona su opinión sobre el economista Rothbard, ideólogo seguido por el actual presidente. Al sentirse ofendido por lo que considera una opinión injusta y mentirosa, Milei descalifica al periodista en forma pública. Nuevamente surge un periodista que se siente víctima de una agresión verbal presidencial.

En cuanto a un diputado del Frente de Izquierda Gabriel Solano, al preguntarle el periodista Eduardo Feinmann: ¿Es delito de lesa humanidad poner una bomba en un colegio o en un cine?, respondió: “Depende de quién la ponga”. (De www.laprensa.com.ar). En este caso no existe una mínima hipocresía ya que se trata del cinismo típico de los izquierdistas.

El sector que todavía sigue criticando la reacción militar de las Fuerzas Armadas, olvidando que ellos mismos constituyeron el primer eslabón de la cadena de la violencia y del terrorismo de los años 70, es el constituido por los “sacerdotes” tercermundistas. Como ideólogos marxistas-leninistas, despertaron un odio incondicional en muchos jóvenes que integraron luego el grupo terrorista Montoneros. Convirtieron a cientos o miles de jóvenes en criminales y luego en cadáveres. Al respecto, el nacionalista católico Alberto Caturelli escribió en esa década: “Todo católico medianamente instruido sabe que la Iglesia ha condenado al capitalismo liberal y al socialismo marxista. Pero el pseudo profetismo que me ocupa parece identificar todas las formas políticas no coincidentes con el marxismo bajo el rótulo de capitalismo (al cual condena) y no se acuerda ni una sola vez de condenar al socialismo marxista”.

“Esto es una constante. En efecto, la reducción del Mensaje Evangélico a la inmanencia del mundo, ha conducido a la necesidad de partir de la «realidad económica, social y política del país» y a la necesidad postulada de «definirse personal y colectivamente». Pero esta definición tiene más de la acción y compromiso exigido por los marxistas a sus aliados, que de la entrega de amor silencioso y cotidiano del hombre cristiano; por ese motivo, como se ha propuesto en una reunión de sacerdotes cuyos nombres son, por lo común, mantenidos en el anonimato, cada delegado diocesano debió exponer «un cuadro socioeconómico de su región y las situaciones de sometimiento que padecía la población»”.

“Este cuadro socioeconómico es siempre explicado por la dialéctica (en el fondo tan facilona) de oprimido-opresor; es lo que pasa con la educación explicada por la «contradicción educador-educando» superada en la «liberación en comunión» de los hombres entre sí, mediatizados por el mundo, como dice el marxista brasileño Paulo Freire, cuyos libros, particularmente Pedagogía del oprimido se venden por centenares en Universidades católicas y nacionales”.

“A partir del espectro «socioeconómico» del medio, siempre explicado por la dialéctica oprimido-opresor (en pugna con el Evangelio) reaparece (en la cada vez más increíble terminología que sustituye al verdadero pensamiento creador) la necesidad de «mentalizar» a la gente, reconociendo que en aquel cuadro existen diversos «niveles de concientización»”.

“Pero lleguemos al meollo del propósito no siempre denunciado y sobre el cual bien podrían «profetizar»: el objetivo del nuevo monofisismo [herejía medieval] es la instauración de la sociedad socialista y, por tal, entiéndase el socialismo marxista; en efecto, en un documento de sacerdotes publicado con motivo del secuestro y asesinato de un ex presidente argentino, y la destitución de otro, los hechos mismos, sostiene, deben ser explicados por «las contradicciones internas» del sistema; por eso (supuesta la realidad como contradicción) no se trata de sustituir unos hombres por otros, sino de un «cambio radical de todas las estructuras sociopolíticas y económicas, sustituyendo al sistema capitalista vigente por un auténtico socialismo», poniendo el poder en «manos del Pueblo»”.

“Como semejante cambio (de las relaciones de clase diría un marxista) puede implicar la violencia («vía de las armas») el más vulgar terrorismo es considerado como una actividad ejercida por «elementos sanos y limpios de una juventud revolucionaria». En toda la historia del pensamiento, solamente el marxismo propone esa explicación que supone la realidad social como oposición de contrarios; además, salta a la vista que al atroz abstractismo del socialismo marxista (que tanto horroriza a Marcel) que se constituye luego en verdadero opresor y destructor de la persona; salta a la vista, en efecto, en la exaltación de la palabra «Pueblo» (con mayúscula siempre); semejante «Pueblo» no ha existido nunca (como no existe «la masa») sino esta comunidad concreta constituida por cada una de las personas en las cuales debo reconocer la imagen de Dios. Todo lo demás es, para un cristiano, meras abstracciones que tienen la mala costumbre de fagocitarse a la persona concreta”.

“Sostengo que el «hombre nuevo» que anuncian los nuevos «profetas» no es ya el hombre cristiano, sino el hombre marxista que aparecerá al final de este proceso de «liberación» (o desalienación) como se expresa el utopismo de Marx y sus «cristianos» y tardíos discípulos de hoy. Así, pues, se hace necesaria la revolución como paso de un tipo de sociedad antiguo (capitalismo) a otro nuevo (socialismo). Esta revolución debe destruir el sistema que no es otro que el «sistema liberal capitalista»”.

“Pero para esta sustitución del liberalismo no se propone, ni de lejos, la doctrina social de la Iglesia que Ella ha enseñado a sus hijos con todo el peso de su Autoridad, sino la sociedad socialista; para que ello sea posible «consideramos necesario erradicar definitivamente y totalmente la propiedad privada de los medios de producción» (27 de Junio de 1969, Documento de los Coordinadores Regionales del Movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo). Hacía el marxismo (sin decirlo claramente) se encamina este nuevo monofisismo; no otra cosa será el proféticamente esperado «socialismo latinoamericano»” (De “La Iglesia Católica y las catacumbas de hoy”-Editorial Almena SRL-Buenos Aires 1974).

En cuanto al anti-liberalismo de la Iglesia, debe aclararse que el liberalismo actual no pretende constituirse en un sistema que ha de resolver todos los problemas humanos, sino tan sólo en ser el mejor sistema económico apto para traducir la demanda de bienes y servicios en una producción que la satisfaga. De ahí el error de muchos católicos al repetir consignas del pasado sin intentar conocer la verdad al respecto; incluso repitiendo el error de “conocer” el capitalismo a través de las burdas descripciones de nazis y marxistas.

Alberdi y la moneda

Gabriela Calderón de Burgos destaca la opinión de Juan Bautista Alberdi, uno de los principales autores de la Constitución liberal de Argentina de 1853, acerca de la banca central y el curso forzoso.

Uno de los resultados positivos de la victoria electoral de Javier Milei en Argentina, es que se haya vuelto a hablar en Argentina de la “tradición alberdiana”, en referencia a Juan Bautista Alberdi, el principal autor de la Constitución liberal de 1853. El renovado interés en Alberdi y sus ideas se debe a que Javier Milei se considera heredero de esa tradición. Hoy quisiera destacar en particular las ides de Alberdi acerca de la moneda y el poder de emisión del Estado, algo que por cierto está relacionado con la propuesta estelar de Milei en campaña y algo que es el único consenso nacional en Ecuador: la dolarización.

En sus Obras completas: Escritos Póstumos I (Vol. IX) Alberdi se concentra particularmente en la naturaleza del dinero y el crédito, así como también de la importancia de estos para el comercio de una nación. Alberdi inicia el capítulo titulado “Bancos” señalando que “No habrá comercio en la República Argentina” mientras el Estado sea el único proveedor de “la mercancía contra la cual se cambian todas las demás” —la moneda— y esta sea de aceptación obligatoria —curso forzoso. Estando las cosas así, Alberdi sentenciaba que allí no existía una verdadera moneda, ni verdaderos bancos ni seguridad en los cambios.

Suplantar los bancos comerciales con derecho de emisión de monedas convertibles a oro y plata por un solo banco estatal emisor, decía Alberdi, era crear “una oficina de gobierno, de carácter fiscal, que no existe sino para impedir, por sus privilegios, la existencia de los bancos verdaderos, que son los bancos de emisión, sujetos a la pena del bancarrotero cuando deja de pagar en oro y a la vista, los billetes emitidos con esa promesa”.

No obstante, cuando una entidad estatal puede violar esa promesa con impunidad y de manera ilimitada, continúa Alberdi, “No hay más que un medio de reformarlo: suprimirlo. ¿Quién hará esta supresión? Ella equivale a una reforma fundamental del poder, pues el banco político o de Estado, es el brazo del gobierno del Estado. Exigirle su abandono es pedirle su suicidio”.

Esta cuestión era de suma importancia pues “Nada puede ser estable donde la medida de todos los valores carece de estabilidad. La moneda, el gobierno y el país viven oscilando como la superficie del mar”.

Este era un problema institucional, que viciaba el desarrollo del comercio, del sector financiero, y de una política fiscal prudente. Pero Alberdi incluso consideraba que “Una república con un banco de Estado es un absurdo, un contra sentido”. El banco de estado venía a ser como un “cuarto poder…que se mueve fuera de la Constitución, ley regular de los otros poderes”. Mientras exista así un banco de estado con monopolio de emisión de moneda de curso forzoso, “todas las garantías de la propiedad, que la Constitución promete, quedan reducidas a comedia. No queda en realidad ni sombra de garantía”.

Valga la aclaración que en el contexto en el que escribió esto Alberdi (fines de 1800s), todavía prevalecía en el mundo el patrón oro. No obstante, esto sigue siendo relevante dado que los ciudadanos de las economías dolarizadas viven en lo más parecido al patrón oro en el mundo moderno, el “patrón dólar”. Donde Alberdi decía oro, léase dólar. Ojalá Milei rescate este punto fundamental de la tradición alberdiana.

(De wwww.elcato.org)

miércoles, 10 de abril de 2024

La simplicidad del cristianismo

Respecto de casi todos los conocimientos que podemos adquirir, existe siempre un punto de vista que nos los hace ver como simples. También esto ocurre en el caso del cristianismo. Puede decirse que, con las prédicas cristianas, se busca acentuar en todo ser humano una actitud favorable a la empatía emocional, tratando de que cada uno logre tener la predisposición permanente a compartir las penas y alegrías ajenas como propias. Una vez logrado este objetivo, se cumplirán todas las consecuencias favorables al individuo y a la sociedad.

Como podrá advertirse fácilmente, pocos son los seguidores que cumplen con el objetivo propuesto y pocos son los predicadores que difunden tal esencial objetivo. Sin ni siquiera preocuparse por el significado concreto del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, los predicadores hacen recaer su atención en la creencia, en la oración, por lo general reemplazando lo que Cristo dijo a los hombres por lo que los hombres dicen sobre Cristo, convirtiendo la religión moral en una vulgar idolatría y en un vulgar paganismo.

En lugar de hacer recaer la atención en lo que resulta accesible a nuestras decisiones, se concentra el interés en cuestiones que no dependen de nosotros. Así, se discute acerca de la creencia en la vida eterna, algo que existe, o no, en forma independiente de nuestras creencias al respecto. Incluso se llega al absurdo de que muchos consideran que irán al cielo, no como consecuencia de haber adoptado la actitud moral requerida por los mandamientos, sino por el sólo hecho de “creer”.

Es penosa la situación advertida en las redes sociales cuando se observa que la principal actividad de los católicos consiste en descalificar a los protestantes y la principal actividad de los protestantes consiste en descalificar a los católicos, pero nadie habla de la actitud que deberíamos lograr según la prioridad establecida por el propio Cristo. A manera de ejemplo, puede mencionarse la discusión acerca del día festivo, siendo el sábado para algunos y el domingo para otros, algo que carece de importancia por no tener ninguna relación con la ética bíblica.

Otros, se preocupan por la veracidad de la simbología bíblica de la Creación, fundamentándola con las conclusiones que los astrofísicos han llegado por el momento, lo que carece de importancia por cuanto “la Biblia nos dice cómo ir al cielo, y no cómo es el cielo”, según la expresión de Galileo Galilei. Luego, cuando alguien descubre una incompatibilidad entre astronomía y religión, tiende a afirmar que toda la Biblia es errónea, lo que carece de sentido si se considera que la Biblia establece mensajes éticos y no científicos.

Cuando algunos predicadores advierten que se está perdiendo el sentido original de los Evangelios, tienden a preocuparse por la “cuestión social”. Como no se han dado cuenta todavía que la “cuestión social” sólo se ha de resolver cuando la mayoría de la sociedad intente adoptar la actitud empática antes mencionada, llegan a la conclusión de que se trata de un problema económico y que los pobres son virtuosos por tener poco dinero y los ricos son pecaminosos por tenerlo en demasía, llegando de esa forma a posturas marxistas. De ahí que no deba extrañar que el propio Bergoglio haya afirmado que “son los comunistas los que se parecen a los cristianos”.

Los idólatras de Dios por lo general tienden a rechazar la naturaleza tal como fue creada, poniendo en duda las habilidades del Dios Creador. Incluso los pedidos acerca de milagros implican que las leyes naturales que fundamentan todo lo existente deben ser cambiadas o interrumpidas de vez en cuando. La salvación de la humanidad propuesta por Cristo es esencialmente una salvación condicional, es decir, una salvación que se producirá para quienes cumplan con los mandamientos bíblicos y no para quienes se limiten a rezar y a creer, sin intentar adoptar la predisposición empática.

La palabra “salvación” nos da la idea de salvarnos de ir al infierno luego de cumplida la vida normal, si bien en nuestra época científica podría decirse que la obra de Cristo implica una orientación hacia una óptima adaptación al orden natural, manteniendo la vigencia de siempre.

De la manera en que, por el momento, funcionan las religiones, no se vislumbra un cambio positivo. Para comenzar a advertir un final de una época de confusión y el inicio de otra de claridad, es necesario e imprescindible encontrar un vínculo objetivo y observable, común a todos los hombres, y esto lo encontramos en las leyes naturales que rigen todo lo existente, especialmente en las leyes que rigen nuestras conductas individuales.

Una religión así constituida (religión natural o deísmo) será indistinguible de la ciencia experimental. Si bien será una solución para los problemas que afectan a la humanidad, el sector vinculado a lo sobrenatural será el principal opositor a todo cambio posible. Es admisible, sin embargo, interpretar al cristianismo como una religión natural, considerando una identidad entre leyes naturales y leyes sobrenaturales (de validez estas últimas para los sectores teístas).